Литмир - Электронная Библиотека

Lassiter asintió.

– ¿Y qué más hace Umbra Domini?

– Publican. Publican libros, folletos, vídeos, cintas…; de todo. Sobre control de natalidad, sobre los masones, sobre el aborto, sobre la homosexualidad; dicen que se debería marcar a fuego a los homosexuales.

– Que habría que tatuarlos -lo corrigió Bepi.

Lassiter pensó en todo lo que había oído.

– ¿De cuánta gente estamos hablando?

Massina se encogió de hombros.

– De unas cincuenta mil personas. Quién sabe, tal vez más. Hay muchos en Italia, en España, en Argentina. También en Estados Unidos. Hasta en Japón. Azules y blancos.

Lassiter parecía confuso.

– Son dos grupos distintos dentro de Umbra Domini -le explicó Massina. -Los blancos son muy estrictos. Asisten a misa y dan limosnas todos los días. Las mujeres se cubren el pelo y se tapan el cuerpo. ¡Pero los azules son todavía peores! Los azules abandonan el mundo.

– ¿Qué quiere decir?

– Son como monjes. Sólo los hombres pueden ser azules. Hacen votos de pobreza, de castidad…

– Yo, personalmente, no soy religioso -comentó Bepi.

– Y se flagelan -continuó Massina.

– ¿Con látigos?

– Es una vieja tradición, y ellos son tradicionalistas -repuso Massina.

– Cuéntale lo del paseo -dijo Bepi.

– ¿Qué paseo? -preguntó Lassiter.

– Es el mismo tipo de cosa -contestó Massina. -Otro tipo de penitencia. Los domingos, los azules van a comulgar de rodillas. Tienen que andar cierta distancia así, arrodillados, como Cristo en el Calvario. Por lo visto es muy doloroso. Van de rodillas por las piedras de la plaza, por los escalones de granito…

Lassiter desvió la mirada y oyó la voz de Riordan.

– «Baldosas» -dijo en voz alta.

– ¿Qué? -inquirió Bepi.

– Uno de los policías me dijo que Grimaldi debía de ganarse la vida colocando baldosas; no podía explicarse por qué si no tenía tantos callos en las rodillas.

– Bueno, si es un azul…

– ¿Quién dirige todo esto? ¿Un obispo?

Massina se inclinó hacia Lassiter y sonrió.

– Usted no es un hombre religioso, ¿verdad?

– No.

– Ya me lo imaginaba. La cabeza de la asociación es lo que se suele llamar un «simple sacerdote» -explicó Massina. -Se llama Della Torre.

– ¡Y una mierda, un simple sacerdote! -exclamó Bepi con una carcajada. -Eso es como decir que…

– Estaba a punto de decir que es un hombre bastante carismático -lo interrumpió Massina.

– Como decir que los Beatles son un simple grupo de música.

– Como acabo de decir -continuó Massina, -es un hombre bastante carismático. Y muy joven. Todavía no ha cumplido los cuarenta años. Dominico, por supuesto. Como el fundador de Umbra Domini.

– ¿Por qué por supuesto?

– Bueno, los dominicos son los grandes defensores de la ortodoxia. Los frailes negros. La inquisición fue cosa suya. En cualquier caso, este Della Torre es un orador irresistible. Cada vez que dice misa la iglesia se llena hasta rebosar. La multitud llega a amontonarse en la calle. Él avanza entre los feligreses y ellos le besan las faldas de la sotana. Realmente, es un espectáculo digno de verse.

– ¿Dónde es eso?

– En Nápoles. Iglesia de San Eufemio. Es un sitio minúsculo, antiquísimo. Creo que del siglo siete. Es como un teatro. Se han gastado una fortuna en iluminación. Por lo visto, contrataron a un profesional de Londres que se encarga de la iluminación en conciertos de rock. Sea como sea, el resultado es… gótico. Cuando Della Torre sube al pulpito, surgiendo de la oscuridad, un efecto de iluminación hace que parezca que la luz sale de dentro de él. Habla pausadamente, con pasión, de una forma que cautiva a la gente. Realmente, hace que deseen ser salvados.

– ¿Así que ha estado allí? -preguntó Lassiter.

– Sí, estuve una vez. Si quiere que le diga la verdad, me asustó. Estuve a esto de besarle la mano -confesó pellizcando una brizna de aire entre los dedos.

– ¿Cree que me recibiría?

Massina pareció dudar.

– Puede que sí. Si fuera en calidad de periodista… Al fin y al cabo, Della Torre está en el mundo para difundir la palabra de Dios.

– Entonces, digamos que si yo estuviera escribiendo un artículo sobre…

Bepi levantó la mano y dijo con tono pomposo:

– «Las nuevas direcciones en el catolicismo.»

– Quién sabe. Puede que funcionara -dijo Massina.

– ¿Habla inglés?

– Habla de todo. Ha estudiado en Heidelberg, en Tokio y en Boston. Está muy bien educado para ser un «simple sacerdote».

Bepi se inclinó hacia adelante.

– ¿Crees que puede resultar peligroso para Joe?

Massina se rió.

– No, no lo creo. A pesar de todo, es un sacerdote. Pero tenga cuidado -añadió volviéndose hacia Lassiter. -Quizás intente convertirlo a su causa.

Nápoles. Lassiter le pidió al taxista que lo dejara a un par de manzanas de la dirección de Umbra Domini y caminó el resto del trayecto, despacio.

Ahora que estaba allí, el pretexto ya no le parecía tan bueno. Aunque se había hecho hacer unas tarjetas de visita que lo identificaban como John C. Delaney, un productor de Washington que trabajaba para la CNN, existía al menos una remota posibilidad de que Della Torre supiera quién era realmente. Después de todo, había aporreado las puertas de los apartamentos de Grimaldi en Roma, había estado con su hermana y se lo había contado prácticamente todo a Gunther Egloff. Aunque era posible que el suizo se hubiera olvidado de él en cuanto salió de su casa, Lassiter realmente no creía que fuera así. Al fin y al cabo, Egloff le había pedido su tarjeta y le había preguntado en qué hotel se hospedaba y adonde se dirigía, algo sobre lo que Lassiter había mentido. Y, después, al marcharse, Egloff lo había estado espiando a través de la mirilla de la puerta.

Era lógico que así fuera, porque existía una cadena de eslabones que conectaba a Grimaldi con Umbra Domini. La misma cadena que unía a Umbra Domini con Salve Cáelo, a Salve Cáelo con Egloff y a Grimaldi con Egloff.

«Esto puede resultar de lo más embarazoso -se dijo Lassiter a sí mismo -o algo peor todavía.»

Estaba delante de un viejo palacete neoclásico cuyas inmensas puertas de madera se abrían a un pequeño patio interior. En el centro del patio, una fuente borboteaba alimentada por un grupo de gárgolas babeantes.

El interior era tan moderno como antiguo el exterior. El aire estaba iluminado con luces fluorescentes y zumbaba con máquinas de fax, teléfonos móviles y ordenadores. Una mujer bilingüe con un vestido de manga larga miró su tarjeta sin cogerla y lo condujo a la oficina donde se encargaban de las relaciones con la prensa.

Lassiter estuvo sentado diez minutos, rodeado de libros y folletos con el logotipo de Umbra: un círculo ovalado de tono dorado sobre un fondo púrpura, un trazo ascendente que sugería una ladera, una cruz en lo alto de la ladera y una larga sombra con las palabras umbra domini en brillantes letras doradas. Los folletos estaban escritos en varios idiomas, incluido el inglés; pero, antes de que Lassiter tuviera tiempo de mirarlos con más detenimiento, un hombre joven con el pelo engominado le dijo que lo acompañara a su despacho.

– Dante Villa -dijo extendiendo la mano.

– Jack Delaney. De la CNN.

– ¿Tiene una tarjeta?

– Por supuesto -contestó Lassiter. Después sacó una del bolsillo interior de la chaqueta y se la ofreció.

– ¿Y en qué puedo ayudarlo, señor Delaney?

– Bueno… Estamos pensando en hacer un reportaje sobre las nuevas tendencias en el catolicismo.

El joven arqueó las cejas y se acarició el pelo.

– Qué interesante.

– Desde luego. Y, por lo que nos han dicho, Umbra Domini es una de las asociaciones católicas con mayor número de seguidores. Así que he pensado que podría resultar interesante incluir su asociación en nuestro reportaje. Depende…

– ¿Sí? ¿De qué?

– Bueno, ya sabe cómo es esto de la televisión. Nunca se sabe cómo se puede comportar alguien delante de una cámara. Ésa es la razón por la que estoy aquí. Me han dicho que el padre Della Torre es exactamente lo que buscamos. Así que… esperaba tener la oportunidad de entrevistarme con él para poder hacerme una idea de cómo suena su voz, de cómo saldría en vídeo… No llevaría mucho tiempo. Además, así podría explicarle cómo vemos nosotros el reportaje.

46
{"b":"113033","o":1}