Литмир - Электронная Библиотека

– Prosim -dijo haciéndole un gesto a Lassiter.

– Pregúntele si su mujer estuvo alguna vez en Italia.

Kathy había estado en Italia al menos una docena de veces, y Lassiter se empezaba a preguntar si podría haber conocido a Grimaldi en uno de sus viajes, o si quizá lo había conocido Hannah Reiner. Cuando Janacek tradujo la pregunta, sucedió algo extraño.

Reiner bajó la mirada.

Puede que Lassiter lo estuviera interpretando de forma equivocada, pero tenía la impresión de que Reiner estaba avergonzado. Sin levantar la cara, el checo le dijo algo a Janacek y después escondió la mirada.

– Dice que fueron una sola vez -tradujo Janacek. -De vacaciones. Y ahora debemos irnos.

Lassiter asintió, se dio la vuelta y levantó la mano en señal de despedida, pero Reiner no separó la vista de la foto enmarcada que tenía cogida entre las manos.

– Ciao -murmuró entre dientes. -Ciao.

CAPÍTULO 22

Por la mañana, Lassiter llevó a Riordan al aeropuerto, siguiendo las señales azules que indicaban el camino a través del tráfico de Praga. El detective estaba sorprendentemente huraño.

– Quería hablar contigo -dijo Lassiter.

– No grites.

– No estoy gritando, detective Riordan. Estoy hablando en un tono de voz normal.

Riordan se quejó mientras Lassiter entraba en una rotonda y pisaba el acelerador a fondo para cambiar de carril. Al ver la señal azul que había a mitad de la rotonda, Lassiter tuvo que cruzar tres carriles para coger el desvío.

– Por favor -rogó Riordan. -No hagas eso.

– Es el precio que hay que pagar -le contestó Lassiter sin el menor atisbo de compasión. – ¿Cuántas copas bebiste anoche?

Riordan tardó unos segundos en contestar, como si las estuviera contando. Por fin dijo:

– ¿Qué es una copa?

A medida que se alejaban del centro y se adentraban en los suburbios, la arquitectura empezaba a degradarse. Poco a poco, la piedra fue dando paso al hormigón y la ornamentación cedió ante el vacío de la modernidad. Hasta las ventanas parecían distintas, carentes de toda personalidad.

Riordan respiró hondo y se volvió a quejar, como si le hubieran dado un puñetazo en el pecho. Después se aclaró la voz y se enderezó en su asiento.

– Está bien -dijo. – ¿De qué querías hablar?

Lassiter lo miró.

– De Italia -contestó.

– ¿Italia? Campari. ¿Qué pasa con Italia?

Lassiter suspiró. ¿Por dónde empezar? Por Bepi.

– Bueno, para empezar, una de las personas con las que he estado trabajando, el chico que me estaba ayudando en Roma… Lo mataron hace un par de días.

Riordan tardó unos segundos en reaccionar.

– ¿Estás seguro de que el asesinato está relacionado con el caso?

– No puedo demostrarlo, pero, sí, lo estoy. Además, la noche anterior, cuando volví a mi hotel en Nápoles, me encontré a un tipo en mi habitación. Un tipo muy grande.

– Eso fue cuando te caíste, ¿no?

– Sí. Creo que me habría matado si no hubiera aparecido una de las mujeres de la limpieza.

– ¿Qué quería el tipo?

– Ése es el problema. No lo sé. Cuando entré en la habitación estaba mirando lo que había en mi ordenador. -La calle de Praga se convirtió en una carretera más ancha que giraba hacia el este. De repente, estaban en pleno campo. Los rayos del sol se derramaban a través del parabrisas. Riordan hizo una mueca que recordaba a Vladimir el Empalador.

– Tienes un aspecto horrible -comentó Lassiter.

Los rojos ojos de Riordan brillaron con fuerza al mirarlo. Cuando habló, lo hizo con el prosaico realismo de las grandes resacas.

– ¿Y qué otra cosa podía hacer? -contestó Riordan. -Era un banquete y la gente no dejaba de levantarse para brindar por los demás. Un país detrás de otro. Y después sirvieron licores. -Guardó silencio unos segundos. -Sí, ya me acuerdo. Era un licor de ciruela.

– ¿No estás un poco viejo para esas cosas?

Riordan desechó la pregunta con una mirada hastiada.

– ¿Y por qué creía el tipo ese que tú sabías algo? -preguntó.

– La verdad es que hicimos bastante ruido -reconoció Lassiter.

– ¿Hicisteis? ¿En plural?

– El chico que me estaba ayudando, el chico al que mataron, Bepi, y yo. Fuimos al apartamento donde vivía antes Grimaldi, hablamos con su hermana…

– ¿Y qué averiguasteis?

– Que se convirtió en una especie de beato hace unos cinco años.

– ¿En serio? ¿Y qué cojones era antes?

Lassiter movió la cabeza.

– Un matón. Un paramilitar.

– ¿De verdad?

– Sí.

– ¿Cómo lo sabes?

Lassiter se limitó a mirarlo a los ojos.

– ¿Cómo lo sabes? -repitió Riordan.

– Tengo un amigo que trabaja… en el gobierno. Me enseñó el expediente de Grimaldi.

– Eso ya es otra cosa. ¿Cuándo podré verlo?

– No puedes.

– ¿Y eso por qué?

– Porque ya no existe.

Riordan gruñó airado, o dolorido, o las dos cosas. Empezó a decir algo, pero cambió de idea.

– ¿Cómo que un beato? -inquirió al fin.

– Se hizo miembro de Umbra Domini. Le dio todo lo que tenía a una asociación católica que se llama Umbra Domini.

– La sombra del Señor -dijo Riordan.

Lassiter no lo podía creer.

– ¿Sabes latín?

– No. La que sabía latín era la hermana Mary Margaret. Yo sólo me acuerdo de un par de palabras.

– Lo que de verdad resulta extraño es que… ¿Te acuerdas de la transferencia que recibió Grimaldi?

– Sí.

– El dinero venía de Umbra Domini.

Riordan se rió.

– Eso sí que tiene gracia. ¿Cómo cojones te has enterado de eso? A nosotros los suizos no nos han dicho nada.

Lassiter se encogió de hombros.

– Un amigo que me debía un favor -explicó.

Riordan dio unos golpecitos en el suelo con el pie, más y más despacio. Por fin, paró.

– Oye… Un momento. La transferencia. Nosotros no hicimos eso público.

Lassiter cambió de carril.

– Ya estamos llegando -anunció.

Riordan suspiró.

– La verdad es que ya me imaginaba que eras tú el que había mandado la bolsa.

Antes de pararse en la terminal, Lassiter le contó a Riordan su viaje a Nápoles, sin olvidarse del frasco de agua bendita que se le había caído del bolsillo a Della Torre.

– Era exactamente igual que el de Grimaldi -comentó.

– ¿Adonde quieres llegar? -preguntó Riordan. – ¿Me estás intentando decir que esa asociación religiosa, los «umbras», o como se llamen, contrataron a Grimaldi para que matara a tu hermana?

– Y a mi sobrino.

– ¡Venga ya!

– Y a la familia de Jiri Reinen Y puede que a más gente.

– ¿Te has vuelto loco? ¿Por qué iban a hacer eso? -Riordan miró la hora y suspiró. Después empezó a escarbar en su maletín. -Será mejor que apunte toda esta mierda -dijo.

– No hace falta. Tengo una carpeta preparada para ti. Voy a aparcar y te veo dentro. Te invito a un café.

– Vale. Te espero en el bar.

Quince minutos después, Riordan se sentía mucho mejor; hasta tenía mejor aspecto.

– ¿Dónde crees que está el truco? -preguntó. – ¿Crees que será el zumo de tomate o el vodka?

– Debe de ser el vodka -repuso Lassiter mientras se sentaba. Después le dio un sobre de color ocre a Riordan. Éste cogió sus gafas de leer y se puso a hojear el informe de prensa de Umbra Domini. El sistema de megafonía anunció algo en cuatro idiomas.

– Vale -dijo Riordan. -Gracias por la pista. Ahora, cuando llegue, sólo tengo que ir a ver al jefe y decirle que la culpa es de los católicos. ¿Tienes la menor idea de cómo le puede sentar eso?

– Esto no tiene nada que ver con los católicos -replicó Lassiter. -Tiene que ver con una asociación en concreto, que, por cierto, tiene un colegio en Washington, Saint Bart’s, y una especie de lugar de retiro en Maryland. Tal vez merezca la pena echarles un vistazo.

Riordan frunció el ceño.

– Está bien, veré lo que puedo hacer -aceptó por fin. -Pero tendré que consultarlo con los federales. Desde que Grimaldi secuestró a esa enfermera, tengo todo el día detrás a una niñera del FBI. -Riordan miró a Lassiter con una mirada tan intensa que parecía que había perdido la razón. Después le cogió la mano y se la estrechó con fuerza. -Derek Watson, Joe. Porque lo llamarán Joe, ¿verdad? Estamos haciendo todo lo que podemos. Sólo quiero que sepa eso. ¡Todo lo que podemos! -Riordan le soltó la mano a Lassiter y cerró los ojos. -Derek -repitió. -Tengo que ver a Derek mañana.

58
{"b":"113033","o":1}