Phury se dirigió hacia el pasillo.
– ¿Dónde están? ¿En el césped delantero?
– Prueba la puerta delantera del Omega. Los apuñalé a ambos. -Zsadist miró a Butch.-Llévala a casa. Ahora. Está demasiado conmocionada para desmaterializarse. Y Phury, tú vas con ellos. Quiero una llamada en el momento en que ella ponga un pie en el vestíbulo, ¿entendido?
– ¿Y tú qué? -dijo Butch, incluso mientras la movía alrededor del lesser muerto.
Zsadist se levantó y sacó una daga.
– Yo desvanezco a éste y espero a que vengan otros. Cuando estos jodidos no se presenten, vendrán más.
– Estaremos de vuelta.
– No me importa lo que hagáis siempre que la llevéis a casa. Así que corta la charla y empezad a conducir.
Bella alargó la mano hacia él, aunque no estaba segura del por qué. Estaba horrorizada por lo que él había hecho y por el aspecto que tenía ahora, todo herido y golpeado, su propia sangre deslizándose por las ropas junto con la del asesino.
Zsadist movió una mano por el aire, despidiéndola.
– Salid de una condenada vez de aquí.
John saltó del autobús, tan condenadamente aliviado de estar en casa que casi se tropezó. Dios, si los dos primeros días de entrenamiento eran un indicativo, los próximos dos años iban a ser un infierno.
Al llegar a la puerta delantera, silbó.
La voz de Wellsie provino de su estudio.
– ¡Hola! ¿Cómo te fue hoy?
Mientras se quitaba el abrigo, hizo dos silbidos rápidos, lo que era una especie de bien, correcto, todo muy bien.
– Bien. Hey, Havers vendrá en una hora.
John se dirigió al estudio de Wellsie y se detuvo en el umbral. Sentada enfrente del escritorio, Wellsie estaba rodeada por una colección de viejos libros, muchos de los cuales estaban abiertos. La vista de todas esas páginas encuadernadas y extendidas, le recordó a perros impacientes tumbados de espaldas, esperando que les rascasen el vientre.
Ella sonrió.
– Pareces cansado.
– Voy a dormir un rato antes de que venga Havers -señaló.
– ¿Estás seguro de que estás bien?
– Absolutamente. -Él sonrió para darle a la mentira un poco de jugo. Odiaba mentirle, pero no quería entrar en sus fallas. En otras dieciséis horas iba a tener que exhibirlas otra vez. Necesitaba un respiro, y sin ninguna duda ellos también estaban agotados, por haber tenido tanto tiempo de demostración.
– Te despertaré cuando el doctor llegue aquí.
– Gracias.
Cuando se dio la vuelta, ella dijo:
– Espero que sepas que no importa lo que diga la prueba, lo resolveremos.
Él la miró. Así que ella también estaba preocupada por los resultados.
En un rápido movimiento se acercó y la abrazó, después se dirigió a su habitación. Ni siquiera puso la ropa sucia en el conducto de la lavandería, sólo dejó caer las bolsas y se echó en la cama. Dios, los efectos acumulativos de ocho horas de burlas eran suficientes para hacerle querer dormir una semana.
Excepto que todo lo que podía pensar era sobre la visita de Havers. ¿Dios, y si todo era un error? ¿Y no se iba a convertir en algo fantástico y poderoso? ¿Y si sus visiones por la noche no eran más que una exagerada fijación por Drácula?
¿Y si era sobre todo humano?
Eso más o menos tendría sentido. Aunque el entrenamiento estaba sólo empezando, estaba claro que no era como los otros machos pre-transición de la clase. Era una mierda en cualquier cosa física y era más débil que los otros chicos. Quizás la práctica le ayudaría, pero lo dudaba.
John cerró los ojos y esperó tener un buen sueño. Un sueño que lo colocase en un cuerpo grande, un sueño en el que sería fuerte y…
La voz de Tohr lo despertó.
– Havers está aquí.
John bostezó y se estiró e intentó ocultarse de la compasión en la cara de Tohr. Ésa era la otra pesadilla sobre el entrenamiento: tenía que fastidiarla todo el tiempo delante de Tohr.
– ¿Cómo te va hijo… digo, John?
John sacudió la cabeza y señaló,
– Estoy bien, pero preferiría ser hijo para ti.
Tohr sonrió.
– Bien. Así es como lo quiero yo también. Ahora venga, a arrancar esta tirita sobre las pruebas, ¿vale?
John siguió a Tohr al cuarto de estar. Havers estaba sentado en el sofá, pareciendo un profesor con sus cristales de carey, chaqueta con dibujos en espigas y pajarita roja.
– Hola, John -dijo.
John levantó una mano y se sentó en la silla más cercana a Wellsie.
– Tengo los resultados de tu análisis de sangre. -Havers sacó un pedazo de papel del interior de su abrigo deportivo-. Me llevó un poco más, porque había una anomalía que no esperaba.
John miró a Tohr. Después a Wellsie. Jesús… ¿Y si era enteramente humano? ¿Qué le harían? ¿Tendría que marcharse…?
– John, eres por completo un guerrero. Sólo tienes un rastro muy pequeño de sangre de fuera de nuestra especie.
Tohr rió en una explosión ruidosa y juntó las manos.
– ¡Joder! ¡Eso es genial!
John empezó a sonreír y continuó hasta que sus labios se estiraron en una gran sonrisa.
– pero hay algo más. -Havers empujó las gafas más arriba por su nariz-. Eres de la línea de Darius de Marklon. Tan cerca que podrías ser su hijo. Tan cerca… que debes ser su hijo.
Un silencio sepulcral invadió el cuarto.
John miró hacia adelante y atrás entre Tohr y Wellsie. Los dos estaban totalmente congelados. ¿Eran estas buenas noticias? ¿Malas noticias? ¿Quién era Darius?, Guiándose por sus expresiones, el individuo quizá era un criminal o algo…
Tohr saltó del sofá y tomó a John en sus brazos, estrechándolo tan fuerte que los dos se convirtieron en uno. Jadeando para coger aire, con los pies colgando, John miró a Wellsie. Ella tenía ambas manos sobre la boca, y por su cara rodaban lágrimas.
Abruptamente Tohr lo soltó y retrocedió. Tosió un poco, con los ojos brillantes.
– Bueno… lo que se descubre.
El hombre despejó la garganta varias veces. Frotó su cara. Parecía un poco aturdido.
– ¿Quién es Darius? -señaló John cuando se volvió a sentar.
Tohr sonrió lentamente.
– Era mi mejor amigo, mi hermano en la lucha, mi… No puedo esperar para contarte todo sobre él. Y esto significa que tienes una hermana.
– ¿Quién?
– Beth, nuestra reina. La shellan de Warth…
– Sí, sobre ella -dijo Havers, mirando a John-. No entiendo la reacción que tuviste a ella. La tomografía computarizada axial está muy bien, al igual que el electrocardiograma, y el análisis completo de sangre. Te creo cuando dices que ella fue la que causó los ataques, aunque no tengo idea de porqué. Me gustaría que permanecieras un tiempo lejos de ella para ver si eso sucede en otro ambiente, ¿vale?
John asintió, aunque quería volver a ver a la mujer, especialmente si estaba emparentado con ella. Una hermana. Qué genial…
– Ahora, sobre el otro tema -dijo Havers intencionadamente.
Wellsie se inclinó hacia delante y puso su mano en la rodilla de John.
– Havers tiene algo sobre lo que quiere hablarte.
John frunció el ceño.
– ¿Qué? -señaló lentamente.
El doctor sonrió, intentando ser tranquilizador.
– Me gustaría que vieses a ese terapeuta.
John se quedó frío. En pánico, buscó la cara de Wellsie, después a Tohr, preguntándose cuánto les habría dicho el doctor sobre lo que le había sucedido hacía un año.
– ¿Por qué tendría que ir? -señaló-. Estoy bien.
La contestación de Wellsie fue franca.
– Es sólo para ayudarte a hacer la transición a tu nuevo mundo.
– Y tu primera cita es mañana por la tarde -dijo Havers, inclinando su cabeza. Miró fijamente la cara de John sobre el borde de sus gafas, y el mensaje en sus ojos era: O vas o les digo la verdadera razón por la que tienes que ir.
John se vio superado, y eso lo cabreó. Pero supuso que era mejor someterse a chantaje compasivo a que Tohr y Wellsie supiesen algo de lo que le habían hecho.