– Bueno, volvamos por el mismo camino, al menos habremos visitado el museo del Tranvía -dices.
Volvéis a marchar con el grupo de niños, ella ya no te habla, como si te hubieras equivocado tú. Una vez en la estación, volvéis a tomar el tren hacia Sydney, ella se tumba en los asientos del compartimiento vacío. Al observar el mapa, te das cuenta de que estáis a punto de pasar por una ciudad que se llama Cronulla y que está al borde del mar. Le sugieres que bajéis inmediatamente del tren y haces que se levante.
Efectivamente, cerca de la estación hay una playa. El sol de la tarde da un color azul oscuro al agua; grandes olas blancas como la nieve rompen en la orilla. Se pone el traje de baño, pero se le rompe un tirante. Parece afligida.
– Tenemos que encontrar una playa nudista -dices para reírte de ella.
– ¡Deja ya de burlarte! ¡No sabes vivir! -dice en tono de reproche y alzando la voz.
– ¿Qué hacemos entonces?
Sugieres que utilice el cordón de tu bañador en lugar de su tirante.
– ¿Y tú?
– Te esperaré en la playa.
– No. ¡Si tú no te bañas, yo tampoco!
En realidad tiene muchas ganas, pero quiere mostrarse complaciente. Tienes una idea:
– Podemos utilizar un cordón de zapato.
– Buena idea, después de todo no eres tan estúpido como pareces.
Gracias al cordón, consigues cubrir sus senos; te besa rápidamente y corre hacia el mar. El agua está helada. Cuando te llega a la altura de las rodillas, empiezas a tiritar.
– ¡Está helada!
Gritando, ella se tira de cabeza dentro de la espuma.
A lo lejos, en el extremo izquierdo de la bahía, más allá de una roca, unos muchachos hacen surf. Más lejos, el agua es profunda y oscura, las olas caen impetuosamente. El sol de la tarde está oculto tras las nubes, la brisa marina te azota, hace todavía más frío. Alrededor de vosotros, casi todos los bañistas han salido del agua y los de la playa recogen sus cosas para marcharse.
Tú vuelves donde las tuyas y te pones una camisa, miras el mar, pero ya no ves su cabeza. Los surfistas han subido a una roca. Estás un poco inquieto; te pones de pie para mirar a lo lejos. Crees percibir un punto negro que aparece y desaparece en la espuma. Tienes la sensación de que se aleja cada vez más. Empiezas a tener miedo. Los reflejos sobre las olas se difuminan; el espacio entre el cielo y ese inmenso océano Pacífico del hemisferio sur se pone cada vez más oscuro.
Hace poco que la conoces y no la entiendes en absoluto. Sólo habéis pasado algunas noches juntos. Cuando le dijiste que unos amigos te invitaban a dirigir los ensayos de tu obra, ella pidió vacaciones en su trabajo para poder acompañarte. No es una mujer fácil; no sabes si la amas, pero te hechiza. Está con varios hombres que sólo son amigos, como ella misma dice. «¿Amigos de sexo?», le preguntaste. Ella no lo niega, quizá sea por eso que te excita tanto. Te dice que todavía está en contra del matrimonio; vivió varios años con un hombre, después se separaron, ahora ya no quiere pertenecer a ninguno. Dices que te parece muy bien. Ella dice que no es que no quiera tener una relación estable, pero que para tener estabilidad los dos tienen que estar estables, lo que es muy difícil. Tú dices que estás de acuerdo con ella, que tenéis muchas cosas en común. Lo que quiere es una vida transparente, ya te lo dijo la primera vez que se acostó contigo, incluso te habló de las relaciones que tuvo y de las que todavía mantenía. La honestidad en las relaciones entre un hombre y una mujer es lo más importante. En eso también estás de acuerdo. Su honestidad es lo que más te excita.
No se distingue casi nada a lo lejos; estás muy preocupado. Miras por toda la orilla para ver si encuentras un puesto de socorro. Entonces te das cuenta de que ha salido del agua algo más allá. Al ver que estabas mirando en su dirección, se para; tiene la cara y la boca azules de frío.
– ¿Qué mirabas? -pregunta cuando llega a tu lado.
– Buscaba un socorrista.
– Una chica guapa, ¿no? -bromea sin dejar de tiritar; tiene la piel de gallina.
– Es cierto que había una rubia que estaba tomando el sol…
– ¿Te gustan las rubias?
– También las castañas.
– ¡Cerdo!
Te ha insultado con dulzura, ríes satisfecho.
Cenáis en un pequeño restaurante italiano que tiene pintado en el escaparate un Papá Noel blanco. Unas guirnaldas verdes de papel que imitan las ramas de un pino cuelgan sobre las mesas; pronto será Navidad, pero en el hemisferio sur está a punto de entrar el verano.
– Estás pensando en otra cosa, salir contigo para divertirse no es fácil -dice ella.
– ¿Descansar no es también divertirse? Tampoco tenemos que estar haciendo siempre algo.
– En ese caso da igual que estés con una chica en particular, cualquiera te conviene, ¿no es eso? -dice ella, mirándote a través de su vaso.
– Me he asustado mucho, hace un rato, ¡casi llamo a un socorrista! -dices.
– ¡Era demasiado tarde! -dice ella, posando su vaso para acariciarte la mano-. ¡Lo he hecho expresamente, quería que te asustaras! ¡Eres un idiota, deja que te enseñe a vivir!
– De acuerdo.
Aquella noche hiciste el amor con mucho ímpetu.
50
En el burgo cortaban la electricidad con mucha frecuencia. Tenía que encender la lámpara de petróleo y cuando escribía a la luz de esa lámpara todavía se sentía más en paz consigo mismo; todos sus escrúpulos desaparecían y él se expresaba con mayor facilidad. Llamaron muy flojo a la puerta. En el campo nadie llamaba así; en general gritaban primero o llamaban golpeando violentamente la puerta. Pensó que era un perro. El perro amarillo del director del colegio a veces venía a rascar la puerta para pedir un hueso cuando percibía el olor de la carne que estaba cocinando, pero hacía días que comía en la cantina y que no encendía el horno de leña. Un poco extrañado, escondió lo que había escrito en el cesto para la leña que tenía en un rincón de la habitación. Luego escuchó durante un instante junto a la puerta, pero no oyó nada. Volvía a la mesa cuando oyó de nuevo que golpeaban muy flojo.
– ¿Quién es? -preguntó en voz alta entreabriendo.
– Profesor…
Era una voz femenina, estaba de pie al lado de la entrada.
– ¿Sun Huirong? -Había reconocido su voz; abrió la puerta.
Después de estudiar en la escuela durante dos años, la joven consiguió el diploma y ahora trabajaba en los campos. Los jóvenes instruidos de familias no agrícolas del burgo debían también ir a instalarse a las aldeas, según las directivas oficiales que la escuela tenía que hacer cumplir. Como responsable de la clase de Sun, eligió para ella una brigada de producción que estaba cerca del burgo, a unos dos kilómetros y medio, y que tenía como secretario de la célula del Partido a Zhao, el jorobado, hombre que conocía bastante bien. También le encontró una familia en la que había una anciana que podía ocuparse de ella.
– ¿Qué tal estás? -preguntó él.
– Muy bien, profesor.
– ¡Te has puesto muy morena!
Bajo la luz amarillenta de la lámpara de petróleo, el rostro de la joven parecía muy oscuro. Sólo tenía dieciséis años, pero ya poseía unos pechos muy grandes y parecía rebosar salud, nada que ver con las chicas de las ciudades. Trabajaba en el campo desde que era niña y no le costaba ningún esfuerzo hacerlo. Sun entró en la habitación, pero él dejó la puerta abierta para evitar rumores.
– ¿Qué te trae por aquí?
– Nada, venía a saludarle.
– Muy bien, siéntate.
Nunca antes la había dejado entrar sola en su cuarto, pero ahora ya no era una estudiante. Sun se volvió y examinó el lugar, pero se quedó de pie mirando hacia la puerta.
– Siéntate, siéntate, pero deja la puerta abierta.
– Nadie me ha visto entrar -dijo con voz dulce.
Aquella situación era embarazosa. Recordaba que ella le había dicho, con un tono un poco amargo, que su casa era un reino de mujeres, como si quisiera conmoverlo. Sin duda, Sun era la joven más atractiva del burgo. Desde que el equipo de propaganda de los alumnos fue a interpretar una obra a la mina de carbón vecina, los jóvenes obreros, atraídos por las chicas, pasaron un sinfín de veces delante de las ventanas de la clase estirando el cuello para mirar hacia dentro. Los alumnos armaron un gran alboroto y dijeron que venían a ver a Sun Huirong. El director del colegio salió de su despacho y les echó la bronca: