Le preguntas si se puede imaginar hacer el amor con un nazi que podría denunciar su origen judío.
– ¡No hables de nazis!
– Perdona, sólo estoy comparando. El sentimiento es el mismo. Por supuesto, Lin no era de ese estilo, sobre todo porque tenía bastantes privilegios por su familia, no pedía entrar en el Partido, su padre, su madre, su familia era el Partido. Ella no tenía que ir con pies de plomo, ni ir a ver al secretario de la célula para confesarse.
Tú le explicas que la primera vez que te citó fue en un restaurante muy refinado, que no estaba abierto para el gran público, sólo se entraba presentando una autorización. Era ella la que te invitaba, por supuesto; tú no tenías la tarjeta para pagar la cuenta. Quizá por eso te sentías un poco incómodo.
– Lo entiendo -dice ella en voz baja.
Tú dices que Lin quería que utilizaras la autorización militar de su marido para ir juntos a un hotel del interior del Palacio de Verano, abierto sólo para el reposo de los dirigentes de alto nivel y de sus familias; quería que te hicieras pasar por su marido. ¿Y si lo verificaban? Dijo que era imposible, pero que sería mejor llevar uno de sus uniformes.
– Realmente tenía valor -murmura ella.
Tú dices que no tenías tanto valor, que aquel tipo de aventura de adulterio te hacía sentir mal, pero que aun así hacías el amor con ella. La primera vez fue en su casa. Vivía en una casa que tenía un gran patio cuadrangular. Allí sólo vivían su padre, su madre y un viejo empleado que vigilaba la entrada, barría el patio y encendía el horno. Se acostaban muy temprano, la residencia estaba desierta. Fue ella la que te hizo un hombre. Dices que se lo agradeces.
– Lo que quiere decir que todavía la amas.
Ella te examina en la oscuridad, apoyada sobre un codo.
– Me enseñó muchas cosas.
Al rememorar aquellas escenas, sería mejor decir que lo que te gustaba de ella era su cuerpo exuberante.
– ¿Qué te enseñó?
Su cabello roza tu cara; en la oscuridad ves brillar débilmente el blanco de sus ojos muy abiertos que te miran fijamente.
– Era más valiente que yo, acababa de casarse, yo entonces tenía veinte años, pero nunca había tocado a una mujer. ¿No te parece increíble?
– Claro que no. En aquella época, en China, todo el mundo tenía que ser puritano; lo comprendo…
Sus dedos juegan dulcemente sobre tu cuerpo. Tú dices que no eras ningún puritano, que tenías muchas ganas.
– ¿Tenías ganas de quitarte toda la represión que llevabas encima?
– Quería quitármela con una mujer.
– Y querías estar con una mujer desvergonzada, ¿no es cierto? -Su voz dulce y aterciopelada murmura en tu oído-. Bueno, fóllame como habrías follado a esas mujeres en China.
– ¿A cuáles?
– A Lin, o a la otra joven, aquella de la que no recuerdas su nombre.
Te vuelves hacia ella y la abrazas. Le levantas el camisón y te pegas a su cuerpo…
– Si quieres desfogarte, hazlo…
– ¿Desfogarme en el cuerpo de quién?
– En el de una mujer a la que te gustaría tener en este momento…
– ¿Una desvergonzada?
– ¿No es lo que querías?
– ¿Una puta?
– Eso es.
– ¿Lo has hecho alguna vez por dinero?
– Sí, más de una vez…
– ¿Dónde?
– En Italia…
– ¿Con quién?
– Con todos los que querían…
– ¡Por dinero! ¿Lo haces por dinero?
– No, tú no podrías pagar, lo que yo quiero es tu sufrimiento…
– Ya ha pasado.
– No en ti…
– ¿En este lugar profundo?
– Sí, exacto.
– En lo más profundo, hasta el fondo… Puede que no lo consigas… ¿Por eso me la chupas?
– Para que te desahogues. No te preocupes…
– ¿No tienes miedo?
– ¿Miedo de qué?
– ¿Y si te quedas embarazada?
– Abortaré.
– ¿Estás loca?
– Eres tú quien tienes miedo, quieres tener placer, pero no te atreves; no te preocupes, me he tomado la pastilla.
– ¿Cuándo?
– En el cuarto de baño.
– ¿Antes de venir a acostarte?
– Sí, sabía que todavía querías follar conmigo.
– Entonces ¿por qué me has atormentado tanto tiempo?
– No me hagas tantas preguntas, si quieres este cuerpo, tómalo…
– ¿El cuerpo de una puta?
– Yo no soy una puta.
– No te entiendo.
– ¿Qué es lo que no entiendes?
– Lo que acabas de decir.
– ¿Qué he dicho?
– Has dicho que lo hiciste por dinero.
– ¡No lo puedes entender, no lo comprenderías, es mejor que no lo sepas!
– ¡Quiero saberlo todo de ti!
– Si me deseas, tómame, no me hagas sufrir.
– ¿No eras una puta?
– No, sólo soy una mujer. Me hice mujer demasiado pronto.
– ¿Cuándo?
– Cuando tenía trece años…
– Me estás tomando el pelo, ¿te has inventado esa historia?
Ella niega con la cabeza. Quieres que te lo cuente. Murmura que no sabe nada…, que no quiere saber nada… Necesita sufrir, busca el placer en el dolor. Tú necesitas una mujer, necesitas correrte en el cuerpo de una mujer, derramar tu deseo, tu soledad. Ella dice que también está sola, necesita que la comprendan, necesita pagar. ¿Por el amor y el placer? Sí, eso es, dar y pagar. ¿También vender su cuerpo? Sí. ¿Ser una descarada? ¡Y una desvergonzada! Se vuelve para ponerse sobre ti. Antes de cerrar los ojos, has visto cómo brillaban los suyos en la oscuridad. Luego abre la boca para gritar…
11
Tumbado sobre la cama de Lin, comprada para su reciente matrimonio, con los ojos muy abiertos, todavía no estaba seguro de si se trataba de un sueño. La bella Lin, desnuda, lo contemplaba. Fue ella la que lo ayudó a hacerse un hombre, la que lo arrastró desde la sala de estar hasta su habitación, en la otra punta del pasillo. Las pesadas cortinas de terciopelo estaban bajadas y sólo había encendida una lámpara de mesa, que tenía un pie en forma de jarrón y una pantalla amarilla encima. Hizo que se sentara delante de la mesa y le sacó de un cajón un gran álbum de fotos ribeteado con un hilo dorado. Eran fotografías que le hizo su marido en el viaje de novios a Beidaihe. En algunas, su vestido escotado sin mangas descubría sus brazos, sus hombros y sus piernas; en otras, en la playa, el bañador mojado se le pegaba al cuerpo. En ese momento se inclinó hacia él. Sintió como su pelo le acariciaba la mejilla y se volvió para abrazarla por su fina cintura, hundiendo la cara entre sus senos. Sentía el suave perfume de su cuerpo. Bajó febrilmente la cremallera de su vestido y la tumbó en la cama de colchón de muelles. La besaba frenéticamente, la boca, la cara, la base del cuello e incluso los pezones, que se marcaban bajo su sujetador desabrochado. Estaba terriblemente excitado, siempre había soñado con ese instante, incluso llegó a rasgar su ropa interior, delicada y sexy, y que era imposible encontrar en el mercado. Sin embargo, no consiguió la erección, no pudo penetrarla. Lin le dijo que no se preocupara, que era imposible que sus padres entraran tan tarde en su habitación, ya estaban durmiendo; además, el instituto de investigación de armas de tecnología punta en el que trabajaba su marido estaba en el lejano suburbio del oeste, la disciplina en el ejército era muy estricta, y seguro que no llegaría antes del fin de semana. De pronto le entraron ganas de orinar. Lin se puso una falda, salió descalza y volvió con una palangana. Él se levantó para pasar el cerrojo de la puerta, pero hizo tanto ruido al orinar en la palangana esmaltada que se sintió intranquilo, como si fuera un ladrón. Luego apagaron las luces. Lin le ayudó a quitarse los zapatos y los calcetines, e hizo que se tumbara desnudo sobre la cama. Después lo cubrió con una manta, como lo hacía la adolescente que aparecía en sus sueños de niño, una enfermera dedicada en el campo de batalla que secaba pacientemente con manos dulces y seguras sus heridas sangrantes. Entonces, de repente, tuvo una erección, y al volverse entró en una mujer llena de vida, llevando a cabo por primera vez ese acto tan importante.