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– AI final del pasillo a la izquierda.

McCaleb se dirigió hacia allí mientras Bosch se llevaba las botellas a la cocina y las dejaba en el cubo para reciclar vidrio, junto con las otras. Abrió la nevera y vio que sólo quedaba una botella del paquete de seis que había comprado al volver a casa después de engañar a Annabelle Croe. Cerró la nevera cuando entró McCaleb.

– Esa pintura que tienes colgada en el pasillo es una locura-dijo.

– ¿Qué? Ah, sí, a mí me gusta.

– ¿Qué se supone que quiere decir?

– No lo sé, supongo que significa que la noria no deja de girar. Nadie se escapa.

McCaleb asintió.

– Supongo.

– ¿Vas a ir a Nat's?

– Estaba pensando en eso. ¿Quieres venir?

Bosch consideró la propuesta, a pesar de que sabía que era una locura. Tenía que repasar la mitad del expediente para preparar lo que le quedaba de testificar por la mañana.

– No, será mejor que trabaje un poco por aquí y me prepare para mañana.

– Bueno, por cierto, ¿cómo ha ido hoy?

– De momento bien. Pero por ahora estamos jugando a softball. Mañana le toca batear a Reason y va a pegarle fuerte.

– Veré las noticias.

McCaleb se acercó y tendió la mano. Bosch se la estrechó.

– Ten cuidado.

– Tú también, Harry. Gracias por las cervezas.

Acompañó a McCaleb a la puerta y luego vio cómo subía al Cherokee aparcado en la calle. Arrancó a la primera y se alejó, dejando a Bosch de pie en el umbral iluminado.

Bosch cerró y apagó las luces de la sala. Dejó encendido el equipo de música. Se apagaría de manera automática al final del momento clásico de Art Pepper. No era muy tarde, pero Bosch estaba cansado de las presiones del día y por el alcohol que fluía por su sangre. Decidió irse a acostar y levantarse temprano para preparar su testimonio. Fue a la cocina y sacó la última botella de cerveza de la nevera.

De camino a su habitación se detuvo a mirar la pintura enmarcada a la que se había referido McCaleb. Era una reproducción del cuadro de Hieronymus Bosch titulado El jardín de las delicias. Lo tenía desde que era un niño. La superficie del cuadro estaba combada y arañada. Estaba en mal estado. Había sido Eleanor quien lo había sacado de la sala para ponerlo en el pasillo. No le gustaba que estuviera en el sitio en el que se sentaban cada noche, Bosch nunca entendió si era por lo que se representaba en el cuadro o porque la reproducción era vieja y estaba deteriorada.

Al mirar al paisaje de libertinaje y tormento humanos que describía el cuadro, Bosch pensó en volver a colocarlo en su lugar de la sala.

En su sueño, Bosch se movía a través de aguas oscuras, incapaz de verse las manos delante de su propio rostro. Sonó un timbre y él subió a la superficie desde la oscura profundidad.

Se despertó. La luz continuaba encendida, pero todo estaba en silencio. El equipo de música estaba apagado. Empezó a mirar su reloj cuando el teléfono sonó de nuevo y él lo agarró rápidamente de la mesilla de noche.

– ¿Sí?

– Hola, Harry. Soy Kiz.

Su antigua compañera.

– Kiz, ¿qué pasa?

– ¿Estás bien? Tienes una voz…

– Estoy bien. Sólo estaba…, estaba durmiendo.

Miró el reloj. Eran poco más de las diez.

– Lo siento, Harry. Pensé que estarías calentando motores, preparándote para mañana.

– Me levantaré temprano para eso.

– Bueno, lo has hecho muy bien hoy. Tenemos la tele encendida en la brigada. Todos están contigo.

– Apostaría. ¿Qué tal va todo por ahí?

– Va. En cierto modo es como volver a empezar. Tengo que demostrarles que sirvo.

– No te preocupes por ellos. Vas a pasar a esos tipos como si estuvieran parados. Lo mismo que hiciste conmigo.

– Harry…, tú eres el mejor. He aprendido de ti más de lo que nunca sabrás.

Bosch vaciló. Estaba conmovido de verdad por lo que ella acababa de decirle.

– Me gusta que me lo digas, Kiz. Deberías llamarme más a menudo.

Ella rió.

– Bueno, no te llamaba por eso. Le dije a una amiga que lo haría. Me recuerda mi época en el instituto, pero bueno, allá va. Hay alguien que está interesada en ti. Le dije que me enteraría de si volvías a estar disponible, no sé si me explico.

Bosch no tuvo ni que pensárselo antes de responder.

– Uf, no, Kiz, no lo estoy. Yo… todavía no voy a rendirme con Eleanor. Aún tengo la esperanza de que llame o aparezca y podamos solucionarlo. Ya sabes cómo es esto.

– Lo sé. Y está muy bien, Harry. Sólo le dije que preguntaría, pero si cambias de opinión, es una buena mujer.

– ¿La conozco?

– Sí, la conoces. Es Jaye Winston, de la oficina del sheriff. Estamos juntas en un grupo de mujeres. Polis sin porra. Esta noche hemos hablado de ti.

Bosch no dijo nada. Sentía un nudo en el estómago. No creía en las coincidencias.

– Harry, ¿estás ahí?

– Sí, estoy aquí. Estaba pensando en algo.

– Bueno, te dejo. Y oye, Jaye me pidió que no te dijera su nombre. Ya sabes, sólo quería saber de ti y poner un anónimo. Para que la próxima vez que te la encuentres en el trabajo no resulte embarazoso. Así que yo no te he dicho nada, ¿vale?

– Sí. ¿Te hizo preguntas sobre mí?

– Algunas. Nada importante. Espero que no te importe. Le dije que había elegido bien. Le dije que si yo no fuera, bueno, como soy, yo también estaría interesada.

– Gracias, Kiz -dijo Bosch, pero su mente ya estaba en otra cosa.

– Bueno, ahora tengo que irme. Ya nos veremos. Dales duro mañana, ¿vale?

– Lo intentaré.

Kiz colgó y Bosch lentamente dejó el teléfono en su lugar. El nudo en el estómago se había hecho más duro. Empezó a pensar en la visita de McCaleb, en lo que le había preguntado y en lo que había dicho. Unas horas después Winston estaba haciendo preguntas sobre él.

Bosch no creía que se tratara de una coincidencia.

Estaba claro que querían echarle el anzuelo. Lo estaban buscando por el asesinato de Edward Gunn. Y sabía que probablemente le había dado a McCaleb la suficiente cantidad de datos psicológicos para que creyera que iba por el buen camino.

Bosch vació la botella de cerveza que tenía en la mesilla de noche. El último trago estaba tibio y agrio. Sabía que no le quedaban más cervezas en la nevera, así que decidió encender un cigarrillo.

22

Nat's era un bar del tamaño de un vagón de ferrocarril, igual a un montón de antros de Hollywood. Durante las horas del día lo frecuentaban los alcohólicos, al anochecer las busconas y su clientela y más tarde la tribu del cuero negro y los tatuajes. Era el tipo de lugar donde más valía no pagar con una tarjeta de crédito oro.

McCaleb se había detenido a cenar en Musso's, porque su reloj biológico le exigía alimento antes de que se quedara sin pilas, de manera que no llegó a Nat's hasta después de las diez. Mientras se comía su pastel de pollo pensó en si merecía la pena ir al bar a hacer preguntas sobre Gunn, teniendo en cuenta que el consejo había partido del sospechoso. ¿Iba a indicar el sospechoso la dirección correcta al investigador? No parecía probable, pero McCaleb también tenía en cuenta que Bosch había bebido y que no era consciente de sus verdaderas intenciones durante su visita a la casa de la colina. El consejo bien podía ser válido y decidió que no había que descuidar ninguna parte de la investigación.

Al entrar tardó unos segundos en adaptar la vista a la luz escasa y de color rojizo. Cuando la estancia se hizo más clara vio que estaba medio vacía. Era el periodo tranquilo entre el grupo del anochecer y el de última hora. Dos mujeres -una blanca y una negra- sentadas a un extremo de la barra que recorría el lado izquierdo del bar lo miraron y McCaleb vio que los ojos de ellas leían la palabra «poli» al mismo tiempo que los suyos leían la palabra «putas». Le satisfizo secretamente comprobar que aún conservaba el look. Pasó al lado de ellas y continuó hasta el salón. Casi todos los reservados que se alineaban junto al lado derecho del local estaban llenos. Nadie se molestó en dedicarle una mirada.

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