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Capítulo 32

Quinn inspeccionó la residencia de los Parker con el agente Jorgensen, mientras otros dos polis buscaban en los alrededores

– Despejado -avisó.

Richard Parker tenía un aspecto fantasmal, con la cara demacrada, cuando Quinn volvió a salir al porche.

– Podría haber matado a Ryan. Podría haber matado a Delilah.

– Ryan está a salvo -le recordó Quinn-. He enviado un agente a casa de Bill Moore para cuidar de él. Todos los demás han salido a buscar a Delilah y a David.

– Ella no sabía. No puede haber sabido.

Parker no paraba de repetir aquella cantinela en el coche hasta que a Quinn le dieron ganas de darle un puñetazo.

– ¡Agente Peterson!

Uno de los agentes de Nick se acercó corriendo. -Estábamos investigando en el campo del sur como usted dijo y hemos escuchado disparos a lo lejos en la quebrada.

– ¿Dónde?

– Resulta difícil saberlo por el eco, pero lo más seguro es que sea allá abajo, en el fondo. Se ve que varias personas han bajado por la ladera; se nota en la tierra removida y en la vegetación. -El agente se secó la frente. La llovizna aumentaba sin parar, aunque todavía no era una lluvia en toda regla.

Se acercaron unos cuantos todoterrenos por el camino de entrada. Quinn reconoció al conductor del primero. Era Charlie. No esperó a que bajara, y fue a reunirse con él junto al establo.

– Acabo de hablar con Lance Booker -dijo Charlie-. Han encontrado a la chica. Y, ¿qué te parece? Nick está con ella.

Quinn dio un puñetazo sobre el capó de la camioneta de Charlie. ¿Cómo se le había ocurrido a Miranda bajar sola a esa quebrada? Le daba igual que un agente la acompañara. Miranda no era ni poli ni agente federal. ¿Por qué había bajado?

Y, de pronto, entendió. Quería salvar a Ashley.Él habría hecho lo mismo.

– Vamos al campo. Yo iré contigo. Necesitaremos el cuatro por cuatro si la lluvia empeora.

– Empeorará -avisó Charlie.

El trayecto fue breve pero accidentado. En cuanto se detuvieron, sonó la radio de Charlie.

– UBR, UBR, ¿hay alguien ahí? – UBR eran las siglas de Unidad de Búsqueda y Rescate, la unidad de Miranda.

Charlie contestó.

– Recibido. Aquí, Charlie Daniels.

– Charlie, soy Lance Booker. Te llamo para darte coordenadas. ¿Puedes anotarlas?

– Adelante -dijo Charlie, con lápiz y una libreta en la mano. Booker transmitió las coordenadas. Cuando acabó, Quinn cogió la radio.

– Booker, soy el agente Peterson. Ponme con Miranda.

– No puedo, señor.

– ¿Por qué diablos?

– No había suficiente lugar para escondernos todos aquí y se ha llevado a Ashley quebrada abajo.

– Explícate.

Quinn cerró los ojos cuando acabó de hablar por radio con Lance Booker. Maldita sea. Miranda no tenía otra alternativa. Tampoco había dónde elegir. Pero huir con una mujer herida y asustada…

– Vamos. Booker dice que tardaremos unos cuarenta y cinco minutos en llegar a la quebrada.

– Acortaremos ese tiempo por la mitad. ¿Alguna vez has hecho rappel?

Davy se quedó mirando la puerta abierta. Una furia roja explotó en su pecho, llenando hasta el último vaso sanguíneo de un odio poderoso.

Esa puta le había robado a su chica.

¿Dónde habían ido?

Era una puta lista. No subiría por la quebrada. El terreno ahí se volvía más escarpado y estrecho. Era una trampa. No había caído en sus trampas antes. Siguiendo por el Barranco de la Roca hacia abajo llegarían cerca de Big Sky. Era difícil caminar por las rocas, y tendrían que cruzar varios arroyos. Con las lluvias de la semana anterior, éstos bajaban cargados. Por lo menos les llegaría a la cintura. Eso las haría perder tiempo.

Ella no podría cargar con la chica montaña arriba. Era demasiado escarpado. Él había escogido ese lugar porque cualquiera que fuera hacia el oeste se vería atrapado. Quería acorralar a esa chica. Mirarla a los ojos cuando viera que no había escapatoria. ¿Correría hacia él? ¿O se encogería de miedo ante la montaña que nunca podría escalar?

Al contrario, la puta tenía que haberla llevado barranco abajo, lo cual le quitaba su atractivo deportivo. ¿Qué mérito tenía dispararles a campo abierto? Ya lo había hecho antes.

Ahora quería algo nuevo.

Aquella puta pagaría por lo que había hecho. Debería haber matado a Miranda Moore hacía doce años.

La obligaría a suplicar misericordia antes de que le arrancara el corazón.

Miranda hizo una mueca al escuchar la radio. Le había bajado el volumen, pero se oyó igual.

– Aquí, Moore -dijo, esperando que el aparato no emitiera eco. La lluvia caía con fuerza y ayudaba a amortiguar el ruido, aunque si el Carnicero le seguía los pasos tendría que tomar todas las precauciones. Avanzaban pegadas a la ladera derecha para no mostrarse en terreno abierto, pero la lluvia convertía la tierra en un lodazal. Miranda llevaba botas de escalar y, aún así, cayó una vez. Tuvo que recoger a Ashley más veces de las que podía contar. En su opinión, no avanzaban lo bastante rápido.

– Soy Booker. El Carnicero ha venido y se ha ido, hace unos noventa segundos, a paso rápido. No se le veía contento.

La voz de Booker llegaba distorsionada.

– Recibido.

– Iba a dispararle, pero no encontré el ángulo.

– Es preferible mantenerse escondido. Si hubieras errado el primer disparo, habría sabido dónde estabais. ¿Cómo está Nick?

– Pasa ratos consciente y luego se desmaya. Estaba hablando con él para mantenerlo despierto, hasta que vi a Larsen y tuve que guardar silencio. Después se ha desmayado.

Joder. Nick necesitaba atención médica, ya.

– He hablado con Peterson -siguió Booker-. Ahora están bajando.

Bien. Al menos tenía refuerzos.

– Voy a apagar mi radio -dijo ella-. No quiero ruidos. Cambio y fuera.

Miró a Ashley. Aquella chica no sabía el significado de la palabra silencio. Cada vez que tropezaba, se ponía a gritar y luego empezaba a llorar como si se fuera a morir.

Miranda no podía culparla. Ashley estaba muerta de miedo. Sabía qué suerte habían corrido las demás víctimas del Carnicero. Ella misma había sufrido sus perversiones en carne propia los dos últimos días.

Sin embargo, tenía que explicarle las cosas de la vida -y la muerte- a Ashley van Auden.

Apagó la radio y se la metió en el bolsillo. Ashley se paró sobre una roca cortante y cayó de rodillas.

– ¡Auch! -exclamó, sollozando con la cara apoyada en el suelo.

Miranda levantó a Ashley, con todos los músculos tensados al máximo. Aunque Ashley era varios centímetros más pequeña y unos cuatro kilos más ligera que ella, estaba empapada. Con el peso de la mochila y el agua, Miranda se sentía torpe y lenta.

La lluvia había lavado el cuerpo de Ashley, eliminando así la sangre y el olor corporal, dejando sólo el olor del jersey de lana mojado y del miedo. Porque el miedo que despedía era palpable.

¿O acaso era su propio terror?

Miranda llevó a la chica hasta un grueso pino ponderosa y la afirmó contra el tronco.

– Escúchame, Ashley -dijo, con su voz más severa.

– Nos matará -la interrumpió Ashley-. Tú lo sabes. Sabes que nos perseguirá. Lo he oído. Lo he oído en tu radio. Lo dijo ese poli. Viene a matarnos. Vamos a mo… a morir.

Miranda cogió a Ashley por los brazos y la sacudió con firmeza.

– Cállate. -No quería perder la paciencia, pero el corazón le latía desbocado. No tenían tiempo. Larsen estaría cubriendo el terreno que los separaba tres o cuatro veces más rápido que ellas. Aunque contaran con esa ventaja inicial de veinte minutos, ya no les quedarían más de diez. Y sólo si seguían avanzando.

Si corrían.

No. Nada de seguir corriendo. Acabaría aquí y ahora.

La lluvia arreciaba. Miranda echó una mirada a su alrededor. Podían aprovecharse del terreno.

Se encontraban en una parte ancha de la quebrada. Las rocas estaban como amontonadas en el centro, y un arroyo escuálido corría por el lado norte y sur de las rocas. Aunque la ladera sur era más escarpada, había más árboles caídos. Mejores sitios donde esconderse.

– ¡Ashley!

– ¿Por qué me tratas tan mal? No me entiendes -dijo la joven. -En sus labios malheridos se dibujó un puchero y las lágrimas le rodaron por las mejillas -. Tú no sabes nada. ¡Suéltame!

Miranda no la soltó.

– ¿Sabes quién soy?

– Miranda -dijo Ashley, con voz temblorosa.

– Soy Miranda Moore. En una ocasión, escapé de ese cabrón. No dejaré que me mate. Ni a mí ni a ti.

Miranda quedó sorprendida de lo contundente que sonaba. Interiormente, estaba hecha un lío. No tenía idea de qué pasaría cuando viera a Larsen. No sabía si se quedaría paralizada, si le entraría el pánico o si chillaría enfurecida.

Pero sí sabía una cosa: que no podían ir más rápido que él. Y que, esta vez, ella tenía un arma y estaba físicamente en forma y, lo más importante, que tenía el factor sorpresa a su favor.

No volvería a ser la víctima.

Ashley parpadeó, insensible a los hilillos de lluvia que le corrían por la cara. Temblaba de frío pero, al parecer, no se daba cuenta.

– ¿Lo prometes? -preguntó, con una vocecilla infantil.

– Que Dios me ayude, pero tendrá que matarme a mí antes de que lo deje tocarte. Pero tienes que hacer exactamente lo que te digo. Exactamente.

Ashley asintió con la cabeza, lentamente.

– Vale.

Diez minutos. Tenía diez minutos para ver si su plan funcionaba.

O Quinn la encontraría muerta.


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