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– No partículas de humo en pulmones. No monóxido de carbono en sangre. Esto dice que víctimas mueren antes de fuego. Y no sólo eso. Pruebas adicionales. ¿Has visto cuerpos?

– Sí. Acabo de identificarlos. Por eso estoy aquí.

– No. ¿Ves cuerpos o ves caras?

– Caras.

– Si miras cuerpos, dos cuerpos, ves piel cubierta de… como pequeños cortes. Eso pasa a humanos en fuegos, sabes. Es normal, porque… piel se agrieta. Fluidos de carne expanden en calor. Piel no expande, así que piel se agrieta por todas partes; para dejar salir presión. Pero, en este caso, mujer adulta tiene pequeños cortes en dos manos, pero diferentes; no son sólo en piel. Tejido también dañado. Éstas son seguro heridas de defensa. Veo y sigo mirando y veo por qué. Tú hermana puñalada en pecho. Causa de fallecimiento: aorta. ¡Cortada! Niño pequeño… -Truong se inclinó sobre el escritorio -cuello cortado. De oreja a oreja. -Volvió a sentarse en su silla, como si la explicación lo hubiera dejado agotado.

Levantó las manos bruscamente, las dejó caer despacio, como si fueran hojas en otoño, y las juntó.

– No queda sangre en niño pequeño, Chou… Están muertos quizás una hora antes de fuego.

Lassiter lo miraba fijamente.

– ¿Y hombre? -preguntó Truong. – ¿Marido?

– ¿De quién hablas?

– He oído tercera persona en casa de tu hermana -dijo Truong. -Sale por ventana, en llamas. Como tu hermana muere así, pienso quizás él… -Se encogió de hombros.

– ¿Dónde está ese hombre?

– Unidad de quemados.

– ¿En qué hospital?

Truong volvió a encogerse de hombros.

– Quizá Fair Oaks. Quizá Fairfax.

CAPÍTULO 8

Una hora después, cuando Lassiter volvió a encontrarse con Riordan, el detective estaba sentado detrás de un escritorio en un despacho del hospital Fair Oaks. Una enfermera le enseñó el camino. Cuando vio entrar a Lassiter, Riordan se levantó con gesto tenso y dio la vuelta al escritorio, como si estuviera intentando esconder algo con el cuerpo. No parecía alegrarse de verlo.

– No escucha, ¿verdad? -dijo.

– No me había dicho que había un sospechoso.

– No era un sospechoso hasta que recibimos el informe del forense -contestó Riordan a la defensiva. -Hasta entonces, era una víctima más.

– Hay dos personas muertas, un tipo sale volando envuelto en llamas por la ventana de la casa de mi hermana, ¿y ni siquiera lo menciona? Y encima dice que pensaba que era otra víctima.

– Estaba completamente abrasado.

– Ya, claro. Eso sólo significa que es un incompetente. ¿Quién es?

– Sin nombre.

– ¿Cómo que «sin nombre»?

– Cuando lo ingresaron no estaba precisamente como para darnos su dirección. Y no llevaba encima ningún tipo de identificación.

Lassiter guardó silencio durante unos segundos.

– ¿Llaves del coche? -preguntó por fin.

– No. No llevaba ninguna llave, ningún tipo de identificación; ni siquiera llevaba dinero. No llevaba una mierda encima.

– Entonces, ¿qué? ¡Saltó en paracaídas! ¿Es ésa vuestra teoría?

– Venga, no me fastidie.

– ¿Habéis comprobado los coches?

– ¿Qué coches?

– ¡Los coches que había aparcados! Los coches de la zona. ¿No los habéis comprobado?

Riordan vaciló un instante.

– Sí -respondió. -Los están comprobando.

– ¿Ahora? Pero si… -De repente Lassiter se sentía agotado. Su cerebro parecía atontado hasta para hacer un simple ejercicio de aritmética. Los bomberos habían recibido el aviso hacia la medianoche. Ahora eran las dos de la tarde. Así que habían pasado catorce horas y, por el aspecto de Riordan, a nadie se le había ocurrido recorrer el barrio apuntando los números de las matrículas. A no ser que Sin Nombre trabajara solo, ya sería demasiado tarde.

– Tampoco tenemos restos de ropa -dijo Riordan. -Porque me imagino que eso es lo siguiente que iba a preguntar. La ropa estaba llena de sangre y tuvieron que cortarla para quitársela. Después las enfermeras se deshicieron de todo; normas del hospital. He intentado seguir el rastro, pero todo ha desaparecido. Hasta que los médicos me autoricen a hablar con él, lo único que podemos hacer es esperar. Cuando llegue ese momento, le haré las mismas preguntas que le haría usted y le tomaré las huellas dactilares. Con un poco de suerte, conseguiremos identificarlo. Así que, ¿por qué no se va a casa y me deja hacer mi trabajo?

– ¿Qué es eso?

– ¿El qué?

– Eso que está escondiendo.

Riordan respiró hondo, miró hacia el techo y dio un paso hacia un lado, para que Lassiter pudiera ver lo que había sobre el escritorio: una bandeja metálica de hospital. Había dos objetos en la bandeja. Uno de ellos era un cuchillo de unos veinte centímetros de longitud. Era un cuchillo grande, un cuchillo de caza, del tipo que se usa para desollar animales. Lassiter se acercó al escritorio.

– Es un cuchillo militar -explicó Riordan. -Un juguete de comandos.

– Así que puede que sea un soldado -dijo Lassiter.

Riordan se encogió de hombros.

– Puede. Pero lo importante es que el tipo entró con él en la casa. No es como si hubiera un forcejeo en la cocina y alguien cogiera un cuchillo… El tipo entró en la casa con un cuchillo militar. No es un cuchillo para untar mantequilla, es un cuchillo de combate.

– ¿Está diciendo que se trata de un asesinato premeditado?

– Sí. Sabía perfectamente a lo que iba.

Lassiter observó el cuchillo con atención. Había una sustancia viscosa, de color marrón, donde la hoja encajaba con la empuñadura. Parecía sangre. Había un par de pelos pegados a la sustancia. Rubios y muy finos. Cabello de niño. Cabello de Brandon. Y la voz de Tom Truong resonó en su cabeza: «No queda sangre en niño pequeño.»

El segundo objeto de la bandeja era un frasco que tenía más o menos el tamaño de una botellita de minibar. Tenía un aspecto muy poco corriente. Estaba hecha de un cristal basto y parecía muy vieja. Se cerraba con un tapón negro de metal con forma de corona rematado con una minúscula cruz en lo alto. Dentro del frasco había un centímetro de líquido transparente.

– Las enfermeras y los asistentes lo han manoseado todo, por supuesto -dijo Riordan. -Aun así, écheme una mano. -Le dio a Lassiter una bolsa de plástico con una etiqueta pegada que decía:

SIN NOMBRE

3601

02-11-95

Lassiter mantuvo la bolsa abierta mientras Riordan introducía los objetos empujándolos con un lápiz para no tocarlos.

– ¿Dónde está el tipo?

Riordan no le contestó.

– En cuanto vuelva a la comisaría incluiré esto como prueba. Sacaremos todas las huellas que podamos, eliminaremos las de las enfermeras y los asistentes y mandaremos las que queden al FBI. Después, veré qué puedo averiguar sobre el frasco. Analizaremos el líquido y veremos adonde nos lleva el cuchillo. -Hizo una pausa. -Mire, sea quien sea el tipo, su hermana se defendió. El forense ha encontrado tejido humano y sangre debajo de sus uñas. Así que pediré una prueba de ADN y veremos qué encontramos. -Hizo otra pausa. -Y ahora, ¿me hará el favor de irse a casa?

Riordan acompañó a Lassiter hasta la puerta. El detective llevaba la bolsa extendida delante del cuerpo, pellizcando la parte superior entre los dedos. Se detuvo y apoyó la mano que tenía libre en el hombro de Lassiter.

– ¿Sabe? No debería estar contándole estas cosas. No debería enseñarle las pruebas. Ya sabe… -Riordan se miró los pies. -Lo que quiero decir es que, técnicamente, usted es un sospechoso.

– Ya.

– Lo digo en serio.

– ¿De qué está hablando?

Riordan se encogió de hombros.

– ¿Y si su hermana le hubiera dejado todo su dinero? ¿Y sí resultara que estaban peleados? Lo que quiero decir es que… Bueno, ya sabe.

– Eso es absurdo.

– Desde luego -repuso Riordan sin inmutarse. -Sólo le estoy diciendo lo que pueden sugerir las apariencias. Nos machacan constantemente con eso. Tenemos reuniones todas las semanas y siempre insisten en lo de «la apariencia de lo impropio».

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