Fowkkes se había levantado con una protesta y en este caso solicitó deliberar en privado. El juez aceptó y los abogados se reunieron al lado de la tribuna. Bosch no podía oír la conversación entre murmullos, pero sabía que con toda seguridad Fowkkes trataba de parar su testimonio. Langwiser y Kretzler habían previsto que intentaría una vez más evitar cualquier mención de Alicia López delante del jurado. Probablemente sería la decisión que marcaría el juicio, para ambas partes.
Después de cinco minutos de discusión susurrada, el juez envió a los abogados a sus lugares y dijo a los miembros del jurado que la cuestión planteada se prolongaría más de lo previsto. Suspendió la sesión durante otros quince minutos. Bosch regresó a la mesa de la acusación.
– ¿Alguna novedad? -preguntó Bosch a Langwiser.
– No, el mismo argumento. Por alguna razón el juez quiere volver a oírlo. Deséanos suerte.
Los letrados y el juez se retiraron al despacho de Houghton a discutir la cuestión. Bosch se quedó en la mesa. Utilizó el móvil para escuchar los mensajes de su casa y de su despacho. Había un mensaje en el trabajo. Era de Terry McCaleb. Le daba las gracias por el consejo de la noche anterior. Decía que había conseguido información interesante en Nat's y que estarían en contacto. Bosch borró el mensaje y cerró el teléfono, preguntándose qué habría descubierto McCaleb.
Cuando los letrados regresaron a la sala por la puerta trasera, Bosch leyó la decisión del juez en los rostros. Fowkkes parecía adusto, con la mirada baja. Kretzler y Langwiser regresaron sonriendo.
Después de que los jurados regresaron, el juicio se reanudó y Langwiser fue directa a por el golpe final. Pidió al estenógrafo que leyera la pregunta que había motivado la protesta.
– ¿Estudió ese caso? -leyó el estenógrafo.
– Aclaremos esto -dijo Langwiser-. No confundamos la cuestión. Detective, ¿cuál era el nombre de la fallecida en el otro caso femenino de los dieciséis encontrados en los archivos del forense?
– Alicia López.
– ¿Puede decirnos algo sobre ella?
– Tenía veinticuatro años y vivía en Culver City. Trabajaba de auxiliar administrativa para el vicepresidente de producción de Sony Pictures, también en Culver City. Fue encontrada muerta en su cama el veinte de mayo de mil novecientos noventa y ocho.
– ¿Vivía sola?
– Sí.
– ¿Cuáles fueron las circunstancias de su muerte?
– Fue hallada muerta en su cama por una compañera que se había preocupado al ver que después del fin de semana había faltado dos días al trabajo sin llamar por teléfono. El forense calculó que llevaba muerta tres o cuatro días cuando fue hallada. La descomposición del cadáver era importante.
– ¿Señora Langwiser? -interrumpió el juez-. Se ha acordado que aportaría datos relacionando los casos rápidamente.
– Ya estoy, señoría. Gracias, detective, ¿hubo algo en este caso que le alertó o que llamó su atención?
– Varias cosas. Miré las fotos tomadas en la escena del crimen y a pesar de que la descomposición era notable, advertí que la víctima de este caso estaba en una posición muy semejante a la de la víctima del caso que nos ocupa. También me fijé en que la ligadura utilizada en el caso López se había hecho sin protección, lo cual coincidía con el presente caso. Asimismo sabía por nuestra investigación del señor Storey que en el momento de la muerte de la señorita López, él estaba rodando una película para una empresa llamada Cold House Films, una compañía financiada en parte por Sony Pictures.
En el momento que siguió a su respuesta, Bosch advirtió que en la sala se había instalado un silencio y una calma no habituales. Nadie estaba susurrando en la galería ni aclarándose la garganta. Era como si todos -jurados, letrados, espectadores y periodistas- hubieran decidido contener la respiración al mismo tiempo. Bosch miró de reojo a la tribuna del jurado y vio que casi todos los miembros estaban mirando a la mesa de la defensa. Bosch también miró hacia allí y vio a Storey, todavía con la cabeza baja, hirviendo de rabia en silencio.
– Detective, ¿hizo más averiguaciones sobre el caso López?
– Sí, hablé con el detective del Departamento de Policía de Culver City que había llevado el caso. También hice preguntas sobre la señorita López en Sony.
– ¿Y qué descubrió de ella que pueda tener relación con el presente caso?
– Descubrí que en el momento de su muerte estaba actuando como enlace entre el estudio y la producción de la película que estaba dirigiendo David Storey.
– ¿Recuerda el nombre de esa película?
– El quinto horizonte.
– ¿Dónde se filmó?
– En Los Angeles. Principalmente en Venice.
– ¿Y en su papel de enlace, la señorita López tuvo algún contacto directo con el señor Storey?
– Sí. Habló con él por teléfono o en persona todos los días que duró el rodaje.
De nuevo el silencio pareció atronador. Langwiser lo aprovechó al máximo antes de pasar a las conclusiones.
– Déjeme ver si tengo todo esto claro, detective. ¿Ha declarado que en los últimos cinco años en el condado de Los Ángeles sólo hubo una mujer cuya muerte fue atribuida a asfixia autoerótica y que el presente caso relacionado con la muerte de Jody Krementz fue dispuesto para que pareciera una asfixia autoerótica?
– Protesto -terció Fowkkes-. Preguntado y respondido.
– Rechazada -dijo Houghton sin dar la palabra a Langwiser-. El testigo puede responder.
– Sí-dijo Bosch-. Es correcto.
– ¿Y las dos mujeres conocían al acusado, David Storey?
– En efecto.
– ¿ Y que las dos muertes mostraban similitudes con una fotografía de una muerte autoerótica incluida en un libro que se sabe que en un momento estuvo en la biblioteca de la casa del acusado?
– En efecto.
Bosch miró a Storey al decir esto, con la esperanza de que levantara la cabeza para que sus miradas se encontraran una vez más.
– ¿Qué tenía que decir acerca de esto el Departamento de Policía de Culver City, detective Bosch?
– A raíz de mis preguntas reabrieron el caso, pero tienen dificultades.
– ¿Por qué motivo?
– El caso es viejo y como originalmente fue calificado de muerte accidental no se guardan todos los informes en los archivos. Y puesto que el cadáver fue hallado en un avanzado estado de descomposición resulta difícil hacer observaciones definitivas y llegar a conclusiones. Y el cadáver no puede ser exhumado porque fue incinerado.
– ¿Fue incinerado? ¿Por quién?
Fowkkes se levantó y protestó, pero el juez dijo que su objeción ya había sido escuchada y rechazada. Langwiser insistió a Bosch antes de que Fowkkes se hubiera vuelto a sentar.
– ¿Por quién, detective Bosch?
– Por su familia, pero lo pagó… La cremación, el servicio y todo lo demás fueron pagados por David Storey como regalo en memoria de Alicia López.
Langwiser pasó sonoramente una hoja de su bloc. Iba embalada y todo el mundo lo sabía. Era lo que los policías y fiscales, en una referencia surfista llamaban coger la ola. Significaba que habían puesto el caso en un punto en que todo iba a la perfección y todo les rodeaba en un glorioso equilibrio.
– ¿Detective, como consecuencia de esta parte de la investigación llegó el momento en que una mujer llamada Annabelle Crowe acudió a verle?
– Sí, en el Los Angeles Times se publicó un artículo sobre la investigación en el que se aseguraba que David Storey era sospechoso. Annabelle Crowe leyó el artículo y se presentó.
– ¿Y quién es ella?
– Es actriz. Vive en West Hollywood.
– ¿Y qué relación tiene con este caso?
– Me contó que en una ocasión había salido con David Storey el año pasado y que él la estranguló mientras estaban manteniendo relaciones sexuales.
Fowkkes elevó otra protesta, en este caso ya sin la fuerza de las anteriores. De nuevo fue rechazada puesto que el testimonio había sido autorizado por el juez en las mociones previas.