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– Retiren al jurado.

Mientras los miembros del jurado eran rápidamente conducidos a la sala de deliberaciones, Storey continuó peleándose con el ayudante del sheriff y con Fowkkes. En cuanto los miembros del jurado hubieron salido, el acusado pareció reducir sus esfuerzos y se calmó. Bosch miró a los periodistas para ver si alguno había notado que la actuación de Storey había concluido en cuanto los miembros del jurado se perdieron de vista.

– ¡Señor Storey! -gritó el juez, que se había puesto en pie-. No tolero ese comportamiento ni ese lenguaje en esta sala. Señor Fowkkes, si no es capaz de controlar a su cliente, lo hará mi gente. Un solo arrebato más y haré que el acusado se siente en esa silla atado y amordazado. ¿He sido claro en esto?

– Absolutamente, señoría. Pido dis…

– Ésta es una norma de tolerancia cero. Un solo arrebato de ahora en adelante y le pondré grilletes. No me importa quién es ni qué amigos tiene.

– Sí, señoría. Lo hemos entendido.

– Voy a tomarme cinco minutos antes de empezar de nuevo.

El juez se levantó abruptamente y sus pisadas resonaron cuando bajó los tres escalones. Desapareció por una puerta hacia el pasillo trasero que conducía a sus oficinas.

Bosch miró a Langwiser y los ojos de la fiscal delataban su regocijo por lo que acababa de suceder. Para Bosch había sido un intercambio. Por un lado los miembros del jurado habían visto al acusado enfadado y fuera de control, posiblemente exhibiendo la misma rabia que lo había llevado al asesinato. Pero por otro lado, estaba registrando su protesta por lo que le estaba sucediendo en la sala. Y eso podía provocar una respuesta de empatía en los jurados. Storey sólo tenía que convencer a uno de ellos para salir por su propio pie.

Langwiser había previsto antes del juicio que llevarían a Storey a un arrebato de ira. Bosch había pensado que se equivocaba. Opinaba que Storey era demasiado frío y calculador. A no ser, claro está, que el arrebato hubiera sido un movimiento calculado. Storey se ganaba la vida dirigiendo personajes en escenas dramáticas. Bosch sabía que llegado el momento a él podrían utilizarlo como un actor de apoyo en una de esas escenas.

25

El juez regresó a la tribuna al cabo de dos minutos y Bosch se preguntó si se habría retirado a su despacho para ponerse una cartuchera bajo la toga. En cuanto tomó asiento, Houghton miró a la mesa de la defensa. Storey estaba sentado con la cara sombríamente baja hacia el cuaderno de dibujo que tenía delante.

– ¿Estamos preparados? -preguntó el juez.

Todas las partes murmuraron que estaban listos. El juez hizo llamar al jurado y los doce entraron, la mayoría mirando directamente a Storey.

– Bueno, amigos, vamos a intentarlo otra vez -dijo el juez Houghton-. Las exclamaciones del acusado que han oído hace unos minutos no serán tenidas en cuenta. No constituyen prueba alguna, no son nada. Si el señor Storey quiere negar los cargos o cualquier otra cosa dicha sobre él en un testimonio, ya tendrá ocasión.

Bosch vio que los ojos de Langwiser bailaban. Los comentarios del juez eran la forma que él tenía de devolver el bofetón a la defensa. Estaba generando la expectación de que Storey testificaría en la fase de la defensa. Si no lo hacía, sería una decepción para el jurado.

El juez dio de nuevo la palabra a Langwiser, quien continuó con el interrogatorio de Bosch.

– Antes de que nos interrumpieran, estaba testificando acerca de su conversación con el acusado en la puerta de la casa de éste.

– Sí.

– Ha citado al acusado diciendo «y no voy a pagar por eso», ¿es correcto?

– Sí, lo es.

– Y usted interpretó este comentario como referido a la muerte de Jody Krementz, ¿es así?

– De eso estábamos hablando. Sí.

– ¿Dijo algo mas después de eso?

– Sí.

Bosch hizo una pausa, preguntándose si Storey tendría otro arrebato. No lo tuvo.

– Dijo: «Soy un dios en esta ciudad, detective Bosch. Con los dioses no se juega.»

Pasaron casi diez segundos de silencio hasta que el juez invitó a Langwiser a continuar.

– ¿Qué hizo después de que el acusado hiciera esa declaración?

– Bueno, me quedé atónito. Me sorprendió que me dijera eso.

– No estaba grabando la conversación, ¿cierto?

– Cierto. Era sólo una conversación en el umbral después de que llamara a la puerta.

– ¿Qué sucedió después?

– Fui al coche e inmediatamente tomé estas notas de la conversación para apuntarlo al pie de la letra cuando lo tenía fresco. Expliqué a mis compañeros lo ocurrido y decidimos llamar a la oficina del fiscal del distrito para que nos aconsejara si la confesión que me había hecho nos daba causa probable para detener al señor Storey. En…, lo que ocurrió fue que ninguno de nosotros tenía señal en el móvil porque estábamos en las colinas. Abandonamos la casa y nos dirigimos hacia el cuartel de bomberos de Mulholland, al este de Laurel Canyon Boulevard. Pedimos que nos dejaran llamar por teléfono e hice esta llamada al fiscal.

– ¿Y con quién habló?

– Con usted. Le expliqué el caso, lo que había sucedido durante el registro y lo que el señor Storey había dicho en la puerta. En ese punto se decidió continuar con la investigación y no se procedió a la detención.

– ¿Estuvo de acuerdo con esa decisión?

– En ese momento no. Yo quería detenerlo.

– ¿La confesión del señor Storey cambió la investigación?

– Centró el foco. El hombre había admitido ante mí que había cometido el crimen. Empezamos a investigarlo sólo a él.

– ¿Consideró la posibilidad de que la confesión fuera una simple bravuconada, que mientras usted estaba tratando de provocar al acusado, él lo estaba provocando a usted?

– Sí, la consideré. Pero en última instancia creí que había hecho esa declaración porque era cierto y porque en ese punto creía que su posición era invulnerable.

Se oyó un sonido agudo cuando Storey cortó la hoja superior de su bloc de dibujo. El director de cine arrugó el papel y lo lanzó por la mesa. La bola de papel golpeó una pantalla de ordenador y cayó al suelo.

– Gracias, detective -dijo Langwiser-. Acaba de decir que la decisión era seguir adelante con la investigación. ¿Puede decir al jurado qué supuso eso?

Bosch explicó que él y sus compañeros habían entrevistado a decenas de testigos que habían visto al acusado y la víctima en la premier o en la recepción que siguió en una carpa de circo instalada en el aparcamiento contiguo a la sala de cine. También entrevistaron a decenas de otras personas que conocían a Storey o habían trabajado con él. Bosch reconoció que ninguna de esas entrevistas había aportado información importante a la investigación.

– Antes ha mencionado que durante el registro de la casa del acusado sintió curiosidad por la ausencia de un libro, ¿es así?

– En efecto.

Fowkkes protestó.

– No hay ninguna prueba de que faltara un libro. Había un hueco en el estante. Eso no significa que hubiera un libro allí.

Langwiser prometió que lo explicaría todo de inmediato y el juez rechazó la protesta.

– ¿En algún momento determinó qué libro había estado en ese hueco en la estantería de la casa del acusado?

– Sí, en el curso de nuestra recopilación de información sobre el señor Storey, mi compañera, Kizmin Rider, que estaba al corriente del trabajo y la reputación profesional del acusado, recordó que había leído un artículo sobre él en una revista llamada Architectural Digest, Ella hizo una búsqueda en Internet y determinó que el número que recordaba era el de febrero del año pasado. Entonces pidió un ejemplar al editor. Lo que ella había recordado era que en el artículo había fotos del señor Storey en su casa. Ella se acordaba de las estanterías, porque es una ávida lectora y tenía curiosidad por conocer los libros que el director de cine guardaba en su biblioteca.

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