– Estaba pensando en la tarde. Yo también tengo algo que hacer por la mañana.
No quería decirle que quería ver las exposiciones preliminares del juicio contra Storey. Sabía que lo transmitirían en directo en Court TV, y podría verlo desde casa gracias al satélite.
– Bueno, es probable que pueda conseguir un helicóptero para ir hasta allí, pero tengo que consultarlo.
– No, yo voy a volver.
– ¿ Ah sí? Genial. ¿Quieres pasarte por aquí?
– No, estaba pensando en algo más tranquilo y privado.
– ¿Cómo es eso?
– Te lo contaré mañana.
– Te estás poniendo misterioso. No será ningún truco para que el sheriff vuelva a invitarte a unos crepés, ¿no?
Ambos rieron.
– No hay ningún truco. ¿Hay alguna posibilidad de que vengas a Cabriíllo y nos encontremos en mi barco?
– Allí estaré. ¿A qué hora?
McCaleb la citó a las tres en punto, pensando que eso le daría a él tiempo para preparar un perfil y pensar en cómo decirle lo que pensaba decirle. También le daría tiempo a prepararse para lo que esperaba que ella le dejara hacer esa noche.
– ¿Algo sobre la lechuza? -preguntó después de establecida la cita.
– Poca cosa, y nada bueno. Dentro estaba la marca del fabricante. El molde de plástico está hecho en China. La empresa tiene dos importadores aquí, uno en Ohio y el otro en Tennessee. Probablemente desde allí las distribuyen a todas partes. Es una posibilidad remota y mucho trabajo.
– Entonces ¿vas a dejarlo?
– No, yo no he dicho eso. Pero no es una prioridad. Se lo he dejado a mi compañero. Ha hecho unas llamadas. Veremos qué es lo que saca de los distribuidores, lo evaluaremos y decidiremos por dónde seguir.
McCaleb asintió. Establecer prioridades en las líneas de investigación e incluso entre unas investigaciones y otras era un mal necesario, aunque no por eso dejaba de molestarle. Estaba seguro de que la lechuza era clave y que todo lo que supieran de ella resultaría útil.
– Bueno, ¿entonces estamos listos? -preguntó ella.
– ¿Para mañana? Sí, está todo.
– Te vemos a las tres.
– ¿Vemos?
– Kart y yo. Es mi compañero. Todavía no lo conoces.
– Eh, oye, podríamos quedar solos mañana. No tengo nada contra tu compañero, pero me gustaría hablar a solas contigo mañana, Jaye.
Se produjo un momento de silencio antes de que ella respondiera.
– Terry, ¿qué te pasa?
– Nada. Sólo quiero hablar contigo de esto. Tú me metiste y quiero darte lo que tengo. Si después quieres traer a tu compañero, adelante. Me parece bien.
Se produjo otra pausa.
– Hay algo en todo esto que no me gusta, Terry.
– Lo siento, pero es así como yo lo quiero. Creo que tienes que tomarlo o dejarlo.
Su ultimátum la dejó en silencio más tiempo todavía. McCaleb aguardó.
– De acuerdo, tío -dijo ella al final-. Acepto tus condiciones.
– Gracias, Jaye. Nos vemos entonces.
Ambos colgaron. McCaleb miró el viejo archivador que había sacado y que todavía tenía en la mano. Dejó el teléfono en la mesita, se recostó en el sofá y abrió el archivador.
14
Al principio la llamaron «la niña perdida», porque la víctima no tenía nombre. La joven tendría unos catorce o quince años. Era latina -probablemente mexicana- y su cuerpo fue hallado entre los arbustos y los desperdicios, debajo de uno de los miradores de Mulholland Drive. El caso se lo habían asignado a Bosch y a su compañero de entonces, Frankie Sheehan. Fue antes de que Bosch trabajara en homicidios en la División de Hollywood. Él y Sheehan formaban un equipo de Robos y Homicidios y había sido Bosch quien había contactado con McCaleb en el FBI. Terry McCaleb acababa de regresar a Los Ángeles desde Quantico y estaba estableciendo una oficina de la Unidad de Ciencias del Comportamiento y el Programa de Detención de Criminales Violentos. El caso de la niña perdida fue uno de los primeros que le llegaron.
Bosch acudió a él, llevando el expediente y unas fotos de la escena del crimen a su pequeña oficina de la decimotercera planta del edificio federal, en Westwood. Se presentó sin Sheehan, porque los dos compañeros no se habían puesto de acuerdo en la necesidad de solicitar la participación del FBI en el caso: la típica rivalidad entre cuerpos de seguridad. Pero todo eso a Bosch le importaba bien poco. A él sólo le preocupaba la investigación. El caso estaba haciendo mella en él y la angustia se reflejaba en sus ojos.
El cuerpo había sido hallado desnudo y violado de múltiples maneras. La niña había sido estrangulada por las manos enguantadas del asesino. No se encontró ninguna prenda de ropa ni ningún bolso en la colina. Las huellas dactilares no coincidieron con ningún registro del ordenador. La niña no coincidía con ninguna descripción de personas desaparecidas ni en el condado de Los Ángeles ni en los sistemas informatizados de escala nacional. Un dibujo del rostro de la víctima apareció en las noticias de la tele y en los periódicos, pero ningún familiar respondió. Los dibujos enviados a quinientos departamentos de policía de todo el suroeste y a la policía judicial de México tampoco sirvieron de nada. La víctima siguió sin ser reclamada ni identificada y su cadáver permaneció en el refrigerador del forense mientras Bosch y su compañero trabajaban en el caso.
No se encontraron pruebas físicas en el cadáver. Además de haber sido abandonada desnuda y sin ningún objeto que sirviera para identificarla, al parecer habían lavado a la víctima con un jabón industrial antes de arrojarla por la noche cerca de Mulholland.
Sólo había una pista en el cadáver. Una marca en la piel de la cadera izquierda. La lividez post mortem indicaba que la sangre del cuerpo se había asentado en la parte izquierda, lo cual significaba que el cadáver había yacido sobre ese lado en el tiempo transcurrido entre que el corazón se detuvo y el cuerpo fue arrojado colina abajo, donde terminó descansando boca abajo sobre una pila de latas de cerveza y botellas vacías de tequila. La prueba revelaba que durante el tiempo en que la sangre se asentaba, el cuerpo estuvo apoyado sobre un objeto que dejó la marca en la cadera. La impresión consistía en el número 1, la letra J y parte de una tercera letra que podía ser el palo izquierdo de una H, una K o una L. Se trataba de parte de una matrícula.
La hipótesis de Bosch era que el asesino de la chica sin nombre había ocultado el cadáver en el maletero de un vehículo hasta que llegó el momento de deshacerse de él. Después de limpiar cuidadosamente el cadáver, el asesino lo había puesto en el maletero de su coche, y sin darse cuenta había quedado sobre una placa de matrícula que también había sido sacada del coche y guardada en el maletero. Bosch pensaba que la matrícula había sido sacada y probablemente reemplazada por una falsa como medida adicional de segundad que ayudaría al asesino a no ser detectado sí alguien que pasara por el mirador de Mulholland lo veía.
Aunque La huella de la placa de matrícula no aclaraba a qué estado pertenecía el vehículo, Bosch decidió trabajar con porcentajes. Del departamento de tráfico obtuvo una lista de todos los coches registrados en el condado de Los Ángeles que tenían una placa que comenzaba por 1JH, 1JK y 1JL. La lista contenía los nombres de más de tres mil propietarios. Él y su compañero eliminaron al cuarenta por ciento descontando a las mujeres. El resto de los nombres fueron procesados lentamente en el ordenador del índice Nacional de Delitos y los detectives obtuvieron una lista de cuarenta y seis hombres con antecedentes de todo tipo.
Fue en este punto que Bosch decidió acudir a McCaleb. Quería un perfil del asesino. Necesitaba saber si él y Sheehan iban por buen camino al sospechar que el asesino tenía un historial delictivo, y quería saber cómo abordar y evaluar a los cuarenta y seis hombres de la lista.