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Una joven se te echa encima, estás tumbado en la cama, todavía no has conseguido despertarte del todo. Se revuelca contigo entre risas, ¡qué sorpresa más agradable!, esperas que no sea un sueño. Te aprietas contra su pecho, deslizas la mano por su cuello, acaricias su piel fina y tersa, tocas sus senos firmes, ella no te lo impide, juega contigo. Piensas que has tenido suerte de haberla encontrado por casualidad, pero no puedes decir su nombre, tienes miedo de equivocarte. Juntas tus recuerdos, las circunstancias que te han llevado a ese momento, la has encontrado muchas veces en la calle, pero nunca pudiste acercarte a ella. Esta vez te está abrazando, dices que jamás hubieras imaginado verla en tu cama, estás contento. Ella dice que te buscaba, pasaba por la ciudad, oyó decir que tenías un encuentro aquí y vino a verte. Tú le dices que no se vaya. Ella dice que claro, pero primero tiene que recoger sus maletas y rellenar los formularios para vivir aquí. No haces el amor con ella de inmediato, piensas que tenéis tiempo, ya que ella acaba de hacer un largo viaje para venir a verte, no hay riesgo de que se vaya. Te levantas y le preguntas dónde están sus maletas. En la habitación de al lado, dice. Miras hacia allí y ves que, efectivamente, las dos habitaciones se comunican y que en ese cuarto también hay dos camas. Te preocupa que alguien pueda venir a ocupar la habitación, dices que debería hablar con los recepcionistas para cambiar de cuarto y que podáis estar juntos. Pero, como es la hora de la comida, preferís primero ir a comer algo al restaurante. Ella te sigue, os apoyáis el uno en el otro, dice que le ha costado mucho encontrarte, mientras tú continúas preguntándote cómo se llama. Miras ese rostro tan familiar, pero no la recuerdas. Parece más una mujer que una chica, una chica mayor o una joven mujer, no debería de haber ningún obstáculo para hacer el amor con ella, además, ha venido para estar contigo. Ella pregunta si tienes que presentarla al organizador del encuentro. Dices que en la actualidad eres un hombre libre, que puedes estar con quien quieras, que no tienes que pedir permiso a nadie. Vas decidido a la recepción a cambiar tu cuarto por uno doble. El hombre de la recepción te da una llave y un trozo de papel. Sobre la placa de la llave está escrito el número de la habitación, le preguntas dónde se encuentra. Él dice que sólo se ocupa del registro, que si quieres información, puedes telefonear al número que te ha anotado en el papel. Le preguntas si puedes utilizar el teléfono del mostrador; él dice que hay que poner monedas. Buscas en vano dentro de tus bolsillos alguna moneda y preguntas al recepcionista si puedes pagar después de la llamada. Como no dice nada, haces la llamada y te dicen que la habitación está en la segunda planta. Subís al ascensor, pero llegáis a la azotea, donde se encuentra el estacionamiento de vehículos. Volvéis a subir al ascensor y llegáis de nuevo a la planta baja; todavía no habéis encontrado la habitación. Paras a una mujer de la limpieza que empuja un carrito. Ella te dice que hay que bajar todavía una planta. Una vez en el sótano, encontráis un gran restaurante de lujo y piensas que es mejor que comáis algo primero. El hombre que os recibe lleva una pajarita. Dice con mucha educación: «Disculpen, hay que reservar con antelación, está todo lleno». Dices que estás participando en un encuentro y él te explica que hay algo previsto para los participantes en otro restaurante. Volvéis a subir al ascensor para buscar la habitación, pero lo que pone en tu llave es muy raro: n.° 11G.Y. Encuentras la catorce, la quince, la dieciséis, pero no hay número once. Preguntas a una señora gorda que está sentada sobre un taburete delante de un bar que hay en un pasillo, probablemente una dienta del hotel, quizás ella sepa dónde está esa habitación. Da media vuelta con su asiento, te indica una dirección detrás de ti y te dice: «Sí, es esa cueva». No comprendes qué quiere decir. Sin embargo, en la placa de cobre de la puerta está escrito H.G.; hay otra letra detrás, pero bastante borrada, seguramente una Y. Separas una cortina de perlas de cristal, en el interior hay una hilera de camas grandes, para varias personas, contemplas la habitación inmensa. Encima de las camas, a la derecha, ves otra fila de literas empotradas en la pared y a las que sólo se puede subir encaramándose. Hay almohadas en las cuatro camas para dos personas. Piensas que vas a hacer el amor con ella y dejas las maletas en la cama más apartada. Salís de la habitación y dices que, de todos modos, hay que encontrar un cuarto para vosotros dos. Pero ella dice que ha venido con una amiga, que debe estar en la misma habitación que ella; por suerte conocen a muchas personas en la ciudad, siempre habrá el medio de encontrar un lugar en el que pasar la noche. Le dices que ya que ha venido a buscarte…

Ella dice que otra vez será, que ya tendréis más ocasiones. Se vuelve y se aleja. Te despiertas, sientes pena, te gustaría recuperar tus recuerdos, recuperar todos los detalles, comprender de dónde viene ese sueño, pero te das cuenta de que estás durmiendo en una cama individual, en una pequeña habitación, escuchas un rumor, fuera los pájaros cantan.

Durante un momento no consigues recordar cómo te has quedado dormido en este lugar, la cabeza te da vueltas, no estás despierto del todo; esa noche has bebido demasiado. Hacía tiempo que no abusabas tanto del alcohol; has mezclado whisky con alcohol chino de cinco cereales, vino tinto, y cerveza, para calmar la sed, cerveza que abrían sin parar. Alguien había traído de Inglaterra whisky escocés, otro había traído de China el Wuliangye, recuerdas que era un grupo de escritores y poetas chinos que se reunían allí, en un barrio del sur de Estocolmo, en un centro internacional que tenía el nombre del primer ministro asesinado, Olof Palme.

Abres los ojos y te sientas. Por la ventana se ve un lago, las nubes están muy bajas, hay una hilera de árboles sobre un césped perfecto, se oye el canto de los pájaros, no hay nadie, una tranquilidad perfecta.

Piensas en la chica del sueño, en la ternura de sus gestos, es una pena que sólo fuera un sueño, ¿cómo has soñado algo tan raro? Es por culpa de ese grupo que ha vuelto a hablar de China, bebisteis demasiado; realmente ese país te da dolor de cabeza. Pero era el objetivo del encuentro, el tema de las charlas era justamente la literatura china contemporánea. Unos suecos habían dado dinero para invitar a unos cuantos escritores chinos, a los que les habían proporcionado los billetes de avión y algo para los gastos durante la estancia, en un lugar ideal para pasar unas vacaciones, con mucha cerveza. Como los impuestos sobre el alcohol fuerte son muy altos, los participantes de la reunión traían sus propias botellas. Bebieron sin parar hasta el amanecer. En verano -julio es la estación de las noches blancas- es de día todo el tiempo, a medianoche todavía hay mucha luz. En el otro lado del lago, el bosque se extiende hasta el horizonte, la luz del alba enrojece el cielo, los pájaros y los insectos todavía duermen. Sobre los enrejados que se extienden delante de las saunas hasta el lago, se oye el murmullo de las conversaciones. El sonido de las voces llega lejos y hace que en la superficie del lago, liso como un espejo, nazcan grandes círculos que se van abriendo hacia el medio. Las algas y las sombras vibran al ritmo de las ondas que se propagan; eso no es un sueño.

Un amigo charla sobre las increíbles novedades que llegan de China y que, naturalmente, no tienen nada que ver con la literatura. Explica que un empleado del zoo llegó por la mañana a su trabajo; las puertas del zoo todavía no estaban abiertas al público, entró por la puerta lateral. Nada más entrar oyó los rugidos del tigre del que se ocupaba habitualmente. Se preguntó por qué el tigre rugía si todavía no era la hora de la comida. Fue a ver qué estaba pasando y descubrió al animal tendido en un charco de sangre, en un rincón de su jaula; no tenía las patas delanteras. Con unas vendas intentaron salvarlo, pero no tenían sangre de tigre para hacerle una transfusión, y aquel animal, que ya había perdido demasiada sangre, murió. «¿Por qué le cortaron las patas?», pregunta uno. «¿Ninguno de vosotros sabe que en China es una tradición consumir las garras de los osos?» «Pero nunca había oído que también se comían las patas de los tigres.» «Con ellas se hace alcohol de hueso de tigre, es un medicamento que se utiliza desde la Antigüedad para curar el reumatismo. Hoy en día, aparte de en los zoos, ¿dónde se puede cazar un tigre?» Todos ríen, luego alguien añade: «Seguro que te has inventado esa historia, eres capaz de cualquier cosa con tal de hablar mal de China». Pero la historia es cierta y apareció en un diario oficial de China continental: «Un amigo me envió el recorte de prensa, era una noticia de dos líneas. En Suecia habría aparecido en primera página. Puede que hasta los ecologistas se hubieran manifestado por las calles. ¿Hay algún partido Verde en Suecia?».

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