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Era una lástima, pensó. Para ambos. Dios, cómo odiaba el lastimarle.

– ¿Lo necesitas? -dijo-. ¿Necesitas alimentarte?

– ¿Te estás ofreciendo?

Ella tragó.

– Sí. Lo hago. ¿Querrías… puedo darte mi vena?

Una oscura fragancia se extendió por la habitación, tan penetrante que eclipsó el aroma del humo rojo: el olor era el denso y rico perfume del hambre de un macho. El hambre de Phury por ella.

Bella cerró los ojos rogando que si la aceptaba, pudiera pasar por ello sin llorar.

Mientras el sol se ponía más tarde en ese día, Rehvenge se quedó mirando las telas del funeral que colgaban del retrato de su hermana. Cuando sonó el teléfono miró el identificador de llamadas y lo abrió.

– ¿Bella?

– Cómo sabes…

– ¿Qué eres tú? Número difícil de rastrear -imposible de rastrear, si este teléfono no puede localizar la fuente. Al menos ella todavía estaba a salvo en el recinto de la Hermandad, pensó. Donde quiera que estuviera-. Me alegro de que llames.

– Ayer noche fui a casa.

La mano de Rehv aplastó el teléfono.

– ¿Ayer noche? ¡Qué diablos! No quería que vinieras…

Los sollozos provenían del teléfono, grandes y miserables sollozos. El sufrimiento silenció sus palabras, su cólera y aliento.

– ¿Bella? ¿Qué pasa? ¿Bella? ¡Bella! Oh, Jesús… ¿Alguno de esos Hermanos te ha herido?

– No -aspirando profundamente-. Y no me grites. No lo puedo soportar. He terminado contigo y los gritos. Ni uno más.

Inspiró profundamente, midiendo su temperamento.

– ¿Qué ha pasado?

– ¿Cuándo puedo volver a casa?

– Habla conmigo

El silenció se alargó entre ellos. Claramente su hermana ya no confiaba en él. Mierda… ¿La podía culpar?

– Bella, por favor. Lo siento… habla conmigo. -Cuando no hubo respuesta, dijo-. He… -se aclaró la garganta-. ¿He estropeado tanto las cosas entre nosotros?

– ¿Cuándo puedo volver a casa?

– Bella…

– Respóndeme, hermano mío.

– No lo sé.

– Entonces quiero ir a la casa de seguridad.

– No puedes. Te lo dije hace tiempo, si hay un problema, no quiero que tú y mahmen estéis en el mismo lugar. Ahora, ¿por qué quieres irte de allí? Hace sólo un día que no querías ir a ningún otro lugar.

Hubo una larga pausa.

– He terminado el celo.

Rehv sintió el aire escapar de los pulmones y quedar atrapado en la cavidad del pecho. Cerró los ojos.

– ¿Has estado con uno de ellos?

– Sí.

Sentarse era una maldita buena idea ahora, pero no había ninguna silla cerca. Se apoyó en el bastón y se arrodilló en la alfombra Aubusson. Enfrente de su retrato.

– ¿Estás… bien?

– Sí.

– Y él te ha reclamado.

– No.

– ¿Perdón?

– No me quiere.

Rehv dejó al descubierto los colmillos.

– ¿Estás embarazada?

– No.

Gracias a Dios.

– ¿Quién fue?

– No lo diría aunque me fuera la vida, Rehv. Ahora, quiero marcharme de aquí.

Cristo… Ella en pleno celo en un recinto lleno de varones… lleno de guerreros con profundos deseos. Y el Rey Ciego… mierda.

– Bella, dime que sólo fue uno. Dime que fue sólo uno y que no te hizo daño.

– ¿Por qué? Porque, ¿tienes miedo de tener a una mujerzuela por hermana? ¿Asustado de que la glymera me rechace otra vez?

– Que se joda la glymera. Es porque te quiero… y no soportaría pensar que estás siendo usada por los hermanos mientras estás tan vulnerable.

Siguió una pausa. Cómo él esperaba, la garganta le ardía tanto que se sentía como si se hubiera tragado una caja de chinchetas.

– Sólo fue uno, y lo amo -dijo-. También puedes saber que me dio a escoger entre él o ser arrastrada en la inconsciencia. Le escogí. Pero nunca te diré su nombre. Francamente no quiero hablar de él nunca más. Ahora, ¿cuándo puedo volver a casa?

Vale. Eso está bien. Al menos la podría sacar de allí.

– Sólo déjame encontrar un sitio seguro. Llámame en treinta minutos.

– Espera, Rehvenge, quiero que anules la petición de aihslamiento. Si haces eso, voluntariamente me someteré a los pormenores de seguridad cada vez que salga, si esto te hace sentir mejor. ¿Tenemos un trato?

Se puso las manos sobre los ojos.

– ¿Rehvenge? Dices que me quieres. Pruébalo. Rescinde esa petición y prometo que trabajaremos juntos… ¿Rehvenge?

Dejó caer el brazo y alzó la mirada hacia su retrato. Tan bella, tan pura. La querría conservar así siempre si pudiera, pero ya no era una niña. Y había resultado ser mucho más resistente y fuerte de lo que él había imaginado. Para haber vivido lo que ella, para haber sobrevivido.

– De acuerdo… lo anularé.

– Te llamaré en media hora.

CAPÍTULO 40

La noche cayó y la luz traspasaba la cabaña. U no se había movido del ordenador en todo el día. Entre correos y el móvil, había localizado a los veintiocho asesinos restantes en Caldwell y programado una asamblea general para medianoche. En ese momento iba a reorganizarlos en escuadrones y asignar a cinco hombres el trabajo de reclutamiento.

Después de la reunión de esta noche, se asignarían sólo dos escuadrones Beta en el centro. Los vampiros civiles no aparecían en los bares que ellos frecuentaban, porque a bastantes de ellos los habían persuadido de abandonar los alrededores. Era tiempo de cambiar de lugar.

Tras algunas ideas, decidió enviar al resto de sus hombres a las áreas residenciales. Los vampiros estaban activos por la noche. En sus casas. Era realmente un problema encontrarlos entre los humanos…

– Eres como una pequeña cagada.

U saltó de la silla.

O estaba de pie y desnudo en la puerta principal de la cabaña. Tenía el pecho cubierto de marcas de garras, como si algo lo hubiera agarrado fuertemente, y su cara estaba hinchada, el pelo desordenado. Parecía bien usado y cabreado.

Y cuando los encerró con un golpe, U era incapaz de moverse. Ninguno de sus largos músculos se rindió arrodillado a la defensiva y gritando, y eso le dijo lo que necesitaba saber sobre quien era el Fore-lesser ahora. Únicamente el asesino superior tenía esa clase de control físico sobre sus subordinados.

– Olvidaste dos cosas importantes. -O con indiferencia sacó un cuchillo de la funda que colgaba de la pared-. Uno, Omega es muy inconstante. Y dos, tiene una personal predilección por mí. Realmente no me costó mucho trabajo regresar al redil.

Cuando el cuchillo fue hacia él, U luchó, trató de correr, quería gritar.

– Así es que di buenas noches, U. Y dale a Omega un enorme ‘hola’ cuando lo veas. Te está esperando.

Las seis en punto. Casi hora de marcharse.

Bella miró alrededor de la habitación de huéspedes en la que estaba y se imaginaba que había recogido todo lo que había traído. No tenía mucho para empezar, y de todas formas, lo había trasladado todo de la habitación de Zsadist la noche anterior. La mayoría de sus cosas estaban todavía en la maleta L.L. Bean.

Fritz vendría a por sus cosas de un momento a otro, y las trasladaría hasta Havers y Marissa. Gracias a Dios que el par de hermano y hermana estaban dispuestos a concederle un favor a Rehvenge y acogerla. Su mansión, y la clínica, eran realmente una fortaleza. Incluso Rehv quedó satisfecho de que estaría a salvo.

Luego, a las seis y media, se desmaterializaría hacia allí, y se reuniría con Rehv.

Compulsivamente entró en el baño y revisó tras la cortina de la ducha de nuevo para asegurarse de que tenía el champú. Yup, nada allí. Y tampoco había dejado nada en el dormitorio. O en la casa, de hecho. Cuando se fuera, nadie notaría nunca que había estado en la mansión. Nadie lo notaría…

Oh, Cristo. Para ya con eso, pensó.

Hubo un golpe en la puerta. Caminó hacia allí y la abrió.

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