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Recordó otra medida defensiva. Levantó la pierna derecha y, con las últimas fuerzas que pudo reunir, la lanzó hacia abajo con el talón hacia el pie de su atacante. Falló. Su pie golpeó el suelo ineficazmente y su agresor dio otro paso hacia atrás, tirando con fuerza de McCaleb y desequilibrándolo de forma que no podía volver a intentar liberarse con una patada.

McCaleb estaba perdiendo la consciencia rápidamente. Su visión de las luces del puerto a través de la puerta del salón comenzaba a llenarse de una oscuridad envuelta por una silueta rojiza. Sus últimos pensamientos fueron que estaba preso en una llave de estrangulamiento clásica, como las que enseñaban en las academias de policía de todo el país hasta que resultaron muchas muertes de ella.

Pronto se desvaneció incluso esa idea. La oscuridad avanzó e hizo presa en él.

42

McCaleb se despertó con un tremendo dolor muscular en los hombros y los muslos. Cuando abrió los ojos se dio cuenta de que estaba tumbado boca abajo en la cama del camarote principal. Tenía la cabeza apoyada en el colchón sobre la mejilla izquierda, y estaba mirando el cabezal. Tardó un momento antes de recordar que iba a visitar a Buddy Lockridge cuando le habían atacado por detrás.

Recuperó la consciencia por completo y trató de relajar sus músculos doloridos, pero se dio cuenta de que no podía moverse. Tenía las muñecas atadas tras la espalda y las piernas estaban dobladas hacia atrás por las rodillas y sostenidas en esa posición por la mano de alguien.

Levantó la cabeza del colchón y trató de volverse, pero no logró el ángulo adecuado. Se derrumbó de nuevo sobre el colchón y giró la cabeza hacia la izquierda. Consiguió levantarse una vez más, y al volverse vio a Rudy Tafero, de pie junto a la cama, sonriéndole. Con una mano enguantada sostenía los pies de McCaleb, que estaban atados por los tobillos y doblados hacia los muslos.

McCaleb lo entendió todo. Se dio cuenta de que estaba desnudo y atado, y que lo mantenían en la misma postura en la que había visto el cadáver de Edward Gunn. La posición fetal invertida del cuadro de Hieronymus Bosch. El frío del terror explotó en su pecho. Instintivamente flexionó los músculos de las piernas. Tafero ya estaba preparado. Sus pies apenas se movieron, pero oyó tres clics detrás de su cabeza y se dio cuenta de la ligadura en torno a su cuello.

– Tranquilo -dijo Tafero-. Tranquilo, todavía no.

McCaleb detuvo su movimiento. Tafero continuó presionándole los tobillos hacia abajo, hacia la parte posterior de sus muslos.

– Ya has visto el montaje antes -dijo Tafero con total naturalidad-. Éste es un poco diferente. He unido unas cuantas bridas, como las que cualquier policía de Los Ángeles lleva en el maletero de su coche.

McCaleb captó el mensaje. Las bridas de plástico se inventaron para sujetar cables, pero resultaban útiles para las agencias del orden que se enfrentaban a revueltas sociales ocasionales y a la necesidad de realizar detenciones masivas. Un policía podía llevar un juego de esposas, pero cientos de bridas. Bastaba con rodear con ellas las muñecas y pasar el extremo por el cierre: las minúsculas muescas de la cinta de plástico saltan y se cierran cuando se tensan. El único modo de quitárselas es cortarlas. McCaleb comprendió que los clics que acababa de oír eran de una brida cerrándose en torno a su cuello.

– Así que ten cuidado -dijo Tafero-. Quédate bien quieto.

McCaleb apoyó la cara en el colchón. Su mente corría en busca de una vía de escape. Pensó que si podía entablar conversación con Tafero quizá conseguiría ganar un poco de tiempo, pero ¿tiempo para qué?

– ¿Cómo me encontraste? -dijo en el colchón.

– Fue sencillo. Mi hermano te siguió desde la tienda y apuntó tu matrícula. Deberías mirar a tu alrededor más a menudo, para asegurarte de que no te siguen.

– Lo recordaré.

Entendió el plan. Parecería que el asesino de Gunn había matado a McCaleb cuando éste se había acercado demasiado. Volvió la cabeza de nuevo para poder ver a Tafero.

– No va a funcionar, Tafero -dijo-. La gente lo sabe. No se van a creer que ha sido Bosch.

Tafero le sonrió.

– ¿Te refieres a Jaye Winston? No te preocupes por ella. Voy a hacerle una visita cuando termine contigo. Ochenta y ocho cero uno, Willoughby, apartamento seis, West Hollywood. También fue fácil de encontrar.

Levantó la mano que tenía libre y movió los dedos como si estuviera tocando el piano o escribiendo a máquina.

– Deja que tus dedos caminen por el registro de votantes: lo tengo en COM. Está registrada como demócrata, no es broma. Una poli de homicidios que vota a los demócratas. Uno nunca deja de asombrarse.

– Hay más gente. El FBI está trabajando en esto.

Tu…

– Van detrás de Bosch, no de mí. Los he visto hoy en el juzgado.

Se inclinó y tocó una de las bridas que había unido desde las piernas hasta el cuello de McCaleb.

– Y estoy seguro de que esto les va a ayudar a ir directamente a por el detective Bosch.

Sonrió ante la genialidad de su propio plan. Y McCaleb sabía que su argumento era sensato. Twilley y Friedman irían tras Bosch como un par de perros persiguiéndose alrededor de un coche.

– Ahora quédate quieto.

Tafero soltó los pies de McCaleb y se situó fuera de su campo visual. McCaleb se esforzó por mantener sus piernas sin doblarse. Casi inmediatamente sintió que los músculos empezaban a arder. Sabía que no tenía fuerzas para resistir durante mucho tiempo.

– Por favor…

Tafero volvió a aparecer en su campo visual. Sostenía con ambas manos una lechuza de plástico y mostraba una encantadora sonrisa.

– La saqué de uno de los barcos del muelle. Está un poco desgastada, pero servirá. Tendré que encontrar otra para Winston.

Miró por el camarote como si buscara un buen lugar para colocar la lechuza. La dejó en un estante situado encima del buró, miró hacia McCaleb una vez y ajustó la posición de la estatuilla de plástico para que observara directamente a su víctima.

– Perfecto -dijo.

McCaleb cerró los ojos. Sentía los músculos temblando por la tensión. En su mente se forjó una imagen de su hija. La niña estaba en sus brazos, lo miraba por encima del biberón y le decía que no se preocupara ni tuviera miedo. Eso lo calmó. Se concentró en el rostro de la niña y, de algún modo, pensó que incluso podía oler su cabello. Sintió que las lágrimas le resbalaban por las mejillas y sus piernas empezaron a ceder. Oyó el clic de las bridas y…

Tafero le agarró las piernas y las sostuvo.

– Todavía no.

Algo duro golpeó la cabeza de McCaleb y sonó en el colchón junto a él. Volvió la cara y al abrir los ojos vio que se trataba de la cinta de vídeo que le había pedido a

Lucas, el guardia de seguridad. Miró el membrete del servicio de correos en el adhesivo que Lucas había puesto en la cinta.

– Espero que no te importe, pero mientras estabas sin sentido he estado chafardeando esto. No he visto nada. Está en blanco. ¿Por qué?

McCaleb sintió una punzada de esperanza. Se dio cuenta de que el único motivo por el que todavía no estaba muerto era la cinta de vídeo. Tafero la había encontrado y eso había planteado demasiadas preguntas. Era una oportunidad. McCaleb trató de pensar en una forma de sacar partido de ella. No era más que una cinta virgen. Habían planeado utilizarla como cebo en la trampa contra Tafero. Formaba parte del escenario. Pensaban enseñársela y decirle que lo tenían en vídeo enviando el giro postal. Pero no le mostrarían las imágenes. McCaleb pensó que todavía podría usarla, pero al revés.

Tafero presionó con fuerza en sus tobillos, tanto que casi le tocaron las nalgas. McCaleb gimió por la tensión en sus músculos y Tafero alivió la presión.

– Te he hecho una pregunta, hijo de puta. ¡Responde!

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