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– Cuando veas a Terry, dile que te he dicho que ya no necesito vuestros servicios. Y no te olvides de decirle a Pico que acelere a fondo -insistió Lassiter. Después empujó a los dos hombres hacia la puerta.

Volvió a su escritorio, metió el libro de Baresi y un montón de artículos sobre Calista en su maletín, apagó la luz del despacho y se acercó a la ventana. Había algunos peatones, pero muy poco tráfico. Pasó un minuto, luego otro, y otro. De repente, el Buick salió disparado del garaje, saltó la acera y aterrizó en el asfalto nevado. Giró hacia la derecha dando un par de bandazos y aceleró a fondo. Un instante después, el Ford Taurus salió detrás del Buick.

Con el maletín en la mano, Lassiter salió del despacho y se dirigió hacia los ascensores. Al verlo, Victoria lo llamó.

– Señor Lassiter.

– ¿Sí? -Lassiter llamó al ascensor.

– Hay un agente del FBI abajo, en el vestíbulo de entrada -dijo tapando el auricular con la mano-. -Ha venido con un diplomático de la Embajada de Italia. ¿Qué le digo?

– Dígale que suba -respondió Lassiter. Victoria lo hizo mientras su jefe esperaba a que llegase el ascensor. Cuando llegó, se quedó donde estaba, manteniendo las puertas abiertas mientras observaba el indicador luminoso del otro ascensor.

4… 3,2, 1… 2, 3,4, 5,6.

Lassiter se despidió de Victoria con un movimiento de la mano, se metió en el ascensor, se dio la vuelta y soltó las puertas.

– Dígale al hombre del FBI que he salido un momento -dijo. -Que ahora mismo vuelvo.

CAPÍTULO 34

Se alojó en el hotel Marriott Long Wharf bajo el nombre de Joe Kelly. Pagó al contado y tuvo que dejar una fianza de cincuenta dólares para cubrir los gastos de las posibles llamadas telefónicas. No es que estuviera huyendo, pero tampoco estaba precisamente de paseo. Si Umbra Domini quería presentar cargos falsos contra él, estaba seguro de que en Italia podría conseguirlo… si es que no lo había conseguido ya. La única razón por la que un agente del FBI iría a su oficina con alguien de la embajada italiana sería porque el gobierno italiano lo buscaba y lo consideraba peligroso.

Lassiter había decidido ser discreto, al menos hasta que encontrara a Marie A. Williams.

No tenía nada que hacer hasta su cita del día siguiente con Torgoff, así que estuvo paseando por las calles nevadas de Boston hasta que encontró un pequeño comercio donde vendían sándwiches de falafel. Diez minutos después volvía a estar en su habitación de hotel. Se sentó en el sofá, con los pies encima de una mesa baja y siguió leyendo la información sobre Calista Bates.

Nada nuevo. Con el tiempo, la prensa había empezado a reciclar sus propios artículos, publicando las mismas historias de siempre con titulares nuevos y fotos distintas. Lassiter leyó media docena de artículos sin encontrar un solo detalle que no conociera ya. Era una labor tediosa, pero, como no tenía nada mejor que hacer, ni ninguna otra pista que seguir, era una manera tan buena como cualquier otra de pasar la tarde.

Cogió la transcripción de una entrevista de un programa nocturno de la televisión que ya hacía bastantes años que había dejado de emitirse. En la década de los ochenta, el programa tenía la reputación de ser discreto, tranquilo y respetuoso, aunque al final resultó tener una orientación demasiado intelectual para tener éxito de audiencia. Lassiter se acordaba del programa. Se hacía en un estudio con un decorado sencillo y consistía en entrevistas con actores, directores, guionistas y críticos cinematográficos.

La fecha que encabezaba la transcripción era el 27 de abril de 1988. Calista estaba promocionando una película de acción que se llamaba Roja rosa. La entrevistadora, Valery Fine, parecía empeñada en sacarle todo el jugo posible a su artista invitada.

VF: Bueno, ya tienes un Osear por Horizontes perdidos, la nueva película es un éxito y tú te has convertido en una de las actrices más solicitadas del país. ¿Qué se siente al estar tan arriba?

CB: La verdad, no lo sé. (Risitas.) ¿Que qué se siente al estar tan arriba? Supongo que debe de ser algo parecido a lo que se siente al volar.

VF: Pareces… tan poco afectada… Lo que quiero decir es que, aunque estás montada en una montaña rusa, pareces perfectamente centrada. Escoges tus papeles con mucho cuidado y rechazas muchas ofertas. De alguna manera, pareces inmune a la fama.

CB: Yo no diría tanto.

VF: Yo sí. Pareces muy… equilibrada. Y yo me pregunto: ¿Has hecho alguna vez algo realmente… estúpido?

CB: (Risas.) Por supuesto que sí. ¿Equilibrada? No, no creo lo sea.

VF: Bueno, tú eres la mujer ideal para medio mundo. Y estás aquí. ¡Eres Calista Bates! Pero, al mismo tiempo, también pareces la chica de enfrente.

CB: (Risas.) ¿Adonde quieres ir a parar? Ni que yo fuera una de esas mujeres que dirigen un consultorio sentimental en la radio.

VF: Bueno, no. Para empezar, eres demasiado sofisticada para eso. Pero, háblanos de ti, de la verdadera Calista Bates.

CB: No, prefiero no hacerlo.

VF: ¿No?

CB: No.

VF: Pero ¿por qué no? Conozco las reglas. No hablaremos de tu familia ni de tu infancia ni de nada por el estilo. Pero ¿qué daño puede hacer que la gente te conozca un poco mejor? Eres una mujer brillante, una mujer inteligente. Lees mucho. Eres una mujer con muchas inquietudes. ¿Por qué no quieres que la gente conozca esa faceta tuya?

CB: Basta con lo que la gente ya sabe de mí

VF: Pero ¿por qué?

CB: (Suspiros.) Mira, cuando hay una cámara de por medio, cuando ocurre algo digno de salir en las noticias, o simplemente cuando un periodista entrevista a un jugador al acabar el partido… ¿sabes lo que pasa? Siempre hay alguien al fondo dando saltos para saludar a la cámara.

VF: (Saludando.) Sí, sé lo que quieres decir.

CB: Bueno, la cuestión es que cuando consiguen salir en la televisión se ponen como locos. Es como si hubieran sido tocados por una gracia especial. Se convierten en parte del otro mundo, del mundo de la televisión, y piensan que ese mundo es más real que el suyo.

VF: Sí, tienes razón. Eso también me ha pasado a mí. No quiero decir que tenga que ponerme a dar saltos para que me mire alguien, porque que ya me ve todo el mundo. (Risas.) Pero es curioso, porque mis amigos siempre me dicen que los busque. «Oye, Val, si ves el partido de baloncesto de los Lakers que ponen en la tele, ¡búscame! Estaré sentado en la sexta fila, detrás del banquillo, a la derecha.»

CB: ¡Sí! Aunque veas a esa amiga prácticamente todos los días. Y, además, en carne y hueso. Pero ella quiere que la veas en la tele.

VF: La verdad, estaba pensando en un hombre.

CB: (Risas.) Bueno, da lo mismo. La cosa es que ésa es una de las reacciones que provocan las cámaras, pero también hay otras. Hay otras personas que no quieren salir en la televisión, que no quieren que les hagan fotos, porque eso las hace sentirse menos reales. Todo el mundo conoce el tópico del miembro de una tribu que no quiere que le hagan fotografías porque cree que la cámara le robaría el alma.

VF: Claro, pero… ¡Un momento! Se supone que estábamos hablando de ti.

CB: (Risas.) Sí. Lo que quería decir es que yo tengo un poco de las dos cosas. Cuando interpreto un papel es como si me pusiera a dar saltos como una loca delante de la cámara. Cuando actúo, quiero que todo el mundo me vea. Pero en la vida real, en mi vida real, soy como el hombre de la tribu. No quiero hablar sobre mi vida real porque si lo hago me siento mal, me siento como si perdiera parte de mi alma.

VF: Tampoco hay que exagerar. ¿No es eso un poco… pretencioso? Yo no quiero quitarte parte de tu alma. Sólo quiero una historia, algo sobre la verdadera Calista.

CB: (Suspiros.) No lo entiendes. Pero eso es porque tú eres la que hace las preguntas.

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