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Casi me dan ganas de reír.

– Ya se lo he dicho, yo no he matado a nadie. Lo tiene todo confundido.

– Entonces, ¿por qué no me lo vas explicando bien clarito?

Lo pienso un segundo, pero decido no contestar.

– Oh, es mejor que no tires de la cuerda -dice Vaughn-. ¿Es así como juegas tú? Tú puedes oír mi parte, pero yo no puedo oír la tuya.

Vuelvo a quedarme callado.

– Escucha, Garrick, mi gente se la ha jugado para llegar hasta ti, lo menos que puedes hacer es contarme cómo te liaron.

– ¿Por qué, para poder utilizarlo contra mí? No quiero ofenderlo, pero ya he hecho bastantes estupideces esta semana.

– ¿Sigues emperrado en eso? Porque si ésa es la cosa, tus estupideces acaban de empezar.

– ¿Y eso qué quiere decir?

– Tú eres el del gran cerebro, utilízalo. Si yo fuera de verdad el malo de la película, ¿para qué iba a perder todo este tiempo intentando trincarte?

– ¿Está de broma? Pues para tenderme una trampa.

Echa una mirada por el corredor vacío en el que estamos.

– ¿Tú ves a alguien tendiéndote una trampa?

– Eso no demuestra nada.

– Muy bien, así que quieres una prueba. A ver qué te parece ésta: si yo estuve en aquel edificio para matar a alguien, ¿de verdad piensas que estoy tan tarado como para usar mi nombre de verdad?

– Lo usó para un asunto de drogas, ¿no?

– Eso es distinto y tú lo sabes -dice, poniendo los ojos en blanco.

– No a mí…

– ¡Déjame de mierdas de abogado! -grita, molesto con mi desafío-. Si yo quiero matar a alguien, lo mato. Eso entra en la faena. Pero te estoy diciendo bien claro que a esa tía, no.

– ¿Y se supone que con eso tengo que convencerme?

– Qué coño más quieres que… -Se interrumpe y aprieta la mandíbula. Y allí permanece de pie al menos un minuto, bullendo. Buscando una explicación convincente. Finalmente, me mira-. Contéstame a esto, enano. Si yo la maté y quiero cargártela a ti, ¿por qué iba a querer ligar mi nombre al del tío que sé que será el sospechoso número uno?

Ahí está la cuestión. La misma que me ha traído hasta aquí.

– Estoy esperando… sí, tío, estoy esperando aquí sentado.

El problema es que, incluso con toda esta nueva información, yo no consigo dar con una sola buena respuesta.

– Tú sabes que a mí me tienen enfilado. Lo sabes muy bien.

Otra vez no le respondo más que con silencio.

– Dime qué pasó… ya calcularé yo qué tienen en marcha -me ofrece, repentinamente suave-. ¿Tenía algo que ver con ese tal Simon? Porque, quienquiera que sea, sabían lo que se hacían y sabían cómo colgar un muerto. A nosotros dos.

Vuelvo a mirar a Vaughn. Este tipo es listo, y aunque no quiero admitirlo, puede que tenga razón.

– Si le cuento una cosa…

– ¿A quién se lo voy a contar? ¿A la policía? No te arrugues… tu secreto está a salvo.

– Sí… puede ser.

Como no tengo nada que perder, me paso los diez minutos siguientes explicándole lo que sucedió, desde ver a Simon en el bar a encontrar el dinero y la fecha límite del viernes que me dio Adenauer. Sólo dejo fuera la parte de Nora. Cuando termino, Vaughn suelta una carcajada atronadora, profunda.

– coño, chaval -dice tapándose el brillo blanco de los dientes-. Y pensaba que yo estaba jodido.

– No tiene gracia… lo que está en juego es mi cabeza.

– Y la mía -dice-. Y la mía también.

Al decirlo se da una palmada en la cabeza. La semana pasada yo daba por hecho que Vaughn era la pieza que faltaba. Que cuando por fin nos reuniésemos, todo cobraría sentido. Pero tras oír su historia… no puedo dejar de pensar que vuelvo a estar donde empecé.

– ¿Y entonces qué coño hacemos ahora? -pregunta.

Me doy cuenta de que me quedan menos de cuarenta y ocho horas para que todo salga a la luz y vuelvo a apoyar la espalda contra la pared, sintiendo de nuevo cómo voy resbalando hasta el suelo.

– No tengo ni idea.

– Nanay, ni hablar -dice interpretando mi expresión-. No es momento de venirse abajo.

Tiene razón. Recomponerse. Me aparto de la pared y busco un asidero. Tiene que haber uno en algún sitio.

– ¿Y qué me dice de su colega Morty? Fue él quien nos tendió la trampa.

– Morty no tiene muchas ganas de hablar últimamente.

– ¿A qué se refiere?

– Sus vecinos olieron la peste el fin de semana pasado. Cuando el portero le dio una patada a la puerta se encontraron a Morty boca abajo, encima de la alfombra blanca de lana. Degollado con una cuerda de piano.

Miro inquieto a Vaughn.

– No sería…

– ¿Tanta pinta de matado crees que tengo?

– No quería decir…

– Vaya que sí… Esa idea te saltó al coco tal que así. «Seguro que es tan tonto como para usar dos veces el truco de la cuerda de piano.» Tal que yo soy un trozo de mierda, un tonto del culo arrastrado para tus holgazanes de universidad de pago.

– Yo fui a la escuela pública.

– No me importa donde fuiste -me replica-. A mí eso me da igual, no como a ti.

– ¿Pero a qué…?

– Yo te he buscado a ti, Michael. Y no te olvides de dónde vienes.

– No sé de qué me habla.

– Te he escuchado el rollo de pe a pa.

– ¡Poniéndome una pistola en la cabeza!

– Déjate de historias. Yo no te apreté con Simon ni hice preguntas sobre Caroline. En cuanto vi tus ojos ya vi el miedo y supe que decías la verdad. Así que puede que yo no sea un cerebro como tus colegas, pero si estoy lo bastante loco como para tragarme el rollo que me quieres vender, espero que me devuelvas el favor y me concedas el puto beneficio de la duda.

– No pretendía juzgarlo, Vaughn, sólo es que el modo de… -Me interrumpo. Un pie en la boca ya me basta-. ¿Por qué no nos limitamos a analizar otra vez el tema?

– Sí… vale.

Aparta la mirada y se mete las manos en los bolsillos. Y en ese momento comprendo finalmente que está pensando. No lo veo en sus ojos. Es en la inclinación de su postura y la tensión de la mandíbula. Nunca lo dirá, tiene que pensar en su imagen de tipo duro. Pero después, he visto mi cuota de miedo. Sabe que si lo cogen se le van a echar encima. No habrá abogado de moda para protegerlo. No hay más recursos que la camisa desplanchada sobre la espalda.

– ¿Entonces adonde nos lleva eso? -pregunto.

– Pues a meter el dedo directamente en el ojo del que nos lo haya hecho. En cuanto encontremos a ese mamón, le voy a dar…

– Prueba garantizada de que es usted el asesino que dicen que es. Sin ofender, piense un poco. Necesitamos pruebas mejores que eso.

– ¿Y qué sabemos de dónde estaba Simon cuando apiolaron a Caroline? ¿Algún resquicio por ahí?

La pregunta me pilla con la guardia baja.

– ¿Si tiene coartada? Pues… no lo sé.

– ¿Cómo que no lo sabes?

– No me molesté en preguntar. Hasta ahora, pensaba que el asesino era usted. Me figuré que Simon lo había organizado y que dejó para usted el trabajo sucio.

– Pero si no fui yo…

– No es mala idea -digo, entusiasmado, mientras mi voz se acelera-. Tendríamos que descubrir dónde estaba.

– Y con quién.

– ¿Cree que alguien lo ayudó? -pregunto.

– No sé. Pero ¿cómo, si no, el señor abogado-del-Presidente iba a conocer a esos traficas de barrio?

Para eso no hay respuesta fácil, pero yo no quiero creerlo. Aun así, no puedo limitarme a pretender que ella no existe. Al fondo se oye sonar una canción. Si la película está a punto de acabar, no nos queda mucho tiempo. Me vuelvo hacia Vaughn antes de decidirme a decirlo.

– ¿Puedo hacerle una pregunta sobre otro tema? -pregunto.

– Venga.

– ¿Ha vendido alguna vez drogas a alguien de la Primera Familia?

Arquea una ceja lo suficiente como para preocuparme.

– ¿Por qué?

Comprendo inmediatamente que estoy en dificultades.

– Conteste simplemente la pregunta.

– Personalmente, yo nunca he visto a Nora, pero he oído comentarios en voz baja. Al parecer, es una putita medio loca.

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