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Capítulo 27

Se quedaron sentados meciéndose en el sillón del porche, tomando una copa de vino, mirando las sombras y escuchando los ruidos de la noche. Era casi como antes. Antes de que ella se marchara a Quantico y renunciara a su sueño.

¿Había sido realmente su sueño? ¿O es que huía de algo?

Miranda estaba convencida de que convertirse en agente activa y trabajar en labores policiales (concretamente, se trataba de convertirse en agente del FBI), le daría la fuerza que necesitaba para vencer sus demonios. Creía que si tenía la placa, tendría el valor. Y que sus pesadillas se desvanecerían.

Semanas después del secuestro, temía que el Carnicero viniera a por ella. Que la matara mientras dormía. Que volviera a llevársela a ese lugar perdido y a perseguirla para cazarla como a una bestia. Solía despertarse con un grito ahogado en la garganta y dando patadas como si corriera.

Esa pesadilla se desvaneció, pero otras la reemplazaron. Llamaba a mujeres que habían desaparecido. Gritaba hasta que no le quedaba voz y sentía los pies cansados. Caía en una tumba sin fondo. Caía y caía… hasta que se despertaba bañada en un sudor frío.

No era su seguridad física lo que le preocupaba, sino su estado mental. Mientras el Carnicero siguiera acosando a las mujeres, se adueñaría de sus sueños.

– ¿Qué pasará si el Carnicero no es Palmer ni Larsen? -le preguntó a Quinn.

– Tendremos que ampliar la búsqueda. Camioneros, viajantes de comercio, o quizás hemos pasado por alto a alguien de la lista de la universidad. Revisaremos cada interrogatorio, cada nota, volveremos a interrogar a las personas. Olivia está trabajando muy a fondo con esas pruebas, lo han fijado como prioridad. Si hay restos de ADN en una piedra, ella los encontrará.

– Pero necesitamos el ADN de un sospechoso para compararlo.

– Comprendo lo duro que será todo esto para ti.

– Siento que ahora mismo debería estar allá, en el bosque. Buscando a Ashley. Y a Nick.

A Miranda le ardían los ojos y le dolía la cabeza de tanto mirar mapas y registros de propiedad, intentando desentrañar qué había descubierto Nick y dónde había ido.

– Escucha, no quiero que te hagas ilusiones con la suerte de Nick -dijo Quinn, con voz temblorosa. Estaba tan preocupado por la desaparición de Nick como ella.

– No puedo dejar de pensar que está vivo. ¿Si no, por qué el Carnicero dejaría abandonado el coche? Si Nick hubiera muerto, ¿por qué no dejar también el cuerpo? -No lo sé. Quizá temiera que recogiéramos pruebas tras un análisis del cadáver. Si hubo lucha, quizá quedaran en Nick restos de la piel o la sangre del agresor. En ese caso, sería preferible abandonar el cuerpo donde nadie pudiera encontrarlo.

– Y entonces, ¿por qué dejar el vehículo abandonado junto al camino?

– Para distraernos. Nos obliga a dividir nuestros recursos. Si nos centramos en buscar a Nick, ya no estamos buscando a Ashley. Y si encontramos a Ashley, llegaremos al Carnicero -dijo, y se pasó una mano por el pelo-. Pero son sólo especulaciones. Aunque el Carnicero nunca ha pretendido burlarse de la policía, quizá sea su manera de decirnos que es más listo que nosotros. «Fijaos. Puedo matar al sheriff y no sois capaces de cogerme.»

Sonó el móvil de Quinn y Miranda se puso tensa. Las noticias a esa hora de la noche nunca eran buenas.

Él le apretó la mano y no la soltó. Ella hizo lo mismo.

– Peterson.

Miranda estaba lo bastante cerca para oír la voz de una mujer.

– Soy Colleen. Toby y yo acabamos de visitar a Palmer. Diría que las probabilidades de que sea nuestro hombre son prácticamente nulas. El tipo tiene que comer papilla. Se queda sin aliento con sólo caminar del sillón hasta la nevera.

– Mierda.

– Tengo los datos del contacto en su empleo. Palmer dice que lleva varias semanas sin ausentarse ni un día. Está bastante amargado por lo que le sucedió a su novia y no le gusta la policía, pero creo que es inofensivo.

– Me fío de tu intuición. ¿Dónde estás ahora?

– Estamos de camino a Denver. Nos quedan unas dos horas. Por la mañana hablaremos con la jefa de departamento de Larsen. Me llamó ella directamente. Dice que Larsen ha salido a hacer trabajo de campo, pero que puede mandar a alguien a buscarlo.

– ¿Trabajo de campo? ¿Qué tipo de trabajo?

– El tipo es un especialista en… -dijo, como buscando entre sus notas-…eh, en halcones, creo. Les sigue la pista, hace seguimientos de la reproducción, cosas así. Las instalaciones de investigación están en Craig, pero Larsen trabaja cerca del Monumento Nacional Dinosaur.

– ¿Dónde está eso?

– Yo sé dónde está -dijo Miranda.

– Espera un momento, Colleen. – Quinn se volvió hacia Miranda.

– Está en el noroeste de Colorado. A menos de ocho horas en coche de Bozeman. Y cae de lleno en el mapa del profesor Austin.

Miranda no podía dormir. Llevaba horas dándose vueltas y vueltas.

– Esto es ridículo -farfulló, para sí. Echó a un lado el edredón y se calzó las botas.

Quinn había salido a medianoche después de recibir una llamada de Olivia avisándole que la tierra encontrada en la camioneta de Nick coincidía con la tierra de la barraca donde estuvo Rebecca. Además, tenían una huella de pie entera, talla cuarenta y tres, del suelo del vehículo. Nick calzaba un cuarenta y cuatro.

Quinn le había dicho que durmiera un poco. Le hacía falta, y lo deseaba, pero tenía la cabeza hecha un torbellino. Cada vez que cerraba los ojos, le venía el recuerdo de la pequeña foto de Larsen en su expediente universitario.

La sensación era de irrealidad. Ponerle rostro al Carnicero. ¿Sería Larsen? No lo sabía. Ahora le había visto la cara, pero no podía decir con certeza que era él.

Casi le había pedido a Quinn que se quedara a pasar la noche. Se preguntó si acaso él esperaba que ella se lo propusiera. Ahora deseaba haberlo hecho.

La rabia que cultivó durante tanto tiempo parecía haberse disipado en los últimos días. Al ver a Quinn la primera vez, se sintió muy irritada, asombrada y preocupada de que él viera qué ocultaba ella detrás de su fachada de mujer dura. Temía que fuera a cuestionar cada una de sus decisiones, o a censurar todo lo que dijera o hiciera.

Sin embargo, al despertarse esa mañana, no temía lo que él pudiera decir al verla debatirse bajo la tensión de la investigación. Al contrario, tenía ganas de verlo.

Se puso el anorak grueso, enfundó la pistola y abandonó el calor de su cabaña. Se detuvo en el porche, respirando el aire frío. A pesar de estar bien abrigada, se echó a temblar. Esa noche haría unos siete grados. No bastaba para que la pobre Ashley se congelara, pero seguro que desearía estar muerta.

Miranda lo había deseado.

Llegó a medio trote hasta la entrada de los empleados de la hostería. No se permitió a sí misma dudar de su decisión. Subió directamente por las escaleras hasta su habitación y llamó a la puerta.

Quinn abrió. Llevaba unos pantalones de chándal grises y nada más. Miranda se quedó sin aliento al ver su pecho desnudo. Creía haber olvidado lo guapo que era, pero no. Recordaba cada uno de los músculos bien definidos de su cuerpo. Ni un gramo de grasa.

Era tan perfecto ahora como lo había sido a los treinta años.

– No podía dormir -dijo, con la respiración un poco acelerada. El corazón le martilleaba, expectante. Al venir, ella sabía lo que pasaría. Lo que esperaba que sucediera.

Lo necesitaba. Quinn espantaría sus demonios y la haría sentirse protegida. Deseable. Más como mujer y menos como víctima.

– Miranda…

Ella entró y cerró la puerta. Quinn le cogió la mano y tiró de ella.

– No me había dado cuenta de lo mucho que te añoraba -dijo Miranda, con una voz ronca que no parecía la suya.

– Dios mío, cómo te he echado de menos, Miranda -dijo él. Y la besó.

Esta vez, no había nada de timidez en el beso. Quinn le cogió la cara y se entregó a ella. Ella se sintió como si hubiera vuelto a casa.

Nunca había dejado de amarlo. Quinn había tenido una paciencia ejemplar con ella, y le había prestado un apoyo increíble. Le ayudó en todo, incluyendo la recomendación para la Academia aún cuando pensara que no estaba preparada.

Los sentimientos de traición y miedo que experimentaba Miranda fueron barridos por ese cálido beso. Estalló el calor. Ella no quedaría satisfecha con un solo beso. Quería más. Lo quería todo.

Quería que él volviera.

Quinn se apartó, la miró y frunció el ceño.

– ¿Qué pasa? -preguntó.

– ¿Qué pasa? Nada.

– ¿Y esto? -dijo, y le secó las lágrimas de la mejilla. Ella no se había dado cuenta. Quinn se besó los dedos húmedos, y luego la besó en la mejilla.

– Miranda, llevo tanto tiempo deseando que vuelvas a mí.

Ella le cogió la mano, le besó la palma y la guardó cerca de su boca.

– Me he dado cuenta de una cosa estos últimos días. Tú tenías razón. Yo quería ingresar en el FBI por motivos equivocados. Creía que la placa me daría el valor necesario. Que sería un escudo contra el miedo con que vivía cada día.

– Miranda, eres la persona más valiente que he conocido. Nunca has necesitado una placa para confirmarlo.

– Eso lo entiendo ahora. Pero no sé si mañana tendré el valor si tú no estás. Si Larsen es de verdad el Carnicero, no sé cómo voy a enfrentarme a él.

– No tienes que hacerlo.

Ella asintió.

– Sí que tengo que hacerlo. Iba a decir que no sé cómo voy a enfrentarme a él, pero lo haré. Me demostraré a mí misma que puedo hacerlo. Pero será más fácil si te tengo a mi lado.

Quinn la atrajo lo más cerca posible, envuelta como estaba en sus capas de ropa.

– Miranda, estaré ahí en todo momento.

– ¿Me puedo quitar el anorak?

Quinn sonrió y la besó en la frente al tiempo que le ayudaba a quitarse la chaqueta. Y el jersey. Y la blusa, hasta que se quedó en camiseta y vaqueros. Era evidente que Quinn quería comérsela. Ella se sintió arder bajo su mirada.

Se apoyó en la punta de los pies y lo besó.

Él le sostuvo la cara con las manos y la besó una y otra vez, como queriendo compensar todos los besos que se habían perdido a lo largo de los años. ¿Cómo era posible que ella hubiera renunciado a todo ese afecto? Con cada beso, volvía a sentir esa cálida intimidad que habían compartido, además de la paciencia de Quinn, su apoyo. Y la primera vez que hicieron el amor.

De sus labios escapó un gemido y él la llevó suavemente hasta la cama.

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