El teléfono móvil de Zsadist sonó y él lo abrió.
– ¿Estás allí, poli? ¿Cómo va? -Cuando colgó, asintió-. Todo bien para ir.
Los tres se dirigieron al vestíbulo y después salieron al patio. En el aire frío ambos machos se tocaron las pistolas, y entonces todos se desmaterializaron.
Bella tomó forma en el porche de entrada, de cara a la reluciente puerta roja con su pomo de latón. Podía sentir a Zsadist y Phury detrás de ella, dos enormes cuerpos masculinos llenos de tensión. Sonaron pasos y ella miró sobre su hombro. Butch estaba avanzando hacia el porche. Su arma también estaba fuera.
A Bella la idea de tomarse su tiempo y entrar tranquila en la casa le pareció peligrosa y egoísta. Abrió la puerta con su mente y se adentró.
El lugar todavía olía igual… una combinación de la cera de limón del piso que había utilizado en los anchos tableros de pino y las velas de romero que le gustaba quemar.
Cuando oyó que la puerta se cerraba y la alarma de seguridad se apagaba, miró hacia atrás. Butch y Phury estaban pegados a sus talones, pero a Zsadist no se le veía por ninguna parte.
Bella sabía que él no los había dejado. Pero deseaba que estuviese dentro con ella.
Respiró fuerte y miró alrededor de su cuarto de estar. Sin ninguna luz encendida, solamente pudo ver sombras y formas familiares, más bien el patrón de los muebles y las paredes que otra cosa.
– Todo parece… Dios, exactamente igual.
Aunque había una mancha blanca sobre su escritorio. Faltaba un espejo, uno que ella y su madre habían seleccionado en Manhattan hacía más o menos una década. A Rehvenge siempre le había gustado. ¿Se lo había llevado? No estaba segura si sentirse conmovida u ofendida.
Cuando se movió para encender una lámpara, Butch la detuvo.
– Ninguna luz. Lo siento.
Ella asintió. Al avanzar más profundamente en la granja y ver más cosas suyas, ella se sintió como si estuviese entre viejos amigos a los que no había visto en años. Era encantador y triste. Aunque sobre todo un alivio. Había estado tan segura de que se disgustaría.
Se paró al llegar al comedor. Más allá del amplio arco, en el fondo, estaba la cocina. El terror se le enroscó en la tripa.
Armándose de valor, caminó en el otro espacio y paró. Al ver todo tan arreglado e intacto, recordó la violencia que había tenido lugar.
– Alguien limpió todo esto -susurró.
– Zsadist. -Butch la sobrepasó, con el arma a nivel del pecho y los ojos explorando alrededor.
– Él… ¿hizo él todo esto? -Ella hizo un gesto con la mano.
– La noche después de que te llevasen. Pasó horas aquí. La planta de abajo también está como un pincel.
Ella intentó imaginar Zsadist con una mopa y un cubo, limpiando las manchas de sangre y los trozos de cristal.
¿Por qué? se preguntó.
Butch se encogió de hombros.
– Dijo que era personal.
¿Había hablado en voz alta?
– Él explicó… ¿por qué era así?
Mientras el humano sacudía la cabeza, Bella se dio cuenta del interés que le prestaba Phury a la parte exterior de la casa.
– ¿Quieres ir a tu dormitorio? -preguntó Butch.
Cuando ella asintió, Phury dijo:
– Yo me quedo aquí arriba.
Abajo en el sótano Bella encontró todo en orden, colocado… limpio. Abrió el armario, pasó por los cajones del aparador, vagó por el cuarto de baño. Los pequeños objetos la cautivaban. Una botella de perfume. Una revista con fecha de antes del secuestro. Una vela que recordaba haber encendido al lado de la bañera con patas de garra.
Pararse, tocar, volver gradualmente a su sitio de una cierta manera profunda, quería pasar horas… días. Pero podía sentir como aumentaba la tensión en Butch.
– Creo que he visto suficiente por esta noche -dijo ella, deseando poder quedarse más tiempo.
Al dirigirse de nuevo a la primera planta, Butch fue delante. Cuando entró en la cocina, miró a Phury.
– Bella está lista para marcharse.
Phury abrió su teléfono. Hubo una pausa.
– Z, hora de irse. Enciende el coche para el poli.
Cuando Butch cerró la puerta del sótano, Bella se acercó a su acuario y miró con fijeza dentro. Se preguntó si alguna vez volvería a vivir en la granja. Tenía la sensación de que no.
– ¿Quieres llevarte algo? -preguntó Butch.
– No, creo…
Sonó un tiro afuera, el ruido hueco al estallar sonó amortiguado.
Butch la agarró y apretó contra su cuerpo.
– Quédate quieta -le dijo al oído.
– Fuera y de frente -siseó Phury al agacharse. Apuntó su arma más allá del pasillo, a la puerta por la que habían entrado.
Otro tiro. Y otro. Acercándose. Viniendo alrededor de la casa.
– Saldremos por el túnel -susurró Butch mientras la movía y empujaba hacia la puerta del sótano.
Phury siguió los sonidos con la boca del arma.
– Te cubro la espalda.
En el momento que la mano de Butch se apoyó en el pomo de la puerta del sótano, el tiempo se comprimió en fractales de segundos, hombres cayendo.
La puerta francesa detrás de ellos se abrió en pedazos, astillándose el marco de madera, rompiéndose los cristales.
Zsadist se la llevó por delante con la espalda, al ser empujado con enorme fuerza a través de la puerta. Al aterrizar en el suelo de la cocina, su cráneo cayó hacia atrás y golpeó el azulejo tan fuerte que sonó como si se hubiese disparado una pistola. Entonces, con un grito horrible, el lesser que lo había lanzado a través de la puerta saltó sobre su pecho y los dos se deslizaron por el cuarto, dirigiéndose derechos hacia las escaleras del sótano.
Zsadist estaba quieto como una roca debajo del asesino. ¿Aturdido? ¿Muerto?
Bella gritó cuando Butch la apartó de un tirón. El único lugar a donde podía ir era contra la estufa, y él la empujó en esa dirección, tapándola con su cuerpo. Sólo que ahora estaban atrapados en la cocina.
Phury y Butch apuntaron las armas al enredo de brazos y de piernas del suelo, pero al asesino no le importó. El no-muerto levantó el puño y golpeó a Zsadist en la cabeza.
– ¡No! -rugió Bella.
Excepto que, extrañamente, el golpe pareció despertar a Zsadist. O quizás había sido su voz. Sus ojos negros se abrieron de golpe y una expresión malvada se asomó en su cara. Con un empuje rápido afianzó las manos debajo de las axilas del lesser y retorció con tanta fuerza, que el torso del asesino se contorsionó en un arco vicioso.
En un destello Zsadist estaba encima del lesser, a horcajadas. Agarró el brazo derecho del asesino y lo estiró en un ángulo como para romperle huesos. Puso el pulgar debajo de la barbilla del no-muerto tan lejos que sólo se podía ver medio dedo y descubrió unos colmillos largos que relucían blancos y mortales. Mordió al lesser en el cuello, justo en la columna del esófago.
El asesino aulló de dolor, retorciéndose violentamente entre sus piernas. Y eso fue sólo el principio. Zsadist destrozó a su presa. Cuando la cosa ya no se movió más, se detuvo jadeando y pasó los dedos por el cabello oscuro del lesser, apartando una sección de par en par, claramente buscando las raíces blancas.
Pero ella le podría haber dicho que no era David. Asumiendo que pudiese encontrar su voz.
Zsadist maldijo y recuperó el aliento, pero permaneció agachado sobre su presa, buscando muestras de vida. Como si quisiese continuar.
Y después frunció el ceño y levantó la vista, claramente dándose cuenta que la batalla había acabado y había habido testigos.
Oh… Jesús. Su cara estaba marcada con la sangre negra del lesser, y más manchas cubrían su pecho y manos.
Sus ojos negros giraron hasta encontrar los de Bella. Estaban relucientes. Brillantes. Justo como la sangre que había derramado para defenderla. Y rápidamente miró a otro lado, como si deseara ocultar la satisfacción que había conseguido de la matanza.
– Los otros dos están acabados, dijo él, todavía respirando fuertemente. Cogió la parte de abajo de su camisa y se limpió la cara.