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Wellsie sonrió.

– Chicos llegáis justo a tiempo. John, ésta es mi prima Sarelle. Sarelle, éste es John.

– Hola, John. -La hembra sonrió.

Colmillos. Oh, sí. Mira esos colmillos… Algo pasó como una brisa caliente por su piel, dejándolo tembloroso de los pies a la cabeza. Saliendo de su confusión, abrió la boca. Entonces pensó, uh-huh, bien. Como si algo fuera a salir de su agujero inútil.

Mientras se sonrojaba como un demonio y se acercaba, levantó la mano en un saludo.

– Sarelle está ayudándome con el festival de invierno -dijo Wellsie-, y se quedará para tomar un bocado antes de que amanezca. ¿Por qué no ponéis la mesa entre los dos?

Mientras Sarelle sonreía de nuevo, ese agradable hormigueo se hizo más fuerte, se sintió como si fuera a levitar.

– ¿John? ¿Quieres ayudar a poner la mesa? -sugirió Wellsie.

Él asintió. E intentó recordar dónde estaban los cuchillos y los tenedores.

Los faros de O oscilaron en el frente de la cabaña del Sr. X. La pequeña furgoneta del Fore-lesser estaba aparcada a la derecha junto a la puerta. O paró su camión detrás del Town amp; Country, bloqueándolo.

Cuando salió y el aire frío se filtró en sus pulmones, fue consciente de que se hallaba en la zona. A pesar de lo que estaba a punto de hacer, sus emociones reposaban como suaves plumas en su pecho, todo arreglado, nada fuera de lugar. Su cuerpo estaba totalmente sereno, moviéndose con su poder contenido, una pistola lista para disparar.

Le había llevado un montón de tiempo batallar con los pergaminos, pero había encontrado lo que necesitaba. Sabía lo que tenía que pasar.

Abrió la puerta de la cabaña sin llamar.

El Sr. X miró desde la mesa de la cocina. Su rostro estaba impasible, sin fruncir el ceño, sin burla, sin agresión de ningún tipo. Ni tampoco sorpresa.

Así que ambos estaban en la zona.

Sin una palabra, el Fore-lesser se levantó, llevándose una mano a la espalda. O supo lo que tenía allí, y sonrió mientras desenvainaba su propio cuchillo.

– Así que, Sr. O…

– Estoy listo para una promoción.

– ¿Perdón?

O giró la espada asida con las dos manos hacia él mismo, colocándose la punta sobre el esternón. Con un movimiento, se apuñaló su propio pecho.

La última cosa que vio antes de que el gran infierno blanco se crispara sacando la mierda de él fue la sorpresa en la cara del Sr. X. Sorpresa que se convirtió rápidamente en terror cuando el hombre se dio cuenta de a dónde iba O. Y lo que O iba a hacer cuando estuviera allí.

CAPÍTULO 14

Tumbada en la cama, Bella escuchaba los tranquilizantes sonidos que la rodeaban: las voces masculinas en el hall, graves, rítmicas…, el viento fuera golpeando la mansión, caprichoso, cambiante…, el chirrido de la madera del piso, rápido, estridente.

Se forzó a cerrar los ojos.

Un minuto después estaba levantada y paseando, sintiendo la suave alfombra oriental bajo sus pies desnudos. Ni siquiera la elegancia a su alrededor tenía sentido y sentía que era incapaz de describir lo que estaba viendo. La normalidad, la seguridad en la que se encontraba empapada, parecía otro idioma, uno que ella había olvidado hablar o leer. ¿O quizás fuera un sueño?

En la esquina de la habitación el antiguo reloj dio las 5 de la mañana. ¿Exactamente, cuánto tiempo llevaba siendo libre? ¿Cuánto había pasado desde que La Hermandad había ido a por ella y la habían sacado de la tierra para llevarla al aire libre? ¿8 horas? Quizás, salvo que parecía como si fueran minutos. ¿O quizás como si fueran años?

La cualidad borrosa del tiempo se parecía a su visión, aislándola, atemorizándola.

Se apretó más la bata de seda. Todo esto estaba mal. Debería estar contenta. Bien sabía Dios que después de pasar tantas semanas en el tubo bajo tierra con ése lesser vigilándola, debería estar llorando con dulce alivio.

En cambio, sentía que todo lo que la rodeaba era falso e irreal, como si estuviera en una casa de muñecas de tamaño natural, llena de falsificaciones de papel maché.

Se paró frente a la ventana y se dio cuenta de que sólo había una cosa que sentía real. Y ella deseaba estar con él.

Zsadist debería haber sido el que hubiera venido al lado de su cama cuando despertó la primera vez. Había estado soñando que estaba de vuelta en el negro agujero con el lesser. Cuando abrió los ojos, todo lo que vio fue una gran forma negra deteniéndose sobre ella, y por un momento, no fue capaz de distinguir la realidad de la pesadilla.

Todavía tenía el mismo problema.

Dios, quería ir ahora con Zsadist, quería volver a su habitación. Pero en medio de todo el caos, después de que hubiera gritado, él no le había impedido que se alejara ¿verdad? Quizás prefería que estuviera en otra parte.

Bella forzó a sus pies a moverse de nuevo, se trazó un pequeño rumbo: alrededor de los pies de la gigantesca cama, en torno a la silla, una vuelta rápida por las ventanas, después un gran cambio de escena hacia la cómoda y la puerta del hall y el antiguo escritorio. La casa se alargaba hasta llegar a la chimenea y a la estantería de los libros.

Un paso más. Un paso más. Un paso más.

Finalmente fue al cuarto de baño. No se paró en frente del espejo, no quería saber qué aspecto tenía. Lo que buscaba era agua caliente. Quería darse cientos de duchas, un millar de baños. Quería quitarse a tiras la primera capa de piel y afeitarse el pelo que aquel lesser tanto había amado y cortarse las uñas y restregarse las plantas de los pies.

Abrió el grifo de la ducha. Cuando el agua estuvo templada se quitó la bata y se metió bajo el chorro. En el instante en que el torrente le golpeó la espalda, se cubrió por instinto, un brazo sobre los pechos, una mano protegiendo el vértice de los muslos… hasta que se dio cuenta de que no tenía que ocultarse. Estaba sola. Aquí tenía privacidad.

Se enderezó y se forzó a llevar las manos a los costados, sintiendo como si hubiera pasado una eternidad desde que se le había permitido bañarse a solas. El lesser había estado siempre ahí, mirando, o peor, ayudando.

Gracias a Dios, nunca había intentado tener relaciones sexuales con ella. Al principio, uno de sus mayores temores era la violación. Había estado aterrorizada, estaba segura de que la iba a forzar, pero entonces descubrió que era impotente. No importaba cuánto la mirara, su cuerpo siempre había permanecido flácido.

Con un estremecimiento, alcanzó la pastilla de jabón que tenía a un lado, enjabonándose las manos y deslizándolas sobre los brazos. Extendió la espuma sobre el cuello y a través de los hombros y siguió hacia abajo…

Bella frunció el ceño y se inclinó. Había algo en su vientre… pálidas cicatrices. Cicatrices que… ¡Oh!, Dios. Era una D, ¿verdad? Y la siguiente… era una A. Después una V y una I y otra D.

Bella soltó la pastilla de jabón y se cubrió el estómago con las manos, dejándose caer contra las baldosas. Tenía su nombre en el cuerpo. En su piel. Como una repugnante parodia del ritual matrimonial más elevado de su especie. Realmente era su mujer…

Salió tambaleándose de la ducha, resbalando en el suelo de mármol, tiró de una toalla y se envolvió en ella. Agarró otra e hizo lo mismo. Hubiera cogido tres, cuatro… cinco si hubiera encontrado más.

Trémula, con nauseas, se dirigió al empañado espejo. Inspirando profundamente, limpió el vaho con los brazos. Y se miró.

John se limpió la boca y de alguna forma se las arregló para tirar la servilleta. Maldiciéndose, se agachó para recogerla… y también lo hizo Sarelle, que la cogió primero. Vocalizó la palabra gracias cuando se la alcanzó.

– De nada -dijo ella.

Chico, amaba su voz. Y amaba la forma en que olía a loción corporal de lavanda. Y amaba sus largas y delgadas manos.

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