– Hemos acabado -dijo Winston-. Estaremos en contacto.
La detective salió del reservado, seguida por Bosch y McCaleb. Dejaron dos cervezas y un whisky con hielo sin tocar en la mesa. En la puerta, McCaleb miró hacia atrás y vio una pareja de tipos duros yendo a por el tesoro. En la máquina de discos John Foggerty estaba cantando: «Está saliendo una luna siniestra…»
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El frío del mar se le metía hasta los huesos. McCaleb hundió las manos en los bolsillos del chubasquero y escondió el cuello todo lo que pudo mientras avanzaba cuidadosamente por la rampa del puerto deportivo de Cabrillo.
Aunque tenía la barbilla baja, sus ojos estaban alerta, examinando los muelles en busca de un movimiento inusual. Nada captó su atención. Miró el velero de Buddy Lockridge al pasar por al lado. A pesar de los trastos -tablas de surf, bicicletas, hornillo de gas, un kayak y equipamiento de lo más diverso- que llenaban la cubierta, vio que las luces del camarote estaban encendidas. Caminó silenciosamente sobre las planchas de madera. Decidió que tanto si Buddy estaba despierto como si no era demasiado tarde. Además, estaba demasiado cansado y tenía demasiado frío para tratar con su supuesto socio. Aun así, mientras se aproximaba al Following Sea, no pudo evitar pensar en el cabo suelto de su actual hipótesis del caso. En el bar, Bosch había estado acertado al deducir que alguien del campo de Storey había tenido que filtrar la historia de la investigación de Gunn al New Times. McCaleb sabía que la única manera de que la teoría se sostuviera era que Tafero, o quizá Fowkkes, o incluso Storey desde la prisión, fueran la fuente de Jack McEvoy. El problema era que Buddy Lockridge había dicho a McCaleb que había filtrado la información al semanario sensacíonalista.
La única forma de que la teoría funcionara, o así lo veía McCaleb, era que tanto Buddy como alguien del grupo de la defensa de Storey hubieran filtrado la misma información a la misma fuente, y esto, por supuesto, era una coincidencia que incluso alguien que creyera en ellas tendría problemas en creer.
McCaleb trató de sacarse esta idea de la cabeza por el momento. Llegó al barco, miró de nuevo en torno a sí y subió al puente de mando. Abrió la puerta corredera, entró y encendió las luces. Decidió que por la mañana iría a ver a Buddy y le preguntaría más cuidadosamente qué había hecho y con quién había hablado.
Cerró la puerta y puso las llaves y la cinta de vídeo en la mesa de navegación. Fue inmediatamente a la cocina y se sirvió un vaso largo de zumo de naranja. Entonces apagó las luces de la cubierta superior y se llevó el zumo a la cubierta inferior, donde fue al lavabo y empezó rápidamente con su ritual vespertino. Mientras tragaba las pastillas con el zumo de naranja se miró a sí mismo en el espejo de encima del lavabo. Pensó en el aspecto de Bosch, con el cansancio claramente marcado en sus ojos. McCaleb se preguntó si él tendría el mismo aspecto en unos años, después de unos pocos casos más.
Cuando terminó con su rutina médica, se desnudó y se dio una ducha rápida. El agua salía helada, porque el calentador estaba apagado desde que había cruzado el día anterior.
Temblando, fue al camarote principal y se puso unos shorts y una camiseta gruesa. Estaba cansado, pero en cuanto se metió en la cama decidió que debería escribir unas notas sobre sus ideas acerca de cómo Jaye Winston debería llevar la trampa contra Tafero. Se estiró hasta el cajón inferior de la mesilla de noche, donde guardaba bolígrafos y cuadernos. Al abrirlo, McCaleb vio un periódico doblado y arrugado en el pequeño espacio del cajón. Lo sacó, lo desdobló y vio que era el ejemplar de la semana anterior del New Times. Las hojas habían sido dobladas, de modo que McCaleb se encontró mirando una página llena de anuncios de pequeño formato bajo un encabezamiento que decía «Masajes».
McCaleb se levantó rápidamente y fue a buscar el chubasquero, que había dejado sobre una silla. Sacó el teléfono móvil del bolsillo y volvió a la cama. Aunque había estado llevando el móvil durante los últimos días, por lo general lo dejaba cargándose en el barco. Lo pagaba con fondos de las excursiones de pesca y lo asignaba a los gastos del negocio. Lo utilizaban los clientes en las salidas en barco y también Buddy Lockridge para confirmar las reservas y autorizar los pagos por tarjeta de crédito.
El teléfono tenía una pantallita digital con un menú deslizable. McCaleb abrió el registro de llamadas y empezó a revisar los últimos cien números marcados. La mayoría de los números los identificó y descartó con rapidez. Pero cada vez que no reconocía un número lo comparaba con los números de la parte inferior de los anuncios de la página de masajes. El cuarto que no reconoció coincidía con uno de los del diario. Era de una mujer que se anunciaba como «belleza exótica japonesa-hawaiana» llamada Leilani. Su anuncio decía que estaba especializada en un «servicio completo de relajación» y no pertenecía a ninguna agencia de masajistas.
McCaleb cerró el teléfono y se levantó de la cama otra vez. Empezó a ponerse unos pantalones de chándal, mientras trataba de recordar qué se había dicho exactamente cuando había acusado a Buddy Lockridge de filtrar la información del caso al New Times.
Cuando estuvo vestido, McCaleb se dio cuenta de que nunca había acusado específicamente a Buddy de filtrar información al periódico. En cuanto había mencionado al New Times, Buddy había empezado a disculparse. McCaleb entendió de pronto que las disculpas y la vergüenza podían deberse al hecho de haber utilizado el Following Sea la semana anterior, cuando estuvo en el puerto, como punto de cita con la masajista. Eso explicaba por qué Buddy le había preguntado si iba a contarle a Graciela lo que había hecho.
McCaleb miró su reloj. Eran las once y diez. Cogió el periódico y fue a la superestructura. No quería esperar hasta la mañana para confirmarlo. Supuso que Buddy había usado el Following Sea para citarse con la mujer, porque su propio barco era demasiado pequeño y parecía una imponente ratonera flotante. No había camarote principal; sólo un espacio abierto que estaba tan lleno de trastos como la cubierta superior. Si Buddy tenía a su disposición el Following Sea lo habría usado.
En el salón no se preocupó en encender las luces. Se inclinó sobre el sofá y miró por la ventana hacia la izquierda. El barco de Buddy, el Double Down, estaba a cuatro amarres de distancia y vio que las luces del camarote seguían encendidas. Buddy todavía estaba despierto, a no ser que se hubiera quedado dormido con las luces encendidas.
McCaleb se acercó a la corredera y estaba a punto de abriría cuando se dio cuenta de que ya estaba ligeramente entreabierta. Comprendió que había alguien en el barco, alguien que probablemente había entrado mientras él se estaba duchando y no podía oír la puerta ni sentir el peso añadido en el barco. Rápidamente abrió del todo la puerta en un intento por escapar. Ya estaba saliendo cuando lo agarraron por detrás. Un brazo pasó por encima de su hombro y se cerró en torno a su cuello. El brazo se dobló por el codo y el cuello de McCaleb quedó aprisionado en la uve que se formó. El otro antebrazo de su agresor completó el triángulo por la parte de atrás. La presa se cerró como una tenaza por ambos lados de su cuello, comprimiéndole las arterias carótidas que llevaban sangre oxigenada a su cerebro. McCaleb tenía un conocimiento casi clínico de lo que le estaba sucediendo. Estaba atrapado en un estrangulamiento de manual. Empezó a debatirse. Levantó los brazos y trató de hundir los dedos bajo el antebrazo y los bíceps que comprimían su cuello, pero fue inútil. Ya empezaba a debilitarse.
Fue arrastrado desde la puerta hacia la oscuridad del salón. Estiró la mano izquierda hacia el punto donde la mano derecha de su agresor agarraba el antebrazo izquierdo: el punto débil del triángulo. Pero no tenía punto de apoyo para hacer palanca y estaba perdiendo fuerza rápidamente. Trató de gritar. Quizá Buddy podría oírlo. Pero había perdido la voz y no pudo emitir sonido alguno.