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Capítulo 23

Nick recordaba su primera borrachera. No se trataba de una simple intoxicación. No, se trataba de una borrachera en toda regla, con el cerebro embotado, con náuseas que le hicieron vomitarlo todo, arrastrándose por el suelo.

Ahora cambiaría con gusto el dolor de cabeza por una resaca de tres días.

De sus labios resecos escapó un gemido, y el leve ruido empeoró su dolor de cabeza. Sentía los párpados cubiertos y cerrados por la arena y un gran peso que le impedía abrirlos. Con sólo pensar en moverlos, redoblaba el dolor.

Sin embargo, estaba vivo. Al menos de eso estaba seguro. Era evidente que si te morías, no podías sentir dolor. A menos que existiera el infierno y él hubiera hecho algo que lo hacía merecedor de una maldición eterna. Tal como se sentía ahora, quizá prefería el infierno.

El frío se le colaba en el cuerpo, más allá del dolor en la cabeza. Se estremeció y el dolor que sintió al moverse le arrancó otro gemido. Tenía los huesos helados, pero no estaba a la intemperie. Estaba tendido de lado sobre una superficie más dura que la tierra. Un suelo de madera. Olores. Moho, orina, animales muertos. El hedor penetrante de capas de tierra húmeda.

Intentó mover el brazo. Tenía las manos entumecidas, pero no del dolor. Las tenía atadas a la espalda. Respiró hondo y soportó una nueva ola de dolor al respirar. Sintió que su aliento le volvía de inmediato. Tenía la cara tocando contra una pared.

¿Qué había pasado? Él iba conduciendo… ¿A dónde? Ahora recordaba. Iba a ver aquella cabaña con tejado de doble vertiente en el límite sur de la extensa propiedad del Juez Parker.

Al no ver nada sospechoso, decidió que volvería a casa. Ir a ese lugar había sido una pérdida de tiempo, y recordó que se alegraba de no haber molestado a Quinn. Pero cuando se giró, vio un par de botas y le pareció raro que estuvieran ahí, junto a la puerta de una cabaña sin habitar.

Quiso coger la pistola pero alguien lo golpeó por detrás. Él no oyó nada, sólo sintió un dolor muy agudo… y luego, nada.

Hasta ahora.

¿Acaso su atacante lo había observado tranquilamente protegido por la oscuridad de la cabaña mientras él examinaba el perímetro? ¿Por qué? ¿Se trataba de un ladrón? ¿Alguien la ocupaba ilegalmente? ¿O eran conocidos de Parker?

¿Sería acertada su teoría de que el Carnicero la utilizaba como centro de operaciones?

Nick estaba seguro de que ahora no se encontraba en la cabaña de Parker. Esos olores pestilentes y el frío penetrante le hacían pensar en una cabaña improvisada o una pequeña barraca.

Hacía un frío que helaba el tuétano. Miranda detestaba el frío a causa de lo que el Carnicero le había hecho. Ahora, él estaba en la misma situación. Atado y tendido en un suelo de madera frío.

¿Era posible que Richard Parker fuera el Carnicero?

Nick no podía imaginar al juez que conocía desde que era adulto torturando a esas mujeres. Sin embargo, de algún modo encajaba con el perfil, ¿no? Quizá fuera un poco mayor. Por otro lado, estaba casado, y seguro que no era un solitario. Pero Parker era un hombre que estaba en buena forma física y se había criado cazando y pescando en el sudoeste de Montana. Desde luego, la prueba más flagrante era que a Nick lo habían atacado en su cabaña.

En el FBI a veces se equivocaban con los perfiles. A él le vinieron náuseas de sólo pensar que Parker pudiera ser el Carnicero. Recordó todas las veces que había acudido al juez para que le ayudara a obtener más recursos. Parker tiraba de los hilos y conseguía que el condado asignara más dinero a unas búsquedas que siempre acababan sin resultados. Quizá Parker se lo pasaba en grande mirando desde afuera mientras la policía se equivocaba en todos sus análisis. ¿Sentiría un placer enfermizo viendo a Miranda buscar a las mujeres que él tenía cautivas?

No había pruebas concretas de que Parker fuera el Carnicero. Quizás el asesino había descubierto la cabaña y, tras ver que rara vez se usaba, la había ocupado sin que pasara nada. También existía la posibilidad de que Parker la hubiera alquilado o prestado a un amigo.

Mierda. Tendría que haber dejado el maldito mensaje en el buzón de voz de Quinn. Ellos habrían vigilado a Parker, o puesto a un equipo a seguir lo que pasaba en la casa, o habrían investigado más en profundidad el pasado del juez.

Llevaba tanto tiempo dudando de sí mismo a lo largo de esa semana que no había prestado atención a su intuición. Y ahora estaba pagando el precio por ello.

Un leve ruido, el roce de algo, lo sobresaltó. ¿Roedores? ¿Un oso?

No, el ruido no venía de afuera.

No estaba solo.

Nick ignoraba cómo lo sabía, pero enseguida percibió que alguien más compartía con él el aire de la habitación. Y luego lo oyó. Un leve susurro.

El martilleo que sintió en el cráneo era tan fuerte que tardó un momento en entender las palabras.

– ¿Quién es? ¿Quién es?

Él intentó hablar, pero de su boca sólo escapó un gemido.

– ¿Quién es? -Era un susurro de voz. Ronca. De mujer.

Él se humedeció los labios.

– El sheriff -dijo, y el solo esfuerzo de hablar le dolió.

– ¿Quién?

Joder, apenas conseguía pensar, y mucho menos hablar. Hizo un esfuerzo por tragar saliva.

– El sheriff Thomas -dijo, pronunciando cada palabra con gran dificultad

– ¿Sheriff?

Nick se dio cuenta de que aquella persona no susurraba. Tenía la voz enronquecida, una voz que le recordó a su hermano Steve cuando en los años del instituto había padecido una laringitis.

O una garganta afónica de tanto gritar.

– ¿Ash…ley? -Le dolió articular esas dos sílabas, pero tenía que superarlo. Estaba seguro de que estaba sufriendo el efecto de una conmoción. Y que tenía algún problema con las piernas. Quizá también las tenía atadas, aunque no sentía nada por debajo de la cintura. Tenía todo el cuerpo frío y entumecido.

Pero estaba vivo. Y estaba decidido a seguir vivo. Y también a mantener con vida a Ashley van Auden. Cómo hacerlo era otra historia, del todo diferente. No sabía dónde estaba, qué hora era, ni cómo diantres salir de ahí.

– Sí -dijo ella, con un hilo de voz que enseguida se quebró en un sollozo. Estaba tan cerca que si Nick no estuviera atado, casi podría tocarla-. Nos matará. Nos matará. Es él. Es el Carnicero. Nos va a matar, como ha matado a todas esas…

– Shh.

Ashley repetía su mantra una y otra vez, hasta que a Nick le taladró la cabeza. Intentó hacerla callar, pero no pudo, así que procuró ignorarla. Tampoco tuvo más suerte.

– Ashley. Ashley. -Repitió su nombre hasta que al final la chica dejó de sollozar.

– ¿Qué? -preguntó, con un gemido.

– Tenemos que pensar en algo. Piensa. -¿Pensar? Joder, él apenas era capaz de sumar dos más dos.

– No quiero morir -sollozó ella.

Él tampoco quería morir.

– En algún momento te soltará.

– Y ¡después me matará! Sé lo que le hizo a Rebecca Douglas. La degolló. La ma… la mató.

– Ashley, basta. -Nick sintió que la náusea le llegaba a la garganta y, con el mareo, su mente perdía asidero. Respiró lo más hondo que pudo y espiró lentamente. Respirar. Espirar. No podía volver a perder el conocimiento. Era demasiado peligroso para los dos.

– ¿Sheriff?

Por el tono de preocupación en la voz de Ashley, Nick pensó que se habría desmayado o se había quedado inconsciente por un momento.

– Estoy aquí.

– No me ha contestado.

– Lo siento -dijo él, y espiró-. ¿Sabes dónde estás?

– No. Tengo los ojos vendados. No veo nada.

– ¿Viste a alguien cuando te secuestraron?

– No -dijo ella, volviendo a sollozar-. A nadie. Dios mío. Y Jo. No está aquí, no me ha contestado. Está muerta, ¿verdad? -Ashley empezó a sollozar, histérica. Nick tardó varios minutos en calmarla. No le serviría de nada a Ashley saber que su amiga estaba en coma, así que mintió.

– JoBeth se pondrá bien. Está en el hospital, pero se pondrá bien.

– Gracias a Dios, gracias a Dios.

¿Sabría el Carnicero que él conocía su identidad? Seguramente se sentía amenazado y por eso lo había atacado en la cabaña.

Si así era, no había ninguna posibilidad de que el Carnicero le diera a Nick una oportunidad de escapar. Si no encontraba una manera de salir de ahí, sus horas estaban contadas.

– Pase lo que pase, cuando salgas de aquí, tienes que correr. No hagas lo que él espera de ti. Borra tus huellas. Evita gritar o incluso respirar demasiado fuerte. Quédate entre los árboles. Si se hace de noche y no puedes seguir, entiérrate bajo la hojarasca y escóndete. Pero, sobre todo, corre todo lo que puedas. -Nick trató de componer en su mente un mapa de los lugares donde el Carnicero cazaba a las mujeres. El territorio quedaba al sur de la interestatal y al oeste de la autopista de Gallatin-. Dirígete al noreste todo lo que puedas. Al final, en un día o dos, llegarás al camino principal.

– ¿Cómo lo sabe?

– Conozco sus territorios de caza.

– Y ¿qué pasará con usted?

– Me quedaré contigo, si puedo.

Ella no dijo nada. Quizá supiera lo maltrecho que estaba. O quizá pensó que a él no lo soltaría.

Pasó un buen rato, y Nick pensó que Ashley se había quedado dormida.

– Me ha hecho daño -dijo la chica. Su voz era débil. Suplicante, casi infantil.

– Lo sé, pequeña. Lo siento mucho. -Y cómo lo sentía. El secuestro de Ashley se debía, en parte, a su fracaso. No había sido capaz de proteger a las mujeres de su ciudad del desequilibrado que las perseguía.

Eso le provocaba un dolor casi peor que su cabeza.

Tendido ahí, sobre el suelo duro y frío, Nick sabía que su situación era grave. El Carnicero volvería antes de que los encontraran. No importaba la cantidad de gente que los buscara, nunca conseguirían cubrir todo el territorio.

Tenía que pensar, idear un plan para salvar a Ashley y salvarse a sí mismo.

Pero temía que ya fuera demasiado tarde.


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