– No hay nada. Es virgen.
– Claro. La etiqueta dice «Veintidós de diciembre. Vigilancia de Wilcox», ¿por qué está en blanco?
Volvió a incrementar la presión sobre los muslos de McCaleb, pero no hasta el punto de unos momentos antes.
– Vale, te diré la verdad. Te lo diré.
McCaleb inspiró hondo y trató de relajarse. En el momento en que su cuerpo quedó en calma, cuando el aire llenó sus pulmones, pensó que había detectado un movimiento del barco que no se correspondía con el ritmo del suave sube y baja de las olas del puerto. Alguien había entrado en el barco. Sólo podía pensar en Buddy
Lockridge. Y si era él lo más probable era que estuviera caminando hacia su perdición. McCaleb empezó a hablar rápidamente y en voz alta, con la esperanza de que su voz alertara a Lockridge.
– Es sólo un cebo, nada más. Íbamos a tenderte una trampa, a decirte que te teníamos en vídeo pagando el giro postal por la compra de la lechuza. El plan era que delataras a Storey. Sabemos que lo planeó desde la celda. Tú sólo seguías órdenes. Quieren a Storey mucho más que a ti. Yo iba a…
– Basta, cállate.
McCaleb estaba en silencio. Se preguntó si Tafero se habría dado cuenta del movimiento inusual del barco o si había oído algo, pero entonces vio que levantaba la cinta de la cama. Comprendió que Tafero estaba pensando. Después de un largo silencio, Tafero habló por fin.
– Creo que es una puta mentira, McCaleb. Creo que esta cinta es de uno de esos sistemas de vigilancia multiplex y que no se ve en un vídeo VHS normal.
De no haber sido porque le dolían todos los músculos de su cuerpo, McCaleb habría sonreído. Tenía a Tafero. Se hallaba en una posición desesperada, atado de pies y manos en la cama, pero estaba jugando con su captor. Tafero se estaba replanteando su propio plan.
– ¿Quién más tiene copias? -preguntó Tafero.
McCaleb no respondió. Empezó a pensar que se había equivocado con el movimiento del barco. Había pasado demasiado tiempo. No había nadie más a bordo.
Tafero golpeó con fuerza a McCaleb en la nuca con la cinta.
– He dicho que quién más tiene copias.
Había un tono nuevo en el timbre de su voz. Una parte de la seguridad había sido sustituida por otra equivalente de miedo a que hubiera un fallo en su plan perfecto.
– Jódete -dijo McCaleb-. Haz conmigo lo que tengas que hacer. De todos modos, pronto te enterarás de quién tiene copias.
Tafero empujó las piernas de McCaleb hacia abajo y se inclinó sobre él. McCaleb sentía su aliento cerca de la oreja.
– Escúchame tú, hijo de…
Se produjo un repentino ruido detrás de McCaleb.
– Ni se te ocurra moverte -gritó una voz.
En el mismo instante, Tafero se levantó y soltó las piernas de McCaleb. La repentina liberación de la presión junto con el sonido discordante hicieron que McCaleb se sobresaltara y flexionara los músculos involuntariamente. Oyó el sonido de las bridas en distintas partes de su ligadura. En una reacción en cadena, la brida que tenía en el cuello se tensó y se cerró. Trató de levantar las piernas, pero era demasiado tarde, la brida le estrangulaba. No tenía aire. Abrió la boca, pero no pudo emitir ningún sonido.
43
Harry Bosch estaba de pie en el umbral del camarote de la cubierta inferior y apuntaba con su pistola a Rudy Tafero. Sus ojos se abrieron como platos cuando vio toda la estancia. Terry McCaleb estaba desnudo sobre la cama, con los brazos y las piernas atados tras él. Bosch vio que varias bridas habían sido unidas y usadas para atar muñecas y tobillos, mientras que otra ristra iba desde los tobillos y por debajo de las muñecas para rodear el cuello. El rostro de McCaleb quedaba fuera de su campo visual, pero vio que el plástico se le estaba clavando en el cuello y que tenía la piel amoratada. Se estaba estrangulando.
– Date la vuelta -le gritó a Tafero-. Contra la pared.
– Necesita ayuda, Bosch. Tú…
– He dicho contra la pared. Ahora.
Alzó el arma hasta el pecho de Tafero para que cumpliera la orden. Tafero levantó las manos y empezó a volverse hacia la pared.
– Vale, vale.
En cuanto Tafero se hubo dado la vuelta, Bosch avanzó con rapidez y empujó al hombretón contra la pared. Miró a McCaleb. Ya le veía la cara. Se estaba poniendo cada vez más rojo. Tenía los ojos saliéndose de sus órbitas. Su boca estaba abierta en una desesperada pero inútil búsqueda de aire.
Bosch apretó el cañón de su pistola contra la espalda de Tafero y lo cacheó en busca de un arma. Sacó una pistola del cinturón de Tafero y retrocedió. Volvió a mirar a McCaleb y supo que no tenía tiempo. El problema era controlar a Tafero y llegar a McCaleb para liberarlo. De repente supo lo que tenía que hacer. Retrocedió y agarró las dos pistolas juntas por el cañón. Las levantó por encima de su cabeza y golpeó violentamente la nuca de Tafero con las culatas de las dos armas. El hombretón se desplomó hacia adelante, cayendo de cara contra los paneles de madera de la pared y luego deslizándose hasta quedar inmóvil en el suelo.
Bosch se volvió, dejó las dos pistolas en la cama y rápidamente sacó sus llaves.
– Aguanta, aguanta.
Buscó desesperadamente con los dedos hasta sacar la hoja del cortaplumas que llevaba unido al llavero. Alcanzó la brida de plástico que estrangulaba el cuello de McCaleb, pero no consiguió colocar los dedos por debajo. Empujó a McCaleb de lado y rápidamente pasó los dedos bajo la brida de la parte anterior del cuello. Deslizó la hoja del cortaplumas y logró cortar la brida, aunque desgarrando la piel de McCaleb con la punta de la navaja.
De la garganta de McCaleb brotó un horrible sonido cuando entró aire en sus pulmones y trató de hablar al mismo tiempo. Las palabras eran ininteligibles, perdidas en la instintiva urgencia por captar oxígeno.
– Cállate y respira -gritó Bosch-. Sólo respira.
Con cada inspiración de McCaleb se oía un sensacional sonido interior. Bosch vio una vibrante línea roja que recorría la circunferencia del cuello del ex agente. Tocó suavemente el cuello de McCaleb, tratando de percibir un posible daño en la tráquea, la laringe o las arterias. McCaleb volvió la cabeza bruscamente en el colchón y trató de moverse.
– Desátame.
Las palabras le hicieron toser violentamente y todo su cuerpo se agitó por el trauma.
Bosch utilizó el cuchillo para soltarle las manos y luego los tobillos. Vio las marcas rojas de la ligadura en las cuatro extremidades. Cortó todas las bridas y las lanzó al suelo. Miró en torno a sí y vio el pantalón del chándal y la camiseta en el suelo. Los recogió y los tiró a la cama. McCaleb se estaba volviendo lentamente para mirarlo, con el rostro todavía colorado.
– Me has… me has salvado…
– No hables.
Se oyó un gemido en el suelo y Bosch vio que Tafero empezaba a moverse, al tiempo que comenzaba a recuperar la conciencia. Se acercó y colocó una pierna a cada lado del cuerpo de Tafero. Se sacó las esposas del cinturón, se inclinó y tiró violentamente de los brazos del ex policía para esposarlo a la espalda. Mientras trabajaba hablaba con McCaleb.
– Si quieres deshacerte de este cabrón, átalo a un ancla y tíralo por la borda, por mí está bien. Ni siquiera pestañearé.
McCaleb no respondió. Estaba tratando de sentarse. Después de esposarlo, Bosch se irguió y miró a Tafero, quien había abierto los ojos.
– Quédate quieto, capullo. Y acostúmbrate a las esposas. Estás detenido por asesinato, intento de asesinato y conspiración general para ser un capullo. Creo que conoces tus derechos, pero hazte un favor a ti mismo y no digas nada hasta que saque la tarjeta y te la lea.
En cuanto terminó de hablar, Bosch oyó un sonido procedente del pasillo. En ese instante se dio cuenta de que alguien había utilizado sus palabras como cobertura para acercarse a la puerta.