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– Tú lo superarás -llegaba a decir-. Tú encuentras consuelo, yo ninguno.

Mientras tanto seguía sin comer, o más bien empezaba a dejarse morir de hambre.

Cuando volvió a la vicaría, había llegado el correo. Las cartas basura de siempre y dos de verdad, como las consideraba él. Una de un parroquiano, preguntando si podía patrocinar a su hijo en una carrera de bicicletas transiberiana, y la otra, escrita con una letra muy infantil, de alguien llamado Kate Tarrant.

Sólo quería decirles que he pensado mucho en ustedes, y espero que empiecen a sentirse un poco mejor. Solo vi dos veces a su hija, pero parecía una persona buena e interesante. Fue una buena experiencia asistir al funeral y saber más cosas de ella y todo lo que había alcanzado en la vida. Con mis mejores deseos, Kate Tarrant.

Kate Tarrant: ¿quién era esa? Decía que había asistido al funeral, pero no tenía ni idea de quién podía ser. Hasta que vio la posdata en el reverso del papel: «Fui con Jocasta Forbes -había escrito-, una de las chicas con quienes su hija viajó antes de empezar en la universidad».

De Jocasta sí se acordaba. Les había saludado y había hablado con ellos un rato. Una chica muy guapa, muy amable. Había dos chicas mas con ella: una que también había viajado con Martha, muy simpática, una doctora le parecía recordar, y otra mucho más joven, con los cabellos largos y rubios: tal vez ésa era Kate. Tal vez Grace se acordaría. O Ed; él parecía conocer a ese grupo. Le daría un tema para hablar con Grace después, tal vez la ayudaría a sacarla de su terrible letargo. Su activa y hacendosa Grace letárgica. Era insoportable.

Le subió la carta.

– Mira qué carta tan amable hemos recibido. De una de las jóvenes que vinieron al funeral. ¿Te acuerdas de Jocasta, la de los cabellos rubios que viajó con Martha hace años?

– No mucho.

– Sí, mujer. Estuvo hablando con nosotros un rato.

– Peter, lo tengo todo borroso.

– El caso es que con ellas iba una chica mucho más joven. Más de la edad de Ed, diría yo. Es de ella. Se llama Kate. Es una nota muy dulce.

– Bueno… -Se encogió de hombros-. Está bien. ¿Qué dice?

– Te la dejo aquí, puedes leerla tú misma.

– Tengo un dolor de cabeza espantoso. No tengo ánimos de leer.

– Es muy corta. Iré a buscarte el té. Si cuando vuelva no la has leído, te la leeré yo.

Le dejó la carta sobre la cama y salió. Cuando miró atrás, ella la había cogido y estaba buscando las gafas. Era curioso que los amigos jóvenes de Martha la animaran. O al menos la interesaran.

Grace ya se acordaba de Kate. Una chica bonita. Se había fijado en ella porque tenía esa mata de pelo y esos ojos oscuros enormes, parecidos a los de Martha. Su madre era afortunada. Todavía tenía a su hija. No había tenido que ver cómo desaparecía, cómo acababa su prometedora vida, todo por una estupidez. No tenía que seguir viviendo en un planeta que no incluía a su hija, lleno de personas que no tenían ninguna importancia porque no eran ella.

Deseó que ella y Martha hubieran estado un poco más unidas. Siempre había tenido la impresión de que Martha la mantenía a distancia. Nunca le hablaba de novios, de su vida privada, sólo de su trabajo, siempre su trabajo. Probablemente seguiría viva sin ese trabajo. No estaría conduciendo, desde Londres, demasiado tarde y demasiado rápido, en ese coche. Estaría a salvo en Binsmow trabajando, donde podían vigilarla.

Evidentemente Ed la había conocido muy bien. Se preguntaba si se habrían prometido o algo parecido. De todas las personas que la visitaban, sólo se alegraba de ver a Ed. Podía hablarle de Martha, saber más cosas de ella. También le gustaría ver a Jocasta. Y a Clio, la morena bonita, la tercera del trío. El trío viajero. Ella también le había gustado.

Entre ellos probablemente sabían más cosas de Martha que ella. No valía la pena esperar que tuvieran tiempo para ir a verla. Eran jóvenes, tenían su propia vida, y estaban ocupados, felices…

Grace se volvió y se echó a llorar. Se sentía tan sola, sola con su pena. Peter tenía a su Dios. Ella no tenía a nadie.

Jocasta no podía decir que estuviera contenta con el drama de Josh y Kate, pero sí tenía otra cosa de la que preocuparse, aparte de sus preocupaciones y tristezas.

A pesar de todo lo que habían dicho, había esperado tener noticias de Nick. Al menos una nota. O una llamada al móvil. O la prometida postal. Sólo para saber que estaba…, bueno, no estaba muy segura de lo que querría saber Nick, pero habían tenido una experiencia asombrosa aquella tarde…; por cierto, ya había pasado una semana, y un silencio tan completo era un poco enervante. Tal vez ahora sólo la considerara una chica más, pero no podía ser, porque le había dicho que siempre la amaría. Y que siempre sería su mejor amigo. ¿Ser el mejor amigo incluía hacer el amor de forma tan arrebatadora? Tal vez sí. Porque había sido arrebatador. De vez en cuando se quedaba quieta y se concentraba en recordarlo, y se excitaba de una forma increíble.

Aparte de muchas otras cosas, esa tarde le había hecho ver que no podía volver con Gideon. Hacer el amor con Gideon era…, bueno, era aburrido. Estaba bien, de hecho podía estar muy bien, en el peor de los casos era muy agradable y… muy íntimo, pero siempre era igual. Se sentía fatal comparándolo con Nick en la cama, la hacía sentir tremendamente desleal, e incluso un poco furcia, pero no podía evitarlo.

Había esperado rayos y truenos, dada la intensidad y la experiencia de Gideon y su peligrosa y seductora labia, y sólo había obtenido un atardecer iluminado por el sol. Un atardecer soleado y muy hermoso, sin duda, pero que siempre era igual. De hecho, aunque nunca lo habría creído posible de sí misma, estaba bastante contenta las noches que Gideon se dormía mientras ella se quedaba leyendo. O incluso, en algunas ocasiones de las que se avergonzaba, cuando ella leía y leía hasta que él se dormía. Había oído a chicas, normalmente las que llevaban muchos años con la misma relación, que decían cosas así y siempre la había asombrado. Y se compadecía de ellas. Ahora lo entendía.

Con Nick el sexo siempre había sido bueno, siempre, siempre. No necesariamente extraordinario, pero bueno. A veces divertido, a veces más serio, de vez en cuando, rápido, y en alguna ocasión muy largo -los domingos, por ejemplo- cuando ella se excitaba cada vez más y no quería que acabase nunca, pero nunca era aburrido. Y eran absolutamente sinceros: eso debía de ser importante. Si no le apetecía, se lo decía, y él no reaccionaba mal nunca. Si él estaba cansado, lo decía, y ella lo comprendía. Hablaban si no les gustaba algo, o si querían probar algo, que a menudo hacía que se rieran mucho y acabaran decidiendo que la posición del misionero no era tan famosa porque sí. Jocasta no podía imaginarse siendo tan sincera con Gideon.

Además lo hacían en cualquier lugar, cada uno más inverosímil que otro, sentados en la bañera, de pie en el vestíbulo, en la playa, en el bosque, incluso alguna vez, arriesgándose mucho, en el coche de Nick. La cuestión era que el sexo era una parte integral de su unión, tanto parte de su vida como comer o beber o trabajar. No podía imaginarse una vida sin sexo con Nick, tan poco como una vida sin conversación. Podía imaginarse muy fácilmente una vida sin sexo con Gideon.

En fin, no habría vida con él: con o sin sexo. Le había escrito diciéndole que creía que debían divorciarse cuanto antes, que no veía la posibilidad de que fueran felices juntos, y que alargarlo más sólo lo empeoraría. Le dio el nombre y la dirección de su abogado y dijo que esperaba tener noticias de él pronto. Suponía que debía entristecerse, pero no estaba triste; aparte de la sensación de soledad, su única emoción era la rabia.

Tal vez debería escribir a Nick, pero ¿para decirle qué? ¿Que le echaba de menos, que aún le amaba, que quería verle? No. Eso estaba descartado. Creería que había vuelto con él por despecho. O que se hacía la mártir de nuevo. Debía ganarse otra vez su respeto, tenía que ser fuerte. Si con el tiempo se enteraba de que había dejado a Gideon, era otra cosa, pero no debía pensar que tenía algo que ver con él. Eso sería un chantaje emocional y no sería justo.

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