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– No puedo creer que alguien pudiera hacer algo así. ¿Matar a unos niños inocentes porque existe una remota posibilidad de que…?

– Alguien lo ha hecho. Y no sólo eso. Además, se han asegurado de que no perdure ninguno de sus restos. Por eso quemaron a los niños: para eliminar la posibilidad de que cualquier rastro de su información genética pudiera perdurar. La misión de las llamas era exorcizar esa posibilidad.

– ¡Oh, vamos…!

– Cuando mataron a Kathy y a Brandon cogieron al hombre que lo hizo. El hombre cometió algún error, y la policía lo cogió. Además, la combustión no fue completa. Se podía reconocer a Brandon. Estaba desfigurado, pero su cara resultaba reconocible. Así que desenterraron su cuerpo y lo volvieron a quemar.

– Pero… ¡Son niños! Sólo son niños pequeños. Sólo son… nuevas almas para la Iglesia.

– Esto no tiene nada que ver con la Iglesia. Esto sólo tiene que ver con Umbra Domini. Estamos hablando de un grupo de fanáticos religiosos capaces de poner bombas en clínicas abortivas, de un grupo de fundamentalistas cristianos que ha emprendido una cruzada contra los musulmanes en Bosnia. Estamos hablando de un grupo de hombres que… -Lassiter lanzó las manos hacia el cielo. -Mire, desde el punto de vista de Umbra Domini, lo que hizo Baresi es una abominación.

– Pero ¿por qué?

– Porque Baresi le dio la vuelta a la Biblia. «Dios creó al hombre a su imagen y semejanza», y no al revés.

Cuando vio las lágrimas resbalar por sus mejillas, Lassiter supo que Marie por fin había aceptado la realidad.

– Déjeme que la ayude -dijo. -Ellos no pararán hasta que encuentren a Jesse.

– ¿Cómo va a ayudarme? Si lo que dice es verdad, nadie puede ayudarme.

– Cuando estuve en el ejército me destinaron a un puesto muy poco habitual.

Marie lo miró como si se hubiera vuelto loco, pero Lassiter continuó hablando.

– Estuve destinado en la ISA.

– ¿Qué es eso?

Lassiter se encogió de hombros.

– Es un grupo de apoyo de los servicios de inteligencia militar. Es algo así como la CÍA, sólo que éstos saben lo que hacen. En cualquier caso, la cosa es que puedo proporcionarles unas identidades falsas que nadie podrá descubrir nunca. Puedo hacer desaparecer su pasado y el de Jesse. Puedo conseguir que nadie los encuentre jamás, ni aunque busquen debajo de todas las piedras que hay de aquí a Marte. Le aseguro que nunca los encontrará nadie. Pero tiene que confiar en mí. Y los tres nos tenemos que ir inmediatamente de aquí.

– Mami. -Jesse estaba en pijama, frotándose los ojos junto a la puerta.

– Hola, cariño -dijo Marie con una voz llena de amor. – ¿Qué te pasa?

Jesse se acercó a ella con paso vacilante.

– He tenido un sueño malo -se quejó.

– Pobrecito -lo consoló Marie.

Jesse se sentó en su regazo y apoyó la cabeza en el pecho de su madre. Mane le acarició el pelo y le dio un beso en la frente.

– Lo siento, cariño.

– Hombres malos -murmuró Jesse.

Marie le volvió a acariciar el pelo y le preguntó:

– ¿Quieres que te lea un cuento?

Jesse levantó un dedito y señaló hacia Lassiter.. -No -contestó. -Quiero que me lo lea él.

– No sé si… -dijo Marie.

– Me encantaría -interrumpió Lassiter. – ¿Quieres que te lleve a la cama a caballito?

Su mirada se cruzó con la de Marie mientras se agachaba para que el niño se montara encima de él, pero Lassiter no supo leer lo que decían sus ojos.

– ¡Vaya! -exclamó Jesse cuando Lassiter se incorporó. – ¡Qué alto!

Lassiter lo agarró de los tobillos.

Fueron al cuarto de Jesse, agachándose cada vez que pasaban por una puerta o debajo de una viga. Jesse tenía los brazos levantados e iba tocando el techo. Una vez en la cama, le dijo a Lassiter que no quería que le leyera un cuento, que prefería leérselo él.

– Me parece bien -aceptó Lassiter. -Empieza cuando quieras.

Jesse sacó un libro de debajo de la almohada y, adoptando un ademán de extrema gravedad, dijo:

– Doctor Seuss.

Después abrió el libro por la primera página, se lo acercó mucho a la cara y dijo:

– ¡Un pez!

Lentamente, se alejó el libro de la cara y se balanceó hacia atrás.

– ¡Dos peces!

Y se volvió a acercar el libro.

– ¡Peces rojos!

Y otra vez hacia atrás, sólo que esta vez, además, hizo una mueca traviesa, mirando hacia el techo con los ojos y la boca muy abiertos.

– ¡Peces azules!

Después se dejó caer sobre la cama y empezó a reírse a carcajadas.

CAPITULO 37

Lassiter estaba arrodillado en el muelle, soltando las amarras del bote neumático, cuando Jesse dijo:

– Mira, mami, un barco.

Lassiter se dio la vuelta y miró hacia donde el niño estaba apuntando. Al principio sólo vio el cielo gris pizarra, las rocas, los pinos y el movimiento de las olas. Pero después, al fijarse mejor, vio una lancha blanca que subía y bajaba sobre las olas. Desde luego, el niño tenía una vista increíble.

– ¿De quién es el barco? -preguntó Jesse.

Marie se puso la mano en la frente y miró hacia el mar con gesto de preocupación.

– No lo sé -dijo ella. -Es la primera vez que lo veo.

Lassiter maldijo entre dientes y volvió a amarrar el bote a la cornamusa del muelle con un nudo de vueltas cruzadas. Tenían planeado ir remando hasta la lancha de Marie para marcharse, pero, ahora, eso era imposible. O por lo menos era imposible sin que los viera quienquiera que viniera en la lancha blanca.

– ¿Tiene unos prismáticos? -inquirió.

Marie asintió mientras cogía a Jesse entre sus brazos.

– Hay unos en casa -repuso. Inmediatamente después, la madre y el hijo subieron corriendo hacia la casa. Lassiter los siguió con los ojos entrecerrados, pues estaba empezando a llover.

Los prismáticos estaban colgados al lado de la librería. Lassiter salió fuera, se los llevó a los ojos y giró la pequeña rueda hasta que consiguió enfocar la lancha. Aunque estaba demasiado lejos para identificar sus caras, pudo ver que había tres hombres.

– ¿Son ellos? -preguntó Marie poniéndose a su lado.

– No lo sé. -Lassiter forzó la vista intentando enfocar las borrosas caras. Y entonces lo vio. En la popa de la lancha, un armario de carne y hueso se puso de pie y apuntó hacia la casa. Lassiter no necesitaba verle la cara para saber quién era. -Sí, son ellos -aseguró mientras los rostros de los tres hombres de la lancha empezaban a cobrar forma. -El Armario, Grimaldi y Della Torre.

Marie respiró hondo y abrazó a Jesse con fuerza.

– No podemos quedarnos aquí -dijo Lassiter. – ¿Dónde podemos escondernos?

Marie reflexionó un momento.

– Podríamos ir al viejo embarcadero. Hay un viejo almacén. Ellos no conocen la isla. A lo mejor no miran allí.

– Está bien -aceptó Lassiter. -Coja una linterna. -Luego fue hasta el armario donde Marie guardaba su rifle. – ¿Dónde guarda la munición?

– En el cajón del pan -respondió Marie.

Tenía que haberlo supuesto. Cogió el rifle, se acercó al cajón del pan y lo abrió. Dentro había una barra de pan y un par de magdalenas y, al fondo, una caja.

Una caja sorprendentemente ligera.

Lassiter abrió la caja y se quedó de piedra al ver que sólo contenía una bala.

– ¿Y las demás? -inquirió.

Marie bajó la mirada.

– No sé… Bueno… Supongo que las he gastado.

– ¿Haciendo el qué? -preguntó Lassiter.

– Practicando -explicó Marie. -En esta isla no hay demasiadas cosas que hacer. A veces, cuando me aburría, salía a practicar… -añadió al ver el gesto de incredulidad de Lassiter.

Él no podía creerlo.

– ¿Y ahora qué se supone que tengo que hacer yo? -exclamó. – ¿Pedirles que se pongan en fila india para poder darles a los tres con un solo disparo?

Era demasiado. Marie contrajo el ceño en una expresión de dolor. Al verla, Jesse corrió a consolarla.

Intentando protegerla, el niño abrazó las piernas de su madre con sus pequeños brazos.

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