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– Cuéntame qué te pareció Princeton. ¿Agradable o una fábrica de esnobs?

– No sabía que querías hacerme una entrevista.

– Déjate de rollos. Por la universidad se saben muchas cosas de una persona.

– Por la universidad se sabe una mierda. Se escoge por una decisión racional basada únicamente en una visita al campus sin ningún contenido y en un baremo previo con la puntuación de un examen de aptitud. Además, tú tienes casi treinta años -dice con una sonrisa irónica-, y para ti eso es historia antigua. ¿Qué has hecho desde entonces?

– ¿Después de estudiar Derecho? Un poco de pasante, y después un bufete de pueblo. Pero para serte sincero, no era más que un modo de llenar el tiempo entre campaña y campaña. Barth en el senado, unos pocos tíos del consejo local… y luego tres meses de presidente de la campaña para sacar votos para Hartson en el gran estado de Michigan. -Ella no responde y tengo la sensación de que está juzgándome; añado rápidamente-: Ya sabes el circo que es una campaña a escala nacional; si quería una responsabilidad de verdad, para mí era mejor quedarme en mi estado.

– ¿Mejor para ti o mejor para tu ego?-Para todos. El cuartel general estaba a sólo veinte minutos de mi casa.

Ha descubierto algo en mi respuesta.

– ¿De modo que querías quedarte en Michigan? -pregunta.

– Sí. ¿Por qué?

– No sé… un chico tan listo como tú… que trabaja en la oficina de asesores jurídicos… Normalmente todos vosotros salís huyendo del pueblo.

– Como voluntario, era una decisión económica. Nada más.

– ¿Y qué me dices de la universidad y la Facultad de Derecho? Las dos en Michigan, ¿verdad?

Es realmente increíble: cuando se trata de debilidades, sabe exactamente dónde hay que mirar.

– La escuela era una historia diferente.

– ¿Alguna cuestión con tus padres?

Una vez más, habíamos llegado a mi límite.

– Una cuestión personal. Pero no por culpa de ellos.

– ¿Siempre eres tan comprensivo?

– ¿Siempre eres tan agobiante?

Apoya un codo en la barra, se me acerca y me fuerza a apoyarme en la pared.

– Yo soy lo que se ve -dice con una sonrisa enigmática.

– Exacto -le devuelvo el ataque-. Eso es exactamente lo que digo.

Salto del taburete y me acerco a ella. Es la primera regla que te enseñan en la Asesoría Jurídica de la Presidencia. Nunca dejes que te enganchen.

– ¿Adonde vas? -pregunta bloqueándome el paso.

– Al lavabo, simplemente -digo, y me aprieto para pasar de modo que todo cuanto tengo entre pecho y muslos se frota contra ella. Sonríe. Y no se mueve ni un centímetro.

– No tardes demasiado -ronronea.

– ¿Tengo tanta pinta de idiota?

Vuelvo de los servicios justo a tiempo de ver a Nora bebiendo un trago de mi cerveza. Le pongo una mano encima del hombro.

– Puedes pedir una para ti, tienen de sobra para todo el mundo.

– La necesitaba sólo para tomar una aspirina -explica, volviendo a meter en el bolso un frasquito de medicinas de color marrón.-¿Todo en orden?

– Un poco de dolor de cabeza. -Señala el frasquito y añade-: ¿Quieres una?

Niego con la cabeza.

– A tu gusto -dice con una sonrisa-. Pero cuando veas ésta, me parece que la necesitarás.

– ¿Y eso qué significa?

Al subirme a mi taburete contra la pared, Nora se inclina sobre mí.

– Cuando ibas hacia los servicios, ¿por casualidad viste entrar alguna cara conocida?

Miro por detrás de ella y recorro el bar.

– Me parece que no. ¿Por qué?

Su sonrisa se ensancha. Sea lo que sea, está disfrutando.

– En la esquina de la izquierda al fondo de la sala. Junto al vídeo. Debajo del botón blanco. Pantalones caqui.

Mis ojos siguen sus instrucciones. Allí está la pantalla del vídeo. Y allí… no puedo creerlo. Al otro lado de la sala, pasándose la mano por el pelo sal y pimienta y tratando de pasar lo más desapercibido posible, está Edgar Simon. Consejero legal de la Casa Blanca. Abogado del propio Presidente. Mi jefe.

– Adivina quién acaba de ganar el mejor cotilleo de la oficina -canta Nora.

– Eso no es gracioso.

– Tampoco es para tanto. Simplemente, es gay.

– Ésa no es la cuestión, Nora. Está casado. Con una mujer. Y a su nivel, si esto se sabe, la prensa…

– ¿Está casado? -la sonrisa de Nora desaparece-. ¿Estás seguro?

– Desde hace como treinta años -le digo, nervioso-. Está a punto de mandar a su chico mayor a la universidad. -Bajo la cabeza para asegurarme de que Simon no me ve-. Conocí a su mujer hace nada, en esa recepción del AmeriCorps. Se llama Ellen. O Elena. Algo con E.

– Gilipollas, allí me conociste a mí.

– Antes de que llegases. Justo al empezar. Simon me la presentó. Parecían felices de verdad.

– Y ahora él anda por aquí con la esperanza de algún extra de tapadillo. Tío, en cuestión de adúlteros, mi padre sabe cómo escogerlos.

En las dos semanas desde que nos conocimos, es la cuarta vez que Nora hace una referencia a su padre. Y no simplemente a su padre. Al Padre. El padre del pueblo norteamericano. El Presidente de los Estados Unidos. Tengo que admitir que, por muchas veces que lo diga, no creo que llegue a acostumbrarme nunca.

Curvado hacia adelante, aferrado al borde de la barra con mano sudorosa, mantengo inmóvil la postura. Frente a mí, Nora da la espalda a Simon.

– ¿Qué hace ahora? -me pregunta.

Yo me resisto a mirar, utilizando la cabeza de ella para establecer una interferencia. Si yo no puedo ver a Simon, él no puede verme a mí.

– Dime qué está haciendo -insiste Nora.

– Ni hablar. Si me ve, estoy acabado. No conseguiré otro puesto hasta que cumpla noventa años.

– Por el modo en que te comportas, eso no está demasiado lejos. -Antes de que pueda reaccionar, Nora me agarra por el cuello de la camisa y baja la cabeza. Mientras me tiene así, veo perfectamente a Simon.

– Está hablando con alguien -balbuceo.

– ¿Alguien que conocemos?

El extraño tiene el pelo negro rizado y lleva una camisa vaquera. Niego con la cabeza. Nunca lo había visto.

Nora no puede evitarlo. Echa una mirada furtiva y se vuelve otra vez en el momento en que el extraño entrega un papelito a Simon.

– ¿Qué ha sido eso? -pregunta Nora-. ¿Se están dando el teléfono?

– No sabría decirlo. Están…

Justo entonces, Simon mira hacia mí. Directo a mí. Oh, mierda. Bajo la cabeza antes de que establezcamos contacto visual. ¿He sido lo bastante rápido? Nora y yo, con las frentes tocándose, parece que estemos buscando monedas caídas debajo de la barra. De repente, una voz masculina dice:

– ¿Necesitan algo?

El corazón me da un vuelco. Levanto la vista. Es el camarero, simplemente.

– No, no -tartamudeo-. Es que ha perdido un pendiente.

Cuando el camarero se aleja me vuelvo otra vez hacia Nora. Tiene una expresión casi de éxtasis en la cara.

– Has sido rápido, machote.-Qué estás…

Pero antes de que pueda terminar, pregunta:

– ¿Dónde se ha metido?

Levanto la cabeza y miro en su dirección. El problema es que allí no hay nadie.

– Creo que se ha ido.

– ¿Que se ha ido? -Nora levanta la cabeza. Los dos recorremos el bar con la vista.

– Allí -dice ella-. Junto a la puerta.

Me vuelvo hacia la puerta justo a tiempo de ver que Simon se marcha. Echo otra mirada por el bar. Mesa de billar. Pantalla de vídeo. En la pared de los servicios. El chico de la camisa vaquera también se ha ido. Nora responde como un relámpago. Me coge de la mano y empieza a tirar.

– Vamos.

– ¿Adonde?

– Tenemos que seguirlo.

– ¿Qué? ¿Estás chalada?

– Venga, será divertido -dice sin dejar de tirar.

– ¿Divertido? ¿Es divertido seguir a tu jefe? ¿Es divertido que te pille? Que te despidan es div…

– Será divertido, y tú lo sabes. ¿No te mueres de ganas de saber adonde va? ¿Y qué había escrito en ese papel?

– Yo apuesto a que le ha dado la dirección de un motel por aquí cerca, donde Simon y su chico vaquero pueden jugar todo lo que quieran a «cómprame un chupa-chups».

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