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Langwiser presentó una moción para presentar la revista como su siguiente prueba. El juez lo aceptó y Langwiser se la pasó a Bosch en el estrado.

– ¿Es ésta la revista que recibió su compañera?

– Sí.

– ¿Puede buscar el artículo sobre el acusado y describir la fotografía de la primera página de ese artículo?

Bosch pasó hasta un marcador puesto en la revista.

– Es una fotografía de David Storey sentado en el sofá de la sala de estar de su casa. A su izquierda están las estanterías.

– ¿Puede leer los títulos de los lomos de los libros?

– Algunos. No todos están claros.

– Cuando recibió esta revista, ¿qué hizo con ella?

– Vimos que no todos los libros se veían con claridad. Contactamos con el editor de nuevo e intentamos que nos prestara el negativo de esta foto. Tratamos con el director de la revista, pero dijo que no permitiría sacar los negativos de la oficina. Mencionó una ley de los medios de comunicación y limitaciones de la libertad de prensa.

– ¿Qué ocurrió después?

– El director dijo que incluso estaba dispuesto a recurrir una orden judicial. Llamamos a un letrado de la oficina del fiscal y él empezó a negociar con el abogado de la revista. El resultado fue que yo viajé a Nueva York y me permitieron el acceso al negativo en el laboratorio fotográfico de las oficinas de Architectural Digest.

– Para que conste en acta, ¿de qué fecha estamos hablando?

– Tomé el avión el veintinueve de octubre y me presenté en las oficinas de la revista a la mañana siguiente, el lunes treinta de octubre.

– ¿Y qué hizo allí?

– Pedí al jefe del laboratorio fotográfico que ampliara la imagen de las estanterías.

Langwiser presentó dos fotografías ampliadas montadas sobre un cartón como su siguiente objeto de exposición. Después de que lo aprobaran tras rechazar el juez las protestas, Langwiser las puso en sendos caballetes enfrente de la tribuna del jurado. La primera imagen mostraba toda la biblioteca, mientras que la segunda era una ampliación de un estante. La imagen tenía mucho grano, pero podían leerse los títulos en los lomos de los volúmenes.

– Detective, ¿compararon estas fotos con las tomadas durante el registro de la casa del acusado?

– Sí, lo hicimos.

Langwiser solicitó permiso para instalar un tercer y un cuarto caballetes y poner ampliaciones de las fotografías de toda la estantería y del estante con el hueco para el libro faltante tomadas durante el registro. El juez lo aprobó. La fiscal pidió entonces a Bosch que bajara del estrado y utilizara un puntero para explicar lo que había descubierto durante el estudio comparativo. Para cualquiera que estuviera mirando las fotos resultaba obvio, pero Langwiser insistía en ir paso a paso con exasperante minuciosidad a fin de que ningún jurado se confundiera.

Bosch señaló con el puntero la foto que mostraba el hueco entre los libros. Luego cambió de caballete y señaló el libro que estaba en ese mismo lugar.

– Cuando registramos la casa el diecisiete de octubre no había ningún libro entre El quinto horizonte y Print the Legend. En esta foto, tomada diez meses antes, hay un libro entre El quinto horizonte y Print the Legend.

– ¿Y cuál es el título de ese libro?

– Víctimas de la noche.

– De acuerdo, y buscaron en las fotos de la estantería completa que tenían del registro para ver si el libro Víctimas de la noche estaba en algún otro sitio.

Bosch señaló la ampliación de la foto de la estantería completa tomada el 17 de octubre.

– Lo hicimos. No está.

– ¿Encontraron el libro en otro lugar de la casa?

– No.

– Gracias, detective. Puede regresar al estrado.

Langwiser presentó un ejemplar de Víctimas de la noche como prueba y se lo entregó a Bosch.

– ¿Puede decirle al jurado qué es esto?

– Es un ejemplar de Víctimas de la noche.

– ¿Es el libro que estaba en el estante del acusado cuando le hicieron la foto para el Architectural Digest en enero del año pasado?

– No, no lo es. Es otro ejemplar del mismo libro. Yo lo compré.

– ¿Dónde?

– En un lugar llamado Mistery Bookstore en Westwood.

– ¿Por qué lo compró allí?

– Lo estuve buscando y fue el único sitio donde lo tenían en existencias.

– ¿Por qué era tan difícil de encontrar?

– El hombre de Mistery Bookstore me dijo que era una tirada pequeña de un editor pequeño.

– ¿Leyó este libro?

– Algunas partes. Básicamente son fotografías de escenas de crímenes y accidentes poco usuales, ese tipo de cosas.

– ¿Hay algo en ese libro que le llamara la atención por ser curiosa o quizá en relación con el asesinato de Jody Krementz?

– Sí, hay una fotografía de una escena de muerte en la página setenta y tres que inmediatamente captó mi atención.

– Descríbala, por favor.

Bosch abrió el libro por la página señalada. Habló mientras miraba la fotografía a página entera del lado derecho del libro.

– Muestra a una mujer en una cama. Está muerta. Tiene un pañuelo atado alrededor del cuello y enrollado en uno de los barrotes del cabezal. Está desnuda de cintura para abajo. Tiene la mano izquierda entre las piernas y dos de los dedos en el interior de la vagina.

– ¿Puede leer el pie de foto, por favor?

– Dice: «Muerte autoerótica: Esta mujer fue hallada muerta en su casa de Nueva Orleans, víctima de asfixia autoerótica. Se calcula que en todo el mundo mueren más de quinientas personas al año por este percance accidental.»

Langwiser solicitó y recibió permiso para colocar dos fotos ampliadas más en caballetes. Las colocó encima de dos de las fotos de las estanterías. La foto del cadáver de Jody Krementz en su cama y la de la página de Víctimas de la noche quedaron una al lado de la otra.

– Detective, ¿hizo una comparación entre la foto de la víctima de este caso, Jody Krementz, y la de Ja foto del libro?

– Sí, la hice. Y me parecieron muy similares.

– ¿Le pareció que el cadáver de la señorita Krementz pudo haber sido colocado utilizando la foto del libro como modelo?

– Sí.

– ¿Tuvo ocasión de preguntar al acusado qué ocurrió con su ejemplar del libro Víctimas de la noche?

– No, desde el día del registro de su casa, el señor

Storey y sus abogados rechazaron repetidas peticiones de entrevista.

Langwiser asintió y miró al juez.

– Señoría, ¿puedo entregar estas imágenes al alguacil?

– Hágalo, por favor-respondió el juez.

Langwiser sacó del caballete las fotos de las dos mujeres muertas, pero antes las colocó enfrentadas, como las dos caras de un espejo que se cierra. Era sólo un detalle, pero Bosch vio que los miembros del jurado se fijaron.

– Muy bien, detective Bosch -dijo Langwiser una vez retirados los caballetes-. ¿Hizo preguntas o alguna investigación adicional sobre muertes autoeróticas?

– Sí. Sabía que si este caso llegaba a juicio surgiría la cuestión de si se trataba de un homicidio o de una muerte simulada para que pareciera este tipo de accidente. También me llamó la atención el pie de foto. Francamente, me sorprendió la cifra de quinientas muertes anuales. Hice algunas averiguaciones con el FBI y descubrí que la cifra era precisa, si es que no se quedaba corta.

– ¿Y esto le llevó a realizar alguna investigación más?

– Sí, a un nivel más local.

A preguntas de Langwiser, Bosch testificó que había buscado en los registros del forense muertes debidas a asfixia autoerótica. Su investigación se remontó cinco años.

– ¿Y qué descubrió?

– En esos cinco años, dieciséis de las muertes calificadas como fallecimientos por percances accidentales se atribuyeron específicamente a la asfixia autoerótica.

– ¿Y en cuántos de esos casos la víctima fue una mujer?

– Solamente en un caso.

– ¿Estudió ese caso?

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