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– ¿A qué distancia de la víctima se hallaron esas huellas?

Bosch consultó el informe.

– A setenta centímetros.

– ¿En qué lugar del cabezal exactamente?

– En el lado de atrás, entre el cabezal y la pared.

– ¿Había mucho espacio allí?

– Unos cinco centímetros.

– ¿Cómo podía alguien dejar las huellas ahí?

Fowkkes protestó, argumentando que excedía la competencia de Bosch determinar cómo un juego de huellas iba a alguna parte, pero el juez autorizó la pregunta.

– Sólo se me ocurren dos maneras -respondió Bosch-. O bien alguien las dejó cuando la cama no estaba tan pegada a la pared o una persona pasó los dedos por esa ranura y las dejó al agarrarse a ese cabezal.

Langwiser presentó una foto tomada por un técnico en huellas y la mostró al jurado.

– Para cumplir con esta última explicación que ha ofrecido, la persona tendría que estar tumbada en la cama, ¿no?

– Eso parece.

– ¿Boca abajo?

– Sí.

Fowkkes se levantó para protestar, pero el juez la admitió antes de que el abogado pronunciara una sola palabra.

– Está yendo demasiado lejos con sus suposiciones, señora Langwiser. Continúe.

– Sí, señoría.

La fiscal consultó un momento sus notas.

– ¿ Esta huella en la cama de la víctima no le hizo pensar que la persona que la dejó podía ser un sospechoso?

– Inicialmente no. Es imposible determinar cuánto tiempo puede permanecer una huella en una localización específica. Además tenemos el factor adicional de que sabíamos que la víctima no había sido asesinada en su cama, sino que había sido llevada a esa cama después de haber sido asesinada en otro lugar. Nos pareció que la localización de la huella no era un lugar que pudiera haber tocado el asesino cuando colocó el cuerpo en la cama.

– ¿A quién pertenecían esas huellas?

– A un hombre llamado Allan Weiss, que se había citado con la señorita Krementz en tres ocasiones anteriormente, la última cita tres semanas antes de su muerte.

– ¿Interrogó a Allan Weiss?

– Sí, lo hice. Junto con el detective Edgar.

– ¿Reconoció haber estado alguna vez en la cama de la víctima?

– Sí, lo hizo. Dijo que se había acostado con ella en su última cita, tres semanas antes de la muerte de la señorita Krementz.

– ¿Dijo que tocó el cabezal de la cama en el lugar en el que nos ha mostrado que se hallaron las huellas?

– Dijo que podría haberlo hecho, pero que no lo recordaba específicamente.

– ¿Investigó las actividades de Allan Weiss en la noche de la muerte de Jody Krementz?

– Sí, lo hicimos. Tenía una coartada sólida.

– ¿Y cuál era?

– Nos dijo que estuvo en Hawai, asistiendo a un seminario sobre inmobiliarias. Comprobamos los registros de la compañía aérea y el hotel y también hablamos con los organizadores del seminario. Confirmamos que estuvo allí.

Langwiser miró al juez Houghton y sugirió que ése sería un buen momento para el receso de la mañana. El juez dijo que era un poco pronto, pero aceptó la propuesta y solicitó al jurado que regresara en quince minutos.

Bosch sabía que Langwiser quería hacer un corte en ese momento, porque iba a pasar a preguntas sobre David Storey y quería que esa parte del testimonio de Bosch quedara claramente separada del resto. Al bajar del estrado y volver a la mesa de la acusación vio que Langwiser estaba hojeando algunos archivos. Ella le habló sin levantar la cabeza.

– ¿Qué te pasa, Harry?

– ¿A qué te refieres?

– No eres tajante como ayer. ¿ Estás nervioso por algo?

– No, ¿y tú?

– Sí, por todo. Nos jugamos mucho.

– Seré más tajante.

– Hablo en serio, Harry.

– Yo también, Janis.

Entonces él se apartó de la mesa de la acusación y abandonó la sala.

Decidió tomar una taza de café en la cafetería del segundo piso, pero primero entró en uno de los lavabos situados junto a los ascensores y se echó agua en la cara. Se inclinó por completo sobre la pila, con cuidado de no salpicarse el traje. Oyó que se descargaba una cisterna y cuando se enderezó y miró al espejo vio que Rudy Tafero pasaba por detrás de él y se colocaba ante el lavabo más alejado. Bosch se inclinó de nuevo y se echó más agua. El frío en los ojos le sentó bien y alivió su dolor de cabeza.

– ¿Qué tal es, Rudy? -preguntó sin mirar al otro hombre.

– ¿Qué tal es qué, Harry?

– Ya sabes, estar del lado del diablo. ¿Duermes bien por la noche?

Bosch se acercó al dispensador de toallas de papel y arrancó varias para secarse las manos y la cara. Tafero también se acercó, arrancó una y empezó a secarse las manos.

– Es gracioso -dijo Tafero-. El único momento de mi vida en que tuve problemas para dormir fue cuando era poli. No sé por qué sería.

Arrugó la toalla y la tiró a la papelera. Sonrió a Bosch y luego salió. Bosch lo observó marcharse, mientras seguía secándose las manos.

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Bosch sentía el efecto del café en la sangre. Estaba recobrando las energías. El dolor de cabeza iba desapareciendo. Estaba preparado. Iba a ser tal y como lo habían planeado, tal y como lo habían coreografiado. Se inclinó hacia el micrófono y esperó la pregunta.

– Detective Bosch -dijo Langwiser desde el atril-, ¿en algún momento de la investigación surgió el nombre de David Storey?

– Sí, casi inmediatamente. Jane Gilley, la compañera de piso de Jody Krementz, nos informó de que en la última noche de su vida Jody tuvo una cita con David Storey.

– ¿En algún momento interrogó al señor Storey acerca de esa última noche?

– Sí, brevemente.

– ¿Por qué brevemente, detective Bosch? Se trataba de un homicidio.

– El señor Storey lo eligió así. Intentamos en varias ocasiones hablar con él el viernes en que se descubrió el cadáver y también al día siguiente. Era difícil de localizar. Finalmente, por medio de su abogado, aceptó ser interrogado al día siguiente, es decir el domingo, con la condición de que la entrevistase celebrara en su despacho de Archway Studios. Nosotros aceptamos a regañadientes, pero lo hicimos con espíritu de cooperación y porque necesitábamos hablar con él. En ese momento llevábamos dos días con el caso y aún no habíamos podido hablar con la última persona de la que sabíamos que había visto con vida a la víctima. Cuando llegamos a su despacho, el abogado personal del señor Storey, Jason Fleer, estaba allí. Empezamos a interrogar al señor Storey, pero en menos de cinco minutos su abogado dio por concluida la entrevista.

– ¿La conversación que menciona fue grabada?

– Sí.

Langwiser presentó una moción para que se escuchara la cinta y ésta fue admitida por el juez Houghton a pesar de la protesta de Fowkkes. Fowkkes había solicitado al juez que simplemente se permitiera a los miembros del jurado leer la trascripción de la breve entrevista. Sin embargo, Langwiser argumentó que no había tenido tiempo de comprobar su exactitud y que era importante que el jurado oyera el tono y la conducta de David Storey. El juez tomó la salomónica decisión de que se escuchara la cinta y que de todos modos se pasara el texto al jurado como ayuda. Animó a Bosch y al equipo de la defensa a ir leyendo para que pudieran comprobar la exactitud de la trascripción.

BOSCH. Mi nombre es Hieronymus Bosch, del Departamento de Policía de Los Ángeles. Me acompañan mis compañeros, los detectives Jerry Edgar y Kizmin Rider. Hoy es quince de octubre de dos mil. Estamos entrevistando a David Storey en sus oficinas de Archway Studios en relación con el caso número cero cero ocho nueve siete. El señor Storey está acompañado por su abogado, Jason Fleer. ¿Señor Storey? ¿Señor Fleer? ¿Alguna pregunta antes de que empecemos?

fleer. No hay preguntas.

BOSCH. Ah, y, obviamente, estamos grabando esta declaración. Señor Storey, ¿conoce a una mujer llamada Jody Krementz? También conocida como Donatella Speers.

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