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El joven frunció el ceño.

– Me han dicho que es un hombre extraordinario -añadió Lassiter con entusiasmo.

Sin dejar de fruncir el ceño en ningún momento, Dante Villa le preguntó cuánto tiempo iba a estar en Nápoles.

Lassiter hizo una mueca.

– Ya sé que debería haber concertado una cita con antelación…, pero me ha resultado imposible. Estábamos trabajando en un reportaje que no tenía nada que ver y pensé, ¡qué demonios! ¡Perdone! Lo que quiero decir es que estaba en Roma… y pensé que no perdía nada por venir a intentarlo.

– Ya veo. -Dante Villa emitió un pequeño sonido con el paladar. -Por supuesto, como ya se imaginará, el padre Della Torre está extremadamente ocupado. Aunque, por otra parte, estoy seguro de que estaría encantado de poder ayudarlo… Realmente ve un gran futuro para la asociación al… otro lado del charco -dijo sonriendo realmente por primera vez.

– Ah.

– Sí. Tenemos varias comunidades en Estados Unidos.

– ¿De verdad? -Lassiter sacó un cuadernillo.

– Y me complace decirle que están teniendo una gran acogida. Si quiere, puedo darle más información.

– ¿Dónde están?

– Donde está la gente. En Nueva York, en Los Ángeles, en Dallas…

– Así que se trata de un fenómeno predominantemente urbano.

– De hecho, así es. Nos organizamos en torno a nuestros colegios. Aunque también tenemos algunos centros de retiro en el campo. Comunidades modestas, como se puede imaginar.

– Y ¿si quisiéramos grabar…?

– Ni siquiera tendrían que salir de Estados Unidos. -El hombre joven se acercó a la agenda giratoria que tenía en el escritorio, hizo girar las fichas y sonrió. -De hecho, no tendría ni que salir de Washington. Podría empezar por el colegio Saint Bartholomew’s.

– ¿Saint Bart’s?

– ¿Lo conoce?

– Solía competir contra ellos. Cuando estaba en el colegio. Ellos también corrían en la IAC.

– ¿Perdón?

– Es una liga escolar de atletismo.

– Ah…

– No sabía que Saint Bart’s fuese…

– ¿Uno de nuestros colegios? -Villa se rió. -La mayoría de la gente cree que todos los colegios católicos son iguales. Pero, por supuesto, no es así. -Se volvió a concentrar en la agenda del escritorio. -Maryland está cerca de Washington, ¿verdad?

– Sí -repuso Lassiter. -Justo al lado.

– Bien. Allí tenemos una comunidad de retiro. Y veo que tenemos otra en un sitio llamado Anacostia.

– Es un distrito de Washington.

– ¡Perfecto! Entonces le haré una lista.

– Magnífico.

– De hecho, si quiere, puedo darle uno de nuestros informes para la prensa.

– Me encantaría. Y… ¿en cuanto al padre Della Torre?

El hombre joven extendió una mano y le regaló una generosa sonrisa.

– ¿Qué le parece si mientras hojea el informe voy a hablar con su secretario? Si no le importa esperar aquí un momento, claro.

Mientras esperaba, Lassiter estuvo mirando un mapa desplegable del mundo. Nápoles estaba en el centro, marcado con el logotipo de Umbra Domini. Desde allí se extendían rayos de sol hacia los distintos países en los que estaba presente la asociación. Tenía comunidades al menos en veinte países: Eslovenia, Canadá, Chile. Estaban presentes literalmente en todo el mundo.

Dante Villa regresó con una gruesa carpeta que tenía el logotipo dorado y púrpura de Umbra Domini y un pequeño adhesivo que identificaba el idioma.

– Aquí encontrará toda la información que pueda necesitar -explicó Dante. -Incluido un artículo del New York Times y otro de la publicación católica Changing Times.

– Magnífico.

– En cuanto al padre Della Torre… -dijo con una sonrisa cada vez mayor. Miró la tarjeta falsa que le había dado Lassiter. -Ha tenido usted mucha suerte, señor Delaney.

– Eso me recuerda a mi padre -bromeó Lassiter. -A mí siempre me llaman Jack.

Dante Villa sonrió.

– Bueno, el padre Della Torre tiene una recepción para dar la bienvenida a los nuevos miembros de la orden a las nueve y una reunión de trabajo a las diez. Así que podría verlo hacia las… ¿Le parece bien a las once y media?

– Le agradezco mucho lo que ha hecho.

– Ha preguntado si irá con un fotógrafo.

– No. No…

– No tiene importancia. El informe para la prensa incluye varias fotografías del padre Della Torre. -Dante Villa se apartó un mechón de pelo de la cara y le ofreció la mano a Lassiter.

Tanta amabilidad empezaba a hacer que Lassiter se sintiera culpable.

– ¿A qué hora me ha dicho? -preguntó al tiempo que sacaba su agenda, como si tuviera docenas de compromisos.

– A las once y media. Pero no aquí. El padre Della Torre lo recibirá en la iglesia. Lo encontrará en su despacho. Permítame que le dibuje un plano.

CAPITULO 19

Lassiter estaba tan cansado que, de no ser por el traqueteo del taxi, probablemente se hubiera quedado dormido durante el camino de vuelta al hotel. Pero no lo hizo. Permaneció sentado en el asiento de detrás, agarrándose como podía mientras el taxi botaba y se sacudía de camino al puerto. El agotamiento que se había apoderado de él se debía en parte a la tensión del fingimiento. Mentir lo agotaba, siempre había sido así. Pero lo que realmente le molestaba era la imposibilidad de estar en dos sitios al mismo tiempo. Grimaldi estaba en Estados Unidos, pero las respuestas estaban en Europa, enterradas en el pasado de Grimaldi y la basura de Umbra Domini.

Además, empezaba a darse cuenta de que, realmente, el objetivo de Grimaldi no había sido Kathy, sino Brandon. Kathy había sido asesinada al defender la vida de su hijo, pero a Brandon le habían cortado el cuello de oreja a oreja, de una forma casi ritual, y, después…, después habían exhumado sus restos y los habían quemado hasta reducirlos a cenizas. Era Brandon, no Kathy.

Y no podía haberlo hecho Grimaldi, que estaba en el hospital.

Había sido otra persona quien había exhumado el cuerpo del niño y había prendido fuego a sus restos mortales. Y eso quería decir, casi con toda seguridad, que Grimaldi formaba parte de una conspiración. Eso prácticamente desechaba la teoría de Riordan, según la cual Grimaldi podía ser un lunático, alguien cuyas acciones resultaban imposibles de explicar porque no eran racionales. La experiencia le decía a Lassiter que los locos no conspiraban entre sí: simplemente actuaban. Y, cuando lo hacían, lo hacían solos.

La simple idea le daba dolor de cabeza. Ver los asesinatos como una conspiración lo cambiaba todo y alejaba todavía más la posibilidad de encontrar una respuesta. ¿Y qué relación podía tener todo aquello con Umbra Domini? Porque lo que estaba claro es que Umbra Domini le había pagado dinero a Grimaldi. Desde luego, le dolía la cabeza.

Lassiter se alojaba en un hotelito delante del puerto de Santa Lucia. Salió a la terraza de su habitación, con el teléfono en una mano y el auricular en la otra, y llamó a Bepi para ver si podía cenar con él al día siguiente. Mientras esperaba a que contestara, el sol se escondió detrás del Mediterráneo, como una mujer metiéndose en su bañera, rompiendo la superficie del agua con suavidad, muy lentamente, hasta desaparecer finalmente debajo de ella.

Bepi no contestaba. Lassiter marcó el teléfono de su busca y dio el número de teléfono del hotel de Nápoles para que Bepi lo llamara. Ya no podía hacer nada más. Y entonces se acordó del informe de prensa.

El informe incluía una cuidada presentación de lo que parecía ser una asociación transparente y benévola, una especie de club para el alma. Lassiter leyó la lista de asociaciones hermanadas con Umbra Domini, entre las que estaba Salve Cáelo. Pero el informe evitaba cualquier posible controversia y no había ninguna alusión al carácter extremista de la asociación.

Al contrario, se concentraba en las buenas obras y en el número cada vez mayor de miembros de la asociación. Estaba lleno de fotos de niños con grandes ojos jugando o escuchando atentamente sentados en las aulas de los colegios parroquiales patrocinados por Umbra Domini. Fotos de jóvenes recogiendo basura en un parque, ayudando a ancianos o ejerciendo de monaguillos. Fotos del antes y el después de iglesias restauradas, que competían por el espacio con imágenes de misioneros en la selva. Y, finalmente, una foto de un grupo de sonrientes musulmanes trabajando en una huerta en el «campo de refugiados» de Salve Cáelo en Bosnia.

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