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V maldijo.

– No soy una bola de cristal, lo sabes. Y odio contar la buena fortuna.

– Si. Lo siento. Olvídalo.

Hubo una larga pausa. Entonces Vishous murmuró:

– No se que va a pasarles. No lo se porque no puedo… ver nada.

Mientras Butch salía del Escalade, alzó la vista al edificio de sucios apartamentos y se preguntó otra vez porque infiernos John había querido venir aquí. La Séptima calle era repugnante y peligrosa.

– ¿Es este?

Cuando el muchacho asintió. Butch activó la alarma de seguridad del SUV. No estaba particularmente preocupado sobre si destripaban la cosa mientras estaban fuera. La gente de por aquí estaría convencida de que uno de los camellos estaba dentro. O alguien aún más exigente sobre su mierda que llevaría armas.

John se acercó a la puerta de la vivienda y empujó. Se abrió con un chillido. Ninguna cerradura. Gran sorpresa. Mientras Butch le seguía, puso su mano dentro de su abrigo para poder llegar al arma si la necesitara.

John fue a la izquierda por un pasillo largo. El lugar olía como al humo viejo de cigarrillos y a mohosa decadencia y era casi tan frío como las grandes puertas de entrada. Los residentes internos eran como ratas: no vistos, sólo oídos, del otro lado de delgadas paredes.

Abajo al final el muchacho empujó abriendo una puerta cortafuegos.

Una escalera salía a la derecha. Los escalones habían sido desgastados por los elementos, y había sonido de agua que goteaba de algún sitio un par de escapes por encima.

John puso su mano sobre la barandilla que estaba atornillada sin apretar a la pared, y subió despacio hasta el descansillo entre el segundo y el tercer piso. Más arriba, la luz fluorescente hundida en el techo estaba en su etapa de estertor de la muerte, los tubos parpadeando como si desesperadamente trataran de mantener el servicio.

John miró fijamente en el linóleo rajado del suelo, luego buscó la ventana. El logotipo de Starburst cubría la cosa como si hubiera sido aporreada con botellas. La única razón de que el cristal mugriento no estuviera roto era porque estaba sujeto desde el piso de arriba con alambre, salieron maldiciones, una especie de escopeta verbal que era indudablemente el principio de una lucha. Butch estuvo a punto de sugerir que salieran cuando John se dio la vuelta y comenzó a bajar corriendo la escalera

Estuvieron en el Escalade y saliendo de la parte mala de la ciudad menos de un minuto y medio más tarde.

Butch paró en un semáforo.

– ¿A donde?

John escribió y le enseñó el bloc.

– A casa -murmuró Butch, todavía sin tener ni idea de porque el muchacho había querido visitar aquel hueco de escalera.

John dijo un ¡hola! de pasada a Wellsie cuando entró en la casa y luego fue hacia su cuarto. Estaba agradecido de que ella pareciera entender que necesitaba algún espacio. Después de que cerró la puerta dejó caer su cuaderno sobre la cama, se quitó el abrigo, e inmediatamente se dirigió a la ducha. Mientras el agua se calentaba, se desnudó. Una vez que estuvo bajo el chorro, dejó de temblar.

Cuando salió se puso una camiseta y un par de pantalones de entrenamiento, luego miró su ordenador portátil sobre el escritorio. Se sentó delante de él, pensando que tal vez debería escribir algo. El terapeuta lo había sugerido.

Dios… Hablar con ella sobre lo que le había pasado había sido casi tan malo como vivir la experiencia la primera vez. Y no había querido ser tan sincero como había sido. Era solamente… aproximadamente a los veinte minutos de sesión se había derrumbado y su mano había empezado a garabatear y no había sido capaz de parar una vez que la historia había empezado.

Cerró los ojos y trató de recordar el aspecto de aquel hombre que lo había arrinconado. Sólo una imagen vaga vino a la memoria, pero recordó el cuchillo claramente. Había sido de cinco pulgadas, un estilete de doble cara con un punta aguda como un grito.

Desplazó el índice sobre la tecla del ratón en el ordenador portátil y el salvapantallas de Windows XP parpadeó. La cuenta de su correo electrónico tenía un mensaje nuevo. De Sarelle. Lo leyó tres veces antes de intentar responder.

Al final, le contestó: ¡Eh!, Sarelle. Mañana por la noche no me viene bien. Lo siento. Volveré contigo en otra ocasión. TTYL, John.

Realmente… no quería verla otra vez. Ni siquiera para un ratito, en cualquier caso. No quería ver a ninguna hembra excepto a Wellsie, Mary, Beth y Bella. No iba a haber nada remotamente sexual en su vida hasta que aceptara lo que le habían hecho hacía casi un año.

Salió de Hotmail y abrió un documento nuevo en Microsoft Word.

Descansó los dedos sobre el teclado durante sólo un momento. Y luego comenzaron a volar.

CAPÍTULO 34

Zsadist arrastró su cabeza a un lado y miró el reloj. Diez de la mañana. Diez… las diez. ¿Cuántas horas? Dieciséis…

Cerró los ojos, tan agotado que apenas podía respirar. Estaba tumbado de espaldas, las piernas extendidas hacia fuera, los brazos estirados en cualquier parte. Había estado en aquella posición desde que había rodado fuera de Bella tal vez hacía una hora.

Parecía que había pasado un año desde que había vuelto al cuarto la noche anterior. Su cuello y muñecas ardían del número de veces que ella se había alimentado de él, y la cosa entre sus piernas estaba dolorida. El aire alrededor de ellos estaba saturado con el olor de la unión, y las sábanas estaban mojadas con una combinación de su sangre y otra cosa que ella había necesitado de él.

Él no habría cambiado un momento de ello.

Mientras cerraba los ojos, se preguntaba si podría dormir ahora. Había estado privado de comida y sangre, tan hambriento que ni siquiera su inclinación por mantenerse sobre el borde podría anular las necesidades. Pero no podía moverse.

Cuando sintió una mano acariciando sobre su vientre, despegó los parpados para mirar a Bella. Las hormonas se elevaban en ella otra vez, y la respuesta que ella requería de él contestaba, el eso endureciéndose una vez más.

Zsadist luchó para darse la vuelta así podría ir donde necesitaba estar, pero estaba demasiado débil. Bella se movió contra él y él trató de levantarse otra vez, pero su cabeza pesaba mil libras.

Extendiendo la mano, él agarró su brazo y la tiró encima de él. Mientras sus muslos se separaban sobre las caderas de él, ella lo miró asombrada y empezó a gatear para bajarse.

– Está bien -graznó. Limpió la garganta, pero no ayudó con toda la grava-. Sé que eres tú.

Sus labios bajaron sobre los suyos y él la besó a su vez aun cuando no pudiera levantar sus brazos para sostenérsela. Dios, como le gustaba besarla. Amaba sentir su boca contra la suya, amaba tenerla cerca de su cara, amaba respirarla en sus pulmones, ¿la… amaba? ¿Era eso lo que había pasado esa noche? ¿Había caído?

El olor de la vinculación que estaba por todas partes de ambos le dio la respuesta. Y la comprensión debió haberlo conmocionado, pero estaba demasiado cansado para molestarse en luchar contra ello.

Bella se alzó y deslizó eso dentro de ella. Tan golpeado como estaba, él gimió en éxtasis. La sensación de ella era algo de lo que no podía tener bastante, y sabía que no era debido a su necesidad.

Ella lo montó, plantando sus manos sobre sus pectorales y encontrando un ritmo con sus caderas porque él no podía empujar más. Él sentía crecer otra explosión, sobre todo mientras miraba el balanceo de pechos.

– Eres tan hermosa. -dijo con voz ronca.

Ella hizo una pausa para inclinarse y besarlo otra vez, su pelo negro cayendo alrededor de él, un refugio apacible. Cuando ella se enderezó, él se maravilló con la vista. Ella estaba brillando con la salud y vitalidad de todo lo que él le había dado, una hembra resplandeciente a quien él…

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