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Pam levanta la vista e inmediatamente nota el cambio en mi expresión.

– ¿Te encuentras mal?

– No, no… es que no me lo puedo creer.

Pam asiente y vuelve a encogerse en su asiento.

– ¿Qué aspecto tenía?

– ¿Qué quieres decir?

– El cuerpo. ¿No fuiste tú el que encontró el cuerpo?

Asiento con la cabeza, incapaz de responder.

– ¿Quién te lo dijo? -digo al fin.

– Debi, de Enlaces Públicos, se lo oyó decir a su jefe, que tiene un amigo que tiene el despacho justo frente al de…

– Entendido -la interrumpo. Esto no va a ser fácil.

– ¿Puedo hacerte una pregunta al margen? -añade Pam. Por el tono de su voz sé por dónde va-. Lo de anoche, fuera lo que fuese en lo que andabas, ¿es por lo que murió Caroline?

– No sé de qué me hablas.

– No me hagas esto, Michael. Dijiste que era un asunto de portada de Newsweek. Tú fuiste a verla por eso, ¿verdad?

No le contesto.

– Era a cuento de Nora, ¿verdad?

Sigo sin hablar.

– Si Caroline ha sido asesinada por alg…

– ¡No la asesinaron! ¡Fue un ataque al corazón!

Pam me observa atentamente.

– ¿De veras te crees eso?

– Totalmente.

Cuando nos asignaron la misma oficina, Pam se describió a sí misma como la persona de quinto grado que quedaba atrás cuando sus amigos se hacían populares. Que era una persona anodina y retraída, pero tengo que decir que ni siquiera entonces, al principio, lo creí. Es demasiado aguda para eso, y no estaría aquí si no lo fuera. De modo que aunque le encante jugar a perdedora y rebajarse, incluso aunque siente una constante necesidad de rebajar sus expectativas, yo, hasta hoy, siempre he pensado que es una gurú de la dinámica interpersonal.

– ¿Así que esa nena neurótica es tan importante para ti? -me pregunta.

– Puede que te cueste mucho creerlo, pero Nora es una buena persona.

– Pues si es tan buena, ¿dónde está ahora?

Echo un vistazo a la tostadora. Nada ha cambiado. Las letras digitales verdes siguen formando las mismas tres palabras: «Residencia segunda planta.»

Voy a toda prisa por el pasillo del EAOE, pues sé que el único modo de descubrir lo que pasa es cara a cara y en persona. Cruzo a toda velocidad la salida de ejecutivos oeste, con un tubo de comunicaciones internas vacío apretado en el puño nervioso, atravieso el pasaje entre los edificios y me dirijo al Ala Oeste de la Casa Blanca. Al cruzar las puertas bajo el fuerte arco blanco, saludo brevemente con la mano a Phil.

– ¿Arriba? -me pregunta, llamándome el ascensor.

Le digo que sí con la cabeza.

– Menudas noticias, ¿eh?

– De eso no hay duda -le digo mientras paso rápidamente a su lado.

Subo el corto tramo de escaleras de mi izquierda, reduzco el paso a un simple caminar con ímpetu. No se corre tan cerca del Despacho Oval. A no ser que quieras que te derriben o te peguen un tiro. Echo una ojeada rápida a la secretaría de Hartson para ver cómo van las cosas. Como siempre, el Despacho Oval y todo lo que está cerca del Presidente arde. Cargado con una energía imposible de describir. No es pánico… no hay pánico cuando se está cerca del Presidente. Es, simplemente, una marea viva de energía, evidente e inexcusablemente viva. Como Nora.

Mantengo el rumbo y sigo adelante. Frente a mí veo otros dos agentes de uniforme y la oficina de prensa de abajo, en la que cuatro norman rockwells auténticos se alinean en la pared que va hasta la columnata oeste. Abro las puertas y salgo, paso volando junto a las espectaculares columnas blancas que delimitan el Jardín de Rosas y vuelvo a entrar en el palacio de la Casa Blanca por el Corredor de la Planta Baja.

Justo enfrente, al otro lado de la ola de alfombra gruesa rojo pálido, hay cuatro mamparas plegables de cerezo que bloquean la mitad trasera del pasillo. Las visitas públicas van por aquel lado. Todos los años, miles de turistas son conducidos de la Planta Baja a la Planta Noble, las dos primeras de la Casa Blanca. Visitan el Salón del Vermeil, el Salón de las Porcelanas, el Salón Azul, el Salón Rojo, el Salón Verde, el Salón Llene-usted-la-casilla. Pero no ven ni dónde viven realmente el Presidente y la Primera Familia, ni dónde duermen, dónde reciben o dónde pasan el tiempo: las dos plantas más altas de la Casa Blanca. La Residencia.

Más adelante del pasillo, por la segunda puerta a la izquierda, hay un vestíbulo que alberga un ascensor y una escalera. Ambos conducen a la Residencia. Lo único que interrumpe mi camino es el Servicio Secreto: un agente uniformado en esta planta y dos en la de arriba. No hay que perder la calma, me digo. Es como cualquier cosa en la vida: un paso decidido te lleva adentro. Con paso uniforme y consciente, exhibo la comunicación interna y avanzo por el pasillo hacia el primer guardia. Está apoyado contra la pared y parece contemplarse los zapatos. Mantén la cabeza baja, limítate a mantener la cabeza baja. Estoy a sólo tres metros de la puerta. Dos metros de la puerta. Un metro de la… Levanta la vista de repente. No me paro. Le hago un saludo amistoso con la cabeza cuando veo que mira mi tarjeta. El pase azul puede ir a casi todas partes. Y el correo interior presidencial pasa directamente para subir a la Oficina del Ujier. Para que resulte más auténtico, añado un «Buenaas». Vuelve a mirarse los zapatos sin decir nada. La confianza vuelve a resultar el salvoconducto definitivo. Me dirijo a la escalera. Ya sólo falta un piso. Aunque me siento tentado de celebrarlo, sé que el agente de la Planta Baja sólo está allí para garantizar que la gente no se despiste de su visita guiada. El auténtico control de acceso a la Residencia está en el siguiente rellano. Mientras subo, avisto en seguida a dos guardias del Servicio Secreto que me esperan. De pie ante el ascensor, estos dos no se miran los zapatos. Evito el contacto ocular y mantengo el paso decidido.

– ¿Desea usted algo? -pregunta el más alto de los dos.

Sigue andando… tragarán, me digo para mis adentros.

– ¿Qué tal? -digo, intentando que suene como si me pasara la vida aquí-. Me está esperando. El otro agente se pone delante de mí y me bloquea el paso hacia el siguiente tramo de escaleras.

– ¿Quién lo está esperando?

– Nora -le respondo, enseñándole el correo. Doy un paso a la derecha y actúo como si pensase subir en el ascensor el resto del camino. Cuando aprieto el botón de llamada resuena un timbre rasposo en el pequeño vestíbulo.

Me doy la vuelta y veo a los dos guardias que me están mirando.

– Puede usted dejar el correo al ujier -dice el más alto.

– Me pidió que se lo entregara en mano -intento yo.

Ninguno de los dos se impresiona. Después de leer el nombre de mi tarjeta, el más alto entra en la Oficina del Ujier, que está justo junto a la escalera, y coge el teléfono.

– Tengo aquí a un tal Michael Garrick -se queda un segundo escuchando-. No. Sí. Se lo diré, gracias. -Cuelga el teléfono y vuelve a mirarme-. No está arriba.

– ¿Qué? Eso es imposible. ¿Cuándo se marchó?

– Me han dicho que no hace más de diez minutos. Si baja en el ascensor, nosotros no la vemos.

– ¿Y no ponen al día sus movimientos en su radio?

– Hasta que no sale del edificio, no.

Me quedo mirándolo. No hay nada más que decir.

– Dígale que he venido -añado, empezando a bajar otra vez la escalera.

Mientras bajo veo que sube alguien. La caja de la escalera no es muy ancha, de manera que nos rozamos los hombros y puedo verlo bien por primera vez. Lleva unos caquis y un polo azul marino. Pero lo que lo delata es el auricular en la oreja. Servicio Secreto. Uno de los agentes de Nora. Harry. Se llama Harry. Forma parte de su guardia personal. Y solamente deja de estar junto a ella cuando está arriba, en la Residencia. Me doy la vuelta y lo sigo escaleras arriba. En cuanto me ven, los agentes de uniforme saben que lo sé.

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