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Estaba a punto de darse vuelta cuando fue golpeado por el hecho de que el espejo sobre la pileta era muy grande. No quería que ella se diera cuenta del aspecto que tenía, cuanto menos supiera acerca de lo que le habían hecho, mejor. Cubrió el espejo con dos toallas grandes, asegurando la tela de felpa detrás del marco.

Cuando regresó a ella, se había hundido en el agua, pero al menos la parte de arriba de la toalla todavía se sostenía de sus hombros y básicamente se mantenía en su lugar. La agarró por debajo de uno de sus brazos y la alzó, luego agarró la esponja. En el instante en que comenzaba a lavar el costado de su cuello, empezó a agitarse, salpicándolo con agua. Suaves sonidos de pánico salían de su boca, y no pararon ni siquiera cuando dejó la esponja de lado.

Háblale, idiota.

– Bella… Bella, está bien. Estás bien.

Se quedó quieta y frunció el ceño. Luego sus ojos se abrieron apenas y empezó a parpadear varias veces. Cuando trató de refregarse los párpados, le apartó las manos de la cara.

– No. Es un medicamento. Déjalo ahí.

Ella se congeló. Se aclaró la garganta hasta que pudo hablar.

– ¿Dónde… Donde estoy?

La voz, aunque vacilante y ronca, le sonó hermosa.

– Estás con… Conmigo. Estás con la Hermandad. Estás a salvo.

Mientras su vidriosa, desenfocada mirada se paseaba por la habitación, él se inclinó hacia un interruptor en la pared y atenuó las luces. Aunque estaba delirando y no había duda de que casi ciega por el ungüento, no quería que lo viera. La última cosa de la que necesitaba preocuparse era qué pasaría si las cicatrices no se curaban completamente.

Cuando bajó los brazos al agua y trabó los pies en la base de la bañera, cerró el grifo y se echó hacia atrás sentándose sobre los talones. No era bueno tocando gente, así que no era una gran sorpresa que ella no pudiera soportar sus manos sobre el cuerpo. Pero maldición, no tenía idea de que hacer para aliviarla. Se veía tan desgraciada… mucho más allá del llanto y cercana a una paralizadora agonía.

– Estás a salvo… -murmuró, aunque dudaba de que le creyera. El no lo habría hecho si hubiera sido ella.

– ¿Está Zsadist aquí?

Frunció el ceño, no sabiendo que deducir sobre eso.

– Sí, estoy justo aquí.

– ¿Estás?

– Justo aquí. Justo a tu lado -se estiró torpemente y le apretó la mano. Ella le devolvió el apretón.

Y luego pareció que empezaba a delirar. Murmuraba, haciendo pequeños sonidos que podrían haber sido palabras, y se agitaba. Z agarró otra toalla, la enrolló, y la puso debajo de la cabeza para que no se golpeara contra el duro borde del jacuzzi.

Se estrujó el cerebro pensando que podía hacer para ayudarla, y como fue lo único que se le ocurrió, tarareó un poquito. Cuando pareció que eso la calmaba un poco, empezó a cantar suavemente, eligiendo un himno en el Idioma Antiguo dedicado a La Virgen Escriba, uno que hablaba de cielos azules, blancas lechuzas y verdes prados.

Gradualmente Bella se quedó laxa e inspiró profundamente. Cerrando los ojos, se reclinó contra la almohada de toalla que le había fabricado.

Como cantar era el único consuelo que podía brindarle, cantó.

Phury miró hacia el jergón donde había estado acostada Bella, pensando que el roto camisón que ella traía lo enfermaba. Luego sus ojos se dirigieron al esqueleto que yacía en el suelo hacia la derecha. El esqueleto de una mujer.

– No puedo permitir esto -dijo Wrath cuando se acalló el sonido de agua que corría en el baño.

– Z no va a lastimarla, -musitó Phury-. Mira la forma en que la trata. Cristo, actúa como un macho emparejado.

– ¿Qué ocurrirá si cambia de humor? ¿Quieres que el nombre de Bella figure en la lista de mujeres que ha matado?

– Golpeará hasta el techo si la apartamos de él.

– Es un asunto de mierda…

Los dos se quedaron congelados. Luego lentamente ambos miraron hacia la puerta del baño. El sonido que provenía del otro lado era suave, rítmico. Como si alguien estuviera…

– ¿Qué demonios? -murmuró Wrath.

Phury no podía creerlo tampoco.

– Le está cantando.

Aunque apagada la pureza y belleza de la voz de Zsadist era sorprendente. Su voz de tenor siempre había sido así. En las raras ocasiones que cantaba, los sonidos que salían de su boca eran abrumadores, capaces de hacer que el tiempo se detuviera y luego se deslizara hasta el infinito.

– Dios… Demonios -Wrath empujó sus lentes hacia arriba, hasta la frente y se frotó los ojos-. Vigílalo, Phury. Vigílalo bien.

– ¿No lo hago siempre? Mira, tengo que ir a ver a Havers esta noche, pero sólo el tiempo suficiente para que repare mi prótesis. Haré que Rhage lo mantenga vigilado hasta que regrese.

– Haz eso. No vamos a perder a esa hembra mientras la estemos cuidando, ¿Está claro? Jesucristo… Ese mellizo tuyo haría que cualquiera se lanzara a un precipicio, ¿Sabías eso? -Wrath salió majestuosamente de la habitación.

Phury miró nuevamente hacia el jergón y se imaginó a Bella yaciendo allí cerca de Zsadist. Esto estaba mal. Z no sabía una maldita cosa acerca de brindar afecto. Y esa pobre mujer había pasado las últimas seis semanas en la fría tierra.

Debería haber estado yo allí adentro con ella. Lavándola. Confortándola. Cuidándola.

Mía, pensó, mirando la puerta desde donde salía el canto.

Phury empezó a dirigirse hacia el baño, repentinamente furioso más allá de lo imposible. La cólera territorial encendía su pecho como una hoguera, levantando una llama de poder que le rugía en el cuerpo. Agarró fuertemente el pestillo de la puerta… Y oyó ese hermoso sonido que era la melodía que entonaba el tenor.

Phury se quedó allí de pie, temblando. Mientras el enojo se convertía en un anhelo que lo asustaba, apoyo la frente contra el marco de la puerta. Oh, Dios… no.

Apretó los ojos cerrándolos, tratando de encontrar otra explicación para su comportamiento. No había otra. Y, después de todo él y Zsadist eran mellizos.

Así que tendría sentido que desearan a la misma hembra. Que terminaran… vinculándose a la misma mujer.

Soltó una maldición.

Mierda santa, esto eran problemas… de la clase que te enterraban-bien-muerto. Para empezar, dos machos emparejados atados a la misma mujer era una combinación letal. Si le agregabas el hecho de que estos fueran dos guerreros, tenías el potencial para que ocurrieran serios daños. Después de todo, los vampiros eran animales. Caminaba y hablaban y eran capaces de razonamientos más elevados, pero fundamentalmente eran animales. Así que había algunos instintos que ni siquiera el más ingenioso de los cerebros podía superar.

Lo bueno era que todavía no habían llegado a ese punto. Se sentía atraído por Bella y la deseaba, pero no había llegado a sentir el profundo sentido de posesión que era la carta de presentación de un macho emparejado. Y no había detectado la esencia de emparejamiento irradiando de Zsadist, así que tal vez todavía hubiera esperanzas.

Aun así ambos tenían que alejarse de Bella. Los Guerreros, probablemente por su naturaleza agresiva se emparejaban, fuerte y rápidamente. Así que tenía esperanzas de que ella se fuera pronto con su familia, donde pertenecía.

Phury soltó el pomo de la puerta y salió de la habitación. Bajó las escaleras como un zombi y se dirigió fuera hacia el patio. Quería que el frío le golpeara para poder aclarar sus pensamientos. Pero lo único que logró fue que su piel se pusiera tirante.

Estaba a punto de encender un porro de humo rojo cuando se dio cuenta que el Ford Taurus, al que Z le había hecho un puente para traer a casa a Bella, estaba aparcado en frente de la mansión. Todavía estaba en marcha, olvidado ante todo el drama.

Bien, esa no era la clase de escultura de césped que precisaban. Sólo Dios sabía que clase de dispositivo de rastreo había en él.

Phury se metió en el sedán, puso la cosa en movimiento y se dirigió hacia la salida.

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