Cuando sonó el móvil éste se sentó de golpe y, por la calidad de la luz, enseguida se dio cuenta de que se había quedado dormido. Una rápida mirada al reloj despertador lo confirmó: 07:45.
A su lado, Miranda se desperezó. Con el pelo derramándose sobre la almohada y su largo cuello incitándole a besarla, Quinn no quería otra cosa que volver a hacer el amor con ella.
El móvil volvió a emitir su gorjeo. La llamada del deber.
– Peterson -contestó.
– Soy Colleen. Tengo un mal presentimiento acerca de Larsen.
– ¿Qué ha pasado?
– La directora del departamento de biología de la fauna salvaje, Sarah Tyne, ha llamado al laboratorio de la universidad en Craig. Eso queda en el noroeste de Colorado. Quería informarse sobre los horarios de Larsen. La última vez que se presentó fue el lunes.
– El día después de que encontramos el cuerpo de Rebecca.
– Así es. Dijo que pensaba volver para el seguimiento de unos halcones peregrinos. Es su especialidad. Así que uno del equipo de investigación salió hacia allí esta mañana.
– Y no estaba en su puesto -aventuró Quinn, sintiendo un cosquilleo en el estómago.
– No. Además de su piso en Denver, que está vacío, tiene una caravana perdida en alguna parte. Encontraron sus provisiones para el trabajo de campo, pero nada de Larsen. Intentaron llamarlo por radio, porque se supone que los investigadores tienen que tenerla encendida en todo momento cuando salen fuera. No hubo respuesta.
– ¿Habéis averiguado qué tipo de coche o camioneta conducía? ¿Lo habéis encontrado? -Quinn sacó su libreta y anotó un par de datos.
– Conduce una camioneta pero no tenemos los detalles. No lleva la caravana.
– Comprobaré con los registros vehiculares. Acércate al lugar y veamos qué encuentras. Si aparece, detenedlo. Lanzaré una orden de busca y captura. Sólo para interrogarlo. No quiero que se asuste. Y hacedlo discretamente. No quiero que le entre el pánico y mate a Ashley van Auden. Sólo la ha tenido dos días. Es probable que todavía esté viva.
– Vale.
– Si lo encuentras, Colleen, déjamelo a mí -dijo Quinn, y cerró el móvil.
– David Larsen -dijo Miranda, con voz apagada-. Parece un nombre tan normal.
El se inclinó y, tras apartarle un mechón de pelo, la besó en la frente. Quería aliviarla del dolor, robarle sus recuerdos para que jamás volviera a pensar en David Larsen o en las mujeres que había matado. Quinn tendría que hablarle a Miranda de montones de buenos recuerdos para reemplazar a los malos. Ya se habían puesto a ello la noche anterior, pero era sólo el comienzo.
– ¿Estás bien? -preguntó.
– Estaré bien.
No sonaba como la Miranda de siempre, pero él no insistió. Lo haría más tarde.
Volvió a besarla y se levantó de la cama.
– Voy a la oficina del sheriff. ¿Quieres que te deje en la universidad?
– Sí, tengo que ver cómo le va a mi gente.
– No vayas a ninguna parte sola. A ninguna parte.
– No lo haré -dijo. Sonaba distante.
– Miranda, lo encontraremos. No te pondrá la mano encima. Y, por primera vez, creo que podremos atraparlo. Antes de que muera Ashley.
– Pienso como tú -dijo ella-. Y no hay nada que quiera más, excepto… -dijo, y calló -. Nick. Puede que Ashley esté viva, pero ¿qué sabemos de Nick? -Calló porque no podía seguir. Se levantó de la cama y se vistió -. Me voy a duchar y me reuniré contigo en el coche, dentro de veinte minutos.
Quinn la detuvo antes de que saliera.
– Pagará por haber matado a Nick.
– Lo sé. Pero es como si con eso no bastara.
En la oficina del sheriff, lo primero que hizo Quinn fue hablar con Lance Booker.
– Booker, te tengo que pedir un favor.
– Lo que usted diga.
Buen muchacho. A Quinn no le extrañaba que a Nick le cayera bien.
– ¿Podrías acompañar a Miranda a la universidad? A cualquier lado adonde vaya, quiero que estés cerca y le sirvas de escolta.
– ¿Ha ocurrido algo?
– Tenemos un sospechoso. David Larsen.
– ¿El biólogo?
– No está en su puesto, ha tenido una oportunidad para estar en la escena del crimen y hemos descartado a los otros tres sospechosos de la lista. Mi gente está llevando a cabo una comprobación de su historial en este momento. Te llamaré en cuanto tenga más información. Pero si se siente presionado de alguna manera, puede que haga algo impredecible. Y no quiero que Miranda esté a su alcance.
– No me moveré de su lado.
Tampoco te acerques tanto, pensó Quinn.
– Booker, no divulgues esta información. Miranda lo sabe, pero no quiero que la prensa se entere todavía. Hasta que tengamos más información.
– De acuerdo -dijo Booker, y salió.
Quinn entró en el despacho de Nick y no se sorprendió demasiado al ver que Sam Harris se había adueñado de la mesa. Estaba hablando por teléfono y leía un fax. Quinn reconoció el logo.
Buró Federal de Investigaciones. Seattle. Era su oficina.
Arrancó el papel de manos del ayudante del sheriff. Era la información solicitada sobre David Larsen.
Camioneta… modelo reciente, todoterreno. Potente. Licenciado por la Universidad de Montana… doctorado en Colorado… biólogo especializado en fauna salvaje… Muy pocos detalles. Cosas que él ya sabía.
Padres… fallecidos. Hermanos… una hermana. ¿Una hermana? ¿Qué decía de su nombre, residencia, estado civil?
Harris colgó el teléfono de golpe.
– Este fax está dirigido a mí.
– Ha llegado a mi despacho.
– Estaba dirigido a mí -repitió Quinn, que empezaba a perder la paciencia.
Harris se incorporó y rodeó la mesa.
– Agente Peterson, no me había dicho que tenía un sospechoso. ¿Qué clase de respeto tiene usted por mi oficina?
Quinn se pasó la mano por el pelo.
– Usted sabía que estábamos trabajando en la lista. Acabo de recibir esta llamada sobre David Larsen, apenas hace una hora.
– Si el sheriff estuviera aquí, lo primero que habría hecho es llamarlo a él.
Era verdad. Quinn ni siquiera pensó en llamar a Sam Harris. Estaba demasiado ocupado intentando contactar con sus superiores para que le concedieran acceso inmediato a recursos e información.
– De acuerdo. Discúlpeme.
A Harris le temblaba la mandíbula. Se puso rojo.
– Vosotros, los federales, creéis saberlo todo. De acuerdo. Resuelva el caso sin mí. Pero lo lamentará.
Quinn creyó que le había oído mal.
– ¿Qué significa eso?
– Nada -dijo Harris rotundo, y salió.
Mierda, sólo faltaba que se le mosqueara el poli.
– Y se supone que tú eres el diplomático -dijo para sí.
Quinn se acercó a la mesa de Nick y buscó entre todos los papeles para ver si Harris se había quedado con algún otro documento enviado por fax. No encontró nada. Llamó al pequeño despacho de Helena y pidió un par de agentes para los dos días siguientes. Necesitaba ayuda y no tenía reparos en pedirla.
Sobre todo si estaba en juego la vida de una chica.
Su mirada se posó sobre una pequeña foto medio oculta bajo el secante y la sacó. De hecho, era una serie de cuatro fotos. Miranda y Nick en un fotomatón. Miranda sonreía en todas las fotos, un poco pendiente de su aspecto, aunque era probable que nadie más que ella y Nick vieran jamás esas fotos.
Por su parte, Nick estaba más animado. Primero con una ancha sonrisa, luego con una expresión jocosa y, en la tercera, poniéndole orejas de burro a Miranda.
En la última foto, él la miraba a ella. Por la intensidad de esa mirada, Quinn supo que Nick la había amado.
Todos los celos que en su momento sintió por la relación amorosa y la amistad de Nick con Miranda se desvanecieron. Lo embargó una emoción que le dejó un nudo en la garganta al pensar que su amigo tal vez habría muerto.
Un solo error y Nick había pagado con su vida. No era justo, y Quinn se juró que haría pagar a Larsen, no sólo por las mujeres que había matado y lo que le había hecho a Miranda sino también por Nick.
Se guardó las fotos en la cartera, para entregárselas a Miranda, y entonces salió a hablar con los agentes y asignar las tareas.
Había mucho terreno que cubrir y poco tiempo.
Miranda tenía seis agentes asignados a la Unidad de Búsqueda y Rescate, y mandó a uno de ellos con dos voluntarios a la zona al sur de la autopista de Gallatin. Quinn ya estaba ahí y había informado a todos a propósito de David Larsen, recalcando que debían proceder con cautela. No hay que perseguirlo. Su misión consistía en encontrar con vida a Ashley y rescatarla, no en detener a un sospechoso.
También insistió en que buscaban a Larsen para interrogarlo aunque todos sabían lo que eso significaba.
Era el primer sospechoso que tenían en doce años.
Miranda no tenía grandes esperanzas de que su equipo encontrara a Ashley, pero cumplir con lo requerido le ayudaba a olvidar que conocía la identidad del Carnicero. Cuando todos salieron y se encontró sola, se dejó caer en una silla y cerró los ojos.
Y vio su imagen.
Sólo había visto esa foto de Larsen, pero le resultaba fácil trasladarla al hombre sin cara que la había torturado. Al hombre que le había disparado a Sharon por la espalda.
Corred. ¡Corred!
Nunca había visto a David Larsen. Recordaría su cara. Pero conocía su voz, ese tono hueco, cruel en su ausencia absoluta de emoción. Sus palabras y sus actos no se correspondían con ese tono distante, casi aburrido.
Estaba segura de que nunca lo había visto porque un corazón despreciable como el suyo no pasaría desapercibido. Tenía la cara marcada por el odio hacia las mujeres.
Sin embargo, en la foto, David Larsen no parecía un individuo perverso ni consumido por el odio. Tenía la cara de un hombre normal y corriente. Superficialmente agradable. Normal.
El Carnicero era cualquier cosa menos normal.
Recordó una lección bíblica de su padre. Que el mal podía ocultarse en la belleza, que los corazones negros a veces se revestían de compasión. El mal no anunciaba con tarjetas su visita inminente. El mal iba y venía con una sonrisa, sonriendo a las vidas destruidas que dejaba en su estela. La serpiente que había seducido a Eva para que probara del fruto prohibido no podía haber sido una criatura repulsiva porque ella habría huido aterrorizada. No, la serpiente tenía que haber sido un ser hermoso, algo que se ganaba fácilmente la confianza de todos. No te fíes de las apariencias.