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– Sí, puedo.

– ¿Cómo es eso?

– El sistema también registra qué emisores se utilizan para activar y desactivar el sistema. En esta casa, los emisores están instalados a ambos lados de las tres puertas; es decir, la puerta de la calle, la puerta al garaje y una de las puertas de la terraza de atrás. Los transmisores están en la parte de dentro y en la de fuera de cada puerta. El programa interno registra cuál se utilizó.

' -¿Puede mirar el informe impreso del sistema del señor Storey que tenía antes y decirnos qué transmisores se utilizaron en las entradas y salidas de las tres diecinueve y las cuatro y un minuto?

Hendricks consultó sus papeles antes de contestar.

– Eh, sí. A las tres y diecinueve se utilizó el transmisor exterior, eso significa que había alguien en el garaje cuando activaron la alarma en la casa. Después, a las cuatro y un minuto el mismo transmisor exterior se utilizó para desactivar la alarma. La puerta se abrió y se cerró y luego volvió a conectarse la alarma desde dentro.

– Entonces alguien entró en la casa a las cuatro y un minuto, ¿es eso lo que está diciendo?

– Sí, eso es.

– Y el sistema informático registró a esa persona como David Storey, ¿es así?

– Identificó su voz, sí.

– ¿Y esta persona también tendría que haber utilizado la contraseña del señor Storey y decir la fecha correcta?

– Sí, eso es.

Langwiser anunció que no tenía más preguntas. Fowkkes dijo al juez que deseaba hacer un breve interrogatorio al testigo. Saltó al estrado y miró a Hendricks.

– Señor Hendricks, ¿cuánto tiempo hace que trabaja para Lighthouse?

– El mes que viene hará tres años.

– ¿Entonces usted era empleado de Lighthouse el uno de enero del año pasado, durante lo que se llamó el desafío del efecto dos mil?

– Sí-respondió Hendricks, vacilante.

– ¿Puede decirnos qué pasó con muchos de los clientes de Lighthouse ese día?

– Eh, tuvimos algunos problemas.

– ¿Algunos problemas, señor Hendricks?

– Hubo fallos de sistema.

– ¿En qué sistema en concreto?

– Los Millennium Two tuvieron un fallo de sistema, pero fue menor. Pudimos…

– ¿A cuántos clientes con Millennium Two de la zona de Los Ángeles afectó?

– A todos, pero localizamos el bug y…

– Eso es todo, señor. Gracias.

– … lo arreglamos.

– Señor Hendricks -rugió el juez-. Ya basta. El jurado no tendrá en cuenta esta última afirmación.

El juez miró a Langwiser.

– ¿Más preguntas, señora Langwiser?

Langwiser dijo que haría unas cuantas preguntas rápidas. Bosch había descubierto los problemas del efecto dos mil y había informado a los fiscales, quienes habían confiado en que la defensa no los descubriera.

– Señor Hendricks, ¿Lighthouse solucionó el bug que infectó los sistemas después del efecto dos mil?

– Sí, lo hicimos inmediatamente.

– ¿Pudo afectar de algún modo a los datos recogidos del sistema del acusado diez meses después del efecto dos mil?

– En absoluto. El problema se solucionó. El sistema fue reparado.

Langwiser dijo que no tenía más preguntas para el testigo y se sentó. Entonces se levantó Fowkkes para interpelar.

– El bug que fue reparado, señor Hendricks, fue el bug del que tenían noticia, ¿verdad?

Hendricks lo miró desconcertado.

– Sí, ése fue el que causó el problema.

– Lo que está diciendo es que sólo conocen estos bugs cuando causan un problema.

– Eh, normalmente.

– De manera que podría haber habido un bug de programa en el sistema de seguridad del señor Storey y no habrían sabido de él hasta que creara un problema, ¿verdad?

Hendricks se encogió de hombros.

– Todo es posible.

Fowkkes se sentó y el juez preguntó a Langwiser si tenía más preguntas. La fiscal vaciló un momento, pero terminó diciendo que no haría más preguntas. Houghton despidió a Hendricks, y propuso un descanso para el almuerzo.

– Nuestro próximo testigo será muy breve, señoría. Me gustaría que testificara antes del receso. Queremos concentrarnos en un solo testigo durante la sesión de tarde.

– Muy bien, adelante.

– Llamamos de nuevo al detective Bosch.

Bosch se levantó y subió al estrado de los testigos, con el expediente del asesinato. En esta ocasión no tocó el micrófono. Se acomodó y el juez le recordó que continuaba bajo juramento.

– Detective Bosch -empezó Langwiser-. ¿En un punto de su investigación del asesinato de Jody Krementz le pidieron que fuera en coche desde la casa del acusado a la de Jody Krementz y regresara de nuevo?

– Sí, usted me lo pidió.

– ¿Y usted lo hizo?

– Sí.

– ¿Cuándo?

– El dieciséis de noviembre, a las tres y diecinueve de la mañana.

– ¿Cronometró el trayecto?

– Sí, en ambos sentidos.

– ¿Y puede decirnos esos tiempos? Puede consultar sus notas si lo desea.

Bosch abrió la carpeta por una página previamente marcada. Se tomó un momento para examinar sus anotaciones, aunque conocía la respuesta de memoria.

– De la casa del señor Storey a la de Jody Krementz tardé once minutos y veintidós segundos, conduciendo respetando la velocidad máxima. Al regresar tardé once minutos y cuarenta y ocho segundos. En total veintitrés minutos y diez segundos.

– Gracias, detective.

Eso era todo. Fowkkes renunció a interrogar a Bosch, reservándose el derecho de llamarlo al estrado durante la fase de la defensa. El juez Houghton levantó la sesión para el almuerzo y la atestada sala empezó a vaciarse.

Bosch estaba abriéndose camino entre la maraña de letrados, espectadores y periodistas en el pasillo y buscando a Annabelle Crowe cuando una mano le sujetó el brazo con fuerza desde atrás. Se volvió y vio el rostro de un hombre negro que no reconoció. Otro hombre, éste blanco, se les acercó. Los dos hombres llevaban trajes grises casi idénticos y Bosch supo que eran del FBI antes de que el primero pronunciara una palabra.

– Detective Bosch, soy el agente especial Twilley del FBI. Él es el agente especial Friedman. ¿Podemos hablar en privado en alguna parte?

38

Tardó tres horas en revisar cuidadosamente la cinta de vídeo. Después de terminar, lo único que tenía McCaleb era una multa de aparcamiento. Tafero no había aparecido en el vídeo de la oficina de correos en el día en que se efectuó el giro. Y tampoco Harry Bosch. Le atormentaba pensar en los cuarenta y ocho minutos que habían sido grabados encima antes de su llegada a la oficina con Winston. Si hubieran ido primero a la oficina de correos y después a la comisaría de Hollywood quizá en ese momento tendrían al asesino en vídeo. Esos cuarenta y ocho minutos podían marcar la diferencia en el caso, la diferencia entre poder salvar a Bosch o condenarlo.

McCaleb estaba pensando en posibles escenarios cuando llegó al Cherokee y se encontró con una multa bajo el limpiaparabrisas. Maldijo, la sacó y la miró. Había estado tan absorto mirando la cinta que olvidó que había aparcado en una zona de estacionamiento limitado a quince minutos, delante de la oficina de correos. La multa iba a costarle cuarenta dólares, y eso dolía. Con las pocas excursiones de pesca que conseguían en los meses invernales, su familia había estado viviendo de la pequeña paga de Graciela y de su pensión del FBI. No les quedaba mucho margen con los gastos de los dos niños. Esto, sumado a la cancelación del sábado, les haría daño.

Volvió a poner la multa en el mismo sitio y empezó a caminar por la acera. Decidió que quería ir a Fianzas Valentino, aunque sabía que probablemente Rudy Tafero estaría en el juicio de Van Nuys. Quería seguir con su norma de ver al sospechoso en su ambiente. Podía ser que el sospechoso no estuviera presente, pero vería el entorno en el que se sentía seguro.

Mientras caminaba, sacó el teléfono móvil y llamó a Jaye Winston, pero le salió el contestador. Colgó sin dejar mensaje y la llamó al busca. Había andado cuatro travesías, y estaba casi en Fianzas Valentino cuando ella lo llamó.

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