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– ¿Sabía que no lo creíste?

– Sí, claro. Lo sabía.

– ¿Trataste de presionarle?

Bosch lanzó a McCaleb una mirada que él pudo leer a través de las gafas de sol. La pregunta ponía en cuestión la profesionalidad de Bosch como detective.

– Quiero decir -se apresuró a decir McCaleb- que qué pasó cuando trataste de presionarle.

– La verdad es que nunca tuvimos ocasión. Hubo un problema. Verás, lo preparamos. Lo llevamos a comisaría y lo pusimos en una de las salas. Mi compañero y yo pensábamos dejarlo un ralo allí, íbamos a hacer todo el número, tomarle declaración y luego intentar encontrar contradicciones. Pero nunca tuvimos ocasión de hacerlo bien.

– ¿Qué ocurrió?

– Edgar y yo (me refiero a mi compañero Jerry Edgar) fuimos a tomar un café para hablar de cómo pensábamos llevar el caso. Mientras estábamos allí el teniente ve a Gunn sentado en la sala de interrogatorios y no sabe qué coño hace allí. Así que decide entrar y asegurarse de que le han leído sus derechos.

McCaleb vio la rabia en el rostro de Bosch, incluso seis años después de sucedido el hecho.

– ¿Entiendes?, Gunn había llegado como testigo y aparentemente como la víctima de un delito. Dijo que ella lo amenazó con un cuchillo y que él se defendió. Así que no necesitábamos leerle ningún derecho. El plan era entrar y sacudir su historia hasta que cometiera un error. Después ya le leeríamos sus derechos. Pero ese teniente subnormal no tenía ni idea, así que entró y avisó al tipo. Después ya no había nada que hacer. Sabía que íbamos a por él. Pidió un abogado en cuanto entramos en la sala.

Bosch negó con la cabeza y miró hacia la calle, McCaleb siguió su mirada. AI otro lado de Victory Boulevard había un aparcamiento de coches usados con banderines rojos, blancos y azules ondeando al viento. Para McCaleb, Van Nuys siempre había sido sinónimo de coches en venta. Los había por todas partes, nuevos y usados.

– ¿Y qué le dijiste al teniente? -preguntó.

– ¿Decirle? No le dije nada. Sólo lo empujé por la ventana de su despacho. Me gané una suspensión: baja involuntaria por estrés. Jerry Edgar llevó el caso a la fiscalía. Lo estudiaron durante un tiempo, pero al final lo dejaron. -Bosch asintió. Mantenía los ojos fijos en el plato de papel vacío-. Yo me cargué el caso. Sí, me lo cargué.

McCaleb esperó un momento antes de hablar. Una ráfaga de viento se llevó el plato de Bosch y el detective observó cómo resbalaba hasta la zona de picnic. No hizo ningún movimiento para detenerlo.

– ¿Todavía trabajas para ese teniente?

– No. Ya no está entre nosotros. Poco después de aquello salió una noche y no volvió a casa. Lo encontraron en su coche en un túnel de Griffith Park, cerca del observatorio.

– ¿Sé suicidó?

– No, alguien lo mató. El caso sigue abierto. Técnicamente.

Bosch volvió a mirar a McCaleb. Este bajó la mirada y se fijó en que el alfiler de corbata de Bosch eran unas esposas minúsculas.

– ¿Qué más puedo decirte? -preguntó Bosch-. Nada de esto tiene ninguna relación con Gunn. El era sólo una mosca más en esta mierda a la que llaman sistema judicial.

– No parece que tuvieras mucho tiempo de investigarlo.

– De hecho nada. Todo lo que te he contado ocurrió en un espacio de ocho o nueve horas. Después, con lo que pasó, me apartaron del caso y el tipo salió libre.

– Pero tú no te rendiste. Jaye me dijo que lo visitaste en la celda de borrachos la noche anterior a su asesinato.

– Sí, lo detuvieron por conducir borracho mientras buscaba una puta en Sunset. Estaba en el calabozo y me avisaron. Fui a verlo, a tirar un poco de la cuerda para ver si al final hablaba. Pero el tío estaba como una cuba, tirado encima del vómito. Así que eso fue todo. Digamos que no nos comunicamos.

Bosch miró la salchicha a medio comer de McCaleb y luego su reloj.

– Lo siento, pero es todo lo que tengo. ¿Vas a comerte eso o podemos marcharnos?

– Un par más de bocados, un par más de preguntas. ¿No quieres fumarte un cigarrillo?

– Lo dejé hace un par de años. Sólo fumo en ocasiones especiales.

– No me digas que fue por lo del hombre Marlboro de Sunset que se quedó impotente.

– No, mi mujer quería que lo dejáramos los dos. Y lo hicimos.

– ¿Tu mujer? Estás cargado de sorpresas, Harry.

– No te entusiasmes. Llegó y se fue. Pero al menos he dejado de fumar. Ella no sé.

McCaleb se limitó a asentir, percibiendo que se había adentrado demasiado en la vida personal del detective. Volvió a centrarse en el caso.

– Entonces, ¿alguna teoría sobre quién lo mató?

McCaleb tomó otro bocado mientras Bosch respondía.

– Supongo que se encontró con alguien como él. Alguien que cruzó la línea en alguna ocasión. No me interpretes mal, espero que tú y Jaye encontréis a ese tipo. Pero por el momento, quienquiera que sea él o ella no ha hecho nada que me preocupe demasiado. ¿Me explico?

– Es curioso que digas «ella». ¿Crees que puede haber sido una mujer?

– No sé lo suficiente del caso. Pero ya te he dicho que explotaba a las mujeres. Quizá alguna le paró los pies.

McCaleb asintió otra vez. No se le ocurría ninguna pregunta más. De todos modos, hablar con Bosch había sido buscar una posibilidad remota. Quizá McCaleb ya sabía que la cosa terminaría así y quería volver a conectar con Bosch por otros motivos. Habló con la vista clavada en el plato de papel.

– ¿Aún piensas en la chica de la colina, Harry?

No quería decir en voz alta el nombre que Bosch le había puesto.

Bosch asintió.

– De vez en cuando. Me pasa con todos. No me abandona.

McCaleb asintió.

– Sí. Así que nada… ¿nadie preguntó por ella?

– No. Lo intenté una vez más con Seguin, fui a verlo a Q el año pasado, una semana antes de que lo ejecutaran. Intenté una última vez que me dijera algo, pero lo único que hizo fue sonreírme. Era como si sintiera que era la victoria final. Sé que estaba disfrutando, así que me levanté para irme y le dije que disfrutara en el infierno y ¿sabes qué me dijo él? Dijo: «He oído que es un calor seco.»

Bosch negó con la cabeza.

– Hijo de puta. Fui y volví en mi día libre. Doce horas conduciendo y encima el aire acondicionado no funcionaba.

Miró directamente a McCaleb e incluso entre las sombras, McCaleb volvió a sentir el vínculo que había tenido con aquel hombre mucho tiempo atrás.

Antes de que pudiera decir nada oyó que su teléfono empezaba a sonar en el bolsillo del chubasquero, que estaba doblado en el banco junto a él. Le costó encontrar el bolsillo, pero al final contestó antes de que colgaran. Era Brass Doran.

– Tengo algo para ti. No es mucho, pero puede ser un punto de partida.

– ¿Estás en algún sitio al que te pueda llamar en unos minutos?

– En realidad estoy en la sala de reuniones. Vamos a discutir un caso y yo lo presento. Pueden pasar un par de horas antes de que esté libre. Puedes llamarme esta noche a casa si…

– No, espera un momento.

Bajó el teléfono y miró a Bosch.

– Será mejor que conteste. Te llamaré más tarde si surge algo, ¿de acuerdo?

– Claro.

Bosch empezó a levantarse. Iba a llevarse lo que le quedaba de Coca-cola.

– Gracias -dijo McCaleb, tendiendo la mano-. Buena suerte con el juicio.

Bosch le estrechó la mano.

– Gracias, nos va a hacer falta.

McCaleb observó cómo se alejaba de la zona de picnic y hacia la acera que conducía de nuevo al juzgado. McCaleb volvió a levantar el teléfono.

– ¿Brass?

– Aquí estoy. Bueno, estabas hablando de lechuzas en general, ¿no? No conoces el tipo específico ni la variedad, ¿verdad?

– Exacto, una lechuza común o un búho, no sé.

– ¿De qué color es?

– Eh, es marrón, sobre todo. Tiene la espalda y las alas marrones.

Mientras hablaba sacó un par de hojas de bloc dobladas y un boli de uno de sus bolsillos. Apartó la salchicha a medio comer y se preparó para tomar notas.

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