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– Muy bien. Lo haré.

– Te llevo yo -dijo Tohr rápidamente. Entonces frunció el ceño-. Digo… podemos encontrar a alguien para que te lleve… Butch lo hará.

La cara de John quemaba. Sí, no quería a Tohr cerca del rollo del terapeuta. De ninguna manera.

El timbre delantero sonó.

Wellsie sonrió.

– Oh, bien. Esa es Sarelle. Ha venido para trabajar en el festival del solsticio. John, ¿quizá te gustaría ayudarnos?

¿Sarelle estaba aquí otra vez? No le había mencionado eso cuando se habían mandado emails ayer por la noche.

– ¿John? ¿Quieres trabajar con Sarelle?

Él asintió e intentó mantenerse frío, aunque su cuerpo se había encendido como un anuncio de neón. Sentía hormigueos por todo el cuerpo. Sí. Puedo hacer eso.

Puso las manos en su regazo y bajó la vista hacia ellas, intentando guardarse su sonrisa.

CAPÍTULO 23

Definitivamente Bella volvería a casa. Esta misma noche.

En circunstancias óptimas Rehvenge no era el tipo de macho que sobrellevara bien la frustración. Por lo que su límite de tolerancia ya había sido más que sobrepasado en espera de que su hermana volviera al lugar al que pertenecía. ¡Maldita fuera!, él era más que su hermano, era su Guardián, y eso le daba derechos.

Mientras se arrancaba de un tirón su largo abrigo de marta cibelina, la piel se arremolinó alrededor de su gran cuerpo, cayendo sobre sus tobillos. Usaba un traje negro de Hermenegildo Zegna. Los revólveres gemelos de nueve milímetros que llevaba bajo los brazos eran Heckler amp; Koch.

– Rehvenge, por favor no hagas esto.

Miró a su madre. Madalina estaba de pie, debajo del candelabro del vestíbulo, era la imagen de la aristocracia, con su porte real, sus diamantes y su vestido de raso. La única cosa fuera de lugar era la preocupación en su rostro, y ésta no era a causa de la tensión de desentonar con su Harry Winston y la Alta Costura. Ella nunca se disgustaba. Jamás.

Respiró profundo. Era más probable que lograra calmarla si su infame temperamento no asomaba, pero, más bien en su actual estado mental, era propenso a destrozarla allí mismo, y no sería justo.

– Ella volverá a casa de esta forma -le dijo.

La graciosa mano de su madre se alzó hasta la garganta, un signo seguro de que estaba atrapada entre lo que quería y lo que pensaba que era correcto.

– Pero es tan extremo.

– ¿La quieres durmiendo en su propia cama? ¿La quieres en el lugar en el que debería estar? -La voz empezó a perforar el aire-. ¿O quieres que se quede con la Hermandad? Esos son guerreros, Mahmen. Sedientos de sangre, guerreros hambrientos de sangre. ¿Piensas que dudarían en tomar a una mujer? Y sabes perfectamente bien que por ley el Rey Ciego puede acostarse con cualquier mujer que escoja. ¿La quieres en esa clase de ambiente? Yo no.

Cuando su Mahmen dio un paso atrás, se dio cuenta de que le estaba gritando. Aspiró hondo nuevamente.

– Pero Rehvenge, hablé con ella. No quiere volver a casa aún. Y ellos son hombres de honor. En el Antiguo País…

– Ya ni siquiera sabemos quien forma parte de la Hermandad.

– Ellos la salvaron.

– Entonces pueden devolverla a su familia. ¡Por el amor de Dios!, es una mujer de la aristocracia. ¿Piensas que la Glymera la aceptará después de esto? Ya tuvo una aventura.

Y que enredo había resultado de eso. El macho había sido totalmente indigno de ella, un completo idiota, y aun así el bastardo se las había arreglado para salir del aprieto sin que mediara palabra. Por otro lado, habían cuchicheado acerca de Bella por meses, y aunque ella pretendía que no le preocupaba, Rehv sabía que si le había molestado.

Odiaba a la aristocracia en la que se hallaban atrapados, realmente la odiaba.

Sacudió, enojado consigo mismo, la cabeza.

– Nunca debió haberse mudado de esta casa. Nunca debí habérselo permitido.

Y ni bien la tuviera de vuelta, nunca se le permitiría salir otra vez sin su consentimiento. Iba a hacer que la consagraran como una mujer Sehcluded. Su sangre era lo suficientemente pura como para justificarlo, y francamente ya debería ser una. Una vez que estuviera hecho, la Hermandad estaba obligada legalmente a entregarla al cuidado de Rehvenge, y en consecuencia, no podría dejar la casa sin su permiso. Y aún había más. Cualquier macho que quisiera verla tendría que hablar con él como jefe de familia, e iba a negarse a todos y cada uno de esos hijos de puta. Había fallado en proteger a su hermana una vez. No permitiría que eso sucediera nuevamente.

Rehv consultó el reloj, aunque sabía que era tarde para esos asuntos. Haría la petición de Sehclusion al Rey desde la oficina. Era raro solicitar algo tan antiguo y tradicional a través de e-mail, pero ahora esa era la forma de manejar las cosas.

– Rehvenge…

– ¿Qué?

– La alejarás.

– Imposible. Una vez que me haga cargo de esto, no tendrá otro lugar adonde ir aparte de esta casa.

Tomó el bastón e hizo una pausa. Su madre se veía tan desdichada, que se inclinó y la besó en la mejilla.

– No te preocupes por nada, Mahmen. Voy a arreglar las cosas para que nunca más salga herida. ¿Por qué no preparas la casa para recibirla? Podrías traer su ropa de luto.

Madalina negó con la cabeza. Con una voz reverente dijo:

– No hasta que cruce el umbral. Podría ofender a la Virgen Escriba, al asumir que retornará a salvo.

Contuvo una maldición. La devoción de su madre a la Madre de la Raza era legendaria. ¡Demonios!, debería haber sido un miembro de los Elegidos con todas sus plegarias, reglas y temores de que una palabra desdeñosa podría atraer ciertas desgracias.

Pero que hiciera lo que quisiera. Era su jaula espiritual, no la de él.

– Como quieras -le dijo, inclinándose sobre el bastón y dándose la vuelta.

Se movió lentamente por la casa, confiando en los diferentes tipos de suelos para que le dijeran en que habitación se encontraba. Había mármol en el vestíbulo, una alfombra Persa en el comedor, un ancho entarimado de dura madera en la cocina. Usaba la vista para que le dijera que sus pies estaban sólidamente apoyados y que era seguro depositar todo su peso en ellos. Levaba el bastón para el caso de que juzgara erróneamente y perdiera el equilibrio.

Para entrar en el garaje, se sostuvo en el marco de la puerta antes de bajar un pie y luego el otro para descender los cuatro escalones. Después de deslizarse dentro del Bentley a prueba de balas, accionó el remoto para abrir la puerta y esperó a que se abriera para salir.

¡Maldición! Deseaba más que nada saber quienes eran esos Hermanos y donde vivían. Iría allí, derribaría la puerta y les arrebataría a Bella.

Cuando pudo ver el camino de entrada detrás de él, puso la marcha atrás del sedán y apretó el acelerador tan fuerte que las llantas chirriaron. Ahora que estaba detrás del volante, podía moverse a la velocidad que deseaba. Rápido. Ligero. Sin necesidad de andar con cautela.

El extenso prado se veía borroso mientras corría por el sinuoso camino hacia las puertas, que estaban ubicadas detrás de la calle. Tuvo que detenerse un instante mientras las cosas se abrían; luego dobló por Thome Avenue y continuó hacia abajo por una de las opulentas calles de Caldwell.

Para mantener a su familia a salvo y que nunca les faltara nada, trabajaba en cosas despreciables. Pero era bueno en lo que hacía, su madre y hermana merecían la clase de vida que tenían. Les proporcionaría cualquier cosa que quisieran, les consentiría cualquier capricho que tuvieran. Por demasiado tiempo las cosas habían sido muy duras para ellos…

Sí, la muerte de su padre había sido el primer regalo que les había dado, la primera de muchas maneras que había mejorado sus vidas y mantenido a salvo de todo daño. Y no cambiaría de rumbo ahora.

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