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Zsadist estaba al acecho en ZeroSum, completamente consciente de la preocupación silenciosa de Phury surgiendo amenazadoramente tras él como una niebla húmeda. Buena cosa, encontró que su gemelo era fácil de ignorar, o toda esa desesperación le habría dejado seco.

Débil. Estás tan débil.

Sip, bien, tendría que ocuparse de eso.

– Dame veinte minutos -le dijo a Phury-. Luego te reúnes conmigo en el callejón.

Sin perder tiempo. Escogió a una puta humana que tenía el pelo recogido en un moño, le dio doscientos dólares, y prácticamente la empujó fuera del club. No parecía preocupada por su cara, su tamaño o por la manera en que la llevaba. Tenía la vista perdida, estaba tan colocada.

Cuando estuvieron en el callejón, reía demasiado alto.

– ¿Cómo lo quieres? -dijo, haciendo un pequeño baile en sus altísimos talones. Tropezó, entonces puso las manos sobre su cabeza y se desperezó en el frío-. Me parece que rudo. Lo cual está bien para mí.

La volteó de cara a los ladrillos y la sujetó en el lugar por la nuca. Cuando rió nerviosamente y fingió luchar, la dominó, pensando en las innumerables humanas que había chupado durante años. ¿Cuan limpias habría dejado sus memorias? ¿Se despertaban con pesadillas sobre él cuando su subconsciente se removía?

Adicto, pensó. Era un adicto. Igual que la Mistress.

La única diferencia era, que él no tenía elección.

¿O sí? Podía haber usado a Bella esta noche, ella lo deseaba. Pero si no se alimentaba de ella, era sólo porque iba a ser más duro para ambos el dejarla marchar. Y hacia allí se dirigían.

Ella no quería ser vehngada. No podría descansar mientras ese lesser ocupara un espacio en la tierra…

Más que eso, no podía soportar mirar a Bella destruyéndose tratando de amar a un macho que no le convenía. Tenía que obligarla a alejarse de él. Quería que estuviera feliz y a salvo, quería mil años suyos despertándose con una tranquila sonrisa en su cara. La quería bien emparejada, con un macho del que pudiera sentirse orgullosa.

A pesar de la unión que tuvo con ella, quería que conociera más alegría de la que tendría con él.

La prostituta se contoneó.

– ¿Lo haremos o qué, papito? Porque estoy algo excitada.

Z descubrió los colmillos y levantó la cabeza, preparándose para el golpe.

– !Zsadist… no!

La voz de Bella vino a su cabeza. Estaba de pie en medio del callejón, a unos quince pasos aproximadamente. Sus ojos estaban horrorizados, la boca abierta.

– No -dijo roncamente-. No… lo hagas.

Su primer impulso fue llevarla de vuelta a la maldita casa y gritarle por salir. El segundo fue que tenía la oportunidad de cortar los lazos entre ellos. Sería una maniobra quirúrgica, con mucho dolor involucrado, pero ella se curaría de la amputación. Aunque él no.

La puta miro por encima, entonces rió, un gorgorito alto y feliz.

– ¿Va a mirar? Porque eso te costará cincuenta pavos más.

Bella se puso la mano en la garganta cuando Zsadist sujetó a la humana entre su cuerpo y la pared de ladrillos del edificio. El dolor en su pecho era tan grande que no podía respirar. Verlo tan cerca de otra hembra… una humana, una prostituta además… ¿y con el propósito de alimentarse? ¿Después de todo lo que habían compartido la noche anterior?

– Por favor -dijo-. Utilízame. Tómame. No hagas esto -giró a la hembra hasta que quedaron frente a frente, entonces colocó un brazo a través del pecho de la mujer. La prostituta rió y se onduló contra él, restregando su cuerpo en el suyo, las caderas moviéndose en un sinuoso serpenteo.

Bella tendió las manos en el aire helado.

– Te amo. No tuve la intención de insultarte frente a los Hermanos. Por favor, no hagas esto en represalia.

Los ojos de Zsadist miraron los suyos. El sufrimiento se proyectaba en ellos, una absoluta desolación, pero dejó al descubierto sus colmillos… entonces los hundió en el cuello de la mujer. Bella chilló mientras él tragaba, la hembra humana reía otra vez con un sonido rítmico y salvaje.

Bella se tambaleó hacia atrás. Mientras sus ojos no se apartaron de los de ella, incluso cuando reposicionó el mordisco y bebió más. Incapaz de mirar ni un minuto más, se desmaterializó en el único lugar en el que podría pensar.

La casa de su familia.

CAPÍTULO 38

– Rehvenge quiere verte.

Phury miró por encima del vaso de agua con gas que había pedido. Uno de los enormes gorilas de ZeroSum se dirigía él, el Moro rezumaba una silenciosa amenaza.

– ¿Por alguna razón en especial?

– Usted es un cliente importante.

– Entonces debería dejarme solo.

– ¿Eso es un no?

Phury arqueó una ceja.

– Sip, eso es un no.

El Moro desapareció y regresó con refuerzos, dos tipos tan grandes como él.

– Rehvenge quiere verle.

– Sip, ya me lo dijiste.

– Ahora.

La única razón por la que Phury se deslizó fuera de la cabina fue que el trío parecía preparado para llevárselo a la fuerza, y no necesitaba la clase de atención que vendría cuando los golpeara.

Al instante en que entró en la oficina de Rehvenge, supo que el varón estaba de un peligroso estado de ánimo. No es que eso fuera nuevo.

– Dejadnos -murmuró el vampiro desde atrás de su escritorio.

Cuando la habitación quedó vacía, se sentó de nuevo en la silla, astutos ojos violetas. El instinto hizo que Phury moviera con cuidado una mano a su espalda, cerca de la daga que llevaba en el cinturón.

– He estado pensando sobre nuestro último encuentro -dijo Rehvenge, haciendo un templo con los largos dedos. La luz sobre él resaltaba los pómulos altos, la dura mandíbula y los anchos hombros. Se había recortado la cresta, la negra franja no tenía más de dos pulgadas en su cráneo-. Bien… he estado pensando sobre el hecho de que conoces mi pequeño secreto. Me siento expuesto.

Phury permaneció en silencio, preguntándose a dónde infiernos conduciría todo eso.

Revhenge empujó hacia atrás su silla cruzando las piernas, el tobillo en la rodilla. Involuntariamente se le abrió el caro traje, revelando un amplio pecho.

– Puedes imaginarte cómo me siento. Cómo me tiene.

– Prueba algún Imbien. Eso te pondrá fuera de combate.

– O puedo encender un montón de humo rojo. Cómo tú, ¿no? -El macho se pasó una mano sobre la cresta, curvó los labios en una taimada sonrisa-. Bien, realmente no me siento seguro.

Qué mentira. El tipo se mantenía rodeado de Moros que eran tan listos como mortíferos. Y era definitivamente alguien que se podría defender por sí mismo. Además, los sympath tenían ventajas en un conflicto que nadie más tenía.

Rehvenge dejó de sonreír.

– Estaba pensando que quizás podrías admitir tu secreto. Entonces estaríamos empatados.

– No tengo ninguno.

– Tonterías… Hermano -la boca de Rehvenge se curvó de nuevo en las esquinas, pero sus ojos eran de un frío púrpura-. Porque eres un miembro de la Hermandad. Tú y esos grandes machos que vienen aquí. Uno con perilla que se bebe mi vodka. El tipo con la cara destrozada que chupa a mis putas. No sé que decir del humano que siempre va contigo.

Phury miró dura y fijamente a través del escritorio.

– Estás violando todas las costumbres sociales que tiene nuestra especie. Pero de todas formas, ¿por qué esperaría un buen comportamiento de un traficante de drogas?

– Y los adictos siempre mienten. Entonces la pregunta fue inútil, ¿no?

– Ve con cuidado, amigo -dijo Phury en voz baja.

– ¿O tú qué? Estás diciendo que eres un Hermano, entonces ¿mejor me pongo en forma antes de que me hagas daño?

– La salud nunca debería ser dada por supuesta.

– ¿Por qué no lo admites? ¿O los Hermanos tenéis miedo que se rebele la raza a la que están fallando? ¿Estáis escondiéndoos de todos nosotros a causa del trabajo de mierda que estáis haciendo últimamente?

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