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Para finalizar, Baresi argumentaba que el ritual de la eucaristía, donde el vino y la hostia se transforman en la sangre y el cuerpo de Cristo, era una práctica basada en las primitivas creencias animistas del poder de las reliquias. La transubstanciación no era más que una transformación espiritual de la reliquia simbólica, el vino, en la reliquia auténtica, la sangre.

(Nota: He obtenido la mayoría de la información de una tesis doctoral, escrita en 1989, por una estudiante de la Universidad de Georgetown. Se llama Marcia A. Ingersoll. Si desea más información, tengo su dirección. Deva.)

CAPÍTULO 33

Durante la semana siguiente, Lassiter apenas progresó nada.

El investigador que habían contratado en Maine informó que no había nacido nadie con el nombre de Marie A. Williams en ese estado el 8 de marzo de 1962.

– Puede que se cambiara el nombre -sugirió el investigador por teléfono. -De ser así, no podemos hacer nada. Los cambios de nombre no aparecen en el registro, y no puedo buscar a todas las niñas nacidas en Maine el 8 de marzo del 62. Lo que sí he hecho es buscar a Mary Williams, por si el nombre propio estaba mal escrito.

– ¿Y qué ha encontrado?

– Aparecieron diecisiete desde 1950, y cuatro de ellas tienen un segundo nombre que empieza por A. Pero no se emocione demasiado: ninguna de ellas es la que buscamos. Los cumpleaños no coinciden. La edad no coincide. No coincide nada.

No había nada más que hablar. En cuanto a Gus Woodburn y Gary Stoykavich, no había nuevas noticias. La única información nueva le había llegado de manos de un joven empleado del departamento de investigación: una caja llena de información sobre Calista Bates, que incluía una selección del material recibido de la agencia Katz y Djamma. Era una recopilación caótica de artículos de Internet, recortes de revistas y periódicos, vídeos, fotos y guiones. Además, incluía el testimonio de Calista en el juicio contra su agresor y las entrevistas que había concedido a las revistas Rolling Stone y Premiere y a un programa de televisión.

El empleado de Lassiter se disculpó.

– Hemos intentado organizado de varias maneras, pero como no sabemos lo que está buscando exactamente… -Se encogió de hombros y añadió: -Al final lo hemos puesto todo por orden cronológico.

– Está bien -contestó Lassiter. -Yo tampoco sé lo que estoy buscando. No lo sabré hasta que lo encuentre. Así que supongo que tendré que leerlo todo.

Y eso hizo. Lo leyó todo. Desde reseñas de la revista Cinema Aujourd’hui hasta los increíbles reportajes publicados por las revistas sensacionalistas sobre sus aventuras amorosas. Se enteró de cuánto dinero había ganado con cada una de sus películas, cuál era su flor favorita, cuál era su organización humanitaria preferida y lo que opinaba sobre la comida orgánica: era partidaria de ella. Se enteró de todos los sitios donde supuestamente había sido vista después de su desaparición: en una discoteca de Nueva Jersey, en un fumadero de opio de Chiang Mai y además en todos los sitios que uno pudiera imaginar. «Está en una clínica suiza, muñéndose de una enfermedad degenerativa que desfigura el cuerpo.» «Ejerce la prostitución en un antro de mala muerte en Calcuta.» Resumiendo, aunque todavía le quedaba mucho por leer, tenía la sensación de saberlo todo sobre Calista Bates, menos dónde había nacido, dónde vivía y cómo se hacía llamar actualmente.

Por las noches veía vídeos de sus películas. Los vio todos, tumbado en el salón de su casa con Buck y Pico. Salir a correr resultaba imposible, ya que las calles estaban enterradas bajo una gruesa capa de nieve y hielo, así que se dedicaba a hacer abdominales con sus niñeras.

Calista era un verdadero camaleón cinematográfico. Probablemente por eso había conseguido desaparecer con tanta facilidad. Por muy distintos que fueran los personajes que interpretaba en cada película, por muy distinta que fuera su edad o su forma de vestir, Calista siempre conseguía que resultaran creíbles.

A lo mejor era eso lo que hacía de ella una gran actriz; aunque puede que no. La realidad era que, como en tantos otros casos, Calista Bates no se había convertido en una auténtica estrella hasta que desapareció: otra brillante carrera desaprovechada por una muerte prematura.

O por una desaparición prematura.

Sus interpretaciones tenían una gran autoridad que quedaba patente al acabar la película. No se notaba que estaba actuando. Nunca se tenía la sensación de estar viendo una representación. Y no era solamente su belleza lo que enganchaba al espectador. Por el contrario, su atractivo físico a menudo quedaba oscurecido por los papeles que elegía: la juglar punki en Flautista, la ama de casa tontita en Lila de día o la científica estrecha en Lluvia de meteoritos.

Lassiter se acordó de que tenía que llamar a un científico llamado David Torgoff. Según Deva, Torgoff ya había colaborado con ellos en una ocasión como testigo experto en un caso cuyo desenlace dependía de las pruebas periciales del ADN. Era un profesor de microbiología del Instituto Tecnológico de Massachussets conocido por su lenguaje simple, o, lo que es lo mismo, una contradicción viviente. Como tal, parecía la persona indicada para guiar a Lassiter a través de la niebla polisilábica de las investigaciones genéticas de Baresi. Las palabras clave en este caso eran «lenguaje claro».

Lassiter buscó el número de teléfono de Torgoff por el escritorio. Justo cuando acababa de encontrarlo, Victoria lo llamó por el intercomunicador.

– Lo llama un tal señor Coppi, de Roma.

Lassiter dudó un momento. ¿Quién podría ser? Por fin dijo:

– Pásemelo.

– ¿Señor Lassiter? ¿Señor Joseph Lassiter? -preguntó una voz con acento italiano.

– Sí, soy yo.

– Perdone, pero… tengo que estar seguro de que estoy hablando con la persona correcta. ¿Es usted el señor Joseph Lassiter que estuvo hospedado recientemente en la pensión Aquila de Montecastello di Peglia?

Siguió un largo silencio, mientras Lassiter iba acumulando adrenalina.

– ¿Quién habla? -inquirió.

– Discúlpeme, señor Lassiter. Me llamo Marcello Coppi. Soy un letrado de Perugia.

– Ah -dijo Lassiter intentando mantener un tono de voz neutro.

– Sí. Bueno… Me ha dado su teléfono un amigo mío que es carabiniero.

– Sí, sí. ¿De qué se trata?

– Me temo que tengo malas noticias.

– Señor Coppi… Por favor.

El italiano se aclaró la garganta.

– Me temo que van a acusarlo de los asesinatos de… Un momento, por favor. Giulio Azetti y… Vincenzo Várese.

Lassiter se quedó sin respiración.

– Eso es una locura -replicó. -Si yo hubiera matado a Azetti, ¿por qué iba a decirle a nadie que iba a ir a verlo? Cuando lo encontré ya estaba muerto.

– No tengo ninguna duda acerca de su inocencia, señor Lassiter. No obstante, le recomendaría que no comentara los detalles de su defensa por teléfono. El propósito de mi llamada es tan sólo decirle que le conviene contratar un abogado que lo represente aquí, en Italia… Y ofrecerle mis servicios.

Lassiter respiró hondo.

– Señor Lassiter, le puedo garantizar que tengo muy buenas referencias. Si quiere ponerse en contacto con la Embajada de Estados Unidos, ellos le…

– ¡Todo esto es ridículo! -lo interrumpió Lassiter.

– Sí. Tiene razón. No es normal. Normalmente, la fiscalía convocaría una entrevista en Washington, pero en este caso… Me han dicho que solicitarán su extradición en cuanto el fiscal presente oficialmente los cargos contra usted. Sí, realmente no es el procedimiento acostumbrado.

Lassiter reflexionó un momento. Después preguntó:

– ¿Por qué cree que han decidido solicitar mi extradición?

– No lo sé. Tal vez exista algún tipo de presión.

– Sí, claro -repuso Lassiter. -Me imagino perfectamente de dónde puede venir. -Hizo una pausa. -Mire, éste no es el momento más indicado para que me extraditen a ninguna parte.

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