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También quería decirle que aunque la historia podía borrarse, él en aquella época tuvo que decir lo que Mao quiso que dijera; por eso, no conseguía borrar el odio que sentía personalmente hacia él. Más tarde, se diría a sí mismo: mientras Mao permanezca idolatrado como dirigente, emperador o dios, no volvería a este país. Poco a poco, ha ido teniendo claro que ningún hombre podía someter la voluntad de otro, a no ser que éste consintiera.

Finalmente, también quería decirle que se puede estrangular a un hombre, pero que, sea cual sea su debilidad, no se puede estrangular su dignidad. Si el hombre es hombre es porque posee un mínimo de dignidad personal que nadie puede aniquilar. Aunque el hombre sea como un gusano, sabemos que este insecto tiene su dignidad; si lo aplastamos, antes de morir puede hacerse el muerto, debatirse, intentar huir, y la dignidad del insecto no se puede destruir. Se elimina a un hombre como si fuera una brizna de paja, pero ¿alguna vez hemos visto a una brizna de paja intentar salvar su vida en el momento en que la van a cortar? Sin duda el hombre no es como la brizna de paja, pero lo que quiere demostrar es que, aparte de la vida, el hombre también posee su dignidad.

Si no hay otro medio de protegerla, si no lo matan ni se suicida, si no tiene ganas de morir, sólo le queda la huida. La dignidad es la conciencia de la existencia, ahí se encuentra la fuerza individual de los hombres débiles. Si la conciencia de la existencia desaparece, la existencia toma la forma de la muerte.

Bueno, basta de pamplinas, aunque gracias a estas pamplinas ha conseguido aguantar. Hoy, que por fin podría decirle todo esto públicamente a Mao, el viejo ya está muerto desde hace más de veinte años, sólo puede decírselo a su fantasma o a su sombra.

Mao en albornoz. Digamos que salía de su piscina, era alto, tenía una barriga prominente, una voz aguda, un poco femenina, acento de Hunan, su rostro era de bonachón, como en el retrato gigante pintado y que cuelga en Tiananmen; tenía aspecto de ser un hombre afable. Le gustaba fumar, fumaba un cigarrillo tras otro. Tenía los dientes completamente negros, fumaba unos Panda que hacían especialmente para él y que dejaban un olor muy agradable. A Mao le gustaban los platos de sabores fuertes, por ejemplo la carne grasa y el chile. Este último dato no lo inventó su médico en sus memorias.

«Amigo», dijo Mao. A veces, llamaba a las personas «amigo» y no «camarada». También tenía muchas amigas jóvenes. Él, desde luego, no era su amigo. Entre los hombres de China que merecían ser sus amigos se encontraba Lin Biao. Más tarde se dijo que murió en un accidente aéreo al huir a Ondorhaan, en Mongolia. Contrariamente a lo que era habitual, los documentos del Partido se difundieron con las fotografías de los restos del avión siniestrado. En el extranjero, Nixon era su amigo, había hablado con él durante tres horas seguidas. En aquella época, este hombre de casi ochenta años habló con dinamismo y buen humor, aunque se mantenía gracias a las inyecciones. El judío inteligente Kissinger también lo admiró, aunque sin llegar a la adoración.

Evidentemente, no se dirigía a él cuando Mao dijo «amigo», pero él sí que hubiera querido decirle a Mao: ¿Cree usted realmente en el comunismo de Marx, en ese reino ideal? ¿O lo utiliza sólo como bandera? (Esta pregunta era muy ingenua; pero en aquella época se la habría hecho, después ya no.)

«En el mundo existen más de cien partidos, la mayoría no creen en el marxismo-leninismo», escribió Mao en una carta dirigida a su esposa Jiang Qing al principio de la Revo lución Cultural. Esta carta estaba escrita expresamente para el conjunto del Partido, no podía ser un simple intercambio privado entre marido y mujer. Más tarde, el Partido la utilizó como una prueba importante para hacer desaparecer a la que se convirtió en la viuda de Mao, y la difundió entre la población.

Por aquel entonces, él prefería pensar que si Mao dijo aquello era porque lo creía. En ese caso, ¿éste era el reino celeste que el viejo quería crear en la tierra, para no llamarlo infierno? Hubiera querido preguntarle eso.

Es una primera etapa, dice Mao.

Entonces ¿cuándo llegará la etapa superior?, pregunta él con gran respeto.

«Dentro de siete u ocho años esto volverá a empezar. Esta vez la Revolución Cultural sólo ha sido una prueba seria», escribió Mao a su esposa. Sacando otro cigarrillo, el viejo se detuvo, y luego escribió: «Y en siete u ocho años, será necesario que haya otro movimiento de eliminación de todos los genios malhechores. Y después todavía serán necesarios muchos movimientos de este tipo».

Cuando acabó de escribir, se echó a reír dejando al descubierto sus dientes negros. Según lo que cuenta el médico de Mao en sus memorias, fumaba tres paquetes al día y nunca se cepillaba los dientes, lo que se veía claramente en los documentales que difundían cuando Mao recibía a los dirigentes extranjeros.

¡Realmente era un gran estratega! ¡Engañó a sus ciudadanos y también a bastantes extranjeros! Esto también le hubiera gustado decírselo.

Mao frunce el ceño.

Él añade a toda velocidad: Ha derrotado a todos sus enemigos, y sólo ha conocido victorias en su vida.

«No hay que dejarse llevar por los laureles de la victoria, yo me preparo para caer hecho añicos. Pero ¿qué más da? La materia no se destruye, sólo se hace añicos», escribió Mao en aquella carta familiar que ya no era secreta y que el Partido difundió.

Es su mujer la que se ha hecho añicos, pero usted, usted permanece intacto. Las personas todavía vienen a admirarlo a su mausoleo; es la prueba irrefutable de su grandeza, dice al fantasma de Mao o a su sombra.

De vivir doscientos años, recorrería a nado mil quinientos kilómetros, de eso estoy seguro

Usted escribe poemas desde hace tiempo. Hay que reconocer que es un gran estilista, sus poemas están llenos de una arrogancia sin precedentes, capaz de arrollar a todos los hombres de letras del país; ése es uno de los aspectos de su grandeza.

Él explica que si ha podido volver a escribir un poco ha sido gracias a su muerte.

«En mi naturaleza hay mucho de tigre y un poco de mono», dice Mao.

Él dice que en la suya sólo hay un poco de mono.

El viejo muestra al fin una sonrisa y apaga el cigarrillo que ha fumado hasta la mitad como si aplastara un gusano entre sus dedos; eso significa que quiere descansar.

Tumbado en su féretro de cristal, Mao debe de estar cubierto por la bandera del Partido, ya no lo recuerda muy bien. En resumen, el Partido dirige el Estado y Mao dirige el Partido, por lo que la bandera nacional no debe de estar sobre él. Mientras permanecía en la fila que pasaba delante del cadáver del Líder Supremo, en su mente estaba concibiendo todas estas palabras que no consiguió decir. Cuando estuvo a su lado, ni siquiera se atrevió a pararse un segundo de más, ni tampoco a volverse a echar un vistazo cuando siguió caminando, por miedo a que las personas de detrás percibieran algo extraño en su mirada.

Hoy escribes tranquilamente lo que quieres decirle a este emperador que ha dominado a cientos de millones de personas. Como tú eres minúsculo, el emperador que hay en ti sólo puede dominar a una persona: a ti mismo. Actualmente, al pronunciar públicamente estas palabras, has salido de la sombra de Mao, pero no ha sido fácil. Has nacido en un mal momento, precisamente en la época de su dominio, no en otra. Pero eso no depende de ti, es lo que se suele llamar «destino».

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[27] Versos de un poema que Mao Zedong escribió cuando era estudiante. (N. de los T.

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