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Lo mismo probablemente ocurre con la música. Mejor suprimir las fiorituras inútiles. Lo que busca Schnittke es justamente esta necesidad; no utiliza las notas para brillar, es sobrio, utiliza grandes espacios, cada frase transmite una sensación real, sin amaneramiento o afectación, sin pretender gustar. Sólo debes hablar si tienes algo que decir, si no, mejor que te quedes callado.

La sombra de cada coche que pasa se refleja en las pantallas de las farolas. En un lado de la calle hay un pequeño parque tranquilo lleno de plátanos y palmeras. Éste es el país natal del plátano, basta que brote para que se esparza. Está por todo el mundo y también ha entrado en tus recuerdos: había por todas las calles y los parques de la ciudad donde vivías de niño. La primera vez que besaste a una chica, la pequeña Wuzi, estaba apoyada contra el tronco de un plátano al que le habían quitado la corteza; también era verano, pero hacía mucho más calor que aquí.

Es tan bueno vivir. Cantas una oda a la vida, y si cantas es porque la vida no te ha maltratado siempre, a veces hasta te ha emocionado, como esta música, este sonido de tambor, tan limpio, con la corneta por encima.

La amiga de Sylvie, Martina, poco tiempo antes de su suicidio, llevó a su casa a un vagabundo que encontró en la calle a pasar la noche. Cuando faltaba poco para que se suicidara, dijo en una cinta de casete que no podía soportar más el hospital psiquiátrico, pero su muerte no tuvo nada que ver con nadie; estaba harta de la vida y se suicidó; también es un final posible. No sabes cómo será tu final, y no tienes por qué intentar imaginártelo. Si un día el nuevo fascismo se hace con el poder, ¿vendrás a refugiarte a Perpiñán? Siempre que en ese momento Perpiñán siga siendo una ciudad tolerante que acoge a los refugiados. No imagines esas cosas.

Afirmar que cuando el hombre viene al mundo debe sufrir absolutamente, o que el mundo sólo es un desierto, es bastante exagerado. No todas las catástrofes caen sobre ti, gracias a la vida. Este agradecimiento quiere decir: «Gracias, Dios mío»; pero la pregunta es: «¿Quién es tu dios?». ¿El destino, la casualidad? Quizá sólo conseguirías salir de tus dificultades y de tus tormentos agradeciendo esta conciencia que tienes de este «yo», este despertar hacia tu propia existencia.

Las grandes hojas de los plátanos y de las palmeras tiemblan dulcemente al viento. No se puede acabar con un hombre si no se deja. Se le puede oprimir, humillar, pero mientras no se le ahogue tendrá la ocasión de levantar la cabeza. El problema es mantener el aliento, aguantar para no morir ahogado bajo un montón de mierda. Se puede violar a un ser humano, hombre o mujer, con violencia física o violencia política, pero no se puede poseerlo por completo; tu mente te pertenecerá siempre si la preservas. Música de Schnittke. Duda, busca a tientas en la oscuridad, busca una salida, como si persiguiera una sensación de luz, y gracias al pequeño resplandor derramado en su corazón, esta sensación no puede desaparecer. Junta las manos para preservar este resplandor que se desplaza lentamente en una oscuridad espesa como el barro. No sabe dónde está la salida, pero protege con mucho cuidado este resplandor que revolotea en el viento. Es mejor decir que es paciente y no obstinado, flexible, que se hace el muerto como una crisálida que teje su capullo, cerrando los ojos para soportar el peso de la soledad. Entonces, el sonido suave de una campanilla, pequeña conciencia de la existencia, belleza de la vida, esta luz tan débil y dulce se expande de golpe hasta el fondo de su ser…

Unas hojas raras de color rojo oscuro, quemadas por el hielo, temblando por el viento sobre las ramas casi vacías del árbol de sebo de delante de su puerta, el estallido de la juventud de esta joven perdida, sin apoyo, el agua del río murmurando en el valle, la gallina negra levantando la cabeza y lanzando su mirada tras haber picoteado el puente de madera; siente piedad por todo eso, como proyecciones de su ser. Además, el deseo que han provocado la seducción y las bromas de la tierna campesina ha mantenido en él este rigor y le ha permitido esperar manteniendo el aliento. Aunque no sabía dónde estaba la salida, se esforzaba por captar la menor belleza; sólo así consiguió no desintegrarse mentalmente, recurriendo a la masturbación para reconfortarse y relajándose gracias a la práctica secreta de la escritura.

También el olor puro de la paja de arroz recién cortada y colocada sobre la plancha de la cama, el olor a las sábanas y mantas secadas al sol después de lavarlas en el estanque, el olor a sudor del cuerpo de la muchacha, aquella agradable y dulce sensación al ponerle su pintalabios, el escalofrío que sintió cuando la agarró del brazo y la empujó hacia la puerta, rozando al pasar sus senos tiesos; recurría a todos estos recuerdos para calentarse, se uniría a ella en la imaginación. Luego, por medio del lenguaje, lo descubría en sus libros, para alcanzar un equilibrio mental.

Sientes un profundo agradecimiento por las mujeres, no sólo deseo. Pides, pero ellas no siempre quieren dar. Eres insaciable, no puedes tenerlo todo. Dios no te lo ha dado todo, no tienes que agradecérselo, pero, aun así, sientes una especie de agradecimiento general, al viento, a los árboles que se mueven con el viento, a la naturaleza, a tus padres, que te han dado la vida. Hoy, no sientes rencor, estás en paz contigo mismo; quizás has envejecido, te cansas antes cuando subes una cuesta, empiezas a ser un poco avaro con las fuerzas que antes malgastabas. Es un síntoma de la vejez que te acecha. Estás en la bajada, un viento frío se ha levantado, pero no, todavía no tienes prisa por descender, y la montaña lejana, oculta en las nubes, parece estar a la misma altura que tú. Sólo tienes que seguir caminando, sin preocuparte de si abajo hay un precipicio. En el momento de caer será mejor que te acuerdes del sol oblicuo que acariciaba a lo lejos las laderas de la montaña.

En una pequeña bahía, en la cima de un pico rocoso, se alza una minúscula iglesia. Tiene una cruz blanca, frente al Mediterráneo. En la cima hay un Cristo de metal negro. En la playa de la pequeña bahía apacible y quieta hay hombres, mujeres y unos niños que corren hacia todos los lados; una mujer en bañador está tumbada tomando el sol sobre la cavidad de una roca, con los ojos cerrados.

Dicen que Matisse vivió aquí, que pintó todo esto, el sol transparente y cegador. Son realmente las luces y los colores del pincel de Matisse, pero tú te diriges hacia la oscuridad.

Te han llevado en coche a Barcelona, luego al museo Dalí, rojo con unos huevos enormes en el tejado. La España que ha visto crecer a este viejo travieso es una nación alegre; las personas deambulan por las calles y las jóvenes españolas, con las cejas espesas y los ojos negros, tienen una nariz pronunciada. Luego fuisteis a un restaurante en el campo, un antiguo molino. En la mesa de al lado había una familia entera: el marido, la mujer y la hija, que tenía unos mofletes rojos que destacaban en su pálido rostro. Esta joven de largas cejas y ojos negros todavía no estaba completamente desarrollada, más tarde se convertiría en la gran mujer robusta y apetecible de un cuadro de Picasso. Estaba sentada frente a sus padres, muy nerviosa, con la mente probablemente concentrada en sus asuntos sentimentales, o en nada en concreto. Es la vida; ignoraba su futuro, pero ¿era importante? Ignoraba que podría sufrir, aunque quizá ya empezaba a atormentarse. Sus cabellos abundantes, negros como el azabache, realzaban la palidez de su piel y sus mofletes rojos. Debía de tener trece o catorce años. Que una chica de esta edad ya se atormente es lo que da belleza a la vida. Sus tormentos recuerdan el sufrimiento de Margarita, ¿sería ella una Margarita?

En este instante escuchas una misa de Kodaly por un coro femenino acompañado de un órgano. Te viene también una especie de sentimiento religioso; los hombres necesitan rezar como comer o hacer el amor. La noche anterior, en la planta de encima de tu habitación, una mujer gritaba en la cama. No pudiste dormir en toda la noche. Desde la una de la madrugada hasta pasadas las tres, no paró de soltar gritos agudos, de jadear, antes de echarse a reír a carcajadas. Desde tu cama no conseguías distinguir si se trataba de una violación o de un placer extremo. Al principio creíste que estaban en la habitación de al lado de la cabecera de tu cama; luego oíste ruidos en el techo, como si retozaran en el suelo, a no ser que fuera una violación como la que contó Margarita. Aunque fuera así, en una habitación de hotel nadie les haría preguntas. Luego oíste unas risas, una risa inmensa que despertó en ti un deseo violento. Pero ahora estás tranquilo; un órgano, una voz de contralto y una voz de tenor forman una combinación maravillosa.

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