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– Te ha convencido.

– No, me he convencido yo mismo.

Se oyeron voces de fondo y Winston le dijo a McCaleb que esperara. Oyó entonces voces ahogadas con una mano sobre el micrófono. Parecía que discutían. McCaleb se levantó y continuó caminando hacia el muelle. Winston volvió a la línea al cabo de unos segundos.

– Lo siento -dijo-. No es un buen momento.

– ¿Podemos vernos mañana por la mañana?

– ¿De qué estás hablando? -dijo Winston casi gritando-. Acabas de decirme que estás trabajando para el sospechoso de una investigación. No voy a reunirme contigo. ¿Cómo cono crees que se vería eso? Espera un momento.

Oyó su voz ahogada disculpándose por el lenguaje con alguien. Entonces volvió a la línea.

– Tengo que colgar.

– Mira, a mí no me importa lo que parezca. A mí me interesa la verdad y pensaba que a ti también. Si no quieres verme, no nos veamos. Yo también tengo que colgar.

– Terry, espera.

McCaleb escuchó, pero ella no dijo nada. Le pareció que algo la distraía.

– ¿Qué, Jaye?

– ¿Qué es eso que dices que se nos pasó por alto?

– Estaba en el expediente de la última detención de Gunn. Supongo que después de que Bosch te dijera que había hablado con él en el calabozo pediste todo el registro. Sólo lo miré por encima la primera vez que estudié el expediente.

– Yo saqué los registros -dijo ella a la defensiva-. Pasó la noche del treinta de diciembre en la comisaría de Hollywood. Fue allí donde lo vio Bosch.

– Y salió después de pagar la fianza por la mañana. A las siete y media.

– Sí. ¿Y? ¿Qué quieres decir?

– Mira quién le pagó la fianza.

– Terry, estoy en casa de mis padres. No tengo…

– De acuerdo, perdona. La fianza la depositó Rudy Tafero.

Silencio. McCaleb estaba en el muelle. Caminó hasta la pasarela que conducía al embarcadero de las lanchas y se apoyó en la barandilla. Volvió a colocar su mano libre sobre el móvil.

– De acuerdo, lo sacó Rudy Tafero -dijo Winston-. Supongo que tendrá licencia para depositar fianzas. ¿Qué significa eso?

– No has estado viendo la tele. Tienes razón, Tafero tiene licencia (al menos puso un número de licencia en el informe de la fianza), pero también es detective privado y consultor de seguridad. Y (escucha esto) trabaja para David Storey.

Winston no dijo nada, pero McCaleb la escuchó respirar en el teléfono.

– Terry, creo que será mejor que te calmes. Estás interpretando demasiado.

– No existen las coincidencias, Jaye.

– ¿Qué coincidencias? El tipo tiene licencia para depositar fianzas. Es lo que hace, sacar a gente de la cárcel. Te apuesto una caja de Dónuts a que tiene el despacho enfrente de la comisaría de Hollywood, como todos. Probablemente saca uno de cada tres borrachos o una de cada cuatro prostitutas del calabozo.

– No crees que sea tan simple y lo sabes.

– No me digas lo que yo creo.

– Esto paso cuando él estaba preparando el caso de Storey. ¿Por qué iba a ir Tafero y firmar la fianza él mismo?

– Porque puede que no tenga ningún empleado y, como te he dicho, quizá lo único que tiene que hacer es cruzar la calle.

– No me lo creo. Y hay algo más. En los papeles pone que Gunn utilizó su única llamada a las tres de la mañana del treinta y uno de diciembre. El número está en la ficha: llamó a su hermana a Long Beach.

– De acuerdo, ¿y qué? Eso ya lo sabíamos.

– Yo la he llamado hoy y le he preguntado si telefoneó a un fiador para él. Me dijo que no. Me dijo que estaba cansada de recibir llamadas en plena noche y pagarle fianzas. Le dijo que esta vez era cosa suya.

– Así que fue con Tafero. ¿Qué pasa?

– ¿Cómo lo encontró? Ya había hecho su llamada.

Winston no tenía respuesta. Ambos permanecieron un rato en silencio. McCaleb miró hacia el puerto. El taxi acuático amarillo avanzaba con lentitud por uno de los carriles, sin ningún pasajero a bordo. Hombres solos en sus barcos, pensó McCaleb.

– ¿Qué vas a hacer? -preguntó finalmente Winston-. ¿Adonde vas a ir con esto?

– Voy a volver a Los Ángeles esta noche. Podemos vernos por la mañana.

– ¿Cuándo? ¿Dónde? -El tono de su voz revelaba que estaba molesta ante la perspectiva del encuentro.

– A las siete y media, enfrente de la comisaría de Hollywood.

Hubo una pausa y luego Winston dijo:

– Un momento, un momento. No puedo hacer esto. Si Hitchens se entera, será el final. Me mandará a Palale y me pasaré el resto de mi carrera desenterrando huesos en el desierto.

McCaleb ya estaba preparado para la protesta.

– Has dicho que los tipos del FBI quieren que les devuelva el expediente, ¿no? Nos encontramos y yo lo llevaré. ¿Qué va a decir Hitchens de eso?

Se produjo un silencio mientras Winston consideraba la propuesta.

– Vale, eso funcionará. Allí estaré.

34

Cuando Bosch llegó a casa esa tarde, se encontró con que la luz del contestador automático parpadeaba. Apretó el botón y escuchó dos mensajes, uno de cada fiscal del caso Storey. Decidió llamar primero a Langwiser. Mientras marcaba el número, se preguntó qué urgencia podía haber causado que los dos miembros del equipo de la fiscalía lo llamaran. Pensó que tal vez los agentes del FBI mencionados por McCaleb habían contactado con ellos. O el periodista.

– ¿Qué pasa? -preguntó cuando Langwiser contestó-. Si me habéis llamado los dos supongo que será algo gordo y malo.

– ¿Harry? ¿Cómo estás?

– Pasando. ¿Qué estáis cocinando vosotros dos?

– Tiene gracia que lo menciones. Roger está de camino y yo tengo que preparar la cena. Vamos a repasar el testimonio de Annabelle Crowe ante el jurado de acusación una vez más, ¿Quieres pasarte?

Bosch sabía que la fiscal vivía en Agua Dulce, a una hora de coche en dirección norte.

– Uh, me he pasado el día conduciendo. He ido a Long Beach y he vuelto. ¿Crees que es imprescindible que vaya?

– Es totalmente opcional. Es sólo que no quería dejarte fuera. Pero no te he llamado por eso.

– ¿Y por qué has llamado?

Bosch estaba en la cocina, metiendo un paquete de seis Anchor Steam en la nevera. Sacó una botella y cerró la puerta.

– Roger y yo hemos estado hablando de esto todo el fin de semana. También hemos tratado el tema con Alice Short.

Alice Short era la fiscal que estaba a cargo de los grandes casos. La jefa de ambos. Sonaba como si hubieran contactado con ellos por el caso Gunn.

– ¿De qué habéis estado hablando? -preguntó Bosch.

Metió la botella en el abridor y tiró de ella para sacar el tapón.

– Bueno, creemos que el caso ha ido de primera. Lo tenemos todo atado, de hecho está a prueba de bombas, Harry, y vamos a apretar el gatillo mañana.

Bosch se quedó un momento en silencio, tratando de descifrar toda la jerga balística.

– ¿Estás diciendo que vas a concluir mañana?

– Eso creemos. Probablemente vamos a volver a hablarlo esta noche, pero tenemos la bendición de Alice y Roger cree que es el movimiento correcto. Lo que haremos será un poco de limpieza por la mañana y luego sacaremos a Annabelle Crowe después de comer. Acabaremos con ella: un testimonio humano. Sí, cerraremos con ella.

Bosch estaba sin palabras. Podía ser un buen movimiento desde el punto de vista de la acusación, pero eso daría a J. Reason Fowkkes el control de la situación a partir del martes.

– Harry, ¿qué te parece?

Tomó un largo trago de cerveza. No estaba muy fría, porque había estado un buen rato en el coche.

– Creo que sólo tienes una bala -dijo, continuando con el símil armamentístico-. Será mejor que os lo penséis bien esta noche mientras preparas la pasta. No tendrás una segunda oportunidad para construir el caso.

– Ya lo sabemos, Harry. ¿Y cómo sabes que estaba haciendo pasta?

Bosch percibió la sonrisa en su voz.

– Pura suerte.

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