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La mujer, Matilda, tenía mucho dinero gracias a una herencia y un divorcio muy exitoso. Era más o menos famosa en los círculos intelectuales. Escribía novelas. Libros serios. Nunca había vendido mucho, aunque había ganado un par de premios.

– No me suena -dijo Lassiter.

– Ya. Bueno, todavía estaba empezando, ¿sabes? He leído las necrológicas y un par de entrevistas. Tuvo a su único hijo a los cuarenta y un años. Según el Guardian, el niño «también abrió las compuertas de la fertilidad en su vida literaria».

– ¿Qué me dices del marido? -preguntó Lassiter.

– No tenía marido. Tuvo el niño sola. Fue a una de esas clínicas.

– ¿Qué clínicas?

– Ya sabes. Las clínicas esas de fecundación. Todo muy profesional.

«Espera un momento», pensó Lassiter.

Pero Roy estaba disparado.

– Es antinatural, eso es lo que es. En vez de disfrutar un rato, como Dios manda… No sé. Resulta demasiado aséptico. Y no es que esté diciendo que esté mal, no, peroooo… ¡Hay mujeres que hasta piden fotos de los donantes en los bancos de esperma! Y después miran los datos de los que más les han gustado. Altura, peso, coeficiente intelectual, color de los ojos, estudios… ¡Eligen al papá como si fuera un maldito papel pintado!

Roy parecía compartir la opinión de Riordan. Lassiter recordó las palabras del detective cuando le había dicho que Brandon no tenía padre: «¿Que no tiene padre? Explícame eso… y puedes irte.»

Roy seguía hablando, pero Lassiter no le prestaba atención. Una idea empezaba a germinar en su cabeza. Kathy también había concebido a Brandon en una clínica de fertilidad. Puede que ésa fuera la relación entre los distintos casos. Quizá Grimaldi fuera un donante de esperma. Quizá estuviera dando caza a sus propios retoños.

– ¿Qué pensaría el pobre Darwin? -Roy seguía hablando. -Te diré lo que pensaría. Pensaría que eso es selección antinatural, y no hay más que hablar.

Lassiter se recostó en el asiento, sin prestarle demasiada atención a Roy, mientras el Jaguar se abría paso a través de la noche. Descartó la posibilidad de que Grimaldi fuera un donante de esperma vengativo. Eso no explicaba lo que le habían hecho a Bepi. Ni lo de Umbra Domini. Ni que alguien desenterrara y quemara el cuerpo de Brandon.

Resultaba extraño cómo su estado de ánimo se había ido apagando a lo largo del día. Lo que le había contado Roy sobre el caso de Londres abría nuevas perspectivas para el caso. Al recibir su llamada había sentido tal impaciencia que había cogido el primer vuelo que salía hacia Londres. Y, además, estaba lo de las clínicas de fertilidad. Sin duda, eso era importante, pero no sabía por qué. Las clínicas eran un eslabón más en la cadena. De eso estaba convencido. Y la religión… La religión también formaba parte de la cadena. Intuía que se estaba acercando a algo, pero, aun así, la emoción que había sentido al principio había dado paso a un estado de ánimo cansado e irritable. Estaba agotado. Le dolían las costillas, y lo único que quería era darse una ducha y acostarse.

Al llegar a St. James Place, el Jaguar se detuvo delante de Dukes.

– Ya hemos llegado. Lo siento, no he parado de hablar ni un momento. A este paso acabarán encerrándome en una jaula para bichos raros.

– No tiene importancia -replicó Lassiter. -Lo que me has contado es muy interesante.

Un portero vestido con chaqué y chistera se acercó al coche.

– Espera un momento -dijo Roy y se dio la vuelta para coger un grueso sobre del asiento trasero. -Toma. Aquí está todo. Todos los datos sobre el caso de los Henderson. Y sobre lo de Brasil. Otra cosa más: te he concertado un par de citas para mañana.

– ¿Con quién?

– Con la hermana de Matilda Henderson y con su mejor amiga, la madrina del chico. Te recogeré hacia las diez, ¿vale?

Lassiter asintió y se bajó del coche. Un rayo iluminó las nubes, sonó un trueno y el cielo se abrió de par en par. El portero lo miró con gesto malhumorado, como si, de alguna manera, fuera culpa de Lassiter.

CAPÍTULO 24

La hermana de Matilda Henderson se mostró educada, pero nada más. Honor tendría unos cincuenta años y tenía el pelo gris muy corto. Llevaba grandes pendientes, unas feas gafas a la última moda y unos pantalones muy anchos con elásticos en los tobillos que le recordaron a Lassiter a los pantalones bombachos de las figuras animadas de Aladín; le parecía que había sido ayer cuando había llevado a Brandon a ver la película. Su apartamento de Chelsea estaba decorado en negro, blanco y gris. Honor no les ofreció nada de beber. Se limitó a indicarles con un movimiento de la mano que se sentaran en dos incómodas sillas que parecían hechas de tela metálica.

– He venido a verla porque tenemos algo en común -empezó Lassiter.

Ella arqueó una ceja.

A pesar de la frialdad de Honor, Lassiter continuó. Primero le dijo que su hermana y su sobrino habían muerto de una manera sorprendentemente similar a la de su hermana y su sobrino y después le contó la historia entera, desde el día en que se había enterado de la muerte de Kathy. Cuando Lassiter acabó, la habitación se sumió en un incómodo silencio. Y, entonces, Honor dijo:

– Sigo sin entender a qué ha venido, señor Lassiter.

Roy Dunwold dejó caer la mandíbula. Lassiter lo miró un momento. Después se inclinó hacia la mujer.

– Había pensado que… Posiblemente… Lo que quiero decir es que quizás algo de lo que le he contado… -Volvió a dudar. -Puede que algo de lo que he dicho le sugiriera algo sobre su hermana o sobre su sobrino…

– Algún lunático mató a mi hermana y a mi sobrino mientras dormían. Supongo que es posible que fuera su mismo lunático, pero ¿qué importancia puede tener eso?

Lassiter se quedó mirándola fijamente. No sabía qué decir.

– ¿No quiere que encuentren al asesino de su hermana?

Ella expulsó un hilo del humo de su cigarrillo y se encogió de hombros.

– El asesino tendrá que vivir con su conciencia -repuso agriamente. -Igual que O. J. Simpson. -Se levantó. -Soy budista y creo que todas estas cosas se compensan solas con el tiempo. Mi hermana y yo no teníamos una relación demasiado estrecha, como estoy seguro de que alguien se tomará la molestia de contarle. Si no hubiera estado de viaje en las Bahamas, estoy segura de que la policía habría sospechado de mí.

– Me extrañaría -interrumpió Roy. -Aunque sí había algo sobre una herencia.

Ella lo miró con gesto airado.

– No necesito el dinero de Matilda. Supongo que lo pondré en un banco y crearé un premio literario con su nombre. Y, ahora, si no les importa -dijo mirando el reloj, -tengo una cita.

Pero Lassiter estaba decidido a llegar hasta el fondo, aunque sólo fuera por no tener que volver a ver a Honor Henderson.

– ¿Por qué iban a sospechar de usted?

– Mi hermana me traicionó. Vivimos juntas aquí durante años en perfecta armonía. Yo pintaba y ella escribía. Éramos felices, hasta que empezó a obsesionarse con esa absurda idea de tener un hijo.

– Usted no aprobaba la idea.

– Por supuesto que no. Al final no tuve más remedio que pedirle a Matilda que se buscase otro sitio donde vivir. ¡Y menos mal que lo hice! Cuando nació Martin, el niño, Tillie se olvidó de todo lo demás. Sólo hablaba de pañales, de irritación en los pezones, de juguetes y de papillas naturales. Resultaba imposible mantener una conversación inteligente con ella. -De repente dejó de hablar y se sonrojó. -Se acabó. Yo ya he llorado sus muertes y las he superado. Le recomiendo que haga lo mismo, señor Lassiter. Y, ahora, si no les importa… -Honor Henderson los acompañó hasta la salida.

Al llegar a la puerta, Lassiter se detuvo y se dio la vuelta.

– ¿Sabe a qué clínica de inseminación artificial fue?

Un gran suspiro.

– La verdad, no me acuerdo. Estuvo en tantas… Viajó a Estados Unidos. ¿Puede creer que hasta fue a Dubai? Fue al menos a seis clínicas distintas. Se pasaba el día hablando del grosor de las mucosas y de ciclos de ovulación. -Frunció el ceño con asco. -Hasta se medía la temperatura vaginal. Y luego la apuntaba en un cuaderno.

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