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Reflexionó durante todo el camino sobre lo que tenía que decir y pronunció esas palabras con toda la tranquilidad que pudo, manteniendo una sonrisa en los labios.

– ¿De qué diploma estás hablando? -preguntó el delegado Song con cierta tosquedad.

El mantuvo su sonrisa y le tendió el telegrama con las dos manos. Song, que no conocía muchos caracteres, lo tomó con una mano e intentó descifrarlo, tomándose todo su tiempo, luego levantó la cabeza y dejó de fruncir el ceño.

– De acuerdo -dijo-, corresponde a lo estipulado en los documentos. ¿Tienes parientes allí?

«Apoyarse en los amigos y encontrar refugio en casa de los parientes», esa expresión la utilizó el delegado Song en el momento en que les transmitió la orden de movilización. Él añadió de inmediato:

– Tengo amigos que han arreglado todo allí para que me pueda instalar definitivamente en el campo. En ese lugar podré recibir a fondo la reeducación de los campesinos pobres y medios de la capa inferior y encontrar una campesina para no quedarme soltero toda mi vida.

– ¿Ya has encontrado una? -preguntó el delegado Song.

Él sintió en aquel hombre una cierta amistad, a menos que mera sólo simpatía o comprensión. Era del campo, allí se alistó y, poco a poco, pasó de ser un simple soldado a convertirse en oficial de estado mayor en activo, después de superar un gran número de dificultades, mientras que su mujer y sus hijos permanecían en el campo. Tan sólo tenía quince días al año para ir a verlos, y naturalmente debía pensar en las mujeres. La comisión de control militar lo envió a controlar a aquel enorme grupo de hombres que habían venido para consagrarse al trabajo manual, lo que no era una tarea fácil. El jefe adjunto de esta comisión, el delegado Pang, encargado de la depuración de las filas de clase, después de asignar las tareas al secretario de célula del Partido de cada compañía, había regresado a Beijing dos días antes. Realmente era una oportunidad caída del cielo, algo que nadie podía prever.

– Mis amigos me han hablado de una muchacha, si no voy, no puedo conocerla. No me gustaría perder esta oportunidad. De todos modos, el trabajo manual es igual en todos los lugares, pero si me caso, podré instalarme definitivamente.

Debía dirigirse al delegado Song, nacido y crecido en el campo, en unos términos que pudiera entender perfectamente.

– Tienes razón, pero debes pensarlo bien, porque si te marchas, te retirarán la autorización de residir en Beijing…

Song ya no hablaba como un jefe, sacó de un cajón un formulario oficial y le pidió que lo rellenara él mismo, luego gritó hacia el cuarto:

– Xiao Liu, ponle un sello aquí y escríbele a máquina este documento.

La joven recepcionista, que también hacía de mecanógrafa, salió. Parecía que acababa de peinarse; llevaba dos pequeñas trenzas sujetas a ras de la cabeza con elásticos y las dos puntas hacia arriba. Abrió un cajón con una llave, sacó un formulario y un sello, se sentó frente a la máquina de escribir y fue golpeando un carácter tras otro del pesado teclado. Song verificó el texto que su secretaria acababa de escribir. El quiso adular al oficial:

– ¡Soy el primer aprobado por el delegado Song!

– En estas putas tierras alcalinas no hay nada que crezca, aparte del viento de arena. No es como en mi región, todo lo que se planta crece. De todos modos, estemos donde estemos, lo que cuenta es el trabajo manual.

Al final, el delegado Song puso su sello rojo. Unos años más tarde, supo por un compañero que trabajaba en la misma época que él en aquella escuela de funcionarios, que poco después de su huida, el delegado Song fue sorprendido una noche en un campo, por un hombre que llevaba una linterna, cuando tenía el pantalón bajado para hacer lo que normalmente hacía con la recepcionista. De inmediato fue despedido, y volvió a reincorporarse a filas. Como el trigo que nace en esas tierras áridas, él tampoco llegó muy alto.

En el camino que conducía a las viviendas, vio a lo lejos un tractor que labraba. Al verlo hizo un ademán de mano y gritó:

– ¡Hermano!

Tang ya no tenía el trabajo de mensajero que realizaba en la capital. También había ido a esa granja y conducía el tractor en el equipo mecanizado. Atravesó la tierra blanda y fangosa y llegó hasta el vehículo.

– ¡Hola! -Tang había levantado la mano para devolverle el saludo.

– Necesito que me eches una mano -dijo al llegar a su lado.

– En este momento cada cual es como el ídolo de barro que atraviesa el río, no puede salvarse ni a sí mismo. ¿Qué ocurre? Dilo pronto, que no me vean hablar contigo, he oído que estás en el punto de mira de tu compañía.

– Ya no. ¡Me he graduado!

Tang paró el motor. El subió a la cabina y le mostró su carta oficial con el sello.

– ¡No me lo puedo creer!

– Todo gracias al delegado Song -dijo él.

– ¡Te acabas de librar de una buena, mejor que te largues a toda velocidad!

– Mañana, a las cinco, ¿podrías llevar mis maletas a la estación de la cabeza de distrito?

– Bueno, entonces tendré que tomar el camión. El delegado Song lo ha aprobado, ¿no es cierto?

– ¡El mundo da unas vueltas increíbles, no le digas nada de esto a nadie!

– ¡Saldré con el camión! Si me preguntan adonde voy, les diré que vayan a ver al delegado Song, ¿de acuerdo?

– Recuerda, mañana por la mañana, a las cinco. ¡No te olvides! -dijo mientras saltaba de la cabina del tractor.

– Tocaré el claxon cuando pase por el cruce de vuestro dormitorio, sólo tendrás que subir. No te preocupes, cuenta conmigo -dijo Tang golpeándose el pecho.

El tractor se alejó dando tumbos; él recorrió los cinco últimos kilómetros despacio, sin prisa, reflexionando sobre cómo pasaría esa última noche y cómo podría transportar lo más rápidamente posible sus maletas y sus pesadas cajas de libros de madrugada. Cuando cayó la noche, después de la cena, las personas empezaron a juntarse alrededor de los pozos para sacar el agua para asearse. Sólo entonces apareció por el dormitorio. También se lavó y aprovechó para arreglar sus cosas. Antes de meterse en la cama fue a la habitación del secretario de célula del Partido de su compañía, que acababa de recibir ese cargo de manos de la comisión de control militar. Le enseñó el documento oficial que probaba que iba a instalarse definitivamente en el campo. Sentado sobre un banco, el secretario se había quitado los zapatos para lavarse los pies. Él anunció solemnemente, aunque con un cierto tono de broma, a los que estaban en aquella habitación:

– El delegado Song me ha licenciado de esta escuela; me despido de vosotros, camaradas, no para siempre, supongo, pero me marcho primero. ¡Voy a convertirme en un auténtico campesino, completamente reformado!

Luego puso cara de que le habían encomendado una tarea difícil, como si su futuro no le pareciera muy alentador. El jefe no tuvo tiempo de reaccionar, no comprendía si se trataba de un castigo especial que le habían infligido. Se limitó a decir: «Mañana veremos».

¿Mañana?, pensó él. No tenía ninguna intención de esperar a que el jefe fuera a la dirección de la escuela y que entrara en contacto por teléfono con la comisión de control militar de Beijing; se marcharía mucho antes.

De nuevo en el dormitorio, con la luz ya apagada, se fue a tumbar a su cama completamente vestido. Durante la noche miró varias veces el reloj, sin distinguir las agujas en la oscuridad. Cuando creyó que estaba a punto de amanecer, se levantó, se apoyó contra la pared para ponerse los zapatos, pero no hizo de inmediato su cama. Si despertaba demasiado temprano a los otros ocupantes de la habitación, el lacayo que vigilaba sus actos y gestos podía avisar al secretario de la célula del Partido de su compañía.

Nadie tenía que saber que antes del alba se había puesto en marcha. Escuchaba atentamente en la oscuridad si oía un claxon; entre el cruce y el dormitorio había unos cincuenta o sesenta metros, el sonido no sería muy fuerte. Le silbaban los oídos, abría los ojos todo lo que podía, como si de ese modo escuchara mejor. Cuando oyera el claxon, liaría sus bártulos y despertaría a dos hombres para que le ayudaran a transportar las grandes cajas que había dejado en la pared.

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