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Dunwold eligió un Porsche.

Lassiter tardó en encontrar a Roy. Cuando por fin lo consiguió, fue directamente al grano.

– No sé si estarás al tanto, pero… estoy trabajando en un asunto de índole personal.

– Lo de tu hermana.

– Y mi sobrino.

– Sí, es verdad.

– Una de las cosas que estoy buscando son crímenes con patrones similares -explicó Lassiter. -Homicidios con incendios provocados en los que falleciera algún niño. He encontrado uno en Praga y otro en Canadá.

– ¿Estás seguro de que están relacionados?

– No. -Una pausa. -Pero tal vez lo estén. Y se me ha ocurrido que quizá tú puedas ayudarme a encontrar otros casos similares.

– ¿Dónde?

– Donde sea. Podrías empezar por Europa.

– ¿Qué te parece Inglaterra?

– Está bien. Empieza por Inglaterra.

Dunwold permaneció unos segundos en silencio. Por fin dijo:

– Hay un problema.

– ¿Cuál?

– Bueno, hay muchos incendios provocados que nunca se sabe que lo son. Muchas veces figuran como incendios de origen eléctrico: cortocircuitos y ese tipo de cosas. Eso significa que habría que mirar cualquier fuego en el que muriera un niño.

– Me parece bien.

– Eso es mucho trabajo.

– Ya lo sé.

– ¿Cuál es el marco temporal?

– Cualquier cosa que puedas encontrar a partir del uno de agosto.

– Vale.

– He pensado que quizá convendría mirar lo que tiene la Interpol.

– Ésos son unos malditos inútiles. No sirven para nada. Será mejor ir directamente a las bases de datos que nos puedan ayudar. Y las compañías de seguros también pueden ser interesantes. No sería la primera vez que encontramos algo gracias a ellas. Llamaré a Lloyd’s.

– ¿Qué hay de la policía?

– Sí, claro. No hay que olvidarse de esos. Veré qué tiene la Europol, Scotland Yard… Lo de siempre.

– Espera un momento. Se me acaba de ocurrir algo. -Lassiter buscó las fotocopias del pasaporte de Grimaldi y miró los sellos fronterizos del período en cuestión. No tardó en encontrar el que buscaba. -Y mira a ver si encuentras algo en Sao Paulo, ¿vale?

– ¿En Brasil?

– Sí, entre el trece y el dieciocho de septiembre del año pasado. Ponte en contacto conmigo en cuanto tengas algo.

– Vale. ¿Quieres un informe por escrito?

– No, sólo la información. Judy sabe dónde localizarme.

– Dinero.

– No te preocupes por eso. Haz lo que tengas que hacer.

– ¡Perfecto!

Lassiter estaba a punto de colgar, cuando Dunwold dijo:

– ¡Joe! ¿Sigues ahí?

– Sí.

– Se me acaba de ocurrir que…

– ¿Qué?

– Esto puede tardar bastante. Es que… Es Navidad, ¿no? Me dedicaré a trabajar, pero…

– Tú haz lo que puedas.

– Vale. Entonces, un saludo. Feliz Navidad y todo eso. Te llamaré.

Lassiter se reunió con Janacek y Riordan en el vestíbulo del hotel a las siete y media. A las ocho y cuarto, después de un espeluznante trayecto en coche por las calles nevadas, ya estaban en el ascensor de la clínica Pankow, en un suburbio de Praga. Un médico con una bata blanca los condujo hasta la habitación en la que estaba Jiri Reiner.

Hacía un calor sofocante, pero Reiner estaba hecho un ovillo debajo de las mantas. Sus ojos parecían desproporcionadamente grandes en su cara demacrada.

– No come -susurró Janacek pasándose una mano por el pelo. El médico le susurró algo al oído al detective checo y se giró hacia Lassiter. Sin decir nada, levantó un dedo, recordándoles que deberían ser breves. Después se marchó.

Reiner miraba fijamente a Lassiter.

Janacek se volvió hacia él.

– Bien. Yo traduciré. ¿Qué quiere que le diga a pan Reiner? Perdón, al señor Reiner.

– Dígale que el siete de noviembre asesinaron a mi hermana, Kathy, y a su hijo pequeño, Brandon. Alguien les cortó el cuello y después prendió fuego a la casa. -Lassiter respiró hondo. -Pero algo salió mal, y el hombre que lo hizo saltó por la ventana de la casa con la ropa envuelta en llamas.

Janacek tradujo. Al acabar, se volvió hacia Lassiter y hundió la barbilla en el pecho.

– El hombre sufrió graves quemaduras, pero sobrevivió -continuó Lassiter. -Cuando lo interrogó la policía, se negó a responder. Nadie entiende la razón del crimen. -Lassiter movió la cabeza. -Nadie.

Observó a Reiner mientras Janacek traducía. Mientras el detective hablaba, los ojos del paciente se llenaron de lágrimas, pero no intentó secárselas. Por fin, cuando Janacek terminó, Reiner habló con una voz llena de sentimiento y los inmensos ojos mojados de un perro labrador.

– Pregunta si su hermana y su sobrino estaban muertos antes del incendio -tradujo Janacek.

Lassiter sabía perfectamente lo que buscaba Reiner.

– Así es -dijo. -No murieron quemados. Los mataron rápidamente, con un cuchillo. -Prefirió no decir nada sobre las heridas de Kathy, ni sobre los cortes que tenía en las manos como producto del forcejeo.

Reiner estaba sentado en la cama, balanceándose hacia adelante y hacia detrás con los ojos cerrados con fuerza. Cuando volvió a abrirlos y habló, su sensación de alivio quedaba patente en sus ojos. Sin duda, se había estado torturando con imágenes de su hijo y su mujer, atrapados, tosiendo, quemándose vivos. Ahora, por lo menos, tenía otra imagen distinta. El detective tradujo sus palabras.

– Pregunta quién era ese hombre.

– Un italiano. Se llama Grimaldi. Dígale que es un hombre con un pasado oscuro. Un mercenario. Un asesino a sueldo.

Janacek tradujo, y Lassiter observó cómo Jiri Reiner retorcía el gesto al oír el nombre de Grimaldi. Se mordió el labio inferior y una expresión de sorpresa se apoderó de su cara. Movió la cabeza tristemente de un lado a otro.

Lassiter se señaló a sí mismo llevándose el pulgar al pecho, y después extendió los brazos con las palmas hacia arriba e imitó el ademán de incomprensión de Reiner. Reiner no dejó de mirarlo ni un instante.

– El pasaporte de Grimaldi demuestra que estaba aquí, en Praga, cuando asesinaron a su mujer y a su hijo.

– Eso ya se lo he dicho antes -dijo Janacek con impaciencia.

– Vuelva a decírselo.

Reiner movió la cabeza con tristeza y se la tocó tres veces con un dedo, como diciendo que no tenía respuestas dentro.

Siguieron así, haciéndose preguntas a través de Janacek, durante algunos minutos. ¿Se conocían las dos mujeres? ¿Había estado alguna vez Hannah Reiner en Estados Unidos o Kathy Lassiter en Checoslovaquia? Lassiter le pidió a Riordan que le enseñara a Reiner una foto de Grimaldi, y también una de Kathy y de Brandon, pero el pobre hombre sólo sacudió la cabeza y murmuró:

– Ne, ne. Nevim, Nevim.

No hacía falta traducirlo. Reiner sacó de debajo de la almohada una pequeña foto enmarcada de su mujer con su hijo en brazos. El marco era de plata y tenía forma de corazón. Lassiter miró la foto y movió la cabeza ante la sonriente pareja. Entonces entró el médico. Resultaba patente que le disgustaba que aún estuvieran allí. Reiner dijo algo con una voz sonora. Lo que quería era el número de teléfono y la dirección de Joe Lassiter. Lassiter le dio una tarjeta. El médico intentó hacerlos salir de la habitación, pero Lassiter se acercó a la cama, cogió la huesuda mano de Jiri Reiner entre las suyas y la apretó con fuerza.

– Averiguaré por qué los mataron -prometió mirándolo a los ojos. Reiner le cogió la mano con fuerza, la atrajo hacia sí y se la apretó contra el pecho. Cerró los ojos y dijo:

– Dekuji moc. Dekuji moc.

– Eso quiere decir «muchas gracias» -tradujo Janacek.

– Sí, ya lo sé.

El médico les volvió a pedir que salieran de la habitación. Lassiter giró la cabeza y miró hacia atrás. Y los ojos de Jiri Reiner le quemaron. El médico estaba a punto de ponerle una inyección, pero a Lassiter se le ocurrió algo. Se dirigió con urgencia a Janacek.

– Sólo una pregunta más.

Janacek le dijo que no, pero Jiri Reiner apartó la mano del médico con una fuerza sorprendente.

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