Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– Vete -gimió ella-. Es peor… cuando estás aquí. Oh… Dios

Cuando ella soltó una enfurecida maldición, Z volvió a trompicones a la puerta a pesar de que su cuerpo rugía para quedarse.

Conseguir salir al pasillo fue como apartar a un mastín de su objetivo, y una vez que cerró la puerta corrió buscando a Phury.

Por todo el pasillo de las estatuas podía olerse lo que habían encendido su hermano y V. Y cuando él irrumpió en la habitación, el manto de humo era ya casi tan espeso como la niebla.

Vishous y Phury estaban en la cama, con gruesos cigarros entre los dedos, con las bocas apretadas y los cuerpos tensos.

– ¿Qué demonios estás haciendo aquí? -preguntó V.

– Dame algo -dijo apuntando con la cabeza a la caja de caoba entre ellos.

– ¿Por qué la has dejado? -V aspiró duro, la punta anaranjada resplandeció más brillante-. La necesidad no ha pasado.

– Ella dijo que era peor si yo estaba allí. -Z se inclinó hacia su gemelo y cogió uno de los liados a mano. Tuvo problemas para encenderlo porque le temblaban horriblemente las manos.

– ¿Cómo es posible?

– ¿Tengo pinta de tener alguna experiencia con esa mierda?

– Pero se supone que es mejor si tiene un hombre con ella. -V se restregó la cara, entonces lo miró con incredulidad-. Espera un minuto… no has follado con ella, ¿verdad? ¿Z…? Z, contesta a la jodida pregunta.

– No, no lo he hecho -dijo bruscamente, consciente de que Phury estaba muy, muy callado.

– ¿Cómo puedes dejar a esa pobre mujer sin servirla en su condición?

– Ella dijo que estaba bien.

– Si, bueno, sólo está empezando. Ella no va a estar bien. La única forma de aliviar el dolor es si un hombre termina dentro de ella, ¿me entiendes? No puedes dejarla así. Es cruel.

Z se dirigió a una de las ventanas. Las persianas todavía estaban cerradas porque era de día, y él pensó en el sol, aquel enorme, brillante carcelero. Dios, deseaba salir de la casa. Sentía como si una trampa se estuviera cerrando sobre él, y la urgencia por salir corriendo era casi tan mala como la lujuria que desarbolaba su cuerpo.

Pensó en Phury, que estaba manteniendo la mirada baja y no decía ni una palabra.

Ahora es tu oportunidad, pensó Z. Sólo manda a tu gemelo pasillo abajo hacia ella. Envíalo a servirla en su necesidad.

Vamos. Dile que salga de ésta habitación y vaya a la tuya y se quite la ropa y la cubra con su cuerpo.

Oh… Dios…

La voz de Vishous cortó su auto-tortura, el tono era irritantemente razonable.

– Zsadist, está mal y tú lo sabes, ¿verdad? No puedes hacerle esto, ella está…

– Qué tal si dejas de joder, mi hermano.

Hubo un corto silencio.

– Okay, Yo cuidaré de ella.

Z levantó la cabeza rápidamente mientras Vishous apagaba el cigarro y se ponía de pie. Mientras se colocaba los pantalones de cuero, su despertar erótico fue obvio.

Zsadist se lanzó a través del cuarto tan rápido que ni siquiera sintió los pies. Tiró a Vishous al suelo y con las manos rodeó el grueso cuello del hermano. Cuando los colmillos se le dispararon del labio superior como cuchillos, los descubrió con un silbido.

– Acércate a ella y te mataré.

Hubo una loca carrera tras él, sin duda Phury corriendo a separarlos, pero V mandó al garete cualquier intento de rescate.

– ¡Phury! ¡No! -V hizo entrar a la fuerza algo de aire-. Entre él… y yo.

Los ojos como diamantes de Vishous eran agudos mientras miraba hacia arriba, y aunque luchaba por tener aliento, su voz fue tan fuerte como siempre.

– Relájate, Zsadist… jodido loco… -Respiró profundamente-. No voy a ir a ningún sitio… Sólo necesitaba tener tu atención. Ahora suelta… tú agarre.

Z aflojó la presa, pero no soltó al hermano.

Vishous inhaló fuertemente. Un par de veces.

– ¿Sientes tu corriente en éstos momentos, Z? ¿Sientes ésta urgencia territorial? Estás unido a ella.

Z quiso negarlo, pero era difícil hacerlo, considerando la rutina de defensa que acababa de tirar. Y el hecho de que todavía tenía las manos alrededor del cuello del hombre.

La voz de V bajó hasta que se convirtió en un susurro.

– Tu camino hacia el infierno te espera. Ella está bajando por ese vestíbulo. No seas tonto. Vete con ella. Yo os cuidaré a los dos.

Z balanceó la pierna y se dejó caer, permitiéndose rodar por el suelo. Para evitar pensar en caminos y sexo, quiso saber tontamente qué habría pasado con el cigarro que estaba fumando. Mirando hacia la ventana, notó que había tenido la decencia de apoyarlo en el alfeizar antes de lanzarse hacia Vishous como un cohete.

Bien, ¿no era él un caballero?.

– Ella puede curarte -dijo V.

– Yo no estoy buscando ser curado. Además, no quiero dejarla embarazada, ¿entiendes? Menudo jodido lío que sería eso.

– ¿Es su primera vez?

– No lo sé.

– Si lo es, las posibilidades son prácticamente nulas.

– 'Prácticamente' no es lo suficiente bueno. ¿Qué más puede ayudarla?

Phury habló desde la cama.

– Todavía tienes la morfina, ¿no? ¿Ya sabes, aquella jeringuilla que preparé con lo que Havers había dejado? Úsala. He oído que es lo que hacen las mujeres que no están unidas.

V se sentó, balanceando los gruesos brazos hacia las rodillas. Cuando se echó el pelo hacia atrás, el tatuaje que se extendía por su sien derecha brilló.

– No solucionará completamente el problema, pero seguro como la mierda que es mejor que nada.

Otra ola de calor se rizó a través del aire. Los tres gimieron y quedaron momentáneamente incapacitados, sus cuerpos golpeando, tensándose, queriendo ir donde sabían que eran necesitados, donde podían ser usados para aliviar el dolor de una mujer.

Tan pronto como fue capaz Z se puso en pie. Mientras se marchaba, Vishous estaba trepando a la cama de Phury y encendiendo un cigarro de nuevo.

Cuando Z regresó al otro extremo de la casa, se reforzó antes de volver a entrar en el cuarto. Abriendo la puerta no se atrevió a mirar en la dirección de ella mientras forzaba a su cuerpo a dirigirse al escritorio.

Encontró las jeringas y recogió la que Phury había llenado. Tomando una profunda respiración se giró, sólo para descubrir que la cama estaba vacía.

– ¿Bella? -Caminó hacia ella-. Bella, dónde…

Se la encontró encogida en el suelo, con una almohada entre las piernas, el cuerpo temblándole.

Ella empezó a sollozar mientras él se arrodillaba a su lado.

– Duele…

– Oh, Dios… Lo sé, nalla. -Él le apartó el pelo de los ojos-. Yo te cuidaré.

– Por favor… me duele mucho. -Ella se dio la vuelta, los pechos tensos y las puntas de un rojo brillante… Hermosa. Irresistible-. Duele. Duele tanto. Zsadist, no va a parar. Se está poniendo peor. Du…

En una oleada masiva, ella onduló desenfrenadamente, una explosión de energía surgiendo de su cuerpo. La fuerza de las hormonas que ella emitía lo cegó, y quedó tan capturado por la respuesta bestial de su cuerpo que no pudo sentir nada… a pesar de que ella se agarraba a su brazo con la suficiente fuerza como para doblarle los huesos.

Cuando el pico cayó, él se preguntó si le habría roto la muñeca. No es que le preocupara el dolor; tomaría todo el que ella necesitara causarle. Pero si ella estaba asiéndose a él tan desesperadamente, sólo podía imaginarse lo que estaba sintiendo por dentro.

Con un respingo, se dio cuenta de que ella se estaba mordiendo el labio inferior con la suficiente fuerza como para hacerlo sangrar. Le limpió la sangre de la boca con el pulgar. Entonces tuvo que restregárselo en la pernera del pantalón para no lamerlo y querer más.

– Nalla… -Él miró la jeringa que tenía en las manos.

Hazlo, se dijo a sí mismo. Drógala. Quítale el dolor.

– Bella, necesito saber algo.

– ¿Qué?- gimió ella.

– ¿Es tu primera vez?

Ella asintió.

66
{"b":"108652","o":1}