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Cuando abres las cortinas, empieza un nuevo día. Salís a un bar, os sentáis fuera bajo un parasol. Es domingo; la luz del sol de la tarde es dorada. Ha venido expresamente para ver tu obra de teatro. Debe volver a París, a las seis tendrá lugar la inauguración de la exposición de pintura de su amigo. Dice que quiere serle fiel, pero también que te ama. Estás rebosante de alegría. Tiendes el brazo hacia el sol y afirmas que puedes tomar un poco de luz con tus manos, que ella debería intentarlo; mira hacia el astro y ríe. Llega el camarero disculpándose, ya no sirven de comer, el cocinero se ha marchado. ¿Qué se puede comer todavía? Sólo jamón frito con huevos. ¡Pues venga, jamón frito con huevos!

El sol tiene un color dorado irreal, te das cuenta de que todo brilla. Ella dice que es como si hubiera fumado droga. Es cierto, cuando estás con ella te parece que todo lo que os rodea es irreal; escucháis las palabras de las personas de vuestro alrededor como un murmullo lejano y muy nítidas a la vez. Ella dice que se siente muy feliz.

Dices que quieres escribir todo eso. Dice que sería fantástico. Dices que ella ha sido la que te ha provocado estas sensaciones, ella te ha ayudado a transformar tus desgracias en belleza, todo aquello que te pesaba tanto. Ella dice que el sufrimiento, cuando pasa, puede convertirse en belleza, y tú exclamas que ella es una auténtica tía francesa. ¡Una mujer!, rectifica ella, claro. Dices que también es una bruja. Ella dice que es posible. Ha querido que desahogues tus sufrimientos, la has obedecido y te has quedado tranquilo. Es cierto, tanto externa como internamente te has relajado, como si te hubieran lavado por fuera y por dentro. Ella dice que busca justamente sentir lo mismo, ¿no crees que esta sensación es maravillosa? Dices que se la debes a ella. Dice que lo que quiere es a un hombre como tú, y no tu deseo. Dices que todavía tienes ganas de comértela. Pero si no queda nada de mí, ¿no te arrepentirás?, dice ella.

La acompañas hasta la estación; te pasa el brazo por el hombro. Le dices que la amas. Ella te dice que también. Dices que la quieres mucho. Ella dice que también te quiere mucho. Vale la pena vivir, dices. Atención, ¡tienes ganas de cantar! Se ríe a más no poder. Te dice que subas con ella al tren. Dices que todavía falta una representación, no puedes dejar a los actores solos, todavía tienes ese sentido de la responsabilidad. Dice que lo comprende, que no tienes que tomarla en serio, lo ha dicho por decir. Las puertas del tren se cierran y, cuando el convoy se pone en marcha, mueve tres veces los labios para decirte que te quiere. Sabes que no lo dice en serio; quiere seguir fiel a su amigo, como ha dicho. Sin embargo, tú la quieres de verdad, aunque puedas querer también a otras mujeres.

Te sientes ligero como una pluma; tienes la sensación de haber perdido peso. Viajas de país en país, de ciudad en ciudad, de mujer en mujer, no piensas en encontrar un abrigo para toda la vida. Tienes la sensación de que vuelas; sueltas palabras divertidas que, como el esperma que eyaculas, dejan una huella de vida. No esperas nada, no te preocupas por los detalles mínimos de la existencia. Ahora que has sobrevivido, ¿para qué preocuparte? Sólo quieres vivir el presente, como la hoja del árbol que cae después de haber volado por el aire. El destino de las hojas de los árboles, sean del sebo, del álamo o del tilo, es el de caer tarde o temprano; mientras flotes en el viento, debes vivir lo más cómodamente posible. Sigues siendo ese prodigio incurable que viene de una familia condenada al fracaso. Debes liberarte de los obstáculos, compromisos, tormentos y preocupaciones que te han provocado tus ancestros, tu mujer y tus recuerdos. Eres como la música, como este poema de jazz del negro: Dicen que se ha enamorado, es maravilloso, maravilloso; dicen que es tan maravilloso que no tiene cura…

La pierna de plástico que lleva tu firma dentro de un viejo marco está en lo alto del escenario. Mientras cantaban, un viejo desdentado la alzó con la solemnidad con que se alza una bandera. Tu bailarina, una joven japonesa, está de pie en medio del escenario, ofreciendo solemnemente una rosa cortada a los espectadores con las dos manos tendidas. Luego se echa a reír, dejando al descubierto unos dientes muy negros. ¡Es maravilloso, maravilloso, tan maravilloso que no tiene cura!

El arte revolucionario y la revolución del arte; hace tiempo que se juega con todo esto. Si todavía quieres jugar no encontrarás nada nuevo; el mundo se parece a una bandera hecha trizas y desplegada. Al alba, en coche hacia los Alpes, una capa de niebla horizontal te viene a la cara, ya no tienes un cuerpo humano, ni peso, te disuelves siguiendo el viento, riéndote de los demás y de ti mismo…

Eres un triste poema de jazz en la palma de la mano de las mujeres, y en la gruta oscura y húmeda eres insaciable, ¿de qué te puedes quejar? ¿Este pobre pajarillo?

Eres un saxofón que suena según sus sensaciones, que grita dejándose llevar por sus sentimientos, ¡ah, adiós revolución! Si crees que llorar te hace feliz, ponte a llorar, sin miedo a perder nada, sólo eres libre cuando no tienes nada que perder, como el humo ligero que va acompañado del dulce perfume de la hoja de marihuana y de la houttuynia. ¿De qué tienes que preocuparte todavía? ¿De qué puedes tener miedo? Cuando llegue el momento de desaparecer, desaparecerás. Desaparecer entre las piernas opulentas y suaves de una mujer sí que sería maravilloso; entonces comprenderías plenamente lo que llamamos la vida, sin necesidad de tener compasión, sin necesidad de ahorrar nada, poder dilapidarlo todo, ¡sería tan maravilloso que no tiene cura!

Las cañas se doblan por el viento. Un viento violento de esta costa del mar del norte de Dinamarca se alza sobre las dunas de arena. Un montón de cañas forma un círculo que se agita sin parar. Crees que es una pareja de cisnes salvajes; pero al aproximarte descubres a un hombre y una mujer desnudos y te alejas enseguida, aunque oyes sus risas tras de ti. En el mar sombrío, más allá de las playas desiertas, las olas blancas se estrellan contra los blocaos de hormigón llenos de algas que dejaron los nazis durante la ocupación.

Tienes ganas de llorar, te tumbas sobre su pecho opulento, lloras sobre sus senos, donde se mezclan el sudor y el esperma; no es necesario que te contengas, como el niño que necesita la ternura de su madre. No sólo disfrutas con las mujeres, también necesitas su ternura, su indulgencia y su aceptación.

La primera mujer desnuda que viste fue tu madre. Te diste cuenta de que por la puerta entreabierta había luz; dormías a oscuras sobre una cama de bambú. Escuchaste un ruido de agua y quisiste echar un vistazo para ver qué pasaba. Te apoyaste con los codos en la cama de bambú, que crujió. Tu madre, con el cuerpo enjabonado, salió de la palangana en la que se estaba lavando; tú te volviste a meter en la cama rápidamente y te hiciste el dormido. Ella dejó la puerta abierta y continuó lavándose. Tú miraste a escondidas los senos que te alimentaron y el lugar oscuro que te trajo al mundo. Al principio aguantaste la respiración; luego el corazón se te disparó, antes de dormirte con aquel deseo y turbación que nacieron en ti.

Ella dice que no eres más que un niño. En este instante sólo aspiras a la tranquilidad. Estás satisfecho, cansado; eres su niño bueno. Ella te acaricia con dulzura, te muestras obediente entre sus manos y dejas que te mire atentamente, que contemple tu cuerpo, eso que tienes entre las piernas y que está encogido, lo llama su pajarillo. Su mirada es muy tierna, te acaricia el cabello, estás muy emocionado, tienes ganas de descansar sobre algo, descansar sobre esta mujer que te da la vida, la alegría y el consuelo. El amor, el sexo, la tristeza, el deseo que te atormenta sin parar, el lenguaje, una especie de expresión, la necesidad de exteriorizar tus sentimientos, el placer de desahogarte sin hipocresía y sin afectación alguna, fluyendo hasta el final, todo eso te ha lavado por completo. Te has vuelto tan transparente que te has transformado en un hilo de conciencia de la vida, como el rayo de luz que se filtra por detrás de la puerta, y, sin embargo, detrás no hay nada, todo es vago, como un débil claro de luna en un pedazo de nube. Escuchas el aleteo de las gaviotas y sus gritos por la noche. Las mareas nacen de las profundidades oscuras del mar, formando líneas blancas de flujos. En Viareggio, un proyector ilumina la orilla del mar, la playa está desierta, te has quedado de pie durante mucho tiempo delante de los grandes parasoles rojos con rayas blancas.

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