ENCONTRADA LA GUARIDA DEL CARNICERO
La joven muerta ha sido identificada como la
alumna desaparecida de la Universidad de Montana State
Enviado Especial, Elijah Banks
Miranda tenía cogido el periódico con tanta fuerza que no podía ni leer las palabras. Pero las fotos eran inequívocas.
Por debajo del titular, una foto de la barraca donde Rebecca había estado cautiva. Al lado, una foto de Rebecca copiada de la ficha universitaria, la misma que aparecía en las octavillas distribuidas por toda la ciudad.
– ¡Maldito sea!
Estaba a punto de tirar el periódico a un lado cuando algo familiar más abajo del pliego le llamó la atención.
El breve desayuno que había tomado se le revolvió en el estómago. Tragó bilis y murmuró:
– ¡Qué cabrón!
En la parte de abajo había otra foto. Una foto de ella. Apoyada contra el árbol fuera de la barraca. Destacaba la palidez de su rostro, incluso en el grano grueso del papel. El pie de foto decía:
Miranda Moore, jefa de la Unidad de Búsqueda y Rescate y única superviviente del Carnicero de Bozeman, ayuda al FBI en la localización de la vieja cabaña.
– Lo siento.
Ella dio un salto al oír la voz.
– Quinn.
Había llegado por el sendero de la hostería, pero ella estaba tan concentrada en el periódico que no lo oyó.
– Te lo habría ahorrado si pudiera.
Ella sacudió la cabeza y alzó el mentón.
– Estoy bien -insistió, aunque la foto la había desconcertado.
– Cuando uno reacciona enfadándose con estos montajes de Elijah Banks, se le concede todavía más poder.
– No estoy enfadada. -Mentía. Y era evidente, por su expresión, que Quinn lo sabía.
– Vale, estoy enfadada, pero se me pasará. -Guardó silencio y se lo quedó mirando detenidamente-. ¿Por qué estás aquí?
– Esta mañana he hablado con Olivia.
– ¿Y?
– Estará en Helena esta noche.
– ¿De verdad? Quizá pueda venir hasta aquí. No queda muy lejos. Me encantaría verla.
– Tienes el número de su celular. Llámala.
– Eso haré -dijo Miranda, y se propuso llamaría al día siguiente.
– Voy a la universidad -dijo Quinn-, pero quería contarte lo de Olivia. Si hay algo en las pruebas…
– Ella lo encontrará -dijo Miranda, terminando su frase.
– Eso. -Quinn subió las escaleras y se detuvo en el borde del porche donde estaba Miranda. A ella se le aceleró el corazón al ver que él se acercaba tanto, aunque sin llegar a tocarla.
– Miranda, tenemos que hablar. Acerca de lo de anoche. De lo que pasó en Quantico.
Ella tragó saliva. Tenía tantas ganas de olvidar y perdonar, pero era incapaz de dejar de lado el nudo de la traición que llevaba en el alma.
– No hay nada de qué hablar.
Él la miró un rato largo, hasta que ella bajó la mirada.
– Miranda -murmuró. Y la besó.
Un beso intenso, duro y rápido, y luego se echó atrás. El beso la dejó sin aliento. Era incapaz de hablar.
– Hablaremos -dijo él, firme-. Ve con cuidado cuando salgas hoy.
No esperó su respuesta, y se fue por donde había venido.
Tener una placa de agente federal abría algunas puertas y cerraba otras. La nueva Ley de Privacidad de Datos exigía que Quinn consiguiera una orden judicial antes de que la universidad le entregara la información que quería. Tardó toda la mañana en conseguirla.
No volvió al campus hasta después de la hora de comer. Por suerte, el rector ya le había pedido a su secretaria que buscara los archivos necesarios. Estaban dentro de una caja y listos para que se los llevara.
Cuatro cajas. Ciento ochenta y nueve hombres.
Volviendo a la oficina del sheriff, pensó en algunas maneras de acortar la lista. Sólo necesitaba a unos cuantos colaboradores.
Nick le dejó a los agentes Booker y Janssen. Entre los seleccionados, había alumnos que ponían los estados de Montana o Idaho o Wyoming como lugar de residencia antes de venir a la universidad. El asesino tenía un conocimiento exhaustivo de la zona, de modo que era lógico pensar que viviría en o cerca del condado de Gallatin.
Quinn asignó a los agentes la tarea de revisar los nombres y eliminar a cualquiera que estuviera casado, se hubiera marchado del país o estuviera muerto.
Se quedó mirando el tablero de los asesinatos en el despacho de Nick e intentó pensar como si él fuera el asesino.
¿Por qué violaba? Control. Rabia.
¿Por qué necesitaba tener ese control? Porque no controlaba su propia vida, sobre todo de joven. ¿Habría pasado parte de su infancia en un hogar para niños? ¿Sería huérfano? ¿Víctima de abusos sexuales? ¿Saldrían los dos padres en la foto? ¿Alguno de ellos quizás habría abusado de él de pequeño?
En general, los asesinos en serie han sido víctimas de abusos sexuales en su etapa preadolescente. Ese rasgo en común era utilizado por los abogados de la defensa para adulterar el sentido de la pena de muerte o para culpar a otros de los horribles crímenes cometidos por sus clientes.
Pero la triste verdad era que aunque muchos niños sufrían abusos sexuales, físicos y emocionales, la mayoría no llegaban a convertirse en asesinos en serie. Quinn sentía compasión por los niños maltratados que, con el tiempo, se convertirían en asesinos, pero no albergaba el mismo tipo de sentimiento hacia ellos como adultos.
El Carnicero experimentaba un placer enfermizo torturando a sus víctimas antes de matarlas. Sin embargo, dos rasgos característicos lo distinguían de la mayoría de asesinos sádicos. Por eso, conseguía comprender el razonamiento del Carnicero, podría penetrar más profundamente en su pensamiento y, quizás, ayudar a identificar a algún sospechoso. Era una tarea difícil. Los asesinos en serie eran seres lógicos dentro de sus propios cálculos, pero entender esa lógica era casi imposible si no se tenían todas las piezas.
Por desgracia, a ellos todavía les faltaban varias piezas cruciales.
El primer rasgo distintivo del Carnicero era que encerraba a sus víctimas. Eso indicaba una necesidad de control. Les hacía daño y, a la vez, cuidaba de ellas, si al hecho de alimentarlas con pan y agua se le podía llamar «cuidar». Era un hombre parco en palabras y, cuando les hablaba, su tono era de desprecio. Las mujeres eran posesiones, objetos con los que podía hacer lo que le viniera en gana. Sus gritos no lo excitaban ni lo molestaban, eran irrelevantes. El solo hecho de tenerlas cautivas lo excitaba.
El segundo (y quizás único) rasgo distintivo era que soltaba a las mujeres para cazarlas. Siempre existía una posibilidad de que escaparan. Daba la impresión de que aquel juego era para él un verdadero deleite, aún cuando les diera un tiempo de huida antes de perseguirlas. Eso sí, no les daba demasiado. Y las mujeres ya estaban heridas y desmoralizadas antes de empezar.
A Quinn le extrañaba que el Carnicero no hubiera intentado atrapar a Miranda, pero también le sorprendía que siguiera soltando y cazando a otras víctimas después de su huida.
Quizá ya no les diera tanto tiempo antes de empezar la cacería. Quizá las debilitaba. O quizá pensara que Miranda era una anomalía y hubiera optado por demostrarse constantemente a sí mismo que todavía podía cazar y triunfar, y que era capaz de un dominio y control absolutos. Quizá dejaba que Miranda siguiera viva como recordatorio de su único fracaso.
Quinn sacudió la cabeza. Estaba dándole vueltas a lo mismo. No tenía ni idea de por qué el asesino no había perseguido a Miranda. Si él fuera un violador sádico que disfrutara cazando a mujeres como deporte, seguro que no dejaría que se le escapara una. De alguna manera, no encajaba con el resto del personaje, y eso molestaba a Quinn.
A las cinco, salió a encontrarse con Olivia en el aeropuerto, y dejó a los dos agentes con la criba de los sospechosos de la lista universitaria. Cuando volviera por la mañana, confiaba en tener una lista reducida de nombres.
Su instinto le decía que el Carnicero estaría entre esos nombres.
Esa noche mientras cenaba en el comedor de la hostería, Miranda estuvo muy pendiente de que llegara Quinn, comiendo sin ganas de un plato que su padre le había preparado. No quería que Bill se preocupara, pero la verdad era que no tenía hambre.
En cambio, tenía unas extrañas ganas de comer tarta de pacana.
Le dijo a su padre que ya podía retirarse a sus habitaciones a descansar, que ella se ocuparía de los platos y cerraría la cocina. Necesitaba tener algo que hacer para dejar de pensar en el Carnicero.
Aunque no fuera más que una simple excusa para ver a Quinn cuando volviera.
Cuando acabó de limpiar los mostradores, oyó voces en el vestíbulo. Quinn. Salió enseguida y se sorprendió al ver a Nick que estaba hablando con Gray.
– Nick. ¿Pasa algo?
– No -dijo él-. Pasaba por aquí y se me ocurrió venir a saludaros.
– Haré un poco de café -dijo ella.
– No hace falta. Francamente, ya he ingerido suficiente cafeína por hoy. ¿Qué tal una copa?
Beber con Nick era lo último que quería hacer. No porque no le agradara su compañía, sino porque resultaba raro estar ahí con un ex novio mientras el otro – Quinn- podía entrar en cualquier momento. En realidad, no se había puesto a pensar en la relación íntima que había tenido con esos dos hombres, y ahora se sentía confundida.
Pero Nick era sobre todo un amigo, así que sonrió.
– Claro. Gray, ¿quieres tomar una copa con nosotros?
– Yo estoy reventado -dijo éste, negando con la cabeza. Mañana tengo que levantarme temprano para ir a buscar a unos jubilados que vienen de Los Ángeles. Se quedarán unos cuantos días.
Gray les dio las buenas noches y se marchó.
Miranda llevó a Nick a la barra y le señaló un taburete. Pasó por debajo del mostrador y cogió una botella de la cerveza preferida de Nick. También abrió una para ella.
– Gracias.
– Salud. -Miranda inclinó la botella hacia él y tomó un trago largo.
Siempre se había divertido cuando salía con Nick. Antes de ser amantes, habían sido amigos. Ella confiaba en que todavía sería así, aunque las relaciones parecían un poco tensas últimamente. Se había sentido satisfecha con la relación, hasta que Nick le pidió que se fuera a vivir con él. Le dijo que no. Y él se marchó.
A ella le bastaba con que fueran amigos y amantes. Nick quería más.
Algo más parecido a lo que había entre ella y Quinn.
Aún así, lo suyo había sido una cálida amistad, una buena relación de trabajo. ¿Por qué había tenido tantas reticencias a irse a vivir con él?