Ella deslizó las manos por sus hombros, sintiendo los músculos y la calidez de él.
– ¿Está todo bien? -preguntó él a través de los dientes apretados.
Bella le oprimió un beso a un lado del cuello y giró las caderas. Él siseó.
– Hazme el amor-dijo ella.
El gimió y empezó a moverse como una gran onda encima de ella, con esa parte gruesa y dura de él acariciando su centro.
– Oh, mierda… -Él dejó caer la cabeza en su cuello. Su ritmo se intensificó, su aliento salía con fuerza, precipitándose en su oído-. Bella… mierda, me temo que… pero no puedo… parar…
Con un gemido él se sostuvo sobre los brazos y permitió a sus caderas balancearse libremente, cada empuje clavándola contra ella, empujándola más arriba en la cama. Ella se agarró a sus muñecas para mantener su cuerpo en su lugar bajo el asalto. Mientras él golpeaba, ella pudo sentir como se acercaba al límite de nuevo, y cuanto más rápido iba él, más se acercaba ella.
El orgasmo estalló en su centro, después le atravesó el cuerpo, la fuerza que se extendió por ella fue infinitamente amplia y prolongada. Las sensaciones duraron una eternidad, las contracciones de sus músculos internos se aferraban a la parte de él que la penetraba.
Cuando ella regresó a su propia piel, se dio cuenta de que él estaba inmóvil, completamente helado encima de ella. Parpadeando para alejar las lágrimas, estudió su cara. Los ángulos duros estaban tensos, y así como el resto de su cuerpo.
– ¿Te hice daño? -preguntó apretadamente-. Gritaste. Fuerte.
Ella le tocó la cara.
– No de dolor.
– Gracias a Dios. -Sus hombros se relajaron mientras exhalaba-. No hubiera podido soportar herirte así.
Él la besó suavemente. Y entonces se retiró y se bajó de la cama, subiéndose los calzones mientras entraba en el cuarto de baño y cerraba la puerta.
Bella frunció el ceño. ¿Él había acabado? Parecía estar completamente erecto mientras se retiraba.
Ella deslizó fuera de cama y miró hacia abajo. Cuándo vio que no había nada entre sus muslos, se puso la bata y fue tras él, sin ni siquiera molestarse en llamar.
Los brazos de Zsadist estaban apoyados en el lavabo, la cabeza le colgaba. Respiraba con dificultas y parecía febril, la piel resbaladiza, su postura antinaturalmente tensa.
– ¿Qué, nalla? -dijo él con un ronco susurro.
Ella se detuvo, insegura de si lo había oído bien. Pero él había… Amada. Le había llamado amada.
– ¿Por qué tú no…? -Ella no parecía poder concretar las demás palabras-. ¿Por qué paraste antes de que tú…?
Cuándo él sólo sacudió la cabeza, fue hacía él y le dio la vuelta. A través de los calzones podía ver que su excitación latía, dolorosamente rígida. De hecho, parecía que el cuerpo entero le dolía.
– Déjame ayudarte -dijo, buscándolo.
Él retrocedió contra la pared de mármol entre la ducha y el lavabo.
– No, no lo… Bella…
Ella se recogió la bata con las manos y empezó a arrodillarse a sus pies.
– ¡No! -Él la arrastró hacia arriba.
Ella lo miró directamente a los ojos y fue por su bragueta.
– Déjame hacer esto por ti.
Él la tomó sus manos y le apretó las muñecas hasta que le dolieron.
– Quiero hacer esto, Zsadist -dijo con intensidad-. Déjame cuidarte.
Hubo un largo silenció, y ella pasó el tiempo midiendo la pena, el anhelo y miedo en los ojos de él. Un golpe de frío la atravesó. No podía creer el salto lógico que estaba tomando su mente, pero ella tenía realmente la vívida impresión de que él nunca se había permitido tener un orgasmo antes. ¿O estaba precipitándose al obtener conclusiones?
Quizás. No era como si fuera a preguntárselo. Él vacilaba al borde de salir corriendo, y si ella decía o hacía algo incorrecto, él iba a largarse de la habitación.
– Zsadist, no quiero hacerte daño. Y tú puedes llevar el control. Nos detendremos si no te sientes bien. Puedes confiar en mí.
Pasó mucho tiempo antes de que aflojara su presa sobre las muñecas. Y entonces finalmente él la soltó y la acercó a su cuerpo. Titubeando, él se bajó los calzones.
Aquella excitación saltó al espacio entre ellos.
– Sólo sujétalo -dijo él con la voz rota.
– A ti. Te sostendré a ti.
Cuando ella lo envolvió en sus manos, él dejó escapar un gemido, y su cabeza retrocedió. Dios, él estaba duro. Duro como el hierro, sin embargo rodeado de piel suave como la de sus labios.
– Eres…
– Shh -la cortó-. Sin… hablar. No puedo… Sin hablar.
Él comenzó a moverse dentro de su puño. Lentamente al principio, y después con creciente urgencia. Le tomó la cara entre las manos y la besó, y entonces su cuerpo tomó el mando completamente con un bombeo salvaje. Él estaba enloqueciendo, disparándose más y más alto, su pecho y sus caderas eran tan hermosos mientras se movía con aquel antiguo y encrespado movimiento masculino. Más rápido… más rápido… tirando hacia adelante y hacia atrás…
Salvo que entonces alcanzó alguna clase de meseta. El se esforzaba, las cuerdas del cuello casi abriéndose camino por la piel, su cuerpo cubierto de sudor. Pero parecía que no podía dejarse ir.
Él se detuvo, jadeando.
– Esto no va a funcionar.
– Simplemente relájate. Relájate y deja que ocurra…
– No. Necesito… -Le tomó una de las manos y la colocó sobre la bolsa bajo su erección-. Aprieta. Aprieta fuerte.
Los ojos de Bella se alzaron hacia su cara.
– ¿Qué? No quiero hacerte daño…
Él le envolvió la mano con la suya como un tornillo y retorció sus puños hasta que gritó. Entonces él le sostuvo la otra muñeca, manteniendo la palma de la mano de ella contra su erección.
Ella luchó contra él, peleando para parar el dolor que él se infligía a sí mismo, pero él estaba bombeando de nuevo. Y cuanto más duramente quería ella apartarse, más apretaba él su mano en la más tierna parte de un hombre. Sus ojos se ensancharon sin parpadear ante el acto, la agonía que él debía…
Zsadist gritó, su ruidosa exclamación rebotó en el mármol hasta que ella estuvo segura que todos en la casa lo habían oído. Entonces ella sintió los poderosos espasmos de su liberación, pulsos calientes humedeciendo sus manos y el frente de la bata.
Él cedió sobre sus hombros, su imponente cuerpo cayendo sobre ella. Respiraba como un tren de carga, los músculos le temblaban, su gran cuerpo se estremecía con réplicas. Cuando él le liberó las manos, ella tuvo que despegar la palma de sus testículos.
Bella estaba helada hasta los huesos mientras soportaba su peso.
Algo feo había brotado entre ellos en este momento, alguna clase de mal sexual que enturbió la distinción entre el placer y el dolor. Y aunque eso la hacía cruel, quiso huir de él. Quiso huir del vergonzoso conocimiento de que ella le había hecho daño porque él la había obligado hacérselo y que había tenido su orgasmo por eso.
Salvo que entonces la respiración de él se cortó en un sollozo. O al menos así lo pareció.
Ella contuvo la respiración, escuchando. El suave sonido volvió, y sintió el temblor de sus hombros.
Oh, mi Dios. Estaba llorando…
Ella lo envolvió con sus brazos, recordándose que él no había pedido ser torturado como lo había sido. Ni se había ofrecido voluntario para los efectos secundarios.
Ella intentó levantarle la cabeza para besarlo, pero él luchó contra ella, acercándola, escondiéndose en su pelo. Ella lo acunó, sosteniéndolo y consolándolo mientras él luchaba por enmascarar el hecho de que estaba llorando. Finalmente él se echó para atrás y se restregó la cara con palmas. Evitó encontrar su mirada mientras se estiraba y ponía en marcha la ducha.
Con un rápido tirón le quitó la bata del cuerpo, la hizo una bola y la tiró a la basura.
– Espera, me gusta esa bata.
– Te compraré una nueva.
La instó a meterse bajo el agua. Cuando ella se resistió la alzó fácilmente y la metió bajo el chorro, y empezó a enjabonarle las manos sin disimular su pánico.