El primer día de junio amaneció con cielos azules y despejados y una temperatura agradable poco habitual en esa época del año. El vestido de Miranda era un sencillo crepe, con un gran escote por detrás y unos finos tirantes, un canesú con vuelos, y una falda ligeramente acampanada hasta los pies. Elegante y clásica, sin parecer fuera de lugar para aquel asunto informal. Se alegraba de haberse cogido la masa de rizos y, por una vez, haberse maquillado con algo más que un poco de rímel. La mirada de orgullo y agradecimiento de Quinn era evidente. Ella se sentía como una adolescente nerviosa y radiante con su primer amor.
Quinn era su primer amor. El primero y el último.
Se miró al espejo y sonrió. Una sonrisa verdadera, auténtica. Tenía la impresión de que en lugar de caminar, flotaba, un cambio radical en ella. Pero cuando de pronto el mundo se abre y el corazón se desprende del peso del miedo, la sensación es de una gran ligereza.
Alguien llamó a la puerta de su cabaña y su momento de soledad llegó a su fin. Quinn había salido antes de que ella se vistiera (Miranda conocía la tradición de que el novio y la novia no debían verse, pero aquello era una regla absurda que estaba dispuesta a romper alegremente).
– Adelante -dijo, desde su habitación-. ¿No has podido ausentarte más de diez minutos?
– Imagina lo que son diez años.
Miranda dejó caer el pincel del maquillaje y salió corriendo de la habitación.
– ¡Rowan! -exclamó, y abrazó con fuerza a su amiga-. ¡No puedo creer que hayas venido!
Con Olivia, Rowan había sido su compañera de habitación en la Academia diez años antes, pero había dejado el FBI después de escribir su primera novela policíaca. Acababa de sobrevivir a su propia pesadilla, con un asesino despiadado y obsesionado con la recreación de sus asesinatos ficticios, un hombre que se dedicaba a mandarle horribles recuerdos de sus crímenes.
Ahora que todo eso había quedado atrás, Rowan parecía tan feliz como Miranda.
– Quinn me llamó -dijo Rowan, con mirada risueña-. ¿Crees que me perdería veros en este ritual final a ti y al gran testarudo ése?
– Yo sabía que así sería -dijo Olivia, que acababa de entrar. Miranda la cogió de la mano y le dio un apretón.
– Creí que habías vuelto a Virginia.
– Eso había hecho. He llegado a Montana anoche -dijo sonriendo-. Se te ve muy contenta.
– Lo estoy -dijo Miranda, echando un vistazo alrededor-. Rowan, ¿has venido con tu amigo? Quinn me habló de él ¿Se llama John, no?
– Está charlando con Quinn y tu padre en la hostería. Nos han pedido que vengamos a buscarte. -Rowan parecía tranquila, como si se hubiera sacado de encima una enorme carga. Miranda sabía exactamente cómo se sentía. Sin embargo, Rowan caminaba como si todavía le doliera. Cuando se sentó para aliviarse, estaba pálida.
– ¿Qué tienes? Quinn me dijo que estabas bien.
– Es que ha sido un día largo y ya no soy tan fuerte como antes. Cuando ese atracador de bancos me disparó hace ocho años, sólo tardé dos semanas en recuperarme -dijo, y rió-. Me estoy haciendo vieja.
– Oye, eso a mí no me gusta nada -dijo Liv, cruzándose de brazos -. Soy cinco años mayor que tú.
– Y pareces cinco años menor -dijo Rowan.
Miranda vio las dos bolsas de una tienda de ropa de Bozeman y arrugó la nariz. Adoraba su sencillo vestido blanco de novia, pero no tenía intención de ponerse otra cosa que unos vaqueros después de la ceremonia.
– ¿Qué tenéis aquí?
– Somos tus damas de honor -explicó Liv, con una gran sonrisa.
– No me lo puedo creer.
Rowan se encogió de hombros.
– No sabía que Quinn tuviese una vena romántica, pero todo ha sido idea suya -dijo Rowan, encogiéndose de hombros. Se levantó trabajosamente de la silla-. Será mejor que nos cambiemos, Liv -dijo.
Miranda estaba a punto de seguirlas hacia la habitación cuando se abrió la puerta de su cabaña y el amor de su vida apareció en el umbral.
– ¿No se supone que hay una regla de que no puedes ver a la novia antes de la boda? -preguntó, sonriendo.
Quinn cruzó la sala y la estrechó en sus brazos.
– Estás preciosa. Creo que nunca te había visto con un vestido.
– No te acostumbres.
Miranda lo besó, y sintió las manos de Quinn bajando por su cuello hasta sus hombros, y la expectación la hizo estremecerse.
– Te amo, Miranda.
– Lo sé -dijo ella, con sonrisa provocadora, y entonces se dio cuenta de que él no sonreía.
– ¿Qué te pasa?
– Casi te he perdido. No es algo que vaya a olvidar muy fácilmente.
– Estoy bien.
– ¿Sí? ¿De verdad? Porque yo no -dijo, y se pasó la mano por el pelo, nervioso.
– Estoy bien, en serio. Por primera vez desde el secuestro, me siento libre. Me enfrenté a David Larsen y no me entró el pánico, ni salí huyendo. Hice lo mejor que pude con lo que tenía.
– Seguro que sí. Pero también pienso en lo que sucedió hace diez años.
– Te lo he dicho, el pasado es el pasado. -¿Por qué volvía ahora al mismo tema? ¿Qué pretendía conseguir con ello?
– Lo que sucedió entonces nos alejó el uno del otro.
– Fue más culpa mía que tuya. -Miranda lo creía de verdad-. Podría haber vuelto. Y, quizás, en circunstancias diferentes, habría vuelto. -Hizo una pausa, intentando encontrar una manera de explicar sus sentimientos, ideas que habían empezado a cobrar cuerpo en las últimas dos semanas, después de la muerte de David Larsen y Delilah Parker.
– Nunca entenderé el destino. Por qué murió Sharon. Pero creo que hay un motivo por el que no volví a Quantico. En aquel momento, era fácil echarte la culpa a ti, al psiquiatra y a mis propios temores. Pero cuando pienso retrospectivamente en esa decisión, me doy cuenta de que hice bien. Quizá no lo pensé así entonces, pero ahora se puede decir que si no hubiese estado aquí, quizás habrían tardado demasiado en encontrar a Ashley y a Nick.
– No puedo minimizar mi contribución en esta investigación, pero también sé que si no hubieras vuelto para ayudar, quizá las cosas hubieran acabado de manera muy distinta. Así que creo que todo sucedió como sucedió porque así tenía que ser. Y no me lamentaré de mis decisiones, aunque las haya tomado por razones equivocadas.
Quinn la cogió por la cintura y la besó. Un beso largo, lento y cálido. Aquél era precisamente el lugar donde ella tenía que estar.
– Y ¿te parece bien tener que aplazar la luna de miel?
– Ay, por favor. -Por algún motivo, Quinn lamentaba no poder disfrutar de la luna de miel hasta septiembre. Había pedido las últimas dos semanas para ocuparse de los preparativos de la boda-. Hemos disfrutado de la luna de miel antes de la boda -dijo Miranda, y rió.
– Ya lo creo que sí -dijo él, sonriendo.
– Te amo, Quincy Peterson. Y ahora te has quedado conmigo, con todas mis imperfecciones.
– ¿Qué imperfecciones? -Quinn sonrió y le besó la oreja, demorándose en el lóbulo.
– Para o llegaremos tarde a nuestra boda.
– ¿Y? -murmuró él-. No pueden celebrar una boda sin la novia y el novio.
Miranda rió. Había reído más en las últimas dos semanas que en los últimos diez años. Pensando en el futuro, le esperaban años de risas con el hombre que amaba.
Fue una ceremonia discreta y reservada sólo a los amigos más cercanos de la hostería. Los padres de Quinn habían tomado un vuelo y llegado por la mañana y luego se habían unido al grupo de invitados compuesto por el padre de Miranda, Gray, Nick, un par de agentes de policía y a la Unidad de Búsqueda y Rescate de Miranda.
– Buenas tardes, señora Peterson.
Quinn sonrió y la besó ligeramente.
Ella arqueó las cejas.
– ¿Señora Peterson? Creí que conservaría mi apellido.
– Como usted quiera, señorita Moore.
Ella rió y le echó los brazos al cuello.
– Creo que señora Peterson suena perfecto.
Él la hizo girar y ella volvió a reír. ¿Cuándo era la última vez que se había sentido tan libre?
Por el rabillo del ojo, vio acercarse a Nick. Le apretó el hombro a Quinn, y éste la soltó.
– Nick, me alegro tanto de que hayas venido. ¿Cómo estás?
Él asintió, con expresión neutra. A Miranda se le encogió el corazón con sólo ver a su amigo. Nick no había recuperado del todo la vista y las gafas no corregían el problema completamente. La infección había seguido su curso, dejándolo delgado y vacío. Aunque no hablara de ello, Miranda sabía que la decisión de haber acudido solo a la cabaña de Richard Parker lo perseguía como una pesadilla.
Le dio un fuerte abrazo. Nick había sido un gran amigo cuando ella lo había necesitado.
– Ha acabado, por fin, Nick. Lo cogimos.
– Fue parte de mi vida durante años. -Nick la miró directamente-. De la tuya también. -Miró a Quinn-. Me alegro de que lo hayáis superado. Lo digo de todo corazón.
– Cuando quieras hablar de lo que sea, llámame. Sabes que haría lo que fuera por ti.
– Lo sé. Pero os vais a vivir a Seattle.
– Ya sabes que en Seattle tienen teléfonos.
– Es verdad -dijo Nick, con una sonrisa desganada-. Estaré bien.
Miranda asintió, aunque Nick seguía preocupándole. No se había recuperado con la rapidez que ella esperaba, y había comenzado a decir que no se presentaría a la reelección como sheriff. Miranda esperaba que cambiara de parecer, sobre todo después de haber decidido no relevar a Harris como primer ayudante.
– Cuida de ella -le dijo a Quinn con una mirada muy seria.
– Eso haré. -Quinn abrazó a Miranda por el hombro y le dio un suave apretón, al tiempo que le tendía la mano a Nick. Se saludaron y se marchó.
– Me preocupa -dijo Miranda, dejando de mirar a Nick que se iba y deteniéndose en los ojos profundos color chocolate de Quinn.
– Lo sé. Se pondrá bien. Sólo necesita bucear un poco en su propia alma. – Quinn besó a su mujer-. Sabes que te amo.
Ella sonrió y asintió con la cabeza.
– Yo también te amo.
– ¿Crees que podremos escaparnos a tu cabaña? -murmuró él en su oreja. Ella se estremeció cuando Quinn le rozó el cuello con un beso.
– Hmmm. No me tientes.
– ¿Por qué no? -Quinn le besó la oreja.
– Tu madre está mirando.
– ¿Y qué?
– ¡Quinn!
Él rió y la estrechó en sus brazos.
– Una hora, como máximo. Después te llevaré a la cama.