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El responsable de tantas buenas obras estaba retratado en varias fotografías a todo color. Y, si las fotos hacían justicia, pensó Lassiter, Silvio Della Torre podría trabajar en Hollywood. Era el sueño de cualquier mujer: un hombre con rasgos aniñados, pómulos altos, ojos de un sorprendente e intenso color azul y una amplia sonrisa irónica debajo de un halo de rizos negros como el azabache.

Además, el informe incluía un puñado de artículos periodísticos sobre las buenas obras de la asociación y varios perfiles en los que se elogiaba la personalidad de Della Torre. Los perfiles periodísticos hacían hincapié en los logros del sacerdote en las artes marciales y en la facilidad que tenía para los idiomas; hablaba seis o nueve idiomas, dependiendo del artículo. Como decía uno de los artículos: «El padre Della Torre puede competir con los mejores. Así que, ¡no bajes la guardia, Van Damme!»

El informe finalizaba con unas «directrices misionales» de un carácter sorprendentemente moderado. No se decía nada de las flagelaciones rituales ni del «imperialismo islámico» ni de los homosexuales. Al contrario, las directrices hacían hincapié en la importancia de los «valores familiares», la «cultura del cristianismo» y los «pilares básicos del catolicismo».

En suma, el informe de prensa resultaba soporífero, y Lassiter sucumbió ante sus efectos en la misma silla en la que estaba leyendo.

Cuando se despertó se sentía mejor, aunque su humor empeoró cuando paró a tomarse un café con leche en la cafetería que había al lado de la recepción del hotel. Un pequeño altavoz zumbaba con el ritmo irritante e implacablemente alegre del pop europeo. No entendía cómo podía gustarle a nadie esa música. Por lo menos, el café era muy bueno.

La iglesia de San Eufemio era muy pequeña. Los movimientos de tierra habían inclinado sus cimientos, de tal manera que no quedaba ningún ángulo arquitectónico realmente vertical. Estaba situada entre dos edificios mucho más grandes y modernos, y al ver la estructura inclinada de la iglesia, uno tenía la sensación de que sus dos vecinos estaban intentando deshacerse definitivamente de ella a base de empujones.

Una pequeña entrada conducía a dos enormes puertas arqueadas adornadas con tachones de metal, puertas tan viejas que la erosión había convertido la superficie de madera en una serie de surcos. Había visto las puertas en una fotografía incluida en el informe en la que aparecían abiertas de par en par, con una pareja de novios surgiendo desde la oscuridad del interior; Lassiter creía recordar que databan del siglo viii. Tocó la madera; parecía piedra.

Pero ahora las puertas no estaban abiertas y no veía ningún timbre ni ninguna aldaba, sólo una gran cerradura a la vieja usanza. Rodeó la iglesia y no tardó en encontrar una puerta lateral. Repasó por última vez sus palabras de presentación: «Jack Delaney… CNN… Nuevas tendencias en el catolicismo.»

Llamó a la puerta y, ante su sorpresa, le abrió Della Torre en persona. El líder de Umbra Domini vestía un jersey negro de cuello vuelto, pantalones negros y mocasines. Lassiter vio que, si eso era posible, Silvio Della Torre era todavía más apuesto de lo que parecía en las fotos. Al contrario que los actores que conocía, hombres que de alguna manera parecen más pequeños en carne y hueso, Della Torre era más grande de lo que había imaginado. El sacerdote era igual de alto que él, tenía los hombros anchos y aspecto atlético. No encajaba con la imagen mental que Lassiter tenía de un cura: un hombre de por lo menos sesenta años y el pelo canoso vestido con una sotana.

– Usted debe de ser Jack Delaney -dijo el sacerdote sonriendo. -Dante me dijo que vendría. Por favor, pase. -Hablaba un inglés impecable, sin nada de acento extranjero.

– Gracias.

Atravesaron una segunda puerta y accedieron a un elegante despacho escasamente amueblado. Lassiter se sentó en una silla Barcelona de cuero rojo delante de Della Torre, que a su vez se había acomodado detrás de un viejo escritorio de madera. Al recordar lo que le había comentado Massina sobre la habilidad de Della Torre para iluminarse a sí mismo durante la misa, Lassiter no pudo evitar fijarse en la sofisticada disposición de lámparas que había en el viejo techo de escayola y en la manera en que la luz caía sobre los cincelados rasgos del sacerdote.

– Tengo entendido que está preparando un reportaje para la CNN…

– Estamos estudiando la posibilidad.

– ¡Magnífico! A veces tengo la sensación de que los medios de comunicación nos evitan.

Lassiter se rió, tal y como Della Torre esperaba que lo hiciera.

– Seguro que exagera -dijo.

Della Torre se encogió de hombros.

– Quién sabe -repuso inclinándose hacia adelante. -Pero, ahora, eso es lo de menos. Usted está aquí. -Entrelazó los dedos de las manos, apoyó los codos sobre la mesa y descansó la barbilla en el dorso de las manos. – ¿Por dónde quiere empezar?

– Bueno -dijo Lassiter, -lo que quiero es familiarizarme con su asociación y hacerme una idea de cómo saldría usted en la televisión. Si pudiera hablarme un poco de los orígenes de Umbra Domini…

– Por supuesto -contestó Della Torre reclinándose en su silla. -Como sin duda sabrá, somos producto, algunos lo llamarían un subproducto, del Concilio Vaticano segundo. -Durante los siguientes diez minutos, el capo de Umbra Domini esquivó los dardos que le lanzaba Lassiter sin perder en ningún momento la sonrisa.

– ¿En qué aspectos ha cambiado la organización durante los últimos años?

– Bueno, no es ningún secreto que hemos crecido mucho.

– Si tuviera que elegir aquella cosa de la que se siente más orgulloso, ¿cuál sería?

– Sin duda, la acogida que han tenido nuestras comunidades. Me siento especialmente orgulloso de ello.

– Desde su punto de vista, ¿cuál es el mayor reto al que se enfrenta actualmente la Iglesia?

– Tenemos tantos retos… ¡Vivimos tiempos difíciles! Pero creo que el mayor reto al que nos enfrentamos los católicos es lo que yo suelo llamar «la tentación de la modernidad».

Lassiter asentía ante cada respuesta mientras tomaba notas en su cuaderno. Estaba midiendo a su adversario. Pero Della Torre era impenetrable como el teflón, sólo que aún más resistente. Una mezcla de teflón y acero. Decidió cambiar de táctica.

– Hay quien dice que Umbra Domini tiene ambiciones políticas.

– ¿De verdad? -Della Torre captó el cambio y ladeó la cabeza. – ¿Quién dice eso?

Lassiter se encogió de hombros.

– Tengo una carpeta llena de recortes de prensa en el hotel. Algunos son bastante críticos. Por ejemplo, dicen que Umbra Domini está relacionada con grupos de extrema derecha, como el Frente Nacional.

– Eso es ridículo. Es cierto que algunos de nuestros miembros están preocupados por el problema de la inmigración, pero ésa es una cuestión política, no teológica. Somos una asociación abierta. Nuestros miembros no comparten necesariamente las mismas ideas políticas.

– También se acusa a Umbra Domini de acosar a los homosexuales.

– Bueno…

– Incluso hay quien mantiene que son ustedes partidarios de tatuar a los homosexuales.

– ¡Bien! Me alegra que lo haya mencionado, porque me brinda la oportunidad de aclarar este asunto. Es cierto que creemos que la homosexualidad es un pecado y, en efecto, nuestra postura al respecto es tajante. En ese sentido, supongo que habrá quien piense que acosamos a los homosexuales -dijo Della Torre. -Pero también es igual de cierto que Umbra Domini tiene una función pedagógica. Somos profesores y, como profesores, a veces nos valemos de hipérboles para ilustrar nuestro punto de vista. Eso es precisamente lo que ha ocurrido. Haya dicho lo que haya dicho cualquier miembro de Umbra Domini, nadie en nuestra organización cree seriamente que se debería tatuarlos. Aunque sí creo que sería razonable que la policía mantuviera un registro de homosexuales.

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