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Llegas a Toulon, un puerto militar del Mediterráneo. Lo aprendiste en tus lecciones de geografía del colegio. Estás sentado dentro de una tienda enorme que han levantado junto al puerto para esta fiesta del libro. Al igual que otros cien escritores, estás en un stand con un bolígrafo en la mano delante de tus libros y esperas que un lector venga a pedirte que le firmes uno que acaba de comprar. Pero lo que miran las personas son los libros, no se fijan en los escritores, a pesar de que los nombres figuran en un gran cartón. No son como los fans histéricos de Johnny Hallyday, que hacen cola esperando a que baje de su helicóptero para firmar unos autógrafos, con guardaespaldas y policías que gritan y contienen a la multitud para mantener el orden. Tú estás totalmente fuera del campo de visión de estas miradas que pasan delante de ti, las personas te miran sin verte. Pasan, a veces se paran, miran los libros que llevan tu nombre, pero ¿qué les evoca tu nombre? Quieren encontrar en los libros una identificación; las miradas que lanzan hacia los libros que hojean vuelven a ellos mismos.
Por suerte, no tienes nada más que hacer. Tienes tiempo para buscar y captar estas miradas atormentadas o vagas; es un juego para ti. Una joven esbelta destaca entre la muchedumbre; tiene el cabello castaño, recogido, las cejas juntas, un rostro de una tristeza casi patética. Sus párpados caen sobre sus grandes ojos como si hubiera pasado la noche en vela. Quizá no ha podido retener a su amigo en la cama; aunque, una chica así, puede que sea su amigo el que no ha conseguido retenerla, si no, ¿qué haría paseando sola tan temprano un domingo en una feria del libro? Llega delante de tu stand, pero primero toma el libro del otro autor de al lado, echa un vistazo a la portada y lo deja, luego hojea otro libro. No tiene ninguna intención de comprarlo; quizá no sabe muy bien qué hacer. También lo deja y toma uno de los tuyos. Sin embargo, sus ojos continúan mirando fuera. Su mirada se suaviza y le da la vuelta al libro. Antes de haber leído una o dos líneas de la presentación, lo deja sin ni siquiera darse cuenta de que está a dos pasos del autor. Está justo delante de ti, frunciendo el ceño. La expresión de tristeza flota en su rostro, exhalando una belleza más conmovedora que cualquier libro.
¿Quiénes deben de ser tus lectores? Cuando escribías este libro no imaginabas que un día estarías sentado en una feria del libro en la costa mediterránea, frente a estos lectores potenciales. En realidad, no tienen ninguna obligación de preocuparse por tus inquietudes ni de comprar nada en absoluto. Por suerte, el que vende tus libros es el dueño del stand, tú sólo eres un simple objeto vivo de exposición. Has perdido demasiado pronto la vanidad, eres demasiado espectador, un hombre ocioso entre tantos otros. Además, en el mundo ya hay tantos libros que se amontonan, que no importa que haya uno más o uno menos. Sobre todo porque no te ganas la vida con los libros. Quizá por eso necesitas escribir.
Vuelves a ponerte el bolígrafo en el bolsillo de tu chaqueta y le pides unas hojas de papel al dueño de tu stand; las metes en los bolsillos y te vas a dar una vuelta a la orilla del mar. Toulon, hay un sol tan explosivo que parece resonar. En una pequeña calle al borde del viejo puerto, los cafés, los bares y los restaurantes están uno al lado del otro. Exponen el marisco en la entrada, pero todavía no hay gente. En una avenida que lleva al centro de la ciudad, el mercado del domingo por la mañana parece muy animado. Hay fruta, verdura, ropa, objetos de regalo, puestos de árabes y una tienda que vende platos chinos y parece que le va bien el negocio. ¿Estos extranjeros molestan al alcalde del Frente Nacional, que es ultraderechista? En el centro de la ciudad hay otra feria del libro que compite con la feria del libro que ha organizado el consejo general del departamento, que es de izquierdas. Una vez más no puedes evitar la política; es imposible escapar de ella se esté donde se esté. De repente sientes las inquietudes de Margarita de un modo muy real, tan real como el sol que luce casi con ruido, casi palpable.
No tienes ganas de ver qué hay en ese salón, las viejas canciones nacionalistas son en todos los lugares iguales. Vuelves hacia el puerto, te sientas en la terraza de un bar, tienes ganas de escribir algo.
Los hombres son débiles, pero ¿qué tiene de malo la debilidad? Tú mismo, ¿no eres también una simple vida frágil? Los superhombres querían reemplazar a Dios, eran presuntuosos e irracionales, mientras que tú, mejor que permanezcas humilde y frágil. Dios omnipotente ha creado este mundo; sin embargo, no ha concebido un futuro. Es inútil que te estrujes el cerebro, no concibes nada, vives el momento. En este momento ignoras qué ocurrirá en el momento siguiente; ¿no son maravillosos estos cambios repentinos? Nadie puede escapar a la muerte, la muerte te fijará un límite extremo, de lo contrario te convertirías en un viejo monstruo que perdería toda compasión, que ignoraría la vergüenza, que se volvería culpable de todos los crímenes, incapaz de perdonar. La muerte es un límite contra el que no podemos resistirnos, la belleza humana se encuentra en el interior de este límite, ¡haz lo que puedas para aprovecharlo!
Tampoco eres Buda, un bodhisattva que tiene setenta y dos encarnaciones, con tres cuerpos y seis caras. La música, las matemáticas y el Buda han sido totalmente inventados. De los diez mil seres indecibles de la naturaleza han salido las nociones abstractas de las cifras, los cambios y ensamblajes de gamas, las tonalidades y ritmos, así como Dios o Buda, y, además, la belleza. Es imposible entender todo eso en estado normal. Tu «yo» también ha sido inventado, sólo existe cuando se dice. Si se dice que no existe, entonces es una masa sin forma. Este «yo» que te esfuerzas en construir ¿es realmente original? Dicho de otro modo, ¿tienes realmente un «yo»? Te debates entre la cadena ilimitada de las causas y de los efectos, pero ¿dónde están estas causas y estos efectos? Como ocurre con los tormentos, eres tú el que te los fabricas, y entonces, ¿no sería mejor dejar de fabricarte este «yo»? Tampoco debes buscar a partir de la nada un pretendido reconocimiento de este «yo», mejor volver a los orígenes de la vida, al instante presente tan vivo. Lo único que hay eterno es este instante. Sólo existes porque sientes las cosas, si no, pierdes la conciencia; ¡mejor vivir el momento y aprovechar el dulce sol de otoño!
En el parque, las hojas de los árboles están amarillas; al mirar por la ventana, ves el suelo lleno, han caído, pero todavía no se han podrido. Empiezas a envejecer, pero no tienes ganas de volver a la infancia. Ves en el aparcamiento que está junto a tu edificio a unos niños que no saben muy bien qué hacer. La juventud es un tiempo preciado, cuando tengan claro lo que quieren hacer ya serán viejos. No tienes ganas de volver a empezar con tus tormentos, debatirte entre la vanidad y los temores, entre hábitos y trastornos. No envidias a esos niños, lo que es envidiable es su vida tan nueva. Pero una vida caótica no llega a esta transparencia de conciencia. Estás contento de vivir este presente y totalmente satisfecho con esta soledad sin vanidad, tan límpida, como las aguas de otoño que cintilan de sombras y de luces brillantes, donde vuelve el frescor de tus pensamientos. No juzgar más, no establecer nada. Las olas fluctúan en el mar, las hojas de los árboles flotan en el viento antes de caer, la muerte es un fenómeno perfectamente natural, caminas recto hacia ella, pero antes de que llegue, tienes tiempo de divertirte para mirarla fijamente. Tienes bastante tiempo para aprovechar al máximo lo poco que te quede de vida. Tu cuerpo siente cosas y todavía tienes deseo. Te gustaría tener una mujer, una mujer capaz de comprender, que también se haya librado de todas las ataduras, una mujer sin niños ni cargas familiares, una mujer que evite la vanidad y las modas, una mujer desinhibida y libertina, que no busque conseguir algo de ti y que sienta contigo el mismo placer que el pez en el agua; pero ¿dónde encontrar a esa mujer? Una mujer tan solitaria como tú y que también disfrute tanto con esta soledad, que uniría su soledad a la tuya por medio de la satisfacción sexual, las caricias y las miradas, la búsqueda y la observación mutuas, ¿dónde encontrar a esa mujer?